sábado, 15 de mayo de 2010

La vida afuera


Pepito Cibrián está convencido de que tiene una misión y la cumple sin dudarlo: hablar fuerte y claro, contar su historia, empujar las conciencias para que se derriben de una vez las barreras legales que imponen cómo deben vivir unos y otros, unas y otras según la orientación sexual o la identidad de género. Quiénes pueden formar familias y quiénes no, quiénes pueden hablar de sus amores sin rubor y quiénes no. Pero sabe que su voz sola será insuficiente, por eso convoca a otras a que se sumen para formar una corriente capaz de derribar los más anquilosados prejuicios.

El tintineo de sus pulseras no alcanza a marcar el ritmo de las palabras que escapan de la boca de Pepe Cibrián Campoy como dardos unas veces, como gemas otras. Se disculpa por ser vehemente, pero él sabe que es el momento de la vehemencia, de hablar fuerte para que se escuche y también para invitar a otras voces como la suya que ahora está empeñada no en dar a conocer alguna de sus obras, ni siquiera la autobiografía que acaba de publicar Ediciones B, sino en llegar a la conciencia de senadores y senadoras que pronto tendrán que votar la ley, que obtuvo media sanción en la Cámara baja, para ampliar el matrimonio a todas las parejas que lo deseen, más allá de su sexo. “Es un momento histórico”, dice y por eso él invita a otros y otras a salir. “Debe ser espantoso tener miedo, pero yo los aliento porque estoy seguro de que debe haber muchísima gente con ganas de hablar.” Ese acto de libertad que lo ha llevado de radio en radio en la última semana contando cómo pasó diez años tratando de adoptar hasta que desistió por no querer convertirse en abuelo de sus hijos o hijas y porque su pareja, Santiago, no iba a tener ninguna relación legal con esos niñxs, le ha reportado abrazos inesperados en el mismo barrio cerrado y conservador en el que vive, de padres y madres de sus alumnos, de “taxistas en la calle que ni siquiera vieron una obra mía”. Pero también es capaz de quebrarle la voz por esa familia que no pudo formar, por pura impotencia frente a lo que lee como una hipocresía: “Todos esos diputados que hablan en contra de la adopción por parte de parejas del mismo sexo espero que estén ahora recuperando niños de la calle, no les importa tirarlos a los leones, insistir con que esos niños no se conviertan en asesinos, pero no hacen nada para que puedan recibir lo que se merecen, lo que nosotros les podríamos dar y lo único que necesitan: amor”.
El debate en Diputados sobre el matrimonio gay fue un momento histórico, sin embargo no hubo muchas otras voces de personas conocidas como vos que salieran tan enfáticamente a dar su opinión, a poner su propia historia en primer plano.

–No es algo que yo haya planeado. Es, como me enseñó mi padre, reconocer al hombre y sus circunstancias. Yo me encontré en un momento frente a otro periodista que me preguntaba por el amor y sin dudar dije el nombre de mi pareja. Dije Santiago, porque él es mi compañero de vida, es quien esparció las cenizas de mis padres cuando yo no podía; no tengo por qué ocultarlo. Me pareció de un profundo orgullo por ese amor decir su nombre. Además, vamos, quién no lo sabía. Lo que pasa es que hubo mucho respeto conmigo.
Coincidió también con la salida de tu autobiografía, Se es hombre en la vida y no en la cama.

–Sí, pero eso es parte de lo que te decía. Yo no planeé que el libro salga ahora. Como tampoco sabía que la obra que escribí, Marica, sobre Federico García Lorca y su asesino iba a terminar teniendo funciones en estos días. Porque a él lo mataron por marica, esa palabra que en España es tan brutal, con esa c tan silbada. Y la voy a hacer ahora en la Facultad de Medicina por ofrecimiento del decano de la facultad, el 11, el 18 y el 25 a beneficio del Hospital Garrahan, en el aula magna. Y los voy a invitar a cada uno de los senadores, el decano me va a ayudar a cursar las invitaciones. Pero no la escribí a propósito de este debate. ¿Cómo es que se da todo junto? Es el hombre y sus circunstancias.
El título de tu libro hace referencia a una frase de tu padre, ¿verdad?

–Sí. A los 18 o 19 años yo necesitaba hablar con él acerca de mis inclinaciones íntimas, estaba muy angustiado. Y mi papá, que era un hombre tan quijotesco, tan ético, frente a mí que tenía tanto miedo tonto de que me fuera a rechazar, me dijo: “No Pepe, se es hombre en la vida y no en la cama, seas lo que seas sólo te pido que lo seas al ciento por ciento porque si no yo no te puedo respetar”.
¿Cómo escuchaste entonces esa frase?

–Lo que entendí entonces y ahora; es que la cama no nos define, se es hombre, se es mujer, qué importa... Yo me pregunto si tantos legisladores que hablan en contra de la homosexualidad no le darían a sus hijos la vacuna del sida si la hubiera descubierto un homosexual. Una persona es lo que hace y no lo que hace en su vida íntima, se es buen amigo, maestro, cura, lo que sea, lo otro no importa...
Cuando tu padre te decía que lo vivas al ciento por ciento, ¿te estaba diciendo también que no lo ocultes?

–Me estaba diciendo que lo viva con libertad, que sea feliz, que disfrute la vida. Mis padres fueron lo que fueron no por ser heterosexuales sino porque me dieron amor. Por eso mi planteo fundamental tiene que ver con los niños, los niños abandonados, en la calle, violados... ¿Te enteraste de que ya no va a haber niños abandonados ni viviendo en la calle? Porque esta gente que está en contra de que no-sotros adoptemos, que quiere darles lo mejor, el ideal, va a adoptarlos? Es maravilloso. Ahora si no es así, es una farsa. Y es una farsa.
También es una farsa decir que a partir del matrimonio se va a habilitar la adopción para homosexuales, por ejemplo, porque ya estaba habilitada aunque sea en los papeles...

–Sólo en los papeles y para una sola persona. Con Santiago pasamos años tratando de adoptar, si eran tres, tres; de los años que fueran, tres, cuatro, cinco, siete. Tenemos una buena situación económica, tiempo, espacio. Y si no tuviéramos tanto dinero, qué, tenemos amor, es lo que necesitan los chicos. A los chicos no les importa incluso que tengas dinero o fama. Porque qué suponen que hacemos nosotros con un niño, ¿violarlo?, ¿ponerle plumas? Son los heterosexuales los que los abandonan. Yo ni siquiera digo que toda la Iglesia es pedófila, aunque es indudable que también ahí hay seres abyectos, ¿por qué mirarnos a nosotros con esa desconfianza? Hasta ahora son los heterosexuales los que dejan niños en la calle. Así que si nos van a negar la adopción que los adopten, que se hagan cargo.
¿Seguís esperando esa adopción?

–La verdad es que después de diez años de espera dije basta. Hubo gente que quiso ayudarme. Pero lo cierto es que yo ya tenía 61 y esos niños no tendrían relación legal con Santiago. Si yo moría cuando ellos fueran adolescentes, por ejemplo, mi pareja no podría seguir cuidándolos... entonces dije basta. A pesar de que hubo gente que me quiso ayudar.
Es que tal vez el hecho de que seas una persona reconocida, Pepe Cibrián y su marido...

–No, no, por favor, no digas marido. Porque “marido” identifica una actividad sexual y estamos hablando de hombres. Yo tengo una relación con un hombre y en ese sentido ni uno es marido ni el otro mujer, ni hay pasivo, ni activo ni a nadie le importa si le toco la oreja o si te la toca a vos... Santiago es mi compañero, mi pareja, mi amigo del alma. ¿Qué importa lo que hacemos en la cama? ¿Acaso a un heterosexual cuando se casa le preguntan ‘qué le vas a hacer a tu mujer’? A todo el mundo le importa un carajo. ¿Entonces por qué no abrir ese pensamiento? Las parejas homosexuales leemos, nos acompañamos, nos limpiamos la caca si es necesario porque uno está enfermo, tomamos café, tenemos hijos...
Todo eso que mencionás es público: tomar café, salir a comer, reconocer que el nombre del amor es de tu mismo sexo, sin embargo muy pocas personas conocidas hablan con libertad y se amparan en que eso pertenece a su “intimidad”.

–Pero Pepe Cibrián está muy orgulloso de todo eso y por eso habla, no para vender libros ni convocar al teatro. Vos fijate qué curioso, desde que salí a decir estas cosas, de los programas de chimentos no me llamó nadie... Yo creo que es necesario habilitar la palabra. Creo que muchas personas tendrían que salir a hablar, pero no sólo homosexuales, también heterosexuales, gente que tenga prestigio. Como este diputado socialista que dijo que votaba a favor porque tiene tres hijos de los cuales uno es homosexual y quiere los mismos derechos para él que para los otros dos. Claro que a la vez tenés a uno diciendo que hay que ponernos en un campo de concentración.
Y a otros que siguen hablando de la naturaleza humana para justificar las limitaciones al matrimonio. O incluso a quienes intentando argumentar a favor dicen que los animales también tienen relaciones homosexuales...

–Igual todos los argumentos se les desmoronan en el mismo momento en que dejan morir a los chicos en la calle, eso es lo que a mí me duele en el alma, eso es lo que pido que resuelvan. Porque mientras se llenan la boca con pavadas los niños son violados por sus papitos, abandonados por sus mamitas, las mujeres tienen que criarlos solas porque los tipos se rajan... (Un súbito silencio deja incluso las manos enjoyadas en reposo. Pepe Cibrián llora, por esos niños que ve a diario, por los que imagina, por la acumulación de emociones que lo dejan expuesto.)

Soy muy vehemente, disculpame, no sé qué va a pasar cuando esté con Mirtha.
¿Vas a hablar en el famoso almuerzo también?

–Voy a ir con el diputado socialista, el rabino Bergman y alguien que está en contra...
¿Viste el diálogo entre Mirtha Legrand y Ricardo Darín, cuando él le hablaba de la importancia del testimonio del diputado Cuccovillo, cuando se enorgulleció de su hijo gay? Por elevación tal vez le estaba achacando el haber negado la pareja de su hijo Daniel en el momento de repartir la herencia

–Yo no puedo decir nada porque soy muy respetuoso. Pero no sé por qué hace estas mesas. ¿Lo hace por una cuestión de rating?
Supongo que no puede eludir el tema. Pero hay cosas de las que aún nadie habla. Por ejemplo en el caso de la pareja de Bergara Leumann, que quedó en la calle después de su muerte. ¿No merecía voces solidarias?

–Bueno, Bergara Leumann no se ocupó de hacer testamento. Yo lo tengo hecho hace diez años y lo voy cambiando cada tanto... pero yo creo que no es que los homosexuales tienen que hablar, es hasta más valioso que salgan los hétero, por eso es tan valioso lo de este diputado... si mi padre estuviera vivo saldría a hablar también y diría cosas maravillosas, estoy seguro.
¿Y tu madre?

–Igual.
¿Tu madre te apoyó de la misma manera que tu papá?

–No, no, la Campoy era de otra manera. Ella sufrió un poquito más, pero mi papá le decía: “Ana, déjate de joder, tu hijo es un hombre maravilloso, basta, basta”. El que marcó mi vida fue mi padre. Mamá me acompañó con su risa, me legó esta verborragia. Mi papá me legó la cultura para poder ponerla en juego a lo largo de mi vida. Mamá era distinta, porque también la pasó mal, trabajó desde los cuatro años...
¿Influyó en tu casamiento con Ana María Cores?

–Yo era muy joven, me enamoré de su talento, era muy linda, como transparente. Empezó conmigo... bueno, todo el mundo empezó con Pepe; profesionalmente, claro. Es una especie de aberración artística (risas). Y yo también soy un romántico, creí que tenía que casarme. Lo que sí te puedo decir es que desde el primer día ella supo cómo era yo. Al año y medio nos separamos amigablemente. Porque yo soy lo que soy (guiño), pero en el momento en que estuve con Ana fui lo que fui estando con ella...
¿No había en esa alianza cierto deseo de normalidad?

–No me gusta la palabra normalidad, en Turquía lo normal es tener siete esposas; es un problema de estadísticas nada más. Si hubiera un pueblo que pudiéramos tomar y hacer un gran ghetto, lo normal sería ser homosexual.. La palabra normal me parece vacía, sólo estadística y las estadísticas nunca dicen la verdad. En Sudáfrica, por ejemplo, lo normal es tener sida.
A propósito de eso, ¿cómo viviste la aparición del sida?

–En esa época iba mucho a Nueva York y fue muy difícil, pero tuve mucho cuidado. Yo viví una época en la que éramos muy libres, me costó mucho acostumbrarme, pero lo tuve que hacer.
¿Perdiste muchos amigos?

–Sí, muchos. Cuidé a muchos de mis amigos hasta el final. Y también, creo yo, he ayudado a algunos a no morirse. Sobre todo a uno entrañable. Que está bárbaro. No era mi pareja, Luis, no voy a decir su apellido. Teníamos un cariño especial y hoy esta persona ha sobrevivido y ya el miedo pasó. Me acuerdo de que le compré los medicamentos que todavía acá no se daban gratuitamente, le alquilé un departamento para que estuviese feliz. Porque al principio se necesitaba plata. Y no lo digo porque haya sido un héroe sino porque ¿para qué otra cosa puede ser la plata?
En esa época era la muerte la que sacaba del closet.

–Bueno, Rock Hudson, claro. Lo malo es que no sé si hay mucha conciencia, es como que todo se fue relajando y en realidad deberíamos estar atentos.
Sin embargo sigue presente como estigma, como en el caso de Aníbal Pachano.

–Sí, no sé para qué lo dijo, no lo entiendo.
Es curioso que se haya dado ese “escándalo” en paralelo con el debate en torno del matrimonio.

–Yo no sé por qué se embarcan en estas polémicas, pero no lo voy a juzgar, no sé por qué aparecen en ese bailando por un pedo. Yo lo respeto a Pachano y también sus elecciones. Lo harán para tener trabajo, porque lo necesitarán para comer, o tal vez porque necesitan salir en cámara para que la gente no crea que se fue a vivir a Alemania. Todo el mundo sabe los códigos, pero yo no. ¿Por qué lo dice ahora Aníbal? Ojalá que sea para concientizar a la gente porque estoy seguro de que Aníbal no va a perder su vida porque no es así ahora.
Este es el momento de salir del closet por razones más vitales.

–Yo estoy saliendo, y además invito a salir. Yo los invito a que salgan conmigo. Mirá, yo tengo una imagen poderosa de 2001. Estábamos haciendo Calígula en esa época y no sé por qué estábamos con todo el elenco en mi casa, frente a la casa de Cavallo. Y vimos unas pocas personas que salían a la calle y nos sumamos. Todo el elenco a golpear, y de pronto detrás nuestro y alrededor columnas y columnas llegando al Congreso. Me acuerdo de que había una chica que estaba con tacos: le di mis zapatillas y yo iba descalzo. Me sentí con tanto derecho a protestar. Y ahora, ¿no tengo derecho a protestar, a hablar? No sé cuáles serán las consecuencias de esta vehemencia que pongo ahora en mis palabras. Seguramente si viviera en un país fachista me tendría que exiliar o me meterían en un campo de concentración por homosexual. Pero no puedo no hablar. Además lo sabe el mundo, ¿vos crees que no me meterían de todos modos en ese campo de concentración? Vendrían por mí, finalmente, como dice el poema de Brecht. Sí, yo invito a salir del closet. Porque ayuda, porque es sano, porque uno se siente que puede dormir más tranquilo. Yo soy tan feliz de ser ciudadano en este momento. Me siento tan orgulloso. Y sé que mis padres deben estar aplaudiendo como la puta madre, que su hijo sea un hombre que está defendiendo sus ideales.
¿Cuál es el miedo entonces a dejar el closet?

–La gente mayor, como yo, hemos vivido mucha dictadura. Hemos pasado mucho miedo, real, concreto. Y ese miedo debe quedar en el subconsciente. Yo no sólo viví el miedo de la dictadura. También viví el miedo de mi madre. Que lo mamó en la época de Franco, de la posguerra, mis padres exiliados, mis abuelos enterrados en una fosa común.
¿Y a que el público los quiera menos?

–No, no, eso no.
¿Que los contraten menos?

–No, tampoco, no me lo creo. Es un miedo personal. El miedo es miedo. Como la depresión. Yo la tuve, durante cuatro años. Y tengo todo: pareja, amor, amigos, dinero, trabajo, reconocimiento; hasta gente que no vio nunca una obra mía. Ahora mismo me pasa que la gente me saluda en la calle y me abraza llorando a mares. ¡Dios! Y sin embargo soy capaz de deprimirme.
Es inútil preguntar por qué, aunque el impulso está...

–Lo que pasa es que la muerte de mis padres, su propia decadencia física y personal... Perdí dos paredes. Yo los prefería acá. Aunque estén enfermos, le agarrás la manito y es tu papá, ¿no? Es tu papá igual, mi amor. Después ya no hay nada...

Debe ser espantoso tener miedo, pero yo los aliento porque estoy seguro de que debe haber muchísima gente con muchas ganas de hablar. Y además van a ayudar a mucha gente. No es para sí, porque esos y esas que podrían hablar ni siquiera necesitan de la ley porque tienen la vida hecha.
Y sin embargo el miedo a salir del closet es lo que ahora se relata como parte de la adolescencia...

–Yo con todo el respeto del mundo los invito a salir, porque sé que es muy personal. Pero les quiero decir que esto es mucho más bello que el aplauso de una platea llena.

Sin autor
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lunes, 10 de mayo de 2010

El mucamo de Isabel


Se llamaba Manolo y era el mucamo afeminado que asistía a Isabel Sarli en muchas de sus películas. Interpretado por el actor y coreógrafo Adelco Lanza, este personaje fue tan perseguido por la censura como la voluptuosa Isabel. A casi medio siglo de aquellos días, el nostálgico encuentro entre el viejo actor y un niño mariquita de otros tiempos: extrañas coincidencias que los unieron en el beso del final.

Montevideo, 1965. La salita de la vecina estaba apenas iluminada. El aparato de televisión, parecido a un baúl con ruedas, ocupaba un lugar privilegiado en el recinto que servía de living, comedor y dormitorio. Estaban pasando Favela, una de las primeras películas de Isabel Sarli, rodada unos cinco años atrás en Río de Janeiro. Favela contaba la historia de una humilde muchacha, habitante de los morros cariocas, que se transformaba en una estrella del espectáculo. Adelco interpretó al coreógrafo y luego continuó trabajando en una decena de películas del binomio Sarli-Bo, interpretando siempre al mismo mucamo. El sirviente se llamaba Manolo y vestía un uniforme ceñido; sus modales de bailarín y la expresión de su rostro completaban una viñeta encantadora en las bizarras historias de Isabel Sarli. Una jovencita humilde codiciada por los hombres. Una señora rica ninfómana. Una prostituta. Siempre con su mucamo. Adelco aparecía unos minutos en la pantalla para darle algunas réplicas al personaje de Isabel y mover sus ojos en muecas exageradas. Fue una fórmula repetida hasta el hartazgo en la presentación de homosexuales en la pantalla. Bailarines, peluqueros, modistos; imágenes con frecuencia burdas y chabacanas para mostrar al mariquita.

Mi hermana Elizabeth y yo estábamos sentados en los sillones de tapizado plástico. Mi amigo Huguito, el hijo de la vecina, de once años como yo, dormía profundamente en su sofá-cama. El padre no estaba. Era policía y tenía un trabajo nocturno custodiando un supermercado del barrio. Muchas veces, durante la noche, pasaba un momento por su casa para traer bolsas con comestibles que sacaba de su lugar de trabajo. A veces, la mamá de Huguito le regalaba algunos víveres a mamá. Esa misma mujer fue la que exclamó “¡Igualito a Ricardito!”, cuando apareció el personaje afeminado que interpretaba el actor Adelco Lanza, vestido con un traje blanco y contoneándose aparatosamente. Ricardito era yo.

Miré a Elizabeth, sentía las mejillas ardientes. Mi hermana parecía ensimismada en la pantalla, pero no podría asegurar si era verdad o fingía. Huguito seguía durmiendo, cansado tal vez de la jornada en la playa. Ese mismo día, él y yo habíamos practicado en el mar nuestros juegos prohibidos. Al principio de ese verano, sumergidos en el agua hasta los hombros, Huguito me había agarrado una mano y llevado dentro de su pantaloncito de baño, obligándome a tocarle sus genitales porque, según él, yo lo había rozado a propósito con los míos mientras jugábamos un rato antes entre las olas. El se consideraba —supongo que en base al conocimiento adquirido en la escuela y con los demás chicos— el varón de la cuadra y a mí me veía como el maricón del barrio, tal como su madre lo había dado a entender aquella noche a raíz del afeminado mucamo de la película de la Sarli.
Buenos Aires, 40 años después

Si bien Adelco Lanza ha pasado a la historia como el mucamo de la Sarli, tiene una extensa trayectoria como coreógrafo que no todos conocen. Inició su carrera en el cine como integrante del cuerpo de baile en Vigilantes y ladrones (1952), una de las películas de la saga de Los Cinco Grandes del Buen Humor. A principios de la década del ’60, muy joven, fue contratado por Canal 4 de Montevideo para dirigir un show de televisión, que en esa época iba en vivo como la mayoría de los programas.

Sabía muy poco de Adelco en esa tarde invernal cuando fui hasta su casa para la primera entrevista. Unos días antes había conseguido su teléfono en la Asociación Argentina de Actores. Su voz —esa voz que había escuchado en varias películas de la Sarli— me respondió amablemente del otro lado de la línea. Le conté que estaba escribiendo una tesis de doctorado sobre estereotipos gays en el cine nacional y que necesitaba entrevistarlo. Me citó para una tarde de esa misma semana en su casa de la calle Conesa, en el barrio de Colegiales.

Cuando divisé la casona, me pareció natural que un artista viviera en esa antigua mansión inglesa con un jardín lateral. Se la veía oscurecida por el tiempo y con esa pátina de nostalgia con la que el musgo suele pintar los muros, paredes y cornisas de ese tipo de construcciones cubiertas a menudo con enredaderas que trepan a lo alto, y si no con las huellas de manchas verdosas en la pared, aun después de varios años de la desaparición de esas plantas. Todo el conjunto parecía una escenografía de cartón piedra. Mis pasos me llevaron hasta la chapa con el número de la entrada. Entonces descubrí que la edificación había sufrido algunas divisiones a lo largo de su historia, y que el actor habitaba una suerte de departamento en la planta baja. Más adelante supe que Adelco tenía acceso al jardín desde una puerta interna. La puerta de su casa tenía vidrios esmerilados y se parecía bastante a otra puerta: la del departamento montevideano donde había visto por televisión la película Favela.

Recordé aquella noche en Montevideo hace casi cuarenta años. Favela. Huguito. La playa. Mi mano. Su sexo. Su madre. La primera vez que veía a una mujer desnuda. Mi primera humillación en público.

Toqué el timbre. A través del vidrio distinguí una figura difusa que se volvía más concreta a medida que se acercaba a la puerta.

—¿Quién es?

—Ricardo, vengo por la entrevista.

Me hizo pasar, explicándome que en estos tiempos no se podía abrir la puerta a cualquiera.

—¿Cómo me encontrás? —me preguntó con simpática coquetería mientras nos saludábamos con un beso en la mejilla.

—Muy bien, muy bien.

—Y no me he hecho nada —me dijo sonriendo y haciendo el gesto de estirarse las mejillas para referirse a las operaciones de cirugía estética. Un hombre menudo, ágil a pesar de la edad. Supuse que debía pasar los setenta, pero no consideré necesario preguntárselo y seguro que no me hubiera ganado su simpatía. Tenía una piel blanca, muy pálida, y todo su cabello de un tono negro muy oscuro. Sus ojos vivaces me miraban con curiosa cordialidad a través de unos anteojos de lectura. Me hizo pasar al interior de la pequeña casa, una casa que recordaba a la de familiares queridos que hace tiempo que no ves. Sobre una silla dormía una gata gris enroscada como sólo esas maravillosas mascotas pueden enroscarse. Adelco me invitó a tomar café. Estuvo a punto de cortar un pedazo de un bizcochuelo recién horneado, pero se lo pensó mejor y me invitó con unas galletitas dulces. Le daba lástima cortarlo, me explicó. En realidad lo había preparado para tomar el té con una amiga que vendría esa misma tarde. Mencionó a una actriz no muy conocida, hermana de un famoso actor radicado en España recientemente. Como un improvisado periodista, encendí el grabador y comenzamos a conversar. En realidad, Adelco no demostró ningún interés especial por mi investigación, pero creo que disfrutaba el hecho de que hubiera llegado hasta su casa para entrevistarlo. Intenté que me diera respuestas más personales sobre el tema, me hubiera gustado saber cuáles eran sus reflexiones sobre los estereotipos y el modo en que los homosexuales habían sido representados por el cine argentino desde la película Los tres berretines, casi ochenta años atrás. Me contó anécdotas de la filmación de alguna de las películas; cómo Armando Bo le insistía para que hiciera todavía más afeminada a su criatura; las escenas rodadas en la casa de la actriz, y cómo ella misma se encargaba de preparar los paquetitos con sandwiches y comida que sobraban de escenas de fiestas, para repartirlos entre los extras y partiquinas. También les pagaba uno por uno sacando sobrecitos con dinero del interior de su escote. Me contó también algunos chismes deliciosos de famosas figuras de la cinematografía argentina que prometí nunca repetir. Me preguntó acerca de mi vida sentimental y me confió algunos pasajes de la suya. Por momentos me pedía que apagara el grabador para tener la seguridad de que algunas cosas no quedaran registradas. Me prestó varias fotografías donde aparece con Isabel Sarli, en momentos de las filmaciones y en escenas de algunas películas. En una de ellas se observa con nitidez el sello de aprobación de la Municipalidad de Buenos Aires, permitiendo la exhibición. En otra, en colores, se los ve a ambos debajo de un paraguas en un pasaje de El último amor en Tierra del Fuego. Cuando me despidió en la puerta de su casa, nos fundimos en un abrazo fraternal. Me hubiera gustado decirle que no podía imaginarse lo importante que había sido conocerlo, más allá del interés académico de una tesis que él nunca leería. Al abrazarlo, sentí que abrazaba a aquel niño montevideano.

Ricardo Rodríguez Pereyra
Dr. en Historia, Universidad Torcuato Di Tella, Buenos Aires

Autor de la tesis: Visibilidad homoerótica en Buenos Aires : una aproximación al análisis de los estereotipos gay en el cine argentino, 1933-2000.

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lunes, 3 de mayo de 2010

El Evo y la gallina


Evo Morales, presidente de Bolivia, pronunció el discurso inaugural de la primera Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra. Debería decir, mejor, que lo pronunció por primera vez el miércoles 21 de abril pasado, pero desde ese momento a esta parte no ha dejado de pronunciarlo, repetido al infinito por todos los canales del ciberespacio.

“El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres.” Eso fue, exactamente, lo que dijo el presidente de Bolivia en su discurso inaugural, aunque mal que le pese a su defensa de la cultura autóctona, la relación entre hormonas y desviación ni empezó en Bolivia ni se acaba con los pollos transgénicos.

Las afirmaciones de Evo Morales sorprendieron al mundo no sólo por su contenido sino también porque Bolivia es un país que cuenta con una Constitución (que data de inicios de 2009) que “prohíbe toda forma de discriminación fundada en sexo, color, edad, orientación sexual, identidad de género, origen, cultura, nacionalidad, ciudadanía, idioma, credo religioso, ideología, filiación política o filosófica, estado civil, condición económica o social, tipo de ocupación, grado de instrucción, discapacidad, embarazo, u otras...”. Y, claro está, porque él es Evo.

A lo largo y ancho del mundo se han multiplicado las manifestaciones en contra y en solfa del discurso presidencial (ecologistas, activistas de la diversidad sexual, investigadores de la transgenidad, criadores de pollos). Yo no voy a sumar la mía; me parece que más allá de la boutade avícola vale la pena explorar algunas resonancias materiales de ese discurso. Algunas, lo que es decir: en principio, tres.

1 Creo que hay que expandir la escucha. La conexión entre desviación del ser del hombre y homosexualidad es inmediata, pero esa inmediatez no significa ni totalidad ni clausura. Después de todo, en la larga lista de los desviados, aquellos que modificamos nuestro ser consumiendo hormonas podemos ser o no ser homosexuales, pero en general nos llamamos de otro modo (por ejemplo, travestis, transgéneros, transexuales...). Y si bien las declaraciones de Evo Morales ponen explícitamente el acento en la exposición involuntaria a peligros químicos extranjeros, lo cierto es que aún debe dar cuenta de sus dichos ante quienes encarnamos cuerpos cargados de hormonas ingeridas, femeninas o masculinas, nacionales o importadas.

2 La asociación entre consumo de pollos hormonados y desviación del ser sexuado/sexual de la especie reintroduce un ideal corporal no sólo inhabitable sino también peligroso. Se trata de la imposibilidad fáctica de hallar sobre la Madre Tierra (y posiblemente tampoco debajo) un cuerpo humano que sea, cabalmente humano, lo que es decir, no intervenido por hormonas o cirugías, por antibióticos o radiografías, por clavos en los codos o placas en la cadera, por pesticidas o vitaminas en la sopa, por leche enriquecida o agua potabilizada, por virus o bacterias, por el incesante tráfico de códigos biológicos entre especies y miembros diferenciados de cada especie. Esa imposibilidad fáctica, sin embargo, no es nada comparada con la persistencia de la pureza como ideal regulativo de lo humano al que nadie, ni siquiera Evo Morales, quiere o puede renunciar.

3 Al sacarse los transgénicos del cuerpo (del cuerpo propio, pero también, en tanto presidente, del cuerpo del Estado y, va de suyo, de la Madre Tierra), su discurso no solamente produce una fuerte polarización geopolítica en términos de afectación: todo lo malo viene de afuera. Su intervención, que demoniza la biotecnología (habló en el mismo discurso de papas satanizadas por la intervención transgénica) termina por debilitar el llamado a la lucha. Frente a los transgénicos del demonio occidental no sirve de nada oponer el regreso imposible a una humanidad impoluta, tan irreal como fascista. Lo único que nos queda es luchar por el acceso y el control ético, político y técnico de esa biotecnología.

Y algo más: el Decreto Supremo 0189, promulgado el 1º de julio de 2009, declara que el 28 de junio es del Día de los Derechos de la Población con Orientación Sexual Diversa en Bolivia. El día que la diversidad corporal tenga algo que ver con las políticas de la diversidad sexual a lo mejor entonces sea posible asumir, de manera menos ridícula, más reflexiva y menos fóbica, los desafíos de la encarnación, sin atribuirles a los transgéneros todos los peligros que enfrenta la diferencia sexual humana.

¿Dije transgéneros? Perdón. A los transgénicos, a los transgénicos.

Mauro ï Cabral
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Porno en el horno

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Coser y cantar


La constatación cotidiana de que sin acceso al trabajo nunca se iba a abrir el círculo de la exclusión ni tampoco sería posible disolver el binomio “travesti/prostitución” fue lo que impulsó la creación de la Cooperativa de Trabajo Nadia Echazú, la primera organizada, dirigida y compuesta por travestis y transexuales. A dos años de su inauguración, las 30 integrantes originales se convirtieron en 60, se alentó la creación de otras dos cooperativas en el conurbano y sobre todo se abrió un camino alternativo al callejón sin salida de la marginación.

Leila toma distancia del maniquí y lo examina con ojo crítico. Después de acomodar dos capas de voile sobre la falda, la manga mariposa se resiste a quedar en su lugar. Una flor de alfileres prendida sobre el paraíso de sus tetas se deshoja cada vez que ella intenta sostener un frunce, una pinza, el efecto necesario para que el vestido de 15 que está confeccionando sea lo más parecido a un traje de princesa. Las manos, inmensas, cargadas de bijou sujetan la cintura artificial: “Desde acá hasta el escote va todo bordado con pedrería. Es mi especialidad, yo siempre hice concheros, tazas, ropa de show... Porque yo trabajaba en la noche, en boliches. Pero me saturó. Muy mal pago”. Leila ladea la cabeza y frunce la nariz, no le gusta lo que ve, vuelve a quitar los alfileres, la tela violeta y sus propias manos del maniquí. Dos pasos para atrás y se choca con la máquina de coser de Celeste y con Celeste que no pudo terminar de enhebrar el hilo. “Esto es como en la casa de mi madrina, pisás una baldosa floja y te salen diez travestis”, dice Leila, 46, rubia satinada de bronceado Caribe como pateando la tierra para ver si por fin salen las hormigas. Chiste o provocación, nadie contesta. Demasiado trabajo en una tarde de miércoles en la Cooperativa Nadia Echazú, dedicada a la actividad textil, dirigida, organizada y compuesta por travestis y transexuales. Leila, entonces, abandona por un rato el gesto desafiante: “¿Vos querés que te diga qué me dio la cooperativa? Dignidad. Por eso luché toda mi vida. Pude decir basta, que dejen de encasillarnos, tenemos capacidad para cualquier cosa. Pero éste no es mi fin, es un medio. Yo quiero tener mi propia marca. Lo mío es la alta costura, no te digo como Dolce & Gabbana, pero como Las Oreiro ¡si esas le copian todo a Terry Mugler! Lo que pasa es que a nosotras nunca nos dieron la posibilidad. Como si una anduviera por ahí pidiendo documentos para ver si naciste hombre o mujer ¿a quién le importa? ¿Vos le pedís los documentos a tu ginecóloga? Yo no. Por suerte ni tengo que ir a una. Si volviera a nacer, volvería a nacer travesti ¡Dejame a mí con eso del período!”.

Por fin, a Celeste se le escapa una risita modesta. Harta después del quinto intento de enhebrar la máquina de overlock, decide dejar esa tarea en manos de una compañera y se embarca en otro imposible: que su voz se imponga sobre el eterno monólogo de Leila. “A mí muchas veces me pegó la policía. Antes de echarme de mi casa me quisieron llevar a un psicólogo.”

Leila: –Y está bien, si vos sos loca.

Celeste: –Que te marginen duele.

Leila: –¿Sabés las veces que me llevaron al calabozo con la bolsa de papas y la leche? Porque la travesti no puede ni hacer las compras... siempre estás en la vitrina.

Celeste: –Yo siempre fui así. No me hice nada. Lo que tengo es de hormonas...

Leila: –¡Si no tenés nada! Nada de pecho, nada de espalda, podés juntarte con una mina.

Celeste: –Para mí pasiva con pasiva nunca va.

Leila: –Y no, mi amor. Con lo que me costó ser mujer, lo único que falta es juntarme con una.

La lluvia sobre el techo de chapa, el traca traca de las máquinas de coser, el filo de una tijera rasgando la tela, las voces entrelazadas; los sonidos son el hilván de la tarde. Una tarde de trabajo en una esquina de Avellaneda, en una casa de tres pisos en la que ser travesti es sinónimo de complicidad, de tiempo y tareas compartidas.
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La historia, para Lohana Berkins, es un entramado de imaginación y conquistas, de dolores y deseos, todo cosido en el cuerpo. Si la cooperativa que ella preside se llama Nadia Echazú es porque en el nombre de esa activista fallecida en 2004 se condensan todas las compañeras que faltan “las que murieron por discriminación, por violencia, por intolerancia”. Las que todavía mueren a diario y en cifras que aplastan la expectativa de vida de travestis y transexuales antes de los 40. Y también es un homenaje al activismo, la identidad más poderosa de Berkins, un modo de comprender la vida y el mundo. Activistas trans y travestis fueron las primeras que pensaron, hace casi cinco años, que si ellas mismas no generaban su propio trabajo el círculo de la exclusión no iba a abrirse. “En eso estábamos cuando Hebe de Bonafini me invitó a su programa de radio. Y ahí, al aire, después de haberme escuchado, dijo que me iba a poner en contacto con Patricio Griffin. No tenía idea de quién era pero por no hacer un desaire le dije que muchas gracias. Las compañeras me miraban del otro lado del vidrio del estudio, ninguna tenía idea. Salimos de ahí y nos metimos en Internet, vimos que era el presidente del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social. Eso ya nos predispuso de otra manera. Aunque no teníamos la entrevista empezamos a pensar proyectos. Por ahí le podíamos caer con cinco docenas de empanadas y proponerle un proyecto gastronómico. No tuvimos demasiado tiempo, Hebe me llamó al otro día a las 7 de la mañana, la entrevista era un hecho. Dos años después compramos la casa con la ayuda del Inaes”.
¿Por qué trabajo textil y no gastronómico, como pensaron en principio?

–Porque la ropa tiene mucho que ver con las travestis. Siempre tenemos que estar haciendo arreglos: o porque las mangas son cortas o los pantalones muy grandes. Vos ves a las travestis con vestidos espectaculares que te dicen que son de grandes marcas. Pero si andás por Once te das cuenta que son vestidos cualquiera a la que cada una le pone un touch –dice Lohana apropiándose de la historia colectiva.

A través del Ministerio de Desarrollo Social consiguieron las máquinas de coser y por parte de Ministerio de Trabajo los subsidios para la etapa de capacitación que terminará este año. Sin embargo, la producción ya está en marcha. Algunos son pedidos concretos, como el vestido de 15 que diseña Leila ahora mismo o una serie de bolsas estampadas que hicieron el año pasado. Pero el objetivo primario era la confección de sábanas y blanco. “La decisión fue fácil –explica Berkins– se trataba de lograr un producto que no fuera fuente de frustración. Lo único que nos faltaba era hacer vestidos que nadie se quisiera poner.” Pero el deseo no se domestica ni siquiera en pos de la producción y el diseño se cuela entre la confección seriada de sábanas: para octubre la cooperativa planea un desfile para el que están trabajando en colaboración con el diseñador Martín Churba. “Nosotras planteamos un modelo y él lo va corrigiendo, todas las semanas nos reunimos –cuenta Celeste–, es un intercambio.”

Dos años después de la inauguración, el 26 de junio de 2008, la cooperativa Nadia Echazú ya duplicó el número de integrantes –ahora son 60– y hasta impulsó la creación de otras dos cooperativas en la provincia de Buenos Aires: una de trabajo textil y otra de gastronomía, las Amazonas del Oeste. “Es que llegan chicas todos los días y no podemos contener a todas –explica Berkins–. Pero nadie se va sin nada, articulamos respuestas, les ofrecemos nuestras herramientas y nuestros contactos. Porque nosotras tuvimos que atravesar la burocracia del Estado, pero a la vez hicimos que para una parte de ese Estado la problemática travesti fuera comprensible. Cada vez que vamos tenemos que dar clase, pero en definitiva conseguimos desde haber jubilado por primera vez a una compañera travesti hasta que una chica consiguiera que se le adjudique un departamento en un barrio, para ella y para sus padres; cosas que parecen sencillas pero para nosotras son inéditas.”
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Sobre la mesa de planchado, lejos de la conversación encendida que compite con el ruido de las máquinas, Gaby y Geraldine extienden sábanas sobre las que se puede ver de qué se trata ese “touch” del que hablaba Lohana: un festón, una puntilla, unos colores iridiscentes para la ropa de cama. Cuando termine el taller de estampado, piensan personalizar esas mismas sábanas con motivos acordes al espíritu de quien compre: “Se podrían hacer sábanas con la cara del Che, por ejemplo”, aunque las dos dudan sobre la conveniencia de dormir sobre rostro tan emblemático. Gaby tiene 40, Geraldine, 57. Se hicieron amigas en la cooperativa, tal vez porque comparten cierto recato, cierta dificultad para hacer completamente visible su identidad. “Mis suegros –dice Gaby– no saben que soy travesti. O a lo mejor lo suponen, pero ellos no dicen nada y no estamos preparados para hablar. Los amigos y otros parientes sí, pero yo no ando mostrando el documento ni para una cosa ni para la otra.” Dueña de una voz aguda y de modales discretos, Gaby se crió en un instituto de menores y después se vio obligada a prostituirse. “Fueron años en la calle, los peores años. Si hubiera podido limpiar pisos lo hubiera hecho. Desde que supe que existía la cooperativa me sentí tan bien, tan feliz, saber que no tengo que acostarme con cualquier tipo por necesidad... A mí lo que me molesta es que la gente piensa que no somos felices. Yo soy feliz, tengo mi pareja, ahora tengo trabajo. Lo que te hace infeliz es la marginación, pero aun así no cambio mi elección de vida.” Geraldine, en cambio, no quiere saber nada de parejas. Nunca quiso ni pensar en esa posibilidad: “Es que la mayoría de los que se acercan al travesti quieren vivir sin hacer nada. Yo me programé desde chica y lo único que me salió mal fue lo económico. En el 2001 vino una ola y arrasó con todo lo que tenía: mi peluquería, las clientas, mi casa. Quedamos mi hija y yo”.

Cuando habla de Camila, el brillo de los ojos de Geraldine podría atravesar las nubes de esta tarde de otoño. Cuidarla, alimentarla, acompañarla a la escuela, asistir al acto en el que la joven de 16 llevó la bandera, son escenas de un sueño cumplido pero perfectamente planificado. “Es mi hija biológica, la tuve con una amiga lesbiana que como parte del pacto me legó la patria potestad hasta que Camila cumpla la mayoría de edad. Ella sabe que su mamá biológica fue una muy querida amiga mía que no quería tener hijos pero tuvo la generosidad de parirla. Somos muy compañeras las dos. Mi hija es una de las metas que me tracé en la vida. La otra fue operarme y lo logré hace dos años. Ahora hasta mi partida de nacimiento está rectificada, nadie podrá decirle nada. Si alguien sospecha de mi identidad, ahí está el documento para desmentirlo. Yo siempre le dije a ella que mi identidad era nuestro secreto, no quería que la señalaran como la hija del travesti. Ella lo ha contado alguna vez y siempre se volvió en contra. Pero comparte su vida conmigo y conoce a mis amigas, siempre compartió con la gente del ambiente. De hecho el año pasado desfiló en el Bauen la ropa que hicimos acá en la cooperativa. De todo lo que planeé en la vida, lo único que no me salió es lo económico. Desde el 2001 no me pude recuperar y eso que todo lo que había logrado había sido con las mismas manos que tengo ahora. Estuve muy mal, la cooperativa me sacó de la depresión. Lo que pasa es que todavía no ganamos mucho dinero. Son 600 pesos que podemos llevarnos cada una y con eso apenas se pagan las cuentas. Eso te hace caer de vez en cuando. Pero ninguna va a volver a la prostitución, ponemos empeño y este año va a terminar con un buen dinero para todas.”

Además del subsidio del Ministerio de Trabajo, los ingresos por la venta de productos van a un fondo común, después de pagar los gastos y descontar la inversión necesaria para materiales, el resto se reparte entre las 60 integrantes de la cooperativa. Del reparto sólo queda excluida Lohana, ya que es la única que tiene un trabajo formal en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. “Lo que hay que entender –explica Berkins– es que toda la cultura del dinero, de la administración es nueva para nosotras. Esta no es una cooperativa de desocupadas. Primero porque nunca tuvimos acceso al trabajo ni formal ni informal, segundo porque la marginalidad de la prostitución sí da un dinero. Y sin embargo muchas chicas optan por este trabajo, por esta apuesta a pesar de que en lo concreto se empobrecen. Este es un matiz que no puede dejarse de lado.”
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Un olor a comida casera sube desde el primer piso como un encantamiento. Funciona a la vez como señal, la tarde va cayendo y es hora de barrer, de ordenar, de dejar para la próxima jornada laboral lo que todavía no se pudo terminar. Es Tamara la que empuña el escobillón metiéndose entre las piernas de sus compañeras, empujada por alguna ansiedad, tal vez la que despierta el aroma que llega desde la cocina. Es que su jornada es larga: de Avellaneda viajará hasta la sede Drago de la Universidad de Buenos Aires para cursar las materias del CBC que la habilitarán para estudiar Trabajo Social. Y después a Flores, donde se pondrá a cocinar para su marido, un hombre que, dice, es heterosexual y para quien ella cocina sin chistar a la mañana y a la noche “como para que a él no se le confundan las cosas”. Tiene 33 y se reconoce como trans desde los 15. Para sí había elegido otro nombre: Tábbatha, lo había tomado de una casa de fiestas donde ella hacía decoración en su Perú natal. Pero cuando llegó acá nadie lo pronunciaba correctamente, Tamara fue su nombre por descarte. Pero ya es el suyo. El trabajo para ella no significa dinero, tampoco podría decir que significa dignidad porque eso también le pertenecía desde antes. Lo que buscaba esta joven delgadita que desprecia las intervenciones quirúrgicas y hasta los tratamientos con hormonas –“bueno, si el día de mañana me sale una arruguita, a lo mejor me opero”– era encontrar pares. “Necesitaba un lugar donde poder ser yo, acá conocí chicas como yo, aprendí corte y confección, computación; y además, tengo la ayuda económica.”

Un ámbito de pares distinto de la calle, de la situación de prostitución, de la brillantina del show business sea del nivel que sea es otro de los valores específicos de esta cooperativa de trabajo. Un valor que se develó sobre la marcha, cuando juntas empezaron a entender que no todo lo que se enseñaba en los cursos de capacitación se aprendía. También era necesario desaprender: desaprender la violencia. “La calle te exige ser rápida, maleva, la que se impone. Cosas que no sirven en un trabajo cooperativo. Acá aprendemos a manejar las diferencias y disidencias desde el respeto”, cuenta Lohana que, después de años de activismo y trabajo para disociar el binomio travesti-prostitución ahora se siente “una travesti gorda de clase media”. ¿Por qué? “Por ejemplo, yo estaba en contra de hacer la comida comunitaria acá, quería que fuera un lugar de trabajo despojado. En el comedor está la tele y muchas veces se prestaba al debate o la discusión. Después de varias de ésas, un día llegué dispuesta a decir que se acababa la comida. Y me pararon en seco: ‘No abras debates tontos que estamos comiendo en familia’. Escuchar eso de una compañera que pasó 20 años comiendo sola en un hotel hace que te guardes todos tus prejuicios donde no se puedan volver a encontrar.” Con esos hilos se cose la vida cotidiana y el trabajo en esa esquina de Avellaneda, en donde alguna vez los vecinos golpearon la puerta para quejarse por la presencia de travestis. Son hilos que ahora envuelven también al barrio que pudo desempañar la mirada y ver en estas mujeres, trans o travestis, a un grupo de trabajadoras que tal vez ha viajado dos horas antes de pasar otras cinco frente a la máquina de coser. Hilos como vínculos, vínculos como telas sobre las que es posible trepar o dormir, envolverse o insinuar, gozar y desear, soñar o saltar; la materia con la que es posible armar el entramado de esta vida. De muchas vidas.l

En marzo de este año, después de dos de capacitación, la Cooperativa Nadia Echazú puso a la venta su producción por primera vez. Sábanas, bolsas para compras, remeras y otros productos están disponibles. Quienes tengan interés pueden contactar a Sergio García a través de los mails:

ventascoopechazu@gmail.com coop_nadiaechazu@yahoo.com.ar

teléfonos: 4265-4949 y 155 710 6202

Marta Dillon
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