sábado, 24 de abril de 2010

De la mano de papá


Nunca hubiera imaginado que 20 años de militancia como puto-rebelado-de-su-familia se iban a terminar con dos llamadas telefónicas y un ataque de mansedumbre totalmente excepcional en el marco de mi mal genio nato y ahora middle-age.

En efecto, me había plantado frente a mi padre, a los veinte, al grito de: “Nada de hijo modelo: para que lo sepas soy zurdo, uso drogas y me la morfo ¿te gustó?”. Y de ahí en más, cortina de hierro, guerra fría o guerra atómica; depende el caso.

Años de lapso entre cada vez que nos veíamos y la cosa iba de mal en peor. La última había sido en la operación de venta de la casa familiar, donde me dirigí a mis hermanos refiriéndome a él como “este sujeto”.

Todo bien sazonado con el condimento de una memoria de hijo de madre multípara, abandonada a su suerte por “el sujeto”, muerta temprano en brazos del cáncer. Siempre me vi dentro de un relato de Coetzee.

Así las cosas, sucedió súbitamente que me soñé cuidando a un padre anciano. La pálida imagen de esa posibilidad, más los cuarenta, más las ganas de no sé qué clase de calidez, me pusieron hace dos años el dedo en el teléfono para el día de su cumpleaños. Respuesta sorprendida, y todo lo que me imaginaba estaba allí, se diría que esperando pero no.

Dejé pasar el tiempo y fijé el límite en mi propio cumpleaños. Por último, tenía derecho a no darle más bola al hijo que, de entre todos, más le había ladrado todos estos años. Casi sin sorpresa, pero con mucha satisfacción, cinco meses mediante, el día indicado a las siete y cuarto de la mañana dejó en mi contestador: “Hijo... ¡Feliz día...! soy Papá”.

Le respondí la llamada y continuamos como decíamos ayer. Durante un año y pico se preocupó más que yo por mantener vivo y lozano ese diálogo que ninguno de los dos sabía muy bien cómo continuar. Ayudado por su increíble elocuencia e hilaridad y por la buena voluntad de ambos, zanjó diferencias y escollos, evitó recuerdos desagradables, abrevó en expectativas, menudas, breves.

Hace poco tiempo recibió el diagnóstico. No era terminal, pero se complicó. Y se complicó la complicación. Tuvo tiempo de dejarle a una de sus nietas, transformada en heralda voluntariosa y solícita, un mensaje para cada hijo. El mío fue maravilloso.

En todo esto pensé cuando, despidiéndome de él en la sala de terapia intensiva, ya ido y sonriente, apoyé mis manos sobre las suyas, cruzadas como se las cruzan a los muertos encima de la panza. Y comprobé que las mías, de las que me jacté toda la vida por grandes, nudosas, de alguien con carácter, resultaron chicas en la comparación. Encima de las suyas lucían regordetas, improvisadas. Curiosa manera física de comprobar el tiempo perdido. O ganado.

Pacha Brandolino
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La reina, su melena y los leones


Y sí, una vez más de lo mismo, se abre el juego en el Circo TV Freak... La última novedad, aunque tal vez a estas horas ya sea penúltima, es un joven de mentón con prognatismo, cualidad conocida popularmente como cara con balcón o cucharón de aceitunas, pelucón lacio largo color castaño colorado, porque de un tiempo a esta parte parece que el pelucón hace a la trans, es la new model vedette Reina Reinaldo que se estrenó en el programa de la vampírica canosa chupasangre de dudoso talento.

“Elegí este color porque usaba rubio y me gritaban cosas desagradables en la calle, me comparaban con ese personaje que aparece en la televisión.” Se refiere a nuestra folclórica Zulma. Quejándose de las ofensas callejeras mueve su pelo, se sienta en el sillón, la carga el equipo con que tenga cuidado que se le va a escapar un huevo, la boca inflada se va para un costado como dos riñones implantados. Y el detalle ecológico: una enorme y arrepollada flor naranja en su pelucón, detalle legranesco si los hay.

Este lánguido muchacho apareció en la escena nacional al contraer matrimonio con Adelfa, la anciana que pasó a mejor vida al toque después de lo cual Reinaldo, reducida a Reina, se destapó luciendo los tapados de piel heredados. Ya está, esto es, alcanza y sobra, el circo freak arma su carpita. Una del panel, travestida parece, y más mala que una araña polino, la gasta despiadadamente: “Reina tiene un rostro femenino, una boca como la de Angelina Jolie, qué encanto”.

Y Reina Reinaldo sonríe sin poder manejar esos labios independientes que miran para cualquier lado cual dos riñones. Quiere irse a EE.UU. a operarse toda y jura volver espléndida. ¿Será que David Coperfield se hizo cirujano?

Qué más da lo que haga o no Reina Reinaldo, al fin y al cabo es su íntima elección, la de pasearse travestido por la vida y la de intentar entrar en el hall de la fama aunque sea por la puerta del costado; lo más importante no es que ella aparezca en cada uno de los programas que la TV argentina se esfuerza en presentar cada día revolviendo un cucharón gigante de espesa mierda bien colorida, el temita es la gente que lo ve y los comentarios que crecen alrededor de ella, es puto, es trava... está loco... qué ridículo el disfrazado. Comentarios que, no nos engañemos, no sólo se dirigen hacia los esclavos del circo, sino a cada puto, lesbiana o travesti que camine por ahi.

Todo sirve para sacar el homofóbico que hay adentro, no importa quién mientras nos podamos reír del ridículo ajeno, tapando el propio, que tanto pesa.

Los romanos tenían su circo para disfrutar de la voracidad de los leones para con los esclavos, luego hubo confortables sillitas para ver guillotinar cabezas y/o ahorcar cuerpitos. Y más acá, en estos años de modernos evolucionados, las peleas de los barrabravas que luchan hasta la muerte por jugosos mangos, la preocupación de si Ricky adopta y dice que es marica después de tantos años, el tema —que se hace largo— de si las personas de mismo sexo nos casamos o no nos casamos...

Pan y circo freak, aunque hay mucho más circo que pan por estos lados, ponga los programas picadoras de carne humana y ríase la gente, total cuando el freak de turno quede desangrado en el suelo como un decapitado, lo patearemos al costado y encontraremos otro más ridiculón y lo tiraremos de siliconadas bruces a nuestro actual circo romano...

Naty Menstrual
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Se chocan los planetas


A pesar de sus avances en inseminación artificial y comunicación sin cable, la ciencia sigue con dificultades para predecir terremotos. Es un hecho. Pero mientras lxs geólogxs pierden su tiempo analizando la incidencia del agua o de los gases en el interior de las fallas, la religión, sea islámica, sea evangelista, o sea lo que Dios quiera, tiene una respuesta capaz de hacer temblar al mundo. De risa, sí. Escuchemos entonces de rodillas, hermanxs.

“Las catástrofes naturales son el resultado de nuestro propio comportamiento”, declaró el ayatola Kazem Sedighi, reconfirmando aquella advertencia de terremoto que hizo célebre al presidente de Teherán quien acusaba a los homosexuales de los movimientos sísmicos. “No tenemos otra opción que conformarnos a las reglas del Islam, se necesita un esfuerzo colectivo para solucionar los problemas provocados por el aumento de la edad del matrimonio y por el número de divorcios”, afirmó Sedighi, avalado por unos temblores aterrorizantes. Mientras tanto, Shlomo Benizri, del ultraortodoxo Partido judío Shas, dijo que los temblores en su tierra habían sido causados porque se dio por “legitimada la sodomía”.

Del otro lado del mapa, el cónsul de Haití en San Pablo, Samuel Antoine George, explicó las razones de la tragedia de ese país: “Creo que hay tanto lío con el vudú... El africano en sí tiene una maldición. Todo lugar donde haya africanos allá está jodido”. En diversos foros, estos dichos fueron festejados por personas que opinan que las organizaciones Glttbi de Haití y de Brasil tienen una relación directa con esta religión que festeja las relaciones entre gente del mismo sexo.

O sea, la religión rarita, la homosexualidad, las leyes que la reconocen y las mujeres mal vestidas estarían resquebrajando nuestros cimientos, y esto, sin metáfora. Suena, objetivamente, muy plausible. La Tierra habría sido hecha para posiciones estándar, como la del misionero, pongámosle, y toda variante estaría ocasionando tensiones en la placa terrestre. Cuántas personas dale que dale se necesitan para mover la Tierra, es el único misterio que quedaría en pie.

Pero siguiendo el razonamiento divino, bien vale la pregunta sobre si la fumata de humo negro de 16 mil kilómetros que ha lanzado el volcán islandés por estos días, no es un mensaje de Dios, tan teatral El siempre, que dice que a la luz de tanto claustro pedofílico, no habemus Papa; que como mucho, habemus papelón.

Sin autor
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El infierno estuvo encantador


Con espíritu antropológico y el cuerpo siempre listo, nuestrx cronista se lanzó a la calle en busca del espécimen perfecto a quien recuperar de las garras conservadoras. Recuperación no se sabe si logró pero sí un buen meneo en la boca del subte, que como toda boca siempre tiene algo que ofrecer.

“¡A la vincha de Cristo, vamos que quedan pocas!”, el grito, lo confieso, me resultó tentador, un poco de SM siempre es un poco tentador y, ilusx de mí, creí que conseguiría espinas para mi loca cabeza, una gota de sangre para volver a creer que estaba vivx entre tantos muertos. Pero no, no había espinas en la vincha y en cambio un Jesús mal impreso que ni siquiera me sirvió para atarle la muñeca al oportunista que creyó que iba a hacer su abril en la marchita en contra del matrimonio y la adopción de parejas queer. Por mi culpa, por mi gran culpa, me dije, yo buscaba amontonamiento y sólo encontré una marcha con olor a Sociedad Rural después del rodeo. ¿Qué iba a hacer con mi mano boba si ni siquiera podía ocultarla en el gentío? ¡Y qué cuernos tenía que hacer yo ahí! "Es el problema de las redes sociales, Lux", me dijo una tortona medio bay biscuit porque agarra cualquier cosa, pero madre de trillizos junto a su amada esposa. ¿Qué clase de red social la había hecho aparecer en ese lugar donde bien podían lincharla? "A mí también me tienta el SM", dijo ella, "y además también tengo la fantasía de convertirlxs de a unx. Sí, nena, de unx en fondo. Vaya gracia. Pero bueno, inmersxs en el carnaval, pues nos pusimos a bailar. Yo ya había fichado al de las vinchas y ella a la Cynthia Hotton, la diputada del PRO. "Me gustan así, un poco femme", dijo con los ojos perdidos en el escenario donde se contaban los Valores por mi país, o sea el de la Hotton que se había dejado engañar por el falso "asistiré" que, según la diputada, le habían mandado por Facebook unas 7 mil personas dispuestas a "defender el derecho de los niños a tener un papá y una mamá" y a luchar de cuerpo presente "Contra el matrimonio homosexual con adopción". Yo no me quiero casar, no te asustes, papi, le dije al de las vinchas cuando la mirada se me perdió detrás de un target más elevado. Al menos elevado por un poste de luz ya que hasta ahí se había subido el joven de bunda redonda como el mundo para colgar un cartel que exigía "basta de ocultar a los pederastas". Me pareció un reclamo justo, digno de que lo viera Benedicto, pero, mala suerte, el chico tenía una remera que decía "Y pegue, Bertone, pegue". Desorientadx, sin saber si tomar el subte o trepar al águila del monumento de la plaza, escuché cómo los urbanistas del PRO alentaban a cortar la Avenida Callao. Ahí sí que se puso lindo, al menos alguien me tomó de la mano pero cuando me quise tomar el codo tuve que ser rescatada por mi amiga bay biscuit. "Al subte, Lux, al subte". La seguí mientras ella filosofaba: "¿Vos viste que al acto lo convocaban niñxs que querían hacer llegar su mensaje a la sociedad? No es que descrea del avanzado desarrollo infantil de los niños y niñas de hoy día, pero mis hijxs con casi 3 años dibujan gusanos y me dicen que son mariposas; estos diseñan volantes en papel satinado, grosos ¿no?". Qué bombones, ellos ya saben de transformaciones. Así que así inspirada arrastré el gusano que soy hasta la boletería del subte y enseguida pedí que me levante el molinete. Me levantó mucho más que eso. El ánimo, por ejemplo. Mientras, desde los altoparlantes de la plaza sonaba la música de Ricardo Montaner: Tan enamorado, de ti, que la noche dura un poco más… Pero mi trabajador del subte ya había hecho lo suyo y yo tampoco me iba a quedar a vivir en esa boca aun cuando las bocas siempre tengan algo para dar. Nunca supe qué hacía Montaner entre evangelistas, pero a lo mejor ellxs, como yo, habían visto esa noche la lux, digo, la luz.

Lux
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La torre de Babel


El matrimonio entre personas del mismo sexo será tratado, finalmente, en el ámbito del Congreso nacional. El debate será público y puede comenzar a cambiar la vida y la ciudadanía de muchísimas personas. ¿Es necesario agregar que de todos modos no será un debate sencillo, aun a pesar del amplio consenso social que se advierte cotidianamente? En este contexto vale la pena revisar de qué modo y a través de qué discursos, distintos actores políticos visualizan y definen a las sexualidades disidentes. La construcción de una Babel particular que proyecta su sombra sobre el rol del Estado.

1 EL DESCONOCIMIENTO

Es el discurso de la Iglesia Católica, refractaria al liberalismo político y a las intervenciones del Estado en materia sexual. Este discurso entiende como antinatural a la sexualidad alejada de la procreación. Distingue la “tendencia” (innata) a la homosexualidad de los “actos” homosexuales, siendo la primera digna de tolerancia y los segundos un “pecado”, ya que implican una elección que puede evitarse. Asimismo exhorta a los legisladores católicos a que nunca reconozcan las iniciativas de ciudadanía no-heterosexual, debido a que “se asocian a un orden objetivamente desordenado” (Congregación, 2003).

Ante la sexualización y generización de la agenda política, este discurso oscila entre exhortar al Estado para que no acepte la transferencia indebida de los asuntos sexuales e intimarlo a los gritos a que los combata. Generalmente opta por lo último, haciendo hincapié en la idea de que existe un lobby gay que –además de presionar a los políticos– siembra la confusión conceptual por todas partes, en particular con relación a la tolerancia. Ante ello hay que “desenmascarar el uso instrumental o ideológico que se puede hacer de esa tolerancia; afirmar claramente el carácter inmoral de este tipo de uniones (las uniones civiles); recordar al Estado la necesidad de contener el fenómeno dentro de límites que no pongan en peligro el tejido de la moralidad pública y, sobre todo, que no expongan a las nuevas generaciones a una concepción errónea de la sexualidad y del matrimonio, que las dejaría indefensas y contribuiría, además, a la difusión del fenómeno mismo. A quienes, a partir de esta tolerancia, quieren proceder a la legitimación de derechos específicos para las personas homosexuales convivientes, es necesario recordar que la tolerancia del mal es muy diferente de su aprobación o legalización” (Congregación, 2003).

En nuestro país fue emblemático durante los últimos años ’80 y los ’90. Además de las incoherencias señaladas, el discurso del desconocimiento hoy tiene que enfrentar tres adversarios: un clima cultural que ensalza las elecciones individuales, la cabida positiva que la mayoría de los medios de comunicación han dado al tema de la diversidad sexual y, sobre todo, los efectos de relativa autonomía decisoria respecto de la institución eclesial que más de 25 años de democracia han dejado sobre la clase política.

2 EL CONSERVADOR

Este discurso enaltece el conjunto de valores colectivos que viabilizarían la cohesión social y hace una valoración perenne de la autocomprensión heterosexista del mundo, vertebrado –obviamente– en torno de la familia tradicional. Aprecia gran parte del legado liberal, en particular, la distinción de las esferas pública y privada, el derecho de asociación, la integridad individual y el respeto hacia colectividades minoritarias cuyos valores pueden convivir con los macrovalores sin contradecirlos. Pero sospecha de otras zonas del liberalismo: estima que no todas las elecciones de los individuos tienen consecuencias beneficiosas para la sociedad; por eso, si se les presta atención legislativa se podría dañar el sentido heterosexista. Es en esa circunstancia cuando el discurso conservador se desnuda. A diferencia del discurso del desconocimiento, se rehúsa hablar de “antinaturalezas” de las personas; al contrario, les reconoce características distintivas. El foco de la inquietud son los intentos de plasmar indiscriminadamente todo lo distintivo-privado en los dominios de la ley: “La homosexualidad no incapacita al ciudadano para desempeñarse en la vida como cualquier ciudadano, excepto para pretender formar una unión legal semejante al matrimonio. La igualdad ante la ley reclama iguales derechos frente a hechos semejantes, siempre que las personas se encuentren en idénticas circunstancias y condiciones” (legisladora López de Castro, 2002).

Si hay algo que siempre pregona el discurso conservador es que –si se aseguran los derechos negativos– el Estado tiene potestad para hacer acentuaciones públicas de valor. Entonces, la programática se centraría, por un lado, en fomentar la tolerancia privada, impidiendo que el Estado sancione derechos sustantivos que desplacen los límites de la comunidad y, por otro, en proponer una incompatibilidad entre bienestar personal y bien común, si el primero no es un derivado del segundo. En este marco puede interpretarse el principal argumento de la Cámara de Apelaciones para negar la personería jurídica a la asociación travesti Alitt, en 2004: “(los miembros de la asociación) no tienden al bien común, sólo persiguen beneficios personales (...), lo que no obsta para que se asocien en procura de conseguir tales fines, sin necesidad de una protección especial por parte del Estado, (es decir) sin que sea menester (...) hacer participar a este último de un emprendimiento que considera disvalioso para la totalidad”.

En la actualidad, el discurso conservador subsiste, renovando sus argumentaciones con relación a las dimensiones de la problemática que vayan introduciendo en la agenda las organizaciones Glttbi.

3 EL LIBERAL ABSTENCIONISTA

Entiende al individuo como una entidad autónoma que –legítimamente– busca la realización de su bienestar personal. El bienestar implica un conjunto de acciones que no debe valorar la autoridad, ya que serían elecciones de índole privada que, por otra parte, no reflejan la totalidad del individuo. Si se respeta la preservación de las manifestaciones privadas de las personas (distintivas y parciales) y, en el plano público, se respeta activamente todo lo que tienen en común, la relación (es decir, la separación) entre cultura y política estaría equilibrada, y el bien común estaría en marcha.

Fue un discurso que apareció en los inicios del proceso de politización Glttbi. A diferencia del discurso conservador, que siempre tiene algo para decirle a la sociedad, el discurso liberal abstencionista no quiere hablar de nada porque el habla no-genérica destituye a un liberal que se precie de tal. El sujeto de este discurso parece tener la esperanza de que una mano invisible tape la boca del Estado y libere la de los sujetos para que digan lo que quieran en privado. Así se fomentaría realmente la tolerancia, sin ninguna toma de partido que no sea la de los propios individuos. Mucho más cercano en el tiempo, en el debate sobre la Ley de Unión Civil de la Ciudad de Buenos Aires, aun podemos apreciar esta argumentación (en realidad, tantas veces utilizada como prolegómeno de una alocución conservadora): “El afecto no es algo que al Estado le interese tutelar regulando o protegiendo (...), no le interesa si el afecto dura un mes, un año u otro tiempo” (legisladora López de Castro, 2002). “Es preferible que la Argentina continúe con una tradición jurídica donde este tema está incluido en la consideración constitucional como que las acciones privadas de las personas les pertenecen a su privacidad y no son objeto de acción de los jueces” (legisladora Colombo, 2002).

4 EL LIBERAL DE RECONOCIMIENTO

Existe otro discurso liberal muy distinto y de mucha importancia para entender los avances que existen. Apareció tímidamente en 1991 en el voto de minoría de los jueces Santiago Petracchi y Carlos Fayt en el fallo que negó la personería jurídica a la CHA, luego en varias intervenciones a favor de la Ley de Unión Civil en 2002 y, por último, en el fallo de la Suprema Corte que daba la personería jurídica a Alitt, en 2006. Quienes sostienen este discurso son –como los anteriores– escépticos respecto de la eficacia del Estado, tomando partido por una concepción del bien común. Pero –a diferencia de los abstencionistas– intentan a toda costa separar la cuestión valorativa de la cuestión de la racionalidad de las instituciones que permitirían la emergencia y el resguardo de los valores heterogéneos de la sociedad. En consecuencia, bien harían los poderes del Estado si, en vez de perder la elegancia neutral indicando el valor de ciertas concepciones (discurso conservador), o en vez de querer redireccionar los debates al terreno estéril de las libertades genéricas (liberal abstencionista), se pusieran a mejorar el andamiaje legal existente y a corregir la dinámica de y/o crear instituciones garantistas o promotoras de los derechos que reclaman las organizaciones Glttbi.

En suma, este discurso sueña con la creación de una “forma” (o fórmula) institucional pluralista vacía de contenido, una especie de regla-estructural-democrática-estatal que sólo atentaría contra sí misma si sus contenidos los propusiera ella y no los representantes de la sociedad civil: “El reconocimiento por parte de una universidad de una organización no constituye una aprobación ni explícita ni implícita de aquélla (...). La aprobación o desaprobación fundadas en el asentamiento explícito del contenido de la defensa de una postura es contraria a la esencia misma del objetivo universitario, que es el pluralismo”, expresó Petracchi en 1991, aludiendo indirectamente a las valoraciones que desde el Estado se hacían de la homosexualidad. En 2006, Fayt, en el fallo de Alitt, radicalizó los alcances de la regla estructural cuando afirmó que debe tener validez “sea que se trate de asociaciones, agrupaciones u opiniones ocasionales, y en cualquier materia que se involucre, como de naturaleza política, religiosa, moral, cultural, deportiva, sexual, etcétera”.

Nos queda la incógnita referida a cómo se puede llenar de contenido esta forma institucional, tan abstracta por propia vocación. En el último fallo que hemos citado, es claro que existe un “prohibido prohibir” que posee un espectro de objetos sociales a cobijar inimaginable en el Poder Judicial de nuestro país poco tiempo atrás, asumiendo que la ampliación del espectro es posible por medio de la abstracción. Pero esto es solamente una cara de la moneda. El reverso de esta abstracción inclusiva es –naturalmente– su falta de contenido, lo cual, en términos de políticas concretas Glttbi, es un obstáculo contra su gestión porque el “prohibido prohibir”, de tan abstracto que es, es visto con cero de operatividad (operatividad que no es incumbencia del Poder Judicial). Llegados a este punto, sería bueno terminar con una pregunta: ¿qué estrategias habrá que desplegar para que finalmente se tengan esos derechos y no se tenga solamente el derecho a tenerlos?

Ernesto Meccia
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Amor a la mexicana


Actriz, cabaretera, escritora y directora teatral, la mexicana Ana Francis Mor, antes que todo eso, es lesbiana. Y lo dice, lo escribe, lo hace visible con la ilusión de generar un efecto contagio que termine de una vez con esa institución llamada closet. Esa es la intención de su primer libro, El manual de la buena lesbiana (Emeequis Ediciones, que se presenta este sábado), donde asegura que las lesbianas son como las teles, “en cada casa hay una”. Y Ana está dispuesta a descubrirlas.

Tu libro, El manual de la buena lesbiana, empezó como una columna en un semanario. ¿Cómo conseguiste ese espacio?

–Emeequis es un semanario político muy interesante que antes formaba parte del diario El Universal. Un buen día, a causa de un problema con la esposa del presidente Fox, echaron a todo el staff. Juntos se decidieron a fundar este nuevo semanario. Justo en esa época con Las Reinas Chulas, la compañía a la que pertenezco, estábamos tomando El Hábito, que antes pertenecía a Liliana Felipe y a Jesusa Rodríguez, quienes decidieron heredárnoslo. Aquella revista y nosotras empezamos al mismo tiempo e hicimos algunos eventos conjuntos. Hacía ya mucho que yo tenía esta idea de escribir El manual de la buena lesbiana, del cual sólo tenía el nombre. Es un chiste que salió de tardes enteras de platicar con amigas sobre nuestros amores, decepciones y todo eso. Yo decía: es hora de reírnos de nuestra eterna tragedia lésbica, de empezar a hablar de lo nuestro, pero sin solemnidad, desde el humor.

¿A qué te referís con “nuestra eterna tragedia lésbica”?

–Destino trágico, convencimiento absoluto de que tu vida va a ser una tragedia. Pasas por un primer momento de mucha tortura, pero con el tiempo te das cuenta de que es más tortuoso no vivir como lesbiana si lo eres. Vivir como heterosexual si eres lesbiana debe ser una tragedia que no pocas quisimos soportar. En lo cotidiano siempre hay ese recordatorio de que no perteneces y alguien dispuesto a regresarte al closet, a querer que seas otra cosa. Desde quien te pregunta si estás casada, y dices que sí y luego: ¿a qué se dedica tu marido? La gente siempre asume, de entrada, que eres heterosexual. Entonces te dices: ¿qué hago?, ¿le digo que mi novio se llama Julián y se acabó el problema, ya que a este tipo no lo volveré a ver, o le digo que mi marido se llama Eugenia? Y te preguntas: ¿a ver qué cara pone, no peligrará mi vida? Porque en algunos casos la vida está en peligro. Siempre vives con estrés esos momentos, en los que, quienes tenemos suerte, podemos salir del closet, porque ni nuestro trabajo ni nuestra vivienda o integridad física dependen de ello. Pero hay quien no puede. Yo un día decidí quedar absolutamente fuera del closet porque llevar una doble vida para mí sería muy angustiante. No se me dio la vocación de Mujer Maravilla para eso. Es completamente estresante estar cubriendo ese otro personaje, entonces quienes podemos vivir fuera del closet nos ahorramos buena parte de ese estrés, pero tienes que hacerlo todos los días.

Lydia Cacho, la prologadora de tu libro, dice que vos no saliste del closet sino que lo dinamitaste...

–Un momento importante para mí fue cuando conocí a mi actual pareja. Ella viene de una familia educada de otra manera. Las personas crecen distinto si te enseñan dónde tienes la boca, la nariz, el clítoris, todo al mismo tiempo. Entonces a la hora de integrarme a su familia a mí me cambió la concepción de muchas cosas, porque me di cuenta de que así apenas es digno y que menos que eso no tengo por qué soportarlo. Estar con la pareja con la que ahora estoy me ha indicado un tabulador de dignidad muy alto. Desde ahí va mi activismo. Todo eso combinado con el cabaret y con el buen humor, porque para mí la risa es la traducción simbólica del placer en el cuerpo. Es un motor fundamental que nos conecta con esa vocación al placer que tenemos y que la mala educación judeocristiana ha jodido tanto. Y todo porque Dios no se ríe.

¿Y con tu familia qué pasó?

–Mi familia son básicamente mis hermanas, mi madre falleció y a mi padre, alias el donador, hace años que no lo veo. Pero con mis hermanas siempre hemos tenido una relación muy solidaria. Entonces, cuando descubrí que era lesbiana, con las primeras que fui a hablar fue con ellas. En ese momento me encontré con unas lesbianas feministas que me prestaron bastante buena literatura y se las llevé. Las senté a todas y les dije: yo soy lesbiana, lean esto, en quince días me hacen todas las preguntas que quieran y después de eso se joden, porque no me van a dejar de querer. Nunca les permití que me echaran ninguna culpa encima. Ha sido un proceso lento, a veces amoroso y a veces jodido.

Vos decís en tu libro que salís del closet para no quedar encasillada como heterosexual...

–Cuando hablo con mis amigos que viven de la televisión los escucho decir que si sales del closet te van a poner una etiqueta y no quieren porque quieren ser versátiles, interpretar diferentes papeles. Yo creo que en realidad salir del closet es un paso gigantesco y da mucho miedo y tiene que ver con enfrentar montones de cosas propias. Porque todos pasamos por ese momento en que te crees que naciste chueco, que eres menos y es muy difícil sacarse esto de encima. Salir del closet tiene que ver con decidir que no te importa tanto si las demás personas te miran como menos o no. Pero a esta frase que a mí me da mucha risa, “no quiero que me encasillen”, yo contesto: “Para mí es importante salir del closet porque no quiero que me vayan a dar personajes heterosexuales, ¡qué horror!”.

En tu propio libro hizo la salida del closet una actriz boliviana amiga tuya...

–Ella escribió uno de los capítulos donde hablaba de mi casamiento, era una de las testigas. Decidió poner allí su nombre. Fue un poco escandaloso en México. Pero nosotras no lo promocionamos por ese lado, pues el que lo leyera se iba a dar cuenta solo.

¿Hubo una reacción escandalosa con esto, pero no la hubo con el libro?

–Mira, no fue mayor cosa, pero de pronto a la hora de la distribución hemos tenido algunos problemas que se solucionaron, porque como el libro se ha vendido bien, los problemas se les olvidan en minutos. Hay dos historias distintas: el DF y el resto del país, donde hay librerías que los esconden, pero son asuntos que vamos solucionando porque armamos escándalos y esas cosas.

En El manual... contás que en México alcanza con ser mujer para ir presa...

–Por un lado está el discurso oficial donde hay una “intención” de equidad de género, pero que no se traduce en políticas reales. El gobierno federal está utilizando los institutos de las mujeres de todo el país para regresarnos a un lugar de madres de familia. A nivel local, gracias a las feministas metidas en el gobierno, las cosas sí han ido cambiando hacia una política de equidad. Pero la criminalización en otros estados, fuera del DF, es terrible. Nunca en el país hubo una mujer presa por abortar. Después de que se aprobó la ley en Ciudad de México, hace 3 años, la reacción de la derecha en el resto del país ha sido cambiar las constituciones locales para proteger la vida desde la concepción. Y en este momento hay 150 mujeres en la cárcel. Han ocurrido absurdos tales como el de una mujer en el estado de Campecha que estaba moviendo un mueble, le vino un aborto y la metieron presa. ¡Es tan complejo el escenario mexicano para las mujeres!

Ustedes, Las Reinas Chulas, hablan de una “función social del cabaret”. ¿Qué significa eso?

–En la época de la revolución mexicana, finales del 1800, principios de 1900, iban carpas gigantes presentando sus espectáculos de pueblo en pueblo. Allí se bailaba can-can y era un momento sexualmente transgresor, estaban las cantantes de música ranchera, los magos y los cómicos que hablaban sobre lo que ocurría en el país. La gente no sabía leer, sólo muy pocos. Entonces, entre los cartones, es decir, las caricaturas gráficas, sin palabras y los cómicos de cabaret, se educaba al pueblo políticamente. Una tradición que luego el cine mexicano tomó. Todos los cómicos del cine salieron de esas carpas. Venían del oficio de la crítica política cotidiana. Después, mucho de eso murió en los ’60 y luego fue retomado por gente como Jesusa Rodríguez. Nosotras, que venimos de esa educación humorística, pero también de la escuela universitaria de actuación o del teatro serio, de la tragedia, hacemos una combinación entre la técnica y la revista, que nos gusta mucho. Y una vez que conocimos a Jesusa y a Liliana, terminamos de comprender esta función social del cabaret. Ahora nuestro trabajo transcurre entre el escenario de El vicio y la calle, las comunidades indígenas, las escuelas, donde aprovechamos para la difusión de los derechos sexuales.

Ustedes compartieron espectáculo con Liliana y Jesusa. ¿Qué nos podés decir de esa experiencia?

–Fue un gran aprendizaje. Además tuvimos acceso a otra manera de hacer cabaret. Jesusa es una mujer brillante, hambrienta de conocimiento, todo el tiempo lee nuevas cosas y eso va a parar a su escenario. Así es de genial. Nosotras dijimos de entrada: no la vamos a entender, pero vamos a decir que sí a todo. Liliana es de esas personas que si no hiciera música moriría. Es un ser tremendamente inocente. Es muy lindo verlas trabajar y verlas como pareja de veinte años juntas. Lili se ríe todas las funciones de los chistes de Jesusa, como la primera vez. Y ambas fueron tremendamente generosas con nosotras. No sólo con lo que aprendimos de ellas sino también con heredarnos El Hábito, que nosotras llamamos El Vicio. De esto hace ya cinco años.

Paula Jiménez
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viernes, 23 de abril de 2010

Gaysalla


Desde su encarnación de Santili, el gay rebelde de La tregua, hasta el maduro Marcos de Dos hermanos, pasando por Freddy de Almejas y señoritas, los gays en la piel de Gasalla dicen mucho sobre lo que el cine argentino a lo largo de estos últimos años ha decidido mostrar y esconder.

UNA TREGUA

Parece haber un Gasalla gay para cada momento histórico. Los años ’70, contexto particularmente represivo para las diversidades sexuales, alimentaban asimismo las efervescentes luchas con la consigna de “Sexo y Revolución”, del cual el Frente de Liberación Homosexual es uno de los mayores exponentes. Ahí aparece Gasalla en la piel de Santili, en La tregua, constituyendo un quiebre en las representaciones tradicionales del gay en el cine argentino. La película relata la historia de un viudo cincuentón (Héctor Alterio) al que se le pasó la vida en la oficina, y que cuando gracias al amor toma conciencia del vacío de su vida, es tarde ya: la muchacha muere. Hay una escena, de las dos en que aparece Santili, que es muy corta, pero es fundamental. Santili es un flamante compañero de oficina de Alterio. Es tímido, callado, afeminado y sufre de claustrofobia. Sus compañeros se burlan de él. En la escena en cuestión, está contemplando ensoñado a un guapo y mujeriego compañero de trabajo. Cuando otro lo advierte, lo asusta y a Santili se le caen todos los papeles, pero éste, lejos de reaccionar pasivamente, contesta con energía:

“¿Por qué me cargan? ¿Por qué? ¿A ustedes les gusta esta vida? ¿Ustedes están contentos con esta rutina? ¿No se imaginan nunca que uno podría estar en otra parte viviendo otra vida, haciendo algo mejor que copiando números inútiles en papeles que nadie lee? ¡Idiotas! ¿A ustedes no les gustaría ser millonarios? ¿O artistas? ¿O hermosos? Ustedes están contentos con esta vida miserable?”

Tradicionalmente en el cine argentino, la única forma de retratar a los gays era a través de la figura de la marica, un recurso para la risa. No se representaban, pero se aludían sus preferencias sexuales y éstas eran particularmente blanco de burla. Fue el estereotipo recurrente de comedias populares protagonizadas por Niní Marshall, Luis Sandrini, Olmedo, Porcel, entre otros.

La subversión del personaje radica en que esta vez la marica no servía para hacer reír. Por el contrario, hacía callar la risa de sus compañeros. Santili no sólo se rebela contra la sociedad porque margina sus deseos eróticos sino también porque condena a las personas a los trabajos alienados y sin imaginación, intrínsecos a la égida capitalista. El discurso de Santili evidencia no sólo su infelicidad sino la de sus compañeros, que esperan también huir del trabajo como de la peste a través del amor o ganando el Prode.

En la última escena donde es nombrado Santili se nos revela que no trabaja más en la oficina. Se supone que renunció después del incidente. Ello lo erige en el verdadero héroe de la película: el único que se atrevió a pensar a tiempo otros mundos posibles, a soñar en voz alta. Es sólo a través y después de Santili que el personaje de Alterio se atreve a declarar su amor a la muchacha interpretada por Ana María Picchio y a reconocer la homosexualidad de su propio hijo.
UN PASO ATRAS

El Gasalla gay de principios del siglo XXI es hijo de la época de la visibilidad de gays y lesbianas, y en cierta forma del neoliberalismo. En Almejas y mejillones, Gasalla representa a Freddy, un hombre maduro aparentemente sin complejos respecto de su sexualidad, la cual parece afirmar a los cuatro vientos. Tiene una amiga lesbiana (Leticia Bredice), le gustan los musculosos y está enamorado y tiene sexo con un joven rubio de pelo largo y musculoso, en lo que parece un exceso de estereotipo. Almejas y mejillones no parece aportar mucho a la representación positiva de gays sino que, por el contrario, refuerza algunos prejuicios. Frente a su aparente osadía, Freddy parece avergonzarse cuando se encuentra vestido de mujer y cae en el patetismo de querer suicidarse ante la primera infidelidad de su amante. Aunque en clave de comedia, su personaje bastante frívolo se inserta en una película bastante despareja y que, con una mirada pretendidamente queer que aspira a superar la rigidez de las identidades sexuales, puede suscitar en varias ocasiones miradas conservadoras.
UN PASO AL COSTADO

En principio, Marcos, el personaje que interpreta Gasalla en Dos hermanos, parece situarse también en los antípodas del costado rebelde de Santili. La imagen que nos ofrece la película es representativa de la vida de muchos gays del siglo XX: la de aquellos que, quizá culpables de sus deseos sexuales, depositaron la libido en el útero materno y relegaron su vida erótica y amorosa en pos de cuidar a madres sufrientes y dominantes.

La película comienza cuando, perdido tras la muerte de su madre, la terrorífica Neneca, la existencia de Marcos parece girar en torno de las manipulaciones de su pérfida hermana Susana (Graciela Borges).

Marcos vuelve al costado pasivo, represivo, tímido y asustadizo de un estereotipo de gay. Su rebelión, cuando llegue, no va a ser a los gritos como la de Santili, pero no por ello menos efectiva. Simplemente cerrar la puerta en la cara de su hermana después de pedirle que retire sus dedos para no lastimárselos. Y es en este momento cuando vuelve a tomar la posta del Santili rebelde. Si aquél reclamaba su derecho a soñar con su compañero de trabajo y a trabajar de lo que quisiera, Marcos reivindica un derecho que parece negado o que rara vez aparece reclamado, aun en esta época de fuertes luchas reivindicativas de los derechos sexuales: el del amor y el erotismo en la vejez. Marcos niega, a partir de su historia de amor crepuscular, que el único destino que pueden tener los homosexuales en la tercera edad sean los que clásica, casi exclusivamente, les ha otorgado la ficción cinematográfica y literaria, y que tanto han alimentado el imaginario social: el de la vieja marica con peluca, afeites y cirugías destinada patéticamente a correr tras la belleza de los jóvenes y pagar el precio –y el desprecio– de tan sólo contemplar, o pagar, o sufrir y esperar por un gesto que se parezca al amor o al deseo. Es una pena que el film no haya profundizado en este tópico que sobresale en medio de tanto cliché y no se haya animado a mostrar escenas de amor y sexo entre dos hombres maduros para variar en medio de tanta proliferación de modelos desnudos. Junto a Mario (Osmar Núñez), Marcos encontrará el placer largamente relegado. Aunque en el camino, como en el Edipo que representa en la película, deba matar antes, de alguna manera, a su madre y a su hermana.

Sin autor
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Las amistades particulares


El 21 de abril se cumplen cien años del aniversario de la muerte de Mark Twain, narrador fundante de la ficción americana y de aquellos relatos de aventuras protagonizados por muchachos adolescentes que sueñan con ser bandidos, fundirse con la naturaleza y vagabundear juntos y sin mujeres. A modo de homenaje va este repaso por esas cofradías armadas a base de músculos y testosterona que tanto alimentaron las imaginaciones machistas y tanto alimentaron también las fantasías homoeróticas de generaciones de jóvenes de los últimos siglos.

I. Escenas imborrables

En su autobiografía denominada Palimpsesto. Una memoria (1995), Gore Vidal relata que después de ver el film Príncipe y mendigo en su versión de 1937, con los adorables gemelos de doce años Bobby y Billy Mauch, experimentó una sensación de placer que posteriormente asimiló a sus primeras experiencias sobre el despertar de la sexualidad y el amor.

Como en la novela de Mark Twain, en la película, el príncipe y el mendigo intercambian sus ropas —al igual que Aquiles y Patroclo, que David y Jonatan— y los papeles de su vida. Desde que vio esa escena, cree Vidal, comenzó a buscar a su amante idéntico, aquel que fuera su otra mitad tal como lo describe Aristófanes en el Banquete de Platón: “Cuando este muchacho enamorado es lo suficientemente afortunado como para hallar a su otra mitad, ambos quedan tan intoxicados de afecto, de amistad y de amor, que no pueden soportar el verse separados del otro por un solo instante... aunque no encuentren el modo de explicar qué es lo que en realidad desean el uno del otro, y de hecho el placer puramente sexual de su amistad apenas justifica el inmenso deleite que su mutua compañía suscita”.

Si escribiera mi autobiografía debería también hacer una cita para Mark Twain. A mediados de la década del ’80 proyectaron en la televisión argentina una miniserie de 26 capítulos basada en dos libros de Mark Twain: Las aventuras de Tom Sawyer (1876) y Aventuras de Huckleberry Finn (1884). La serie en cuestión era una coproducción de origen alemán-canadiense y se llamaba Huckleberry Finn and his Friends. Estaba protagonizada por un adolescente llamado Ian Tracey que sonreía espléndidamente. Nunca más la volvieron a pasar.

Hay dos momentos de la serie que quiero recordar. En el capítulo VI, Huck, Tom y otro amigo se bañaban completamente desnudos en el río. Una toma alejada perfilaba la sensualidad de los cuerpos juveniles y la redondez bien formada de las nalgas de Huck antes de arrojarse al agua. Luego, los tres chapoteaban divertidos. Lo bucólico de la edénica e inocente escena no lograba ocultar su intenso erotismo. De hecho, las imágenes no diferían demasiado de ciertas fotografías que se erigieron en fundantes de la tradición homoerótica: la de los efebos fotografiados por Wilhem von Gloeden en Taormina o la de la serie Swimming de Thomas Eakins.

El otro momento es el capítulo final. En la última escena, los tres personajes principales –Huck, Tom Sawyer y el negro Jim– deciden, después de atravesar divertidas y peligrosas experiencias y hallarse en el dulce hogar, escapar juntos en cuanto puedan e ir en busca de nuevas aventuras.

Recuerdo todavía el goce que me produjo ese final. Esa comunidad de hombres –dos bellezas rubias y un negrazo– sellando el pacto con un triple apretón de manos, riendo alegremente y soñando juntos con una vida de camaradería masculina que hubiese sido la utopía de Walt Whitman.
II. Felices juntos

Pocas personas que hayamos leído Las aventuras de Tom Sawyer o Huck Finn en la niñez podemos sustraernos al encanto y la frescura de sus páginas. Twain supo narrar una verdadera épica de la adolescencia y de las potencialidades, e infinitas posibilidades de la juventud. Encarnando la metáfora de la libertad y la rebeldía, allí están Tom y Huck que prefieren mil veces vivir de vagabundos, haciendo incontables proyectos descabellados, que sometidos a la disciplina de la civilización.

En sendas novelas de Twain, tanto Tom Sawyer como Huck Finn se hacen pasar por muertos y adquieren nuevas identidades y una nueva vida, y escapan de la vida cómoda y obediente que les ofrecían sus tías o viudas bondadosas. Huck, el huérfano que no se deja adoptar, elige estar con poca ropa o vestido de andrajos, a su aire y contento. En la novela que lleva su nombre, sus instantes de mayor felicidad son cuando huye con el negro Jim en una embarcación. Tiene una balsa propia y un amigo, todo lo que hay que tener. Los muchachos duermen y velan a su gusto. Disfrutan del agradable calor del verano en el bajo Mississippi y consiguen alimentos mediante la pesca o robando, a lo largo de la costa. El clímax es expresado por Huck en un momento de la novela:

Navegábamos de noche por el monstruoso río que en algunos sitios tiene milla y media de ancho y, durante el día, descansábamos en tierra. En cuanto empezaba a amanecer amarrábamos la balsa a un arbusto de la orilla y la ocultábamos con ramas de sauce y algodones. Echábamos las líneas, nos dábamos un magnífico baño, nos sentábamos a la orilla y esperábamos ver amanecer.

En Tom Sawyer en el extranjero, Tom, Huck y Jim viajan en globo a través del océano, el Sahara y Egipto. En iguales términos, Huck, el narrador, expresa su emoción de estar alejados del mundo y rodeado sólo por sus dos amigos:

Nos estábamos acostumbrando al globo; el temor había desaparecido por completo y no queríamos estar en otra parte... Aquí arriba, en el cielo, todo era tranquilo y encantador, bajo la luz del sol, satisfecho de comer y dormir, rodeado de cosas extrañas para ver sin que nadie me molestara y sin tener que soportar gente antipática. Vivíamos los tres en vacaciones permanentes. De ninguna manera teníamos prisa por abandonar este paraíso y volver a la civilización.

Frente a la libertad y a la plenitud tranquila que los muchachos de las novelas de Twain suelen encontrar cuando se hallan juntos ideando desmesuras, las mujeres representan la obediencia, la trampa de lo sedentario y lo doméstico, cuya expresión final es el matrimonio.

Tanto Príncipe y mendigo como Tom Sawyer y Huck Finn pueden inscribirse asimismo en los llamados bildungsroman o novelas de educación. En ellas, generalmente, un joven varón realiza un viaje iniciático que, como todos los viajes, es también un viaje al interior de uno mismo. Es un viaje que constituye la primera salida al mundo y que, heredero de la hermenéutica del renacimiento, permite convertirse en “lo que se es”, es decir, en el mejor de los casos, en un hombre. Así, en Príncipe y mendigo, el intercambio de ropas con el mendigo Tom y su descenso al submundo de los pobres es el que posibilita al príncipe convertirse en un monarca sabio y compasivo, en Eduardo VI.

Convertirse en hombre y en un adulto, adquirir los valores propios de la masculinidad precisa del alejarse de las “faldas” de las mujeres y por lo tanto del hogar. Guardando algunas semejanzas con los ritos de iniciación propias de la pederastia, este viaje se hace en compañía muchas veces de un hombre mayor o de un amigo.
III. Amigos para la aventura

En el principio de las ficciones fundacionales norteamericanas, como en la mayoría de las novelas épicas o de aventuras, sólo están los hombres. La aventura es una forma de vida que pone en juego virtudes que se suponen esencialmente masculinas como la fuerza, la valentía y el coraje, y por ello está vedada a las mujeres que, por otra parte, siguiendo la misma lógica androcéntrica, deben relegar su vida al campo de lo doméstico.

Por otra parte, en momentos clave de creación de los mitos fundantes de los Estados-Nación modernos se hace necesaria la aparición de héroes masculinos que resignifiquen la idea de la política como cosa de hombres y las bases de la dominación masculina. Las novelas que fueron un verdadero boom para la burguesía del siglo XIX cumplieron muchas veces esa función.

Partiendo de esos supuestos, la narrativa norteamericana nace con ese pecado original que imprime ciertas características a la literatura de aventuras norteamericana y a la manera en que son descriptas las relaciones entre los hombres. Por un lado, esas ficciones creaban héroes exclusivamente masculinos y que exageraban hasta el paroxismo las virtudes corporales de músculos, vellos y fuerza, y la valentía frente al peligro. Por otro lado, al excluir muchas veces a las mujeres de los relatos –u otorgarles un papel meramente decorativo– fue preciso darle un contenido y unas características particulares a las únicas relaciones afectivas posibles, es decir entre hombres, pero que no pusieran en tela de juicio valores tales como la masculinidad y la hombría. En ese sentido, puede entenderse el particular homoerotismo presente en las primeras ficciones americanas.

No sólo nos referimos al poeta Walt Whitman y su utopía del amor de los camaradas que se bañan juntos, sino, también, a la recurrencia de las novelas de hombres sin mujeres y las intensas amistades masculinas en la narrativa de James Fenimore Cooper, Hermann Melville, Nathaniel Hawthorne y Mark Twain, entre otros.

Así, Cooper, considerado el creador de la épica norteamericana, intenta en El último de los mohicanos (1826) dar a su país el fundamento mítico de que aquél carecía, en su condición de nación recién formada. Para ello recrea un héroe que reúne las mejores virtudes del pionero, el cazador, el vaquero y otros personajes que marchan hacia el Oeste: Natty Bumpo. Pero la historia de El último de los mohicanos es también la historia de una amistad pasional: la de Natty Bumpo y el indio Chingachgook. Uno es el espejo del otro. La amorosa relación entre el blanco huido de la sociedad y el salvaje de piel oscura que se unen hasta que la muerte los separe simboliza la posibilidad de una nación entre los nativos puros y los blancos puros. En su influyente obra titulada Love and Death in the American Novel, Leslie Fiedler, Fiedler describe esa amistad como una de las maneras paradigmáticas en que van a definirse las relaciones entre hombres en la narrativa americana: un “inmaculado matrimonio de hombres, sin sexo y puro”.

El esquema que inaugura Cooper se repetirá hasta el cansancio en incontables películas masculinas de westerns. Dos ejemplos paradigmáticos que suelen ser citados son la relación de amor-odio-obsesión que sienten entre sí los personajes de John Wayne y Montgmery Clift en Río Rojo (Hawks, 1948) y sobre todo Paul Newman y Robert Redford, que eligen vivir y morir juntos en Butch Cassidy and the Sundance Kid (Hill, 1969) y que permanecen impasibles a la belleza de Katherine Ross.

En otra novela fundacional, Moby Dick, de Melville, no sólo destacan las obsesivas descripciones de marineros viriles, de cuerpos musculosos y tatuados en una comunidad de hombres que parece no precisar de mujeres, sino también la intensa amistad hasta la muerte entre los personajes Ismael y el arponero Queequeg. Amistad no exenta de celos, besos y abrazos. En la novela, los amigos se acarician y duermen juntos, uno en brazos del otro y el narrador no titubea en compararlos como un “amante matrimonio” y caracterizarlos como una “tierna pareja amorosa”. Melville estrena con sus novelas de marineros toda una imaginaria homoerótica que tendrá larga vida hasta el presente.

En su análisis de la narrativa de las aventuras de Mark Twain, Fiedler se apresura en señalar: “En nuestro imaginario nacional, dos niños pecosos cogidos del brazo, con cañas de pescar al hombro, caminan hacia el río; o bien uno de ellos se desliza tranquilamente en una balsa sobre sus aguas, en compañía de un negro cimarrón. Han dejado, lo sabemos, a la tía Polly y a la tía Sally y a la viuda Douglas y a la señorita Watson y a la rubia Becky Thatcher también, a los repetidos símbolos de la civilización”.

El mismo Fiedler se pregunta por qué a los lectores del siglo XIX les interesa una literatura que tan a menudo está próxima a aceptar la homosexualidad masculina. Su hipótesis es que el rechazo tan fuerte a la sodomía y la inversión masculina de ese mismo siglo derivó en una literatura que consagra los lazos libidinales y las amistades entre hombres como inocentes, no sujetas a la lujuria y más allá de todo reproche. Es lo que más tarde Eve Kosofsky Sedwick va a llamar homosociabilidad. Con ese concepto se refiere a la forma que encuentran las sociedades modernas de Occidente para describir los lazos afectivos masculinos: posicionándose contra la pasión/deseo por los del mismo sexo. El deseo homosocial masculino es un modo de regular las prácticas afectivas entre hombres y también de subrayar la forma en que las relaciones masculinas se organizan dentro del sistema patriarcal.

Esta visión de las relaciones entre hombres dominará asimismo el campo cinematográfico durante gran parte del siglo XX. Para dar cuentas de esta perdurabilidad basta citar, entre incontables ejemplos, la versión de 1950 de otro clásico del cine de aventuras, Los caballeros de la tabla redonda (Richard Thorpe), basada en la leyenda del rey Arturo. En el film, el caballero Lancelot (Robert Taylor) busca a “su hombre”, el rey Arturo, por los campos de toda Inglaterra, para conocerle y entregarle su vida y su corazón. Luego de atravesar una batalla juntos, Lancelot y Arturo se juran amistad eterna y hasta intercambian anillos. Siguiendo el esquema clásico del llamado amor triangular, se enamoran de la misma mujer, la princesa Ginebra (Ava Gardner), pero ese enamoramiento compartido sólo sirve para afianzar sus propios lazos afectivos. Cuando el rey Arturo se percate de que su esposa Ginebra está enamorada y añora a Lancelot, que se halla guerreando, la respuesta del supuesto desairado marido con respecto al posible amante de su mujer es: “Yo también lo extraño”.
IV. Literatura, cine y homoerotismo

Como señala Alberto Mirá en Miradas insumisas. Gays y lesbianas en el cine, al hablar de literatura o cine y homosexualidad determinados aspectos despreciados por la tradición científica o textual resultan esenciales para dar con los sentidos que ciertas historias tienen para ciertos públicos: placeres sensuales, respuestas eróticas, ironía, risas y lágrimas, opresión y placer.

Situaciones biográficas como las relatadas –Gore Vidal y sus sensaciones frente a Príncipe y mendigo; el despertar de algo parecido a mis deseos sensuales frente a los rizos rubios y la sonrisa encantadora de Huck Finn– no sólo dicen algo sobre las películas y los libros sino que además no son totalmente intransferibles. Las individualidades no tienen que ser –y de hecho no son– solipsistas, y experiencias como las señaladas pueden encontrar eco en otras muchas reacciones individuales arraigadas en un potencial textual que está presente.

No se trata de que gran parte de las novelas y las películas de aventuras o las referidas novelas de Twain sean películas y novelas gays sino que para ciertos espectadores pueden serlo. De los muchachos de las novelas de Twain puede decirse lo mismo que de los jóvenes de algunos relatos de Henry James –el Miles de Otra vuelta de tuerca o el Morgan de El discípulo–: pueden gustarles los muchachos en un sentido erótico o pueden no gustarles. Pero hay un contenido eminentemente erótico en esas emociones entre muchachos y un contenido posiblemente homosexual.

Al fin y al cabo, nadie puede saber cuál fue el destino y los caminos eróticos de Tom y Huck. Las novelas de adultos suelen terminar en el matrimonio, pero las novelas de jóvenes terminan antes de que ellos tomen las decisiones de su vida. El mismo Twain se encarga de señalarlo al final de Las aventuras de Tom Sawyer:

¿Se hizo ladrón Tom Sawyer? ¿Qué vida llevó, desde entonces, su amigo Huck? ¿Pudieron, ambos, cumplimentar sus planes? ¿Los desecharon, por el contrario, resignándose los dos a una vida fácil, sin complicaciones?

Tal vez algún día resulte interesante reanudar la historia de los más jóvenes, y saber en qué clase de hombres y de mujeres se convirtieron a través de los años.

Adrián Melo
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El séptimo hijo queer


Cuando el séptimo arte mezcla el mito de la licantropía con personajes queer, los resultados son unos hombres lobo que no son ni tan lobos ni tan hombres. Aquí, cuatro pelis para noches pochocleras.

La maldición de la Queerwolf (1988)

Desde su título, esta película clase B presenta una serie de chistes estúpidos y no por eso menos divertidos: Queerwolf (deformacion de werewolf, Hombre lobo en inglés) es el nombre de un nuevo tipo de criatura que cuando muerde a un heterosexual lo "condena" a transformarse en travesti durante las noches de Luna llena.

Esta parodia se centra en las desventuras de Larry Smallbutt (en inglés, culo pequeño), un típico machista norteamericano que, tras una pelea con su novia, decide salir de bares con su amigo Dick (y siguen los chistes: Dick en inglés es el diminutivo de Richard y también significa pene). Estando de juerga conoce a una hermosa mujer (quien resulta ser hombre) que durante el jugueteo previo lo muerde en una nalga. Es una Queeerwolf. Luego de esto llega la primera Luna llena y Larry se transforma: le crecen las uñas y el pelo y en su boca aparece lápiz labial. Como también ocurre con los hombres-lobo, Larry no recuerda lo que hizo la noche anterior. Desopilante es la escena en la cual despierta en un sauna lleno de hombres que lo miran sonrientes. Al llegar a su casa se encuentra con toneladas de flores para él y el contestador lleno de mensajes de los que quieren repetir la cita. Con la ayuda de una gitana encuentra una cura no fatal a su condición: mirar un amuleto con la foto de John Wayne.

El director (ultra clase b), Mark Pirro, quiso hacer de este un film anti homofóbico. La película es de esas que de tan malas son buenísimas. Mezclando momentos gore con comedia logra un film divertido, que si bien presenta una imagen bastante estereotipada de los gays, en este contexto no llega a ser mal intencionada.

Were-grrl (1998)

Amy Lynn Best es una bailarina y actriz norteamericana que decidió abrirse paso en el machistoide mundo de las películas de terror independientes. Cansada de que las mujeres fueran utilizadas únicamente para personificar vampiresas lesbianas que son puestas en los films para calentar a los hombres, se decidió a rodar este mediometraje que es una película anti-explotation: "Quería que los jóvenes volvieran al videoclub y golpeando en el mostrador dijeran : esto es una basura, no se ve ni una teta". Y lo consigue. Were-grrl fue vendida desde los trailers hasta la grafica como una película de terror y softcore lésbico, pero las escenas de sexo fueron quitadas adrede, privando a la audiencia masculina adolescente de sus mal informados supuestos sobre el amor entre mujeres.

El film comienza cuando Leslie (Jasi Cotton Lanier), una bailarina nudista, se muda a su nuevo departamento luego de que su familia la echara a la calle. Allí entabla amistad con Jerry (Francis Veltri), su vecino gay. Una noche deciden ir a una feria para entretenerse un poco. Allí Leslie se hace leer la mano por una misteriosa gitana (interpretada por la directora) que predice que "una gran desgracia está a punto de suceder". Y por supuesto, como en toda película de terror, las predicciones se cumplen. A la salida de la tienda una enorme y estereotipada lesbiana, vestida de camionero, besa a la joven Leslie, dando comienzo con esto a la maldición. Cuando hay Luna llena nuestra heroína se transforma en una lesbiana que frecuenta los bares en busca de mujeres para seducir. En uno de ellos conoce a una camarera (interpretada por la diosa del cine B Debbie Rochon) que le dice que la cura es: baños de burbujas, champagne y casarse inmediatamente. Pero ¿Leslie quiere curarse?

Los lobos de Kromer (1999)

Boy George es el narrador de esta historia que tiene como protagonistas a Seth (James Layton) y Gabriel (Lee Williams), dos jóvenes (y hermosos) hombres lobo que de por sí ya hacen de esta película algo placentero de ver. En Kromer, un pintoresco pueblo de la campiña inglesa, estos dos lobos rondan como fugitivos tratando de salvar sus vidas de una sociedad hipócrita que los condena al ostracismo porque son criaturas diferentes, pero principalmente por la atracción física que hay entre ellos. Todo comienza cuando Seth es rechazado por su familia cuando "sale del closet" como un hombre lobo, y es que "los padres siempre saben si sus hijos van a acabar siendo lobos" (o sea gays). Vagando por el bosque conoce a Gabriel, otro joven lobo que lo ayuda a sobrellevar la vida de exilio y ambos se enamoran locamente.

El director inglés Will Gould hace de este melodrama (mezcla de road movie con película romántica) una inteligente y directa parábola que traspone la discriminación hacia los homosexuales a la licantropía. Y es que en realidad eso es lo que al pueblo de Kromer le molesta. Los jóvenes nunca se transforman en animales sino que simplemente lucen unos abrigos de piel con cola. Mientras los protagonistas viven las presiones de su propia confusión que les hace algo complicada la vida en pareja, en el pueblo dos sirvientas ancianas asesinan a su señora para quedarse con la herencia, y por supuesto culpan a los lobos. Es por esto que una turba, encabezada por fanáticos religiosos (con capuchas del Ku Klux Klan) sale a cazarlos.

The Wolves of Kromer es una interesante metáfora que muestra cómo ante los ojos del pueblo los lobos son vistos como enfermos y perversos, algo para ser temido y sin posibilidad de vivir al lado de los seres humanos (o sea los heteros).

Maldito (2004)

El escritor y director Wes Craven (Pesadilla en Lo Profundo de La Noche, la saga de Scream) es, sin duda alguna, uno de los grandes maestros del cine de terror. Con un elenco de jóvenes estrellas Cursed es un film ciento por ciento para fanáticos del género. En una noche de Luna llena (obviamente) Ellie (Christina Ricci) y su hermano Jimmy (Jesse Eisenberg) regresan a su casa cuando un animal se lanza contra su parabrisas provocando un choque contra otro auto. Ninguno de los dos sale herido del accidente y cuando van a ayudar a una niña, que quedó atrapada en el otro coche, son atacados por el gran animal en cuestión. Luego de esto los jóvenes siguen el curso de sus vidas. Pero de repente descubren que poseen una fuerza sobrehumana y que sus sentidos se han potenciado al máximo. A partir de aquí lo previsible: deben encontrar a la bestia, matarla y así evitar convertirse ellos mismos en licántropos.

Pero el genial Wes Craven nos tenía preparada una sorpresa. En el colegio el delgaducho Jimmi es constantemente atormentado por Bo (Milo Ventimiglia), el típico brabucón de secundaria, yanqui y homofóbico, quien no deja pasar un día sin molestarlo porque está convencido de que es gay. Algunos días después del accidente Bo reta a Jimmi a una pelea y es derrotado. Triunfante el protagonista le señala que a menudo los que atacan a los homosexuales son en realidad gays dentro del closet. Y tiene razón. Luego de la pelea, Bo se enamora del flaquito que le ganó la contienda y le confiesa su amor, pero como Jimmi no es gay, los dos se convierten en grandes amigos. El personaje de Bo es un ejemplo de lo que se está convirtiendo en una nueva tendencia en el cine de terror, donde habitualmente los personajes queer no son protagónicos y nunca llegan vivos al final. Bo sobrevive, ayuda a su amigo y se convierte en héroe.

Ariel Alvarez
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domingo, 11 de abril de 2010

Cuando el infierno está de turno


En el subsuelo del cine ABC se dieron cita los personajes de la próxima película de Luis Ortega, que se estrenará este invierno. Una puta nacarada, una madama con la piel de Fernando Noy, un abultado Joaquín Furriel y un culo que se niega a precisar su nombre.

No es meramente por elogiarlo, pero Luis Ortega tiene lo suyo para exprimirte al máximo frente a la cámara, aunque la escena dure tres minutos o menos. Además del infatigable equipo, nada más parecido a otra Armada Brancaleone que no detiene sus máquinas hasta llegar a destino, guiados por un susurro telépata con la sonrisa de niño. La Armada baja en tropel todas las veces que resulte necesario repetir cada toma y ya nada importan los casi cincuenta grados de sensación térmica para volver a descender por las castigadas escaleras hasta el subsuelo del actual cine ABC, cuna iniciática en los olvidados ’60 de un tal Antonio Gasalla destacadísimo al frente de un elenco de café concert con Dejate de Historias y Cosaquiemos la Cosaquia, después de otro hito en los años de amor y paz: Help Valentino.

Ahora, contado desde la lente, podría verse a una realmente fabulosa puta nacarada bostezando con cansancio, el típico trío de clientes consumiendo Cuba Libre en un tenebroso bar fassbinderiano y enseguida la rechoncha obscena acomodadora con gestitos ad hoc, blandiendo una grossa linterna con que remeda un fist-fucking frente al precioso bulto recién llegado que además tiene ojos increíblemente más violetas que la propia Liz, encarnado por un intenso e hiperconcentrado Joaquín Furriel en labor descollante. Para mí, poder encarnar esa dantesca anfitriona, como Ariadna en el mutilado laberinto del deseo y además manosearlo por orden del libreto, se vuelve inesperado plus del cachet invalorable.

Al dirigirme Luis, apenas apela a dos o tres palabras para latigar emociones surgiendo sobre la marcha: “Vamos, puto. Dale, puto. Seguí esa luz, puto. Agarrale la corbata, puto. No te preocupes que se te cae la peluca. Seguí, seguí, puto”. Y de pronto, el aria salvadora: “Hecho”.

Justo en el momento que Furriel vomita, esta vez de verdad, entre tanto ajetreo y la aparición inesperada del níveo culo que no tiene cara pero seguro es del gran Emir Segall.

Son recién las once de la mañana y el ABC habitualmente vacío es un campus contratado por la productora con sus muros desnudos color sábana demasiado usada y parecido al rostro de cualquier legendaria actriz atrozmente demaquillado que Pablo Carrera, en trance de paparazzi maldito, fotografiaría sin piedad.

Ese mismo muro alucinante de un Eros al contado, bajo las rojas y estratégicamente instaladas gelatinas por el equipo de arte, vuelve a transformarse en crepuscular territorio libre del placer.

El propio Yukio Mishima guiña desde su trono en sombras genialmente adaptado nada menos que por Alejandro Urdapilleta en dupla con el realizador. Y es bajo esa misma cámara donde resurge el arabesco ardiente desde la lengua erecta de Daniela Venus, travesti y gerente ocasional del ABC, dándonos fuerza, es decir, algo de aire con unos viejos programas de muchachotes en bolas, para impedirnos caer en las garras del ya maldito verano que, justamente junto a la gran Julieta Ortega, es otro de los protagonistas principales del relato Muerte en el estío, que en su traspaso hacia el cine se llamará No le mientas al diablo, por ahora.

Quizá por eso ya nos había avisado que el sótano ardería, aunque yo por suerte ruedo semidesnuda sobre la alfombra barnizada del más añejo semen que, en capas, como un encaje espumante, se trepa incluso en los espejos, irradiando a la vez un despiadado perfume imposible de al menos mitigar ni con el grass o los inciensos, al contrario.

Terminamos justo al mediodía para entregar en punto la nave a sus placeres de siempre de turno.

Mientras me quito el maquillaje para volver a ser un puto más por Buenos Aires, Daniela, al contrario, se retoca apresurada el suyo porque para ella la historia se reanuda o, mejor dicho, vuelve a ser real.

De reojo descubro en el foyer unos apetecibles marineros suecos o noruegos, ya esperando sacar entrada.

“¿También ellos pagan?”, le pregunto casi con envidia a la afortunada Daniela, que con su última apabullante carcajada me responde: “Y no sabés cómo...”.

Trascartón, al pasar por la salida, frente al grupo excitante veo que llega otro. Por supuesto me dan ganas de quedarme e incluso para hacer lo que quisieran de manera gratuita, por lo que ya de movida me estaba volviendo indigna de exprimir tanta belleza, inflacionando al revés.

Menos mal que en la vereda el remís con aire acondicionado, manifestación aérea de la estival divinidad, me estaba esperando algo apurado.

Y, como Lot al mirar desde lejos, vi que Luis de nuevo, a su modo, sonreía.

Fernando Noy
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Criaturas de la huida


La aventura fugaz del sexo a la intemperie, la sabrosa chance de un cruce de clases como sólo puede darse en el espacio público, el riesgo que incuba, sea por presencia de los agentes del orden o por quienes están acostumbrados a quebrar ese brazo armado de la moral, todo eso puede encontrarse aún en el salvaje escenario de la Reserva Ecológica de Buenos Aires. Hay que esquivar ese “ojo de Dios”, claro, que no es tanto la culpa como la cantidad de cámaras vigilantes que pretenden controlarlo todo. Pero no lo consiguen, no lo consiguen.

Los gay scouts

¿Dónde nació el espíritu errabundo, temerario y ecológico de las locas, que el sol de verano enciende como a las flores, al punto de llevarlas a improvisar en los arbustos una alcoba con sus amantes de paso? Propio de un hábito de caza inmemorial, privilegiado sobre todo cuando la visibilidad era sólo la del antiguo homosexual evidente, y no todavía la del gay orgulloso, el sexo en lugares públicos provocó en su momento debates febriles dentro del movimiento del Arco Iris. Para el programa del gay integrado, contener las ganas de hacerlo fuera de casa era una dolorosa señal de madurez ciudadana, si se buscaba conseguir las llaves del reconocimiento. Ni qué hablar en el inicio del sida.

Lo cierto es que, denostada o exaltada según la fuente y la época que se consulte (hasta la Roma del Satiricón y de Juvenal es testigo de los códigos de levante entre varones, como la rascadita de cabeza para identificarse) toda una vocación de bajo peregrinar por parte del locario se despierta desde el fondo de la historia y enloquece en el clímax cuando los cuerpos están poseídos por el lucro de exhibición y la respiración se tensa como la del aventurero detrás del oro. Mínima, victoriosa o fracasada aventura que los esfínteres padecen, apretados, como ninguna otra parte de la anatomía. Algo de peligro será necesario correr, a riesgo si no de convertir apenas en un comercio demasiado pactado, como en el chat de las páginas de contactos, el encuentro fugaz con ese extraño que aparece en el horizonte. Desconocido del que seduce no tanto su formato físico ni la clase –las zonas oscuras picantes de la ciudad suelen admitir cruces impensables en una disco– sino las condiciones materiales en que se produce el choque sexual: clandestinidad, imprevisibilidad, lenguaje de miradas y maniobras rápidas. Y la percepción de que el ojo de Dios –la ley invisible– está presente siempre en esas circunstancias, bajo la forma de una cámara espía instalada por el gobierno de la ciudad, o en la simple posibilidad de ser descubierto in fraganti por cualquier policía, aunque eso nunca ocurra. O, quién dice, a través del miedo de haber equivocado la presa y que se trate, esta, de un ladrón cuando no de un agresor. Entonces el ojo de Dios se aparecerá a muchos como culpa: "Seguro saca un puñal. Yo me lo busqué, no sé para qué lo sigo".

La destreza en el yire de riesgo, ejercido por ejemplo en las cercanías del puerto, junto a los camiones de la Costanera Sur, o entre el follaje de la Reserva Ecológica no es para todos ni para todas. De más está decir que no pertenece a los manuales del Eros lésbico, acaso todavía un poco demasiado cómodo en el cuadrilátero privado. A los varones, heteros o gays, las evasiones de la casa familiar les resultaron siempre más fáciles y hasta tienen algo de rito iniciático, incluso promovido por los mismos padres, además del entorno de amigos. ¿De qué sirven las glorias eyaculatorias si no formarán parte al otro día de la sobremesa de los amigos? Como cuando el montañista regresa de escalar y muestra la dimensión heroica de los callos.

En los años setenta, después de un trabajo de campo, el antropólogo de la Universidad de Santa Bárbara, Donald Symons resolvió que todo varón, y sin una orientación sexual que valga sobre otra, sueña con infinitas posibilidades amatorias. La conquista del más alto placer sexual reclama a menudo algo de ese farmakon que los austeros llaman promiscuidad. De buena gana, escribe Symons, un hombre cualquiera "se detendría en el área de los baños públicos para una fellatio de cinco minutos", si encontrara con quién. Por tanto, envidia y no tanto repulsa es lo que produce sobre todo en el amigo heterosexual el acceso al polvo exprés en la arboleda de la Reserva Ecológica.
Criaturas de la huida

El cruising (por usar el término yanqui globalizado), su azar, su riesgo, su intensidad, incluso su rechazo de cierta dignidad preestablecida, suspende muchas veces las leyes de la seducción gentil y los acuerdos con la familia y el Estado. Entonces, nadie mejor preparado que los gays como cruisers, porque somos, al modo de la Albertine de Proust, "criaturas de la huida". Puro presente, la aventura de salir de caza en la urbe traza en torno a nosotros los contornos de una isla que, en el tiempo y en la geografía de una vida, se ha separado por un momento del continente social; un objeto extraño, minoritario y sin historia que tiene a veces, cuando se lo recuerda, la coloración de los sueños. En su famoso ensayo Sobre la aventura y el individuo y la libertad, Georg Simmel señala que "la aventura conlleva el gesto del conquistador, el aprovechamiento rápido de la oportunidad…nos encontramos más desamparados, nos entregamos con menos reservas que en las relaciones que están unidas a través de más puentes con la totalidad de nuestra vida en el mundo". El sexo callejero, conquista del derecho a lo efímero.

Reconvertir durante quince minutos la base de la Torre de los Ingleses en escenario de una mamada fue, para la Gorda Omar, plantar en los primeros años noventa, por un instante, su bandera en la luna. "No me lo esperaba. Yo venía de recorrer las teteras de la estación, todas secas de chongos avispados, y de pronto en el hall central el tipo, un rulitos rubión, me guiña un ojo para que lo siga. Pensé que podría tratarse de un cana de civil pero igual me puse a andarle detrás. Me dije, yo me juego. La caminata terminó al pie de la Torre de los Ingleses, donde no había nadie. Era un marinero, y dormía en el barco. Una situación increíble, que agradecí a Dios, ahí cerca del Santísimo Sacramento, aunque me parece recordar que el chongo no venía muy bien de tamaño. Toda la plaza estaba casi a oscuras, no como ahora que la luz hace el papel de celador. Me enteré de que en la Reserva Ecológica hay como dieciséis cámaras buchonas, y que uno tiene que manejarse como el agente 007. Pienso que deben apuntar hacia donde está la orilla del río y las partes más transitadas. Así que hay que saber por dónde plantarse, y moverse por los senderitos que llevan al follaje más alto, que es el mejor escondite."

Las cámaras de la Reserva Ecológica son retoños de la era del pánico. Descubren o inventan a los ladrones, violadores, pervertidos e incendiarios que acechan por todos lados. Menudo panóptico acelerado por las circunstancias, el dispositivo óptico inhallable sustituye la mirada ciega de los rectos trotadores, que nunca (parece) se dan cuentan de nada. Los protege, en fin, de esos excluidos que pasan revista a las zapatillas de marca, o se recuestan sobre los de-sechos junto al río, siguiendo el andar de antílope de una loca. Jovencitos desocupados que, en cueros, quizá esperan apenas alguna oferta, aunque más no fuera de un porro a cambio de su ostentosa masculinidad: presa y cazador, roles intercambiables, se mueven por un momento en la misma isla urbana. ¿Se podrá observar a un chonguito sin ser, a su vez, observado por el ojo de la cámara? Una de las facultades más obscenas de esas cámaras no es tanto impedir el ingreso del caballo de Troya de los marginados a las áreas ricas, o vigilar los cruces puercos de las locas, sino que torna materia el fantasma del tirano interior. Esa mirada, que está y no está, impide la amable sensación de que uno habita, sin más, una ciudad que se creía propia. En cada divagar en soledad, en busca de sexo, uno adopta a veces la pose del caminante con destino fijo. Si no hay un orden policial visible, habrá en cambio un dios cuyo ojo, aunque no te mire, siempre te está viendo y te convierte en una especie de inmigrante vigilado. Un pastor de almas GLTTBI fue no hace mucho retenido por Gendarmería, porque se lo vio en una pantalla arrancando una flor al pie de la Universidad Católica, en Puerto Madero. Una loca tuvo que tener la misma destreza que en un colectivo para apenas rozar el bulto de un gendarme, mientras conversaban en un puente. "Acá no, está lleno de cámaras." De todos modos, el peligro la estimuló. ¿Llegará el momento en que habrá una cámara en cada dormitorio, que nadie sabrá en realidad quién la instaló, ni si de verdad funciona?

Por lo pronto, veo dos locas hacer footing felino, con segundas intenciones, en el sendero principal, ajustaditas de short, rastreando el horizonte y atentas al vacilar de los bultos. Metidos hasta el cuello en las cañas, colegas gays invitan a un sexo sin sobresaltos para el bolsillo. ¿Estará registrando la cámara su lascivia? Los chonguitos junto al río, sin embargo son, ay, más sabrosos para la fantasía de muchas (promesa de barbarie lumpen, que se habrá de vivir con más intensidad que el sexo codificado entre pares). "A mí no me interesa esa angustia que, decís vos, es inherente al ligue clandestino y lo hace aventura. Yo busco satisfacer mi deseo y punto, no quiero correr peligro. Ni con la policía ni con el compañero circunstancial. Por eso prefiero para ligar una playa nudista vigilada, con su bosquecito, aunque hayas tenido que pagar la entrada", se queja Javier, un español un poco harto de la subcultura de Chueca, pero para quien la búsqueda obsesiva y riesgosa del sabor chongo es la huella arcaica del ocultamiento y la represión de los homosexuales, de la que aún América Latina no pudo zafar del todo. "Como si fuera necesario sufrir para conseguir placer, o porque se consiguió placer. Paso. El régimen gay estará en cuestión, con todo su esteticismo y el marketing, pero el pre-gay resulta indigno. La jerarquía macho/loca no me resulta justa. Democraticemos de una vez el sexo, para algo existió la liberación." Claro que Javier no ha visto nunca convertido en una ménade a la Pedro, aquel manflor tremebundo de la vieja y sórdida Aldea Gay, que una tarde en la Reserva Ecológica descubrió a su chongo, el Palomo, repasando una revista porno, echado al sol, en vez de estar picando paredes. Jerarquía patriarcal invertida; ahí mandaba "lo femenino". En cuestiones de machismo, no todo lo que relumbra es oro.

El antiguo corredor de regocijo porteño, configurado a principios del siglo XX a largo de la Costanera Sur y del que las Nereidas de Lola Mora es solo el más famoso e intacto de los rastros, tiene ahora de vecinos inmediatos el lujo de Puerto Madero y la miseria de la Villa Rodrigo Bueno, al lado de lo que era antes la Ciudad Deportiva. Por ahí estacionan, también, los camiones del Mercosur. El neoliberalismo impuso una geografía de fiordos urbanos, cortes abruptos y continuos entre familias bien y mayorías indeseables. El paisaje de Buenos Aires ha ido variando, y los que son del afuera social –malandras, villeros, maricas, travestis y economía informal– son ahora la vida del adentro; la anomalía que sin embargo es norma. Ahumada por los chorizos al paso, paseo de familias de barrio constituidas como Bergoglio manda, dormitorio de cartoneros, despensa nocturna de travestis y revuelo de camiones, la Costanera Sur se yergue como zona de alegría, a la vez que zona de desastre. Los bolsones de riqueza quisieran evitar el mal de ojo que les provocan los pobres o los grasas, y las nuevas fortalezas hipermodernas de Puerto Madero parecen viejas paquetas que entreabren la cortina para espiar desde el piso treinta el universo cumbianchero de los bajos fondos, el divagar policlasista de las locas en la Reserva.
El deber ciudadano de gozar

En los ochenta y noventa el sexo extra muros fue acusado por los grupos más conservadores de desestabilizar la nueva imagen republicana del gay. Cuando el sida se convierte en herramienta ideológica, el preservativo trasciende los penes para envolver, victorioso, el carnet de buena conducta de toda marica que busque ser tolerada. Ni las sépticas teteras, ni los parques de repentinas y desprolijas diversiones eróticas, ni las mamadas de apuro en las butacas de un cine triple x eran entonces cartas saludables de presentación en sociedad. ¿Qué defensa jurídica o mediática, se decía, podrá ensayarse a favor de una loca que un agente de policía ha detenido o extorsionado en un baño de estación, mientras saboreaba la última gota del deseo? Acá mismo nomás, en plena primavera de Alfonsín, había quien se quejaba de la mala propaganda que hacía, a la causa, la bacanal gay en los escondites de la playa porteña de Saint Tropez, un nombre tan pretencioso para ese mersón reposo junto al río, ahora de-saparecido bajo la topadora neoliberal. Hasta con helicópteros la policía seguía la huella del esperma indomable.

Pero ese arte universal del goce clandestino parece ser, para activistas antihomosexuales norteamericanos, otra prueba de la amenaza queer al sistema social de Occidente. Llegaron a defender que los gays tienen más tendencia a abusar de los niños (en un mundo donde la mayoría de esa violencia se ejerce dentro de las familias) y a cometer delitos mundanos, como la evasión impositiva o el hurto (en un país que llevó a una crisis global, a raíz de la voracidad financiera alentada por las élites). Mencionan a menudo los datos de un psicólogo de Colorado Springs, Paul Cameron, fundador del Instituto de Investigación Familiar y del Instituto para la Investigación Científica de la Sexualidad.

Cameron nos otorga poderes de conversión inconmensurables, que envidiaría Benedicto XVI. "Las personas homosexuales son increíblemente evangélicas…Es sexualidad pura. Es casi como la heroína pura. Es un placer muy intenso. Están encomendadas a una forma casi religiosa. Y corren riesgos enormes; hacen lo que sea." Nadie mejor publicista que este muchacho de una forma de vida que al mismo tiempo exige contrarrestar.

Pero no es necesario asomarse a aquellos argumentos tan extremos y cómicos para hallar revueltas contra el sexo gay homless. La rebelión a veces se da en la propia granja. Si la palabra gay se introdujo en la cultura casi al mismo tiempo en que nacía el movimiento en defensa de sus derechos humanos, el término promiscuidad gay fue redescubierto con el sida, y en Estados Unidos activistas propios como Andrew Sullivan convocaban en los años noventa a crusiers, sauneros y S/M a adoptar "una nueva madurez" a través del matrimonio monogámico, por cuyo derecho se abogaba. En nombre de la salud, se demonizaba no tanto el sexo inseguro sino un modo de vida que hasta entonces había prescindido en lo posible de juramentos de fidelidad sexual y ni soñaba con replegar la cópula al interior de la casa. Si en ella había algo medianamente revolucionario era, justamente, el pito catalán a las normas represivas. Larry Kramer, otro activista gay anti-promiscuidad escribió en el New York Times que el grupo universitario queer radical Sex Panic!, surgido contra el conservadurismo asimilacionista, estaba "en el camino de convencer a América de que todos los hombres gay estaban regresando al autodestructivo comportamiento pre-sida, que costaría a los contribuyentes un montón de dinero extra".

Sex Panic! se organizó en 1997 para denunciar el programa conservador de una parte de la militancia GLTTBI. Y no promovía el abandono del preservativo sino todo lo contrario. Pero abominaba de la lucha contra el sida "a través de la demonización de la cultura de la libertad sexual" (Kendall Thomas). Una de las performances del grupo fue la escenificación de esa libertad en los antiguos dockes de Nueva York, famosos antes por el cruising y la actividad sexual, y ahora reconvertidos en lofts al estilo de Puerto Madero. A la campaña republicana por una Manhattan reluciente y rentable, los universitarios de Sex Panic! proponían volver a erotizar la ciudad. Y en Canadá el Pink Triangle convocaba por la Web al "Squirt", una práctica de sexo al aire libre, eso sí, estipulando ordenadamente los lugares del zafarrancho.

Pero, vistos desde hoy, esos debates en un medio de comunicación, como el New York Times (¿alguna vez La Nación se propondrá como campo de confrontación de política queer?), no parecen haber tenido efectos inhibidores en las noveles ansias de exploración sexual. Por el contrario, quizá les haya recalentado la imaginación. Algo nuevo hay que descubrir, hoy que la felicidad sexual tiene tan buen marketing y el circuito privado ofrece tan poca emoción. Los nombres de las nuevas prácticas no convencionales para varones y mujeres con estilo decidido y fantasías muy trabajadas, además de su afán de estar a la moda, tienen graciosas traducciones. La práctica de los heterosexuales de coger en lugares públicos se llama en Estados Unidos, por ejemplo, dogging y en España cancaneo. Se publicita en artículos periodísticos como sexo sin ataduras, y la vía regia a la locura programada son las citas pactadas a través de foros específicos en Internet. Quien dice, los más agradecidos sean los mirones casuales.

Hace poco el Ayuntamiento de Amsterdam votó a favor de permitir el sexo nocturno al aire libre en uno de los principales puntos de encuentro de la comunidad gay holandesa, el inmenso y popular Parque Vondel, donde de día se cruza la vida cultural del museo de Van Gogh con los juegos infantiles, las bicicletas y las mascotas.

Sin embargo, junto con el permiso del Ayuntamiento sobreviven ciertas prohibiciones, tales como coger en forma ruidosa más allá del perímetro de la rosaleda, o dentro de las áreas que usan los niños (ni hablar de dejar rastros de preservativos como prueba orgullosa del placer consumado). Sin estas interdicciones, la autorización de los funcionarios holandeses se parecería demasiado a tomar por asalto y sacar a la luz la cara clandestina de la ley pública, que siempre incita, entre líneas, a cometer aquello que prohíbe.

La apertura desmesurada del libre albedrío deja en realidad al aventurero del sexo sin libertad de elección. Si todo está permitido, nada está permitido. No puede elegirse violar nada. A quienes no se les había ocurrido violar las reglas de urbanidad con polvos públicos, la autorización estatal puede convertirse en una voz más imperativa aún que la prohibición; un llamado a no quedar afuera del goce colectivo y republicano: "Aunque no te guste, gozá. Hemos gastado tiempo legislando en el Ayuntamiento para que te diviertas mamándola en el espacio público".

Me parece que por exceso de permiso, el eco de la ley fantasmal, ese Gran Otro que acompaña nuestro angustiado y fabuloso yire clásico, se puede transformar en un tirano mucho más eficiente a la hora de torturarnos. Cuando el Amo se proclama ausente, se impone en nosotros una ley peor que nos ordena ser libres y gozar. Si el edén holandés no tuviera regla alguna, conseguiría por ahí aquello que los neoconervadores yanquis persiguen desde los años noventa sin tanta suerte: anular el placer de la transgresión. Coger en público y sin techo, pero como un Diógenes que no escandaliza, ya es en el Vondel de Holanda (y leo que en alguna plaza inglesa, y en otras dos de Alemania y Canadá) un hábito legítimo que cualquier ciudadano con papeles en regla debiera experimentar. En cualquier momento, se instalarán de noche puestos oficiales de juguetes y souvenirs eróticos imprescindibles.

El profesor de Psicología de la Universidad de Michigan, Ghersem Kaufman, escribía hace unos años en Saliendo de la vergüenza que "los cruisers son básicamente hombres muy reprimidos y no asumidos. Sufren mucha vergüenza…". Suena compasivo e inexacto. Pero, de creerle (y no le creo) lo ideal sería que la vergüenza fuera asumida por el cruisier a la manera existencialista, como autenticidad y afrenta. Más que acolcharse en el Parque Vondel, un aventurero que se precie debiera acaso insistir en los senderos prohibidos de la Reserva Ecológica, para poder así mostrar a la noche, en la sobremesa de los amigos, los callos heroicos del montañista.

Alejandro Modarelli
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sábado, 3 de abril de 2010

Un pasito pa' lante


Liberado del silencio, “pecado mortal que te condena poco a poco”, Ricky Martin borró con un mensaje dirigido a sus fans el espejismo sexual que lo mantenía adentro de su closet transparente. Es verdad que ésta era su canción “más cantada” desde sus primeros pasos en Menudo, hasta sus coreografías herederas del porno gay, su físico aceitado, y hasta la paternidad de los mellizos que hizo pública en 2008, sin madre a la vista. Pero ahora lo dijo. Quien augure que su carrera se va a pique y que se ha vuelto loco, loco, que mire las reacciones favorables del público. Y que no compre sus Memorias, si es que puede resistirse a la tentación.

La carta robada Hasta este lunes 29 de marzo el mundo se dividía en dos. Los que se mataban de risa de Ricky Martin y los que no. Los primeros disfrutaron de cada pluma caída, risa victoriosa ante la torpeza del encubrimiento, la adrenalina del cazador por la presa que se oculta tapándose los ojos. Los segundos están integrados por quienes no le encuentran gracia al tema, pero sobre todo, por las fans convencidas o ilusionadas con una heterosexualidad que las convierte en novias eternas. “Lo queremos más allá de lo que diga”, declaró una fan de la Argentina. Y atención, que no ha dicho “más allá de lo que sea”. Después de la buena nueva, en Facebook se armaron dos nutridos grupos: “Mujeres que sabían que Ricky era gay” y “Mujeres que no creen que Ricky sea gay”. Gabriela Otero, presidenta de otro club nacional comentó que muchos amigos le hacían bromas sobre la homosexualidad de su ídolo pero que ella nunca les creyó.

Es que existe, cuando hablamos de homosexualidad, una correspondencia directa entre el ser y el decir. Parece que no se es completamente hasta que no se enuncia en la página oficial, en primera persona. La obligación de definirse, rara forma del beneficio de la duda, es parte de una liturgia de negociación conocida como closet, aceptación, tolerancia. Lo que no aparece en la conjugación del verbo ser, pasa a formar parte de los indicios que manejan los testigos convertidos en gatos de Chessire.

Pero, alegría, por un rato el mundo se ha unido para leer la famosa carta, postear comentarios en Facebook, o escuchar cómo en los medios se multiplican los comentarios sobre cuántas personas gays hay en el mundo, cómo se sienten adentro del closet, si esto afecta una carrera y si se sufre mucho o no tanto.

Las palabras mágicas fueron "Hoy ACEPTO MI HOMOSEXUALIDAD como un regalo que me da la vida". Lo dijo así, en mayúsculas, haciendo uso del código que impone la grafía cíber y que los que saben entienden como un grito. Ricky Martin salió del closet, explicó por qué no lo hizo antes y por qué lo hace ahora. No lo hizo por presión y lo hace por sus hijos. Es una carta con seis párrafos pero se ha ocupado de ofrecer, vía mayúsculas, un mensaje cifrado para los lectores perezosos. Si de todo el texto seleccionamos lo que está en letras grandes queda lo siguiente: MUY MAL. NO MAS! BASTA YA! LAS COSAS TIENEN QUE CAMBIAR! ACEPTO MI HOMOSEXUALIDAD.

Para quienes siguen su salida vía Twitter, eligió una frase célebre de Martin Luther King que de hoy en más se le atribuirá sólo a Ricky: "Nuestras vidas empiezan a morir el día que callamos cosas que son verdaderamente importantes".

Se dirá que era un secreto a voces, que ya no es un acto tan heroico y que los tiempos han cambiado. El mismo Ricky lo admite en su mensaje: “Estoy claro que esto no se supone que pasara hace 5 ni hace 10 años atrás. Hoy es mi día, este es mi tiempo, mi momento”.

Sigue siendo heroico y claro que son otros tiempos, pensemos que muchos entendieron como salida del closet la presentación en sociedad de sus mellizos, cuando antes esto mismo se leía como signo innegable de heterosexualidad. El deseo de familia se ha vuelto “sospechoso”.

Los tiempos han cambiado pero todavía hoy, quien sale del closet necesita hacer unas cuantas concesiones, como las que el cantante hace en en su carta. Comienza el mensaje con una reflexión más que lógica: se disponía a escribir sus memorias, y de pronto se dio cuenta de que gran parte iba a tener que quedar afuera. La salida se debe entonces a una cuestión de páginas. Pero no. En el siguiente párrafo coquetea con el morbo homofóbico y hace referencia a “mi vicio”. Pero no es lo que piensan. Se refiere a su amor por las tablas. En la tercera blanquea los consejos de ocultarse que recibió de los que lo han querido bien y a continuación se pone a enumerar cosas que hoy le dan miedo. Desde la guerra hasta el hambre en el mundo, catástrofes que, comparadas con el miedo a la homosexualidad, son un poroto. Luego, llegan sus hijos. Ricky, que antes de esta salida dejó sin argumentos a ese precepto básico de la homofobia que opone familia a homosexualidad, recurre a sus hijos como escudo y causa. El mundo ha cambiado pero todavía se necesitan explicaciones. Aun no es posible, al menos así lo entendió Ricky, limitarse a decir lo que tan claramente gritaban sus mayúsculas.

Liliana Viola

La salidera
La confesión a cuentagotas viene de larga data: Elton John anunció primero que era bisexual en 1976, como quien va dando un primer paso. El segundo lo dio en 1984 al casarse con su mejor amigo e ingeniero de sonido, Renate Blauel, en una boda monumental el mismísimo 14 de febrero, día de San Valentín. Pero recién en los últimos años comenzó a hablar abiertamente de su sexualidad. Tal vez si Freddy Mercury hubiera vivido más, acaso podría haberle contado al mundo lo que no tantos sospechaban. En las entrevistas, siempre aseguró sentirse atraído por ambos géneros e incluso tuvo una novia, Mary, con quien salió durante seis años hasta que le contó su verdadera orientación. Su último novio, Jim Hutton, vivió con el cantante durante nueve años y lo cuidó en su agonía hasta la muerte, pero nunca abrió el juego a los medios ni a sus fans, que querían saber si había contraído HIV por una relación casual con otro hombre, como se dijo en ese momento.

Por recordar un caso más cercano, basta mencionar a Juan Castro. El periodista fue “escrachado” por Fernando Peña en su programa de radio, “como a mí no me da vergüenza ser puto, no tengo problema en decirlo”. Aunque Castro venía evadiendo la pregunta con reflexiones sobre el amor y la intimidad, tuvo que salir a reconocer los dichos de Peña, quien también repartió “buchanadas” para Oscar González Oro (con quien dijo haber coincidido en varias orgías), Sergio Company y Diego Ramos.

Otra salida de emergencia fue la de George Michael: en 1998 la Policía lo encontró teniendo relaciones con otro hombre, en un baño público. Un señor de la fuerza policial fingió el encuentro causal para enganchar al ídolo en una causa por exhibición obscena. Fue un come out forzado y tardío, pero George logró hacerles ole a todos los que esperaban una conferencia de prensa solemne o la reclusión en su mansión, conociendo su tendencia a la depresión. El video Outside recreaba el hecho mostrando a Michael a los besos de lengua con un policía y tras él, el cantante habló abiertamente de su sexualidad y formalizó su relación con Kenny Goss. “Cuando por fin revelé mi homosexualidad, ya había intentado de todas las formas posibles hacer ver a la gente que no me importaba ser gay, incluso me había dejado ese bigote ridículo un tiempo. No podía negar lo que publicaban los periódicos, simplemente no dije lo que esperaban oír. Que se metan por donde puedan el bigote, las fotos de mi ex novio que publicaron, todo; pero no me dio la gana de decirles ‘soy gay’ sólo porque era lo que ellos querían”, declaró en aquel momento.
Flor Monfort


Vengan conmigo
La revista Out, en mayo de 2007, publicó un largo análisis titulado “The Glass Closet”, una descripción sobre esas personas que en Hollywood estaban casi fuera del closet, o que vivían en un closet de cristal donde se transparentaba todo, es decir, que si bien no hablaban públicamente sobre su orientación sexual, al menos tampoco disfrazaban su vida, ni inventaban ser heterosexuales, y a veces mandaban mensajes (algo ambiguos, es verdad), como un guiño cómplice diverso. El caso paradigmático era Jodie Foster; su maternidad fue pública pero nunca habló de un padre; su frase al recibir el Oscar por El silencio de los inocentes creó escuela y tuvo una fuerza decisiva en su semivisibilidad lésbica: “Me gustaría agradecer a todas las personas en esta industria que han respetado mis elecciones y que no han tenido miedo de mi derecho a la dignidad y al poder”. Las cosas están dichas a medias, el muro de cristal sigue firme, casi blindado, aunque permite –más que ver– imaginar lo que hay detrás de esas palabras. Foster, al menos, tuvo la valentía de esa transparencia, mientras que las otras personas diversas, que están unidas a los afectos de miles de otras personas alrededor del mundo, guardan un silencio hermético, un closet impenetrable.

Ricky Martin era tal vez el más cristalino de los habitantes de ese closet poblado por unxs pocxs, como Jodie Foster. Era, decimos ahora, porque rompió el cristal, y es el primer cantante de fama planetaria que por propia voluntad sale para decirlo con todas las letras, sin escudarse en ninguna idea de ambigüedad, sin ninguna media verdad, y esperemos que sea un gesto alfabetizador, que haga escuela. Tal vez, como el caso de Clay Aiken, uno de los cantantes convertidos en celebridad por American Idol, la decisión de Martin tuvo que ver con ser un padre honesto y criar a sus hijos dentro de una ética de la verdad.

Pero también lo valioso de Ricky Martin, en el contexto de una industria musical que actualmente está en crisis permanente, debilitada económicamente por la piratería, la valentía de asumir su homosexualidad desafía aún más a las personas y empresas que piensan que la orientación sexual no hegemónica puede alejar a las sensibilidades mayoritarias. Pero su salida del closet por Internet, como una forma de visibilidad global, tuvo consecuencias inmediatas, según algunos datos que circularon: a los 676 mil seguidores de su cuenta en Twitter se sumaron decenas de miles tras la carta abierta sobre su orientación sexual. Esa adhesión instantánea contradice mucho las falsas paranoias que justifican el closet de muchas figuras internacionales. Por cifras como esa, la canción, por suerte, ya no es ni será la misma, será definitivamente diversa. Y ya no sólo los cánticos de la “vida loca” tendrán derivaciones obvias como himnos gay de liberación pop. También, a pocos meses del Mundial de Fútbol, que está entre los eventos masivos más heterosexistas, “La copa de la vida”, canción que fue himno oficial del Mundial de Francia 1998, que Martin entonaba con su particular homoerotismo festivo, tal vez inspire a más de un jugador para se ponga la camiseta de la diversidad en Sudáfrica. Lo cierto es que en un mundo de malas ficciones, donde la verdad tiene mala prensa y se la esconde por “piantavotos”, alguien salido de una boy band infantil, sumergido en el colmo del artificio efectista del pop latino, aunque ya sostenía una fundación para la lucha contra la injusticia social vinculada con la infancia (www.rickymartinfoundation.org), ahora hizo el gesto más político, en relación con la diversidad sexual, de los últimos años: se sacó la careta y dice lo que se le canta. Y ya queremos más, por eso esperamos ansiosos esa biografía que está escribiendo, porque ahora que se liberó la lengua seguro que cuenta más detalles y chismes que, como siempre, son la sal de la vida. Loca.
Diego Trerotola


Cantó todo
Un concienzudo y delirante análisis de las canciones de Ricky escuchadas ahora a la luz de su salida del closet.

Ante todo, sensatez. Las estrellas pop, especialmente las que entran en la categoría mega como Ricky Martin, no suelen escribir sus canciones. En general son grandes intérpretes, vehículos perfectos de hits diseñados a medida. Así que sobreinterpretar las letras de sus canciones como si se tratara de textos confesionales es un poco inocentón. ¡Pero lo haremos, qué importa! Es que desde que Ricky salió del closet –una salida poco sorprendente, pero no por eso menos impactante, porque de verdad son pocas las estrellas que se atreven– todo lo que su voz dice cambia de significado y de qué manera. Lo de Ricky era un secreto a voces, pero que no lo dijera le daba a su meneo de caderas cierta amargura porque (nos) recordaba que Ricky era ante todo una estrella latina y en estas tierras conservadoras todavía es muy difícil ser abiertamente gay y una superestrella (o una estrellita, vamos). Pero ahora que lo hizo se nos permitirá la sobreinterpretación, que nada agrega pero mucho divierte, y qué ganas de escucharlo cantar todo el repertorio de nuevo.

De “Livin’ la vida loca” poco diremos, para no derrapar hacia la obviedad (pero está claro que ese “loca” adquiere una muy otra dimensión). Vayamos a ejemplos más recónditos. “Asignatura pendiente”, por ejemplo. Esta balada está en el disco Almas del silencio (2003), que ya desde el título era sugestivo: ¿qué callaban esas almitas? La canción la escribió, pensando en Ricky, Ricardo Arjona. Sí: no pinta bien. Pero sin embargo atención: la letra es de una insatisfacción manifiesta. Ricky, con voz cansina, enumera todo lo que tiene y que no le alcanza: “Tengo millas de vuelo para ir a Plutón/ Tengo un club de fans en la Luna/ Una casa gigante que veo desde un avión/ Y en los ojos de algunos fortuna./ Un ejército de alcahuetes/ Una foto con Bush/ Una suite en el Waldorf/ Y más autos que amigos”. Van quedando cosas claras: poca gente es parte del círculo íntimo de Ricky (porque allí hay un secreto, podemos inferir) y todo el dinero le es insuficiente porque debe usar una máscara. ¿Y qué es lo que quiere, cuál es la “asignatura pendiente” del astro, qué lo haría feliz? Alguien a quien no puede olvidar, y dice: “Tu mano pequeña diciéndome adiós/ Esa tarde de lluvia en San Juan/ De los besos que llevo conmigo que son sólo tuyos y nunca te di/ Por andar ocupado en el cielo me olvidé que en el suelo se vive mejor/ Mi boricua, mi india, mi amor, mi asignatura pendiente”.

Los besos se los debe haber dado, a que no. Y no hace falta mucho ejercicio de imaginación para imaginar a ese puertorriqueño agraciado, saludando a Ricky bajo la lluvia, mientras él se va de gira y tiene que fingir amor y lujuria por muchachas en cada conferencia de prensa. La canción era buena, ahora es mucho mejor.

Continuemos con las baladas, porque allí está lo jugoso. “Fuego de noche, nieve de día”, entonces, del disco A medio vivir (título sugestivo, porque Ricky no era tan mayor cuando se editó en 1995, entonces no se refiere a la mediana edad, sino a vivir a medias porque hay una mitad oculta.) La canción, entonces: hay que pensar todo lo que sigue con un muchacho en mente, un muchacho que lo está volviendo loco a Ricky. “Antes de que empiece a amanecer./Y vuelvas a tu vida habitual./ Debes comprender que entre los dos./ Todo ha sido puro y natural.” Un paréntesis: ¿por qué hay que aclarar que “todo ha sido puro y natural” si no existiera el miedo de que fuera lo contrario? Esta no la escribió Ricky, como no escribió ninguna de las otras que lo hicieron famoso, pero qué astutos los letristas, eh. Sigue: “Tu, loca manía./ Has sido mía. / Sólo una vez./ Dulce ironía./ Fuego de noche, nieve de día”. Cae el sol y hay entrega, pero de día el señorito le da vuelta la cara. “Y mientras yo me quedo sin ti./ Como un huracán rabioso y febril. / Tanta pasión, tanta osadía oh, tú”. Así lo queremos, fogoso: es lindísimo Ricky, dichosos los que con él disfruten.

Otras canciones que cambian son un par de Vuelve (1998), el gran disco que tuvo a Robi Rosa como compositor (¿habrá pasado algo ahí? ¡Ojalá! Robi es heterosexual hasta donde se sabe, pero en realidad nunca se sabe con gente tan famosa). El estribillo de “Por arriba, por abajo” no necesita un solo comentario: “Por arriba, por abajo/ Calentitos/ Bien pegados/ Por arriba, por abajo/ Angelitos/ Sin pecado”. ¿Y es muy pronto para declarar a “Vuelve” un himno para cantar en alguna embriaguez de amor no correspondido? No, no es pronto: “....Fui yo a decirte que no/ Sabes bien que no es cierto/ Estoy muriendo por dentro/ Y ahora es que me doy cuenta/ Que sin ti no soy nada./ He perdido las fuerzas/ He perdido las ganas/ He intentado encontrarte/ En otras personas/ No es igual/ No es lo mismo/ Nos separa un abismo/ Vuelve, que sin ti la vida se me va/ Oh, vuelve que me falta el aire si tú no estás/ Oh, vuelve, nadie ocupará tu lugar/ Sobra tanto espacio si no estás/ No paso un minuto sin pensar/ Sin ti la vida lentamente se me va”. Otra canción fantástica, por cierto.

Tampoco se abundará aquí sobre “Tal vez”, otra cuasi confesión de Almas del silencio y aquel estribillo que empieza con “Tal vez me sorprendió la vida por la espalda”. No hay que ser soez: es una metáfora de lo repentino e inesperado (tal vez). Mucho mejor, y con esto se termina, es volver a escuchar “La bomba” (otro megahit de Vuelve, escrito por Rosa) y bailar en festejo por la libertad de Ricky. Es muy obvia “La bomba”, vean si no: “Es una bebida que va cambiando tu vida/ Una gotita de nada/ Te vuelve loca/ Loca divertida/ Agua de risa/ Con unas gotas de rosa/ Y una aceituna sabrosa/ Y en lo caliente/ Esa es la bomba”.

Y ahora a esperar con ansias el primer disco después del closet, ahora que Ricky es la primera estrella gay de pop latino. Porque, de verdad y sin ironía, va a ser un momento importante.
Mariana Enriquez


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