lunes, 25 de enero de 2010

De la clandestinidad al orgullo


Tenían las dos 37 años cuando descubrieron el amor y el placer cada una en el cuerpo de la otra. Antes de eso ni siquiera se animaban a pronunciar la palabra “lesbiana”. Mujeres casadas, con una relación casi familiar entre ambas parejas, Norma Castillo y Ramona “Cachita” Arévalo lograron a pesar de todo desafiar su educación católica, su secreta vergüenza, sus prejuicios. Hoy, 30 años después, lideran el primer centro de jubiladxs LGBT y esperan que la Justicia les dé el sí para poder casarse.

Una puerta celeste enmarcada en un frente de paredes blancas separa a la monotonía del barrio porteño de Parque Chas de la calidez hogareña y festiva que Norma Castillo y Ramona “Cachita” Arévalo imprimen a su casa de Bucarest al 1400. Allí, las visitas son bien recibidas a cualquier hora del día, una manera de prepararse para transformar su hogar en un centro cultural largamente planeado. Norma y Cachita tienen exactamente la misma edad: 67. Juntas desde hace 30, firmaron su unión civil en junio del año pasado con un festejo que reunió a todos sus vecinos. Sin embargo, lo que ellas quieren es casarse y por eso presentaron una acción de amparo ante la Justicia que todavía no tiene respuesta. Para ellas ya llegó la hora de contarle al mundo lo que durante tanto tiempo no pudieron. Es que dos de esas tres décadas de pareja fueron vividas en la clandestinidad, en un pueblo colombiano al que emigraron siguiendo a sus maridos y, en el caso de Norma, también huyendo de la represión de la última dictadura militar.

Volver a la Argentina fue también una apuesta a quebrar el silencio, a reunirse con otros y otras como lo hacen a diario en el primer centro de jubiladxs LGBT de Argentina del que Norma es la presidenta. Su voz es la que se escucha en esta entrevista, mientras su esposa –aun sin papeles– asiente, se sonroja y se maravilla del camino recorrido y de ese paso que dieron juntas una noche de ron, calor y baile en el que una mordida en la oreja abrió la puerta a lo que nunca habían imaginado.
¿Cómo se conocieron?

–A Ramona la conocí en marzo del ‘71 por intermedio de Julio, mi marido. Ella era la mujer del primo de mi esposo y vivía con él en Uruguay. Cachita llegaba con su marido de visita a la Argentina, para luego radicarse definitivamente en Colombia, que era el país natal de mi esposo y toda su familia. En aquel momento yo tenía 28 años, hacía muy poco tiempo que me había casado y vivía en La Plata. Así fue la primera vez que nos vimos y no volvimos a hacerlo hasta el ‘77, cuando con Julio nos fuimos a vivir al pueblo donde ellos estaban.
¿Te gustó desde el principio?

–En aquel tiempo, ni siquiera podía pensar en una relación con otra mujer. Si alguien me hubiese dicho que iba a enamorarme de Ramona, me habría caído redonda al piso porque era totalmente homofóbica y parte de un sistema conservador que hoy quiero derribar por completo. Durante toda la primaria, las monjas del colegio al cual asistía, en Corrientes, se habían encargado de inculcarme toda su doctrina de culpa y aberración hacia los “sodomitas”, por lo que no había otra alternativa que casarse con un hombre y formar una familia “como Dios manda”.
Pero te gustaban las mujeres...

–En aquel momento, no podía definir concretamente qué me sucedía. Me acuerdo que en mi adolescencia estaba embelesada con Doris Day, pero era algo oculto. Me gustaba, pero no podía definir ese sentimiento y, mucho menos, exteriorizarlo.
Entonces, ¿te casaste para seguir ocultando aquello que no podías explicar?

–Me casé porque Julio me gustaba. Era bastante enamoradiza y él me había flechado. Además, el hippismo, que comenzaba a hacerse visible en nuestro país, daba margen a una revolución en la que todo el mundo tiraba la chancleta. Si una chica tenía 23 o 24 años y aún era virgen, la miraban raro. Es así como preferí olvidarme de lo que me pasaba y vivir una vida heterosexual como mis padres y la sociedad entera me habían inculcado. Después, las cosas cambiaron, porque yo no era la misma y, además, porque había reaparecido Ramona en mi vida.
¿Por qué decidieron vos y tu marido dejar la Argentina y vivir en Colombia?

–Teníamos que irnos, eran tiempos muy jodidos. Yo estudiaba y militaba activamente en La Plata y en aquellas épocas de dictadura era muy difícil hacer política en el país. Me acuerdo que en una de las tantas manifestaciones que hicimos en la universidad, durante la dictadura de Onganía, la cosa se puso pesada y los milicos nos soltaron a los perros. Uno de ellos me agarró del poncho que llevaba puesto y casi me devora viva; ese día pensé que no viviría para contarlo. De todas maneras, aquellas no fueron épocas tan crudas como las de Videla. En marzo del ‘76 todo empeoró y, luego de un año de sucesos indescriptibles, tuvimos que exiliarnos a Colombia.
¿Indescriptibles?

–Me resulta muy difícil hablar del tema porque me enfrenta a un pasado de mucho dolor. Básicamente, quiero resaltar que lo que me pasó, tanto a mí como a muchos de mis amigos, fue terrible y, aún hoy, me siguen doliendo los muertos. En aquella época, yo trabajaba como colaboradora en el Hospital de Niños y, desde que empezó la dictadura de Videla, el panorama comenzó a tornarse caótico y terrorífico. Todos los días nos enterábamos de la desaparición de un compañero y los allanamientos nunca faltaban; la pasábamos muy mal. Tuve que irme porque no me quedó otra y no tenía margen para elegir. Si hubiese existido la opción, sin dudas me hubiese quedado a luchar por mi país, pero me detuvieron y, luego de apretarme, me torturaron hasta el cansancio. Las alternativas eran dos: me iba a Colombia con mi marido o me mataban.
¿Fue difícil el exilio?

–Cuando me fui de la Argentina comencé a vivir nuevas experiencias y me alejé de la política, pero nunca olvidé mi pasado. Mientras iba en el tren rumbo a Colombia, recordaba todo lo que había dejado en el camino y sentí un dolor que aún perdura. En la frontera con Bolivia, había un alambrado que separaba a ese país con el nuestro y cuando lo crucé, sentí que estaba abriendo una nueva puerta, sin dejar cerrada la anterior. Hoy, a la distancia, ese pasado aún pesa.
¿Asumiste que eras lesbiana cuando volviste a ver a Ramona?

–La historia es bastante increíble, pero me di cuenta que me gustaban las mujeres un minuto antes de subirme al tren que me haría abandonar el país. Realmente, creo que soy medio retrasada porque siempre llegué tarde a todos lados y, mucho más, a darme cuenta de lo que sexualmente me pasaba (risas). La cuestión es que si no hubiese sido por Teresa, nunca me hubiese asumido.
¿Quién es Teresa?

–Teresa era una vieja amiga de militancia que vivía al lado de mi casa, junto con otra chica que también militaba conmigo. Ella vio primero que nadie lo que yo sentía y fue la primera en hablar de mi sexualidad. Aunque tenía varios conflictos y estaba un poco loca, era una persona muy especial y no tardó en hacerse mi amiga. En aquel entonces, yo estaba casada con Julio y no existía la posibilidad de una relación lésbica, pero Teresa había visto algo en mí. “A vos te rascan un poco y se descubre lo que escondés”, me insinuaba constantemente y yo no entendía nada. Por eso, lo que me dijo un minuto antes de que me subiera al tren, me cambió la vida por completo: “Vos me querés a mí”. Fue en ese momento cuando caí en la cuenta de que era cierto lo que decía: me gustaban las mujeres. Y, más aún, me gustaba Teresa.
¿Lamentaste no haber tenido una relación con ella?

–No. Teresa era muy buena amiga, pero estaba muy loca. ¡Me hubiese complicado la vida más de lo que la tenía! (risas). Ella significó mucho para mí y fue la persona que me ayudó a descubrir mi sexualidad y lo que yo quería realmente.
Sin embargo, decidiste continuar con tu matrimonio...

–Absolutamente. Era muy difícil para mí hablar de ello. Cuando llegamos a Colombia, nos fuimos con Julio a vivir a Pivijay, el pueblo de su primo, y allí me reencontré con Ramona. Nos hicimos amigas y ella, sin saberlo, me ayudó mucho en todo este proceso. Al poco tiempo, estaba enamorada de Cachita y la necesitaba mucho, pero callé porque tenía miedo de su respuesta. Como siempre digo, los guiones de Alberto Migré quedan chicos para nuestro culebrón, porque no sólo estaba enamorada de una mujer, sino que ésta estaba casada con el primo de mi esposo y tenía un hijo adolescente; detalles suficientes que reducían mis posibilidades por completo. Pero una noche me olvidé de todo e hice algo que cambió la historia (risas).
¿Qué sucedió?

–Estábamos en la fiesta de un vecino del pueblo y, como yo nunca supe tomar, me encontraba totalmente alcoholizada de ron. La fiesta terminaba y nuestros maridos bebían las últimas copas, mientras que Ramona y yo entrábamos al auto para esperarlos e irnos. Estábamos una al lado de la otra y hablábamos, hasta que, movida por un instinto que no sé de dónde nació, me acerqué a ella y le mordí la oreja, despacito. Si no hubiese estado borracha, nunca lo hubiera hecho.
¿Aquella fue la primera vez que estuvieron juntas?

–No, esa noche quedó todo ahí porque estaban nuestros esposos. Al día siguiente, no me acordaba de nada y Ramona se apareció en mi casa para decirme que teníamos que hablar. Me quise morir porque imaginaba que era algo relacionado con lo que a mí me pasaba, pero no podía recordar qué había hecho. Así estuvimos una semana hasta que un día aprovechamos que nuestros maridos se habían ido al campo para juntarnos. Cuando llegué a lo de Cachita, ella no dudó en enfrentarme con la firmeza que la caracteriza: “¿Vos me hubieses hecho lo mismo estando sobria?”, me preguntó y yo le contesté que sí, sin saber lo que había pasado. Así fue como estuvimos toda la noche juntas y vivimos nuestra primera experiencia lésbica, a los 37 años.
¿Cómo siguieron tu matrimonio y el de Ramona luego de aquella noche?

–Mi relación con Julio continuó hasta que quedé viuda. En un principio, lo que nos pasaba era tomado como un juego pasajero y no teníamos pensado terminar con nuestros matrimonios ni empezar con una relación. Con el tiempo, Cachita se separó de su marido, su hijo se fue con él a Barranquilla y ella comenzó a vivir en nuestra casa. Lo mío fue todo mucho más costoso y duró varios años, dada la enfermedad de mi esposo. El era alcohólico, fumaba mucho y, con el tiempo, se enfermó de cáncer de laringe. Yo sentía mucha culpa por lo que le pasaba y más por la relación clandestina que llevaba con Cachita.
¿Ramona te pidió alguna vez que dejaras a Julio por ella?

–No, todo lo contrario. Ella me contenía y me ayudaba a afrontar la enfermedad de mi marido porque, a pesar de todo, yo seguía con él. Mientras Julio estaba enfermo, pasamos varios meses sin estar juntas y entre las dos teníamos que cuidarlo para que no tomara ni fumara.
¿Qué pasó luego de la muerte de Julio?

–En ese momento comenzamos a construir nuestra relación, aunque me costó bastante dejar las culpas, y hasta creo que aún hoy me persiguen. Seguíamos juntas en la casa de Pivijay y la gente nunca hizo ningún comentario al respecto. Obviamente, la mayoría de nuestros vecinos y familia sabían de la relación, pero nunca nos faltaron el respeto ni nos dieron vuelta la cara. Creo que es algo que se imaginaban desde antes de que muriera mi esposo. Además, el hijo de Cachita lo tomó de maravilla y hasta me pidió que fuera la testigo de su boda.
Hace doce años que viven en Argentina. ¿Por qué regresaron?

–En principio, para que Ramona se reencuentre con su hijo, que estaba estudiando aquí, y porque yo necesitaba reconstruir mi pasado. Realmente, el volver a la Argentina significó un nuevo giro en mi vida y hoy quiero mostrarme al mundo entero, para que mi historia pueda contribuir a que la gente no discrimine, ni tome un camino erróneo como yo, siempre movida por el terror y la culpa.
EL PRESENTE: SALDO DE CUENTAS PENDIENTES, AMOR Y MILITANCIA
¿Por qué motivo volviste al activismo?

–Sin dudas, para saldar las cuentas pendientes con mi país. Aún hoy me duele haber dejado la Argentina, mi trabajo y mis amigos en el momento en que más se necesitaba luchar, pero lo vuelvo a repetir: no tuve opción. Yo hubiese elegido quedarme, por eso me pone muy triste escuchar comentarios tales como: “¿Vos qué hiciste por el país?, si en la primera de cambio te fuiste”. No me hace bien revolver nuevamente toda la historia, pero acá estoy y debo aprender a enfrentarme con mi pasado para poder curar las heridas. Es por eso que hoy lucho por una Argentina en la que no se discrimine por elecciones sexuales y para que los jóvenes de hoy no tengan que ocultarse mañana, como yo lo he hecho.
¿Cómo fue el proceso que culminó con la instauración del primer centro de Jubilados LGTB de Argentina?

–La iniciativa comenzó cuando todavía estaba en Colombia. Hacía bastante tiempo que tenía interés de cooperar con todo lo relacionado con las cuestiones de género, así que no bien llegué a Buenos Aires comencé a trabajar en ello. Por medio del grupo La Fulana, conocí a María Rachid y, a través de ella, a Graciela (Balestra) y Silvina (Tealdi), del grupo Puerta Abierta, que abordaban un tema de gran interés para mí: la situación de los homosexuales de la tercera edad. Realmente, sentía una preocupación absoluta por aquellos gays que, como yo, pisaban los 60. ¿Dónde estaban? ¿Adónde fueron? ¿Se habían evaporado?
¿Y dónde estaban, finalmente, los homosexuales mayores de 50?

–Escondidos, como en su juventud. En nuestra época las palabras gay y lesbiana eran tabúes, y muchas de las personas de nuestra generación arrastraron esa lógica de autodiscriminación.
¿Cuál fue la respuesta que obtuvieron?

–La reacción fue apabullante y exitosa. Formamos una comisión directiva de nueve jubilados y fui nombrada presidenta del centro. El tema es que no todos se animan a dar la cara, por miedo a la reacción de sus familiares; muchos tienen miedo de reconocerse. Es por eso que, si bien en un principio se inscribió un número de personas que superó nuestras expectativas, con el tiempo dejaron de ir por la misma lógica de autocensura y culpa. Pero, como diría Ramona, no somos cucarachas para escondernos dentro de un placard. Es por eso que los viejos debemos dejar atrás los tabúes.
El año pasado hiciste, junto a Ramona, la unión civil. ¿Cómo fue ese momento?

–Todo surgió gracias a la iniciativa de Luis D’Elía, que fue nuestro testigo. El fue quien nos puso esta idea en la cabeza y nos ayudó a que podamos concretarla. Acá, en Parque Chas, la respuesta fue increíble y los vecinos nos hicieron una fiesta.
¿Cómo conociste a Luis D’Elía?

–A Luis lo conocí meses después de instalarnos en Buenos Aires. Nosotras regresamos a la Argentina en 1998, pero recién seis años después llegamos a Parque Chas, ya que antes vivíamos en el pueblo de Goya, Corrientes, donde yo nací. Así fue como me contacté con la gente de las cooperativas de la Federación Tierra y Vivienda de Boedo y luego, con ayuda de Luis, instalamos un centro en Parque Chas. Desde ese entonces, trabajamos en programas de viviendas con el objetivo de generar espacios dignos de desarrollo, crecimiento y trabajo para todas las personas. Como tantos compañeros de la cooperativa, puedo observar que hay presupuesto y programas de autogestión, pero no se construye nada. Por eso, creo que el cooperativismo es el único camino para que todo el mundo, independientemente de su sexo, género y edad, tenga una vivienda digna.
Volviste a la Argentina por las cuentas pendientes y muchas de ellas ya están saldadas. ¿Qué otras metas tenés en mente?

–Esta semana comenzamos a poner en condiciones el patio de nuestra casa, para que funcione como un centro cultural abierto a todos los que quieran formar parte. Realmente, hace mucho que quería dedicarme a esto, pero nunca he contado con el tiempo suficiente. Hoy tengo puestas todas mis energías en enseñar pintura y hacer mis propios cuadros, ya que no sólo me da satisfacción enseñar, sino también pintar y reciclar materiales para mis creaciones. Tengo bastidores hechos hasta con chalas de choclo, y todo lo que encuentro en la calle me lo traigo para el taller; alguna vez lo usaré (risas). Por otro lado, tenemos ganas de casarnos, ya que si bien estamos muy contentas con todo lo que nos pasa, la unión civil no es suficiente.
Por este motivo, presentaron un recurso de amparo en la Ciudad de Buenos Aires para poder casarse. ¿Esperan un dictamen favorable a corto plazo?

–Si fuera por nosotras, nos casaríamos mañana, pero todo lleva su tiempo. Con Ramona presentamos el pedido de casamiento el día que hicimos la unión civil y, obviamente, nos dijeron que no. Hace un mes realizamos, nuevamente, el pedido de matrimonio y nos lo volvieron a revocar. Es por eso que presentamos un recurso de amparo y hay que esperar a que termine la feria judicial para que se produzca el fallo. Yo creo que va a ser favorable, pongo todas las fichas en eso. Las cosas tienen que cambiar.


El culebrón según Cachita

“¿Qué sentí cuando mi amiga me mordió la oreja? Y... La verdad que un corrientazo muy fuerte (risas). No me enojé, todo lo contrario, pero sabía que las cosas no eran igual. En ese sentido, nunca tuve traumas, lo mío con Norma se dio naturalmente y cuando me empezó a gustar, no me hice demasiadas preguntas. De todas maneras, tenía dudas sobre lo que le pasaba a ella. Por eso, una noche en que mi marido se fue a visitar a su hermana la llamé para que viniera a mi casa y –al pan, pan y al vino, vino– puse las cosas en su lugar. Aquella fue nuestra primera vez y aún la recuerdo.

“A Norma la conocí a los 28 años. Las dos estábamos casadas. Sinceramente, nunca había sentido el deseo de estar con una mujer y creo que es por las enseñanzas que me inculcó mi familia desde mi infancia, en Uruguay. De esas cosas no se hablaba. Así fue como me casé con un colombiano que tenía un primo en Argentina y, cuando decidimos irnos a vivir a Colombia, pasamos antes por la ciudad de La Plata a visitarlo. Ahí estaba ella, pero en ese momento no entraba en mi cabeza que de aquella mujer me iba a terminar enamorando. Ni de ella, ni de ninguna otra.

“Me casé para irme definitivamente de mi casa, si bien con mi ex marido teníamos una buena relación y llegué a quererlo, me empujaron a él los maltratos de mi abuela. Además, a los 18 años me revelaron un secreto que lo cambió todo: mi mamá era, en realidad, mi abuela. Mi verdadera madre era a la que yo había considerado mi hermana durante todos esos años, y a la que no veía nunca. Nunca supe los motivos de la mentira, pero tampoco me interesaron. En cuanto pude, me casé y me fui.

“Cuando llegó Norma a Pivijay, luego de su exilio, las cosas marchaban bien. Nos habíamos hecho grandes amigas y todas las semanas nos juntábamos en la casa de alguna de las señoras del pueblo a jugar a las cartas. Nada fuera de lo normal hasta aquel día del auto, cuando me mordió.

“Lo que siguió se dio todo a las escondidas. Pasó bastante tiempo hasta que pudimos vivir nuestro amor libremente, pero el sacrificio valió la pena, así como también los años de relación clandestina y las culpas de Norma por su marido enfermo. Hoy estamos sumamente felices y, si bien hay gente que mira raro o no comprende nuestra relación –como mi verdadera madre–, mi alegría más grande es que mi hijo nos haya aceptado de la manera tan sincera en que lo hizo. Hoy los tiempos son distintos. Hoy tenemos el suficiente valor para no escondernos y demostrarles a todos cuánto nos amamos”.

Damián L. Martino
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sábado, 16 de enero de 2010

Homosexual, Watson


Ayer se estrenó Sherlock Holmes, con Robert Downey Jr. y Jude Law, una pareja de película que parece empeñada en sacar definitivamente del closet, tras un siglo de sospechas, al detective y a su fiel compañero Watson.

Parece que nadie va a ver la película Sherlock Holmes de Guy Richie para que el detective más célebre de la historia de la literatura y el cine resuelva con fascinante y milimétrica perfección un caso enrevesado de crimen sin castigo. Ahora, el misterio central de la nueva aventura de Holmes y su ladero, el Dr. Watson, es si son o no pareja. Ni la disciplinaria moral victoriana como telón de fondo ni la condena de Oscar Wilde como amenaza de castigo ejemplar pudieron borrar el rumor de que entre ambos personajes se escondía un romance elemental. Más de un siglo de sospechas, de pistas, parece que está a punto de resolverse. Y ahora no hay que tener la capacidad de observación y la perspicacia deductiva del detective de la calle Baker de Arthur Conan Doyle para percibir que en esta última adaptación cinematográfica —con Robert Downey Jr. y Jude Law, el detective y el doctor, respectivamente— se comportan como una pareja, o como especifica Rene Rodriguez en el Miami Herald: “Holmes y Watson se pelean y discuten como un matrimonio de ancianos”. Y la crítica coincidió: el conflicto central de la película parece ser el romance entre los dos personajes. En el Village Voice, J. Hoberman apuntala que la película tiene la lógica de una historia de amor hollywoodense, con un Dr. Watson guapo “cuyo inminente matrimonio pone a Sherlock loco de celos”. Es que, como Law y Downey Jr. hacen tan buena pareja, cuando Watson le reclama a Holmes por qué siempre está saboteando su relación con su futura esposa Mary, uno piensa que como toda respuesta el detective le estampará un beso de lengua. No llega a eso, pero casi, porque, como señala Roger Ebert, “ambos parecen ahora más que un poco gays... Incluso Jude Law parecía que estaba usando lápiz labial cuando fue a promocionar la película al programa de Letterman”. No es raro que los críticos, adiestrados para leer cada detalle de las películas, encuentren un subtexto gay, pero si los mismos actores apoyan esta lectura, la cosa cruza la línea de lo sutil. Y, a pesar de lo que diga Ebert, no sorprende a nadie que el actor inglés Law, que tiene todo el perfil de un consumado metrosexual, elija resaltar sus rasgos y modales refinados con los que seduce, para promocionar la película. Lo que sí podría sorprender es que Robert Downey Jr. salga a tirar plumas como una loca. Porque en el mismo show de David Letterman, Downey Jr. respondió a una insinuación sobre la homosexualidad del detective invitando a ver una secuencia de Sherlock Holmes con estas palabras: “¿Por qué no vemos el clip y dejamos que el público decida si el personaje resulta ser un homosexual muy masculino? Que son muchos. Y estoy orgulloso de conocer a algunos de ellos”.

La idea que sembró Downey Jr. en los espectadores al promocionar la película con una sugestiva ambigüedad, según algunos medios de espectáculos, no gustó nada a los ejecutivos de la Warner Bros., porque supuestamente “condiciona” a ver a los actores como amantes: “El estudio quiere posicionarla como una película de acción y aventura, no como Secreto en la montaña 2”, informó Rob Shuter, del sitio Pop Eater. Otras fuentes, como Entertaiment Weekley, sostuvieron que Warner Bros. no tiene problemas sobre el asunto, pero nunca hubo una declaración oficial. La que sí fue categórica al respecto fue Andrea Plunket, la supuesta propietaria de los derechos en Estados Unidos de la obra literaria de Conan Doyle: “No soy hostil a los homosexuales, pero lo soy frente a cualquier persona que no sea fiel al espíritu de los libros”. Acto seguido, Plunket aclaró que si Richie explorara la veta homoerótica en la próxima película, no le dará los derechos para una secuela: “Sería drástico, pero retiraré la autorización para hacer más películas si sienten que es un tema que deseen llevar a cabo en el futuro”. No sería drástico, sería homofóbico. Especialmente porque a Plunket, como bien marcaron algunos medios, no le importó que la película convierta a Holmes en una suerte de Superman, un héroe de acción superdotado, que no revela ninguna fidelidad con las narraciones de Conan Doyle. Ahora bien, si Sherlock se enamora de Watson, ahí pone el grito en el cielo. Qué elemental, Plunket.

Diego Trerotola
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lunes, 11 de enero de 2010

“Marcela es la mejor mamá del mundo”


Héctor Maciel, el hijo que crió la transexual a la que el Congreso eligió “Mujer del año” en 2009.

“Que mi mamá sea trans nunca repercutió en mi sexualidad”, dice Héctor Maciel, un joven de 23 años que fue criado por Marcela Romero, una mujer que nació con el cuerpo de un hombre y que en agosto pasado consiguió ser la primera transexual argentina que certificó su nombre de mujer en el DNI. Después de la celebración del primer matrimonio gay en Latinoamérica y en medio de la polémica por el deseo de las parejas homosexuales de adoptar, Héctor busca desmitificar los prejuicios: contó a Crítica de la Argentina cómo es crecer con una madre trans, que en 2009 fue elegida “Mujer del año” por la Comisión de Familia y Mujer de la Cámara de Diputados.

Sus padres se separaron cuando él tenía pocos meses de vida y al cumplir un año, Jorge –su papá– lo llevó a vivir a su casa con su nueva novia: Marcela. Nunca más volvió a tener noticias de Susana, su mamá biológica. “No tengo ningún resentimiento con ella pero tampoco me interesó buscarla. Marcela es la mejor mamá del mundo”, asegura. Y cuenta cómo fue que él le presentó a su actual pareja, Daniela: “Hace cinco meses que estoy de novio pero, como mi mamá viaja mucho, recién se la presenté hace poco. Se llevaron súper bien. Daniela tiene 20 años y la conocí por intermedio de un amigo”.

–Antes de la presentación, ¿le anticipaste a tu novia que tu mamá era trans?

–No, porque sabía que eso no sería un tema importante para Daniela y además porque vimos una entrevista que le hicieron a mi mamá en televisión, y así se fue enterando. Nunca sentí que fuera un asunto para advertirle a nadie. Me crié así y no siento que haya nada raro en eso.

–¿Y a tus compañeros de colegio, cuando eras chico?

–Tampoco. Hasta cuarto grado ella me llevaba a clases todos los días y los chicos nunca me preguntaron nada. Éramos muy chicos. Cuando entré en quinto ya iba solo, porque vivía a una cuadra del colegio. Los chicos venían a mi casa y yo iba a la de ellos sin ningún inconveniente. Tuve suerte, porque es cierto que los chicos a veces pueden ser muy crueles. Pero no recuerdo que me hayan hecho pasar un mal momento. Jamás me hicieron una pregunta incómoda sobre mi mamá ni nadie se asombraba con nada.

–¿Cómo era tu vínculo con Marcela en aquella época?

–Desde que se separó de mi papá, vivía con ella toda la semana. Me levantaba muy temprano para llevarme al colegio, pero antes me servía la chocolatada con cereales. Después me iba a buscar, también todos los días, y almorzábamos siempre juntos. Me encantaba cada vez que me agasajaba con mi comida preferida: salchichas con puré. Ella me hacía todo. Si bien yo nunca fui de pedir que me contaran cuentos, de ese terreno se encargaba mi abuela, que siempre me hacía el mismo relato: era la historia de un nene que se enfermaba y su perro encontraba el modo de curarlo. Después, aprendí a leer solo.

–¿Con quién hablabas sobre sexo?

–A los 11 años, mi papá se separó de Marcela y unos años después me fui a vivir con él a Asunción, donde consiguió trabajo como gerente de ventas de una medicina prepaga. Ese viaje me abrió mucho la cabeza porque de chico era muy boludo, sólo pensaba en los jueguitos electrónicos. En Paraguay, mi papá profundizó el tema y ahí empecé a conocer chicas. Volví hecho un hombre.

–¿Cuándo comprendiste que tu mamá era trans?

–Mi papá nunca hizo una diferencia con eso. De hecho, sus otras parejas, que fueron varias, eran todas mujeres. En mi adolescencia registré que había algo distinto en mi mamá pero nunca tocamos el tema hasta que ella me contó que no podía tener hijos y no hizo falta que me dijera más. Enseguida entendí. Siento que ella lo manejó a su manera y lo hizo perfectamente bien. No provocó ningún trauma en mí, de esos que atormentan a la gente.

–¿Qué pensás cuando escuchás esos prejuicios?

–La gente no puede hablar de cosas que no conoce. Todos tenemos que tener las mismas oportunidades. No tendría que haber ninguna duda de que los trans y los gays pueden criar chicos con todo el amor del mundo y quizás mejor que muchas madres biológicas. A esa gente quiero aclararle que ninguno de los amigos de mi mamá se ha propasado jamás conmigo ni quisieron influir en mi elección sexual.

–¿A qué te dedicás?

–Estoy trabajando en el INADI, haciendo promoción social. Mi primer trabajo fue a los 16 años. Era personal administrativo donde trabajaba mi papá, que quería que tuviera alguna responsabilidad a partir de que había decidido dejar el colegio. Yo también me reprocho haber largado porque ahora estudiar me cuesta más. Pero el año que viene voy a rendir lo que me falta así puedo empezar a estudiar Informática. Mientras, ayudo a mi mamá a mantener la casa.

–¿Cuáles son los principales recuerdos que tenés de tu mamá en tu infancia?

–Tengo muchos y muy presentes. Hay muchas imágenes. Me acuerdo que me llevaba a la plaza y paseábamos en bicicleta. Me acuerdo que cuando cumplí 13 años me llevó al Parque de la Costa y subimos juntos a las tacitas. No íbamos a la montaña rusa porque a mí me daba vértigo. Tuve una infancia muy normal. Ella me enseñó todo. Y ahora me reprocha todo el tiempo que dejé el colegio durante los años en que estuve de viaje con mi papá.

–Ahora que sos grande, ¿qué actividades comparten?

–Nos solemos juntar a comer. Cuando uno de los dos tiene un ratito en el trabajo, nos reunimos en el centro para almorzar. Si no, arreglamos de noche para ir a comer afuera o juntos en casa. A veces también vamos con mi novia. Después de varios años en los que yo no tuve ninguna pareja duradera, desde que le presenté a Daniela nos juntamos a comer los tres y la pasamos bárbaro. Eso está bueno, porque no es la típica suegra pesada.

Florencia Halfon-Laksman
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sábado, 9 de enero de 2010

Los besos de Barbie


El padre y yo, cuando volvemos de algún viaje, le traemos de regalo una Barbie. Tratamos de que sean diferentes, pero a veces nos repetimos. Compramos la muñeca más barata de la serie que ofrecen en el free shop. El padre y yo estamos separados desde que ella es bebé. Solemos repetirnos y traer aquellas Barbies onda playera, bikini y con los anteojos de sol sobre la frente. Intentamos variar, comprar las que tienen el cabello o la piel de otro color. La Barbie Teresa que es latina, la Barbie Nikki que es negra. Mi hija suele re-bautizarlas según del lugar de donde las traemos. Por ejemplo, Erica Chaco, porque la compré en el Chaco o Arielle Rioja. Una vez, dos o tres años atrás, le conseguí un Ken con pelo natural. Como los fines de semana, las Barbies van y vienen en una bolsa a la casa de su padre, el Ken perdió la cabeza ahí. Nunca más volvimos a encontrar su cabeza.

Por ese tiempo, ella me preguntó: ¿qué voy a hacer con las Barbies?; ¿se pondrán de novias entre ellas? Para colmo de males, Ken estaba faltante en existencia en las jugueterías: Mattel no estaba exportando Kens a la Argentina. Pensamos en comprar un Ben 10 o algún otro machote que pudiera hacer de novio. Eran demasiado caros; no pudimos.

Un día, ella me preguntó qué era ser gay. Le dije lo que me vino a la mente y que me pareció más honesto: son hombres que se enamoran de hombres y mujeres que se enamoran de mujeres. Me miró sonriente: el problema de las Barbies estaba arreglado. Al día siguiente, Erica Chaco y Verónica Montserrat (la compramos por el barrio) se estaban besando. “¿Qué hacés?”, le pregunté. “¿Vos no me dijiste que hay personas gay?” En el curso de esa semana, conseguimos un Ken, con el pelo pintado y tabla de surf. Era un Ken de verdad bonito, delicado. Mi hija casó al Ken con una muñeca articulada marca Lucy, embarazada y a quien gracias a un mecanismo del vientre puede quitársele y ponérsele el bebé. A la boda de Lucy con Ken asistieron todas las otras y tuvimos la fiesta en paz. Pero dos días después Sabrina Córdoba se besó con Analía Rosario. Miré a mi hija; ella dijo admonitoria:

—Vos me dijiste que había personas gay.

Asentí.

Hay muñecas gay también.

Por lo menos, mi hija las tiene.

Patricia Suárez
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Transformer


Artista visual desprendido de su obra, maestro de modelos en el arte de recorrer la pasarela, mujer cuando quiso, chongo para evadir el peligro; sirena o sireno, cuando el devenir de su huella lo arroje al mar. Ariel Gorostidi, alias La Vogue, se jacta de todo lo que ha sido y jura que puede ser mucho más.

¿Quién sos?

–Soy Ariel Eugenio Gorostidi. Al “La Vogue” me lo gané en el primer desfile que hice con Charly Grilli..., eran principios de los ’90, y yo bailaba en Búnker la canción “Deep in Vogue” de Malcolm McLaren, a la que después Madonna copió y salió “Vogue”. Christian Banchig me vio y me invitó a un casting. Imaginate, me produje toda, tenía 18 años. Cuando llego estaban Mariana Arias, Andrea Frigerio, Roxana Harris..., yo salía con una remera con Marilyn by Warhol y marcaba toda la coreografía. Ahí la Grilli me bautizó.

¿Cómo sos?

–Muy sensible y mi vida es una lucha constante por no encasillarme en nada. Puedo enseñar supervivencia humana, fui mutando, muto todo el tiempo. Puedo ser puto, mariquita, varonil... como todos, muto para sobrevivir. Así como hay hombres que se ponen un traje para ir a trabajar, se adecua para eso, después lo podés ver teniendo sexo con una trava, después vestido de mecánico y le gusta que le metan una llave francesa por el orto. Todo el tiempo mutamos todos. Son disfraces para concordar con la santa moral. Yo soy una mujer operada de hombre. En un momento me inyecté hormonas para saber cómo siente una mujer. En un momento era como una perra en celo.

¿Qué características de cada género pensás que tenés?

–La mujer es más exquisita que el hombre: si dos hombres se gustan van y cogen debajo de un puente, en cambio la mujer necesita un ritual. Yo me recuerdo montadísima divina con una fila de chongos atrás y, posesionada de mujer, estaba histérica y me iba sola. Cuando estoy de puto soy más animal, carnívoro. Tuve relaciones con una chica cuando hacía transformismo en Club Caniche. Ella era gay. Yo, súper asumida como gay desde los 15, jamás me hubiera imaginado que iba a acostarme durante ocho meses con una chica. Me gustaba de ella que era como una Kate Moss hombre. Uno muta, uno cambia de roles, de gustos. No estoy de acuerdo con esclavizarse con nada. Uno viene a aprender en este ciclo de vida que nos toca. En lo laboral, por ejemplo te puedo pintar una pared, hacerte una obra de arte y puedo enseñar a futuras modelos a caminar en una pasarela como lo hice en la agencia de Dotto y de Piñeiro.

¿Cómo terminaste interviniendo en el arte del nuevo disco de Miranda?

–Me invitó Alejandro Ros para hacer las fotos en lo de Marcelo Setton. También soy amigo de Lolo, los de Roho..., creo que todo salió de la muestra que hice en Miau Miau.

¿Te la creés?

–Decir que enseñé a caminar a modelos top es un tipo de angustia oral. Por decir algo. También cago con olor, me tiro pedos, me saco sangre, cocino un huevo frito... todo tiene un valor. He ayudado, he dado, he quitado...

Hasta hicieron un corto sobre una anécdota mía de cuando tenía 15 años y me vestía de chica —me llamaba Luján—, me subía al tren que iba de Palomar a San Miguel y me quedaba en el último furgón. Imaginate a esa edad, era jamón del medio, gran comilona. Enrico Kahn se ganó la beca Tribeca con ese corto. Salió en La Nación...

Nombrate, por favor, más allá de tu nombre.

–Maravilloso, comprador, comprensivo, sé perdonar, soy humano, perro de metal: ladro pero no muerdo, aprendí cosas buenas y malas. La peor esclavitud es tratar de ser un ser de luz en nirvana, es imposible. Me expongo.

¿Cómo es tu familia?

–Me quedé huérfano hace 13 años. Mi papá se suicidó de un tiro en la cabeza, mi vieja al mes se fue con otro tipo. No me quedó otra que venirme a vivir solo desde Castelar a la Capital a mis 18 años. Soy una western girl, así como me ves. Lo poco que me entraba de dinero siempre fue por lo estético. Soy adicto a la estética. Soy consciente de que mi cuerpo va a desaparecer en algún momento, entonces voy dejando hijos. Mis obras, mis dibujos, son mis hijos. Otro don que tengo es que hago reír. Levanto una fiesta, es mi alma así. Cuando tenía dos años decía que yo era una nena y me cortaban el pelo como si tuviera una olla en la cabeza. Si mis padres me hubieran hecho caso y me hubiesen mandado a danzas con mi hermana, estoy seguro de que ahora estaba bailando en el American Ballet. Cariiiiiiisima.

¿Cómo es tu relación con las sustancias?

–Una lucha. He estado sin consumir años... son ciclos. Está bueno tener conciencia de que las situaciones no se vuelvan irreversibles. Entro y salgo. Necesito de la luz y de la oscuridad. Necesito meterme en un cine porno, necesito experimentar una atmósfera de David Lynch y después leerme un Siddharta de Hesse en un día de sol en el campo. Son diferentes planos. A mis 38 años no me apego a nada. Como cuando me muera no me voy a llevar ni mis zapatillas ni mi heladera..., empecé a distribuir mi obra, así que te encontrás que vas a una villa y ves una obra mía y en el Faena también.

¿Hay arte en el reviente?

–Tengo una colección de imágenes, resultado del hecho de que no me meto en un corral. Esa libertad me ha permitido hacer performances como pintar montada después de mucha joda y también pintar careta, sin sustancias. Cada situación hizo que hiciera diferentes trazos. Lo horrible y lo bello me inspiran. Puedo ver belleza en basura y resignificarla, como un tubo de papel agujereado que encontré en la calle y tapicé toda la vidriera del Espacio Cúbico por ejemplo. Lucho contra la belleza masiva, contra la falta de la personalidad.

Definí libertad, por favor.

–Viento. Tiene el poder de destruir. Cambia, arrastra, enrosca. La libertad es no tener miedo. El miedo paraliza. La libertad es aprender. El miedo es el ruido, la contaminación, la educación... no es mala, pero traba, frena... igual tarde o temprano llega lo que tiene que llegar. El miedo al qué dirán te evita superar barreras de evolución. Vos ves a la gente en la calle y te das cuenta de que no se relacionan bien con el espacio: están todos amontonados... basta con ver la salida de un colegio por ejemplo. Todos en fila, no hay una idea de constelación. Hay gente que cumple su ciclo de vida sin expresar lo que siente: ¡si no mirá cómo Dennis del Mar nunca termina de decirle te quiero a su amante chongo en Secreto en la montaña!

El hecho de distribuir tu obra habla de tu relación con el espacio...

–Totalmente, soy muy espacial. Cuando uno se encasilla no crece en conocimiento. En el espacio del amor me encantan los amantes, los touch and go. Tengo amantes sin sexo también, gente que amo y me ama. Amigos y amigas... a veces me hacen sentir como una virgencita. ¡Ay La Vogue, ay sos divina! Es lo que hay.

¿Tenés alguna frase de cabecera?

–Sí, la simpleza es la elegancia. Chanel. La escuché una vez y tiene que ver con la piel, con el cuerpo. Cuantas menos cosas uno se cuelga, más se muestra uno.

¿Tenés marcas en tu cuerpo?

–¡Ay... estoy marcadísima! Tengo las marcas del aprendizaje. Mi vida es muy Tarnation, esa película me hizo recordar a mi madre, que tomaba pastillas para los nervios y la hacían quedar mirando hacia arriba durante semanas. Eso me marcó.

¿Qué te hace sentir pleno?

–Caminar por la mañana por el campo, la comunicación con los pájaros. En otro momento me hace sentir pleno tomar una raya e ir a un cine porno. Recomiendo el de Constitución, que se llena de chongos... ¡carniceros de Lanús!

Definí homofobia, por favor.

–No existe para mí. Yo tengo chongofobia... a veces pienso cómo hago para pasar por la vereda llena de chongos... entonces muto y me hago el macho. Soy un puto mutante. Muchos me dijeron que tengo que vender mi código genético, soy a prueba de balas. Otra frase que me gusta es “todos somos lo que queremos ser” y lo cumplo cuando me siento mujer; todos los machos me ven como una mujer y si quiero sentirme un chongo activo, me voy y me cojo a todos los putos. La mente te permite mutar.

¿Estuviste cerca de la muerte?

–Me quise suicidar, un día que estaba pasada. Me corté las venas en diagonal. No me pasó nada, sólo quería llamar la atención o tal vez autodestrucción, ligada a un exceso de energía que a veces se encuentra sin espacio para expandirse. Está bueno querer morirse para después querer vivir. Otra frase que me gusta es “portarse mal para sentirse bien”. En líneas generales espanto a la muerte; como soy media vikinga, me visto de mostra para asustar a la muerte, a los malos espíritus. El tema del hiv, por ejemplo, tengo amigos que se murieron por la contaminación visual o auditiva y por el miedo social más que por la enfermedad en sí. Yo veo a la salud como un deseo, un brindis. La palabra tiene mucho peso. Si uno viera la pintada SIDA=SALUD, sería diferente.

¿Cómo te ves en el futuro?

–Me imagino vieja con siete tetas en la columna. Soy mi propio arquitecto, soy un edificio, un templo.

Si tuvieras que tomar una ruta, ¿hacia dónde irías?

–Ruta me suena a rutina. Tiene un destino. Creo que preferiría correr en un descampado, terminar en un acantilado, tirarme al mar y convertirme en sireno...

Juan Tauil
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domingo, 3 de enero de 2010

Iconos y técnicas de conquista en la primera enciclopedia gay argentina


Marcando un recorrido que va de Cleopatra a Britney Spears y de Isabel Sarli a Susana Giménez, la Enciclopedia Gay de Mariano López e Ignacio D´Amore reúne por primera vez a varias de las figuras elegidas por la cultura homosexual.

Ignacio D'Amore es periodista y estilista. Mariano López es estudiante y docente universitario de literatura. Juntos idearon y editaron este año la primera Enciclopedia Gay de Argentina, un repaso por las personalidades que más agitan del universo gay local e internacional.
El texto, publicado por la editorial Sudamericana, se detiene, entre otras figuras mundiales, en Madonna, Shakira, Michael Jackson, Ricky Martin y "La Cicciolina".

En materia de personalidades argentinas, los autores eligen subrayar el rol que para la cultura homosexual desempeñó desde siempre Evita. Pero también, la actual presidente Cristina Fernández y Moria Casán.

Madonna merece, claro, un apartado especial. "Ninguna artista ha hecho tanto por empujar las fronteras de la música pop hacia el mundo del arte, ninguna ha sido tan irreverente con las reglas que supuestamente la regulaban, ninguna ha abrevado tanto, en esta tarea titánica, en los recursos infinitos que le ofrecía la cultura gay", señala el texto.

Los autores reconocen que "lo gay" como tema ha sido absorbido en los últimos años por el mercado, convirtiéndose en un instrumento de consumo masivo" que ofrece "hasta cruceros para homosexuales". "Estos referentes y conductas ya no tienen la fuerza por la que se los adoptó ni un sentido de protesta tan fuerte como tenían antes, aunque hay manifestaciones en la actualidad, como el debate parlamentario para la aprobación del matrimonio homosexual, que por momentos parecen mostrar lo contrario" sostiene López.

Enciclopedia Gay también se ocupa de los filmes y directores cinematográficos que seducen al mundo homosexual, como las películas "La muerte le sienta bien" y "Los muchachos no lloran", y sobre todo, como el español Pedro Almodóvar, "cultor del kitsch, las marañas argumentales y dramáticas, el naturalismo exagerado y las mujeres en todas las manifestaciones", dice el texto.

Entre los personajes históricos elegidos, se destacan Eva Duarte, la francesa Juana de Arco y la antigua reina egipcia Cleopatra. Despierta curiosidad la inclusión de San Sebastián, una figura bíblica que "ampara a los gays", según los autores.

El deporte también tiene su capítulo. Y esas "vidas trágicas" que se volvieron referentes, también. Sobre todo, la de Lady Di.

Por momentos, la publicación se convierte en un manual que incluye, por ejemplo, un decálogo de técnicas de conquista para el deambular gay. Los autores sugieren portar "vestuario deportivo", no cargar bolso y "elegir las avenidas comerciales" para caminar. Eso sí: si es de noche, recomiendan "ir cerca del borde de la vereda", para estar atentos "a los autos que están de caza".

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