miércoles, 24 de marzo de 2010

Seremos viejas y locas pero no seremos pocas


Hace ya algunos años, desde que cumplí siempre casi cuarenta, me dan unos ataques tremendos a principio de año: se me va el hambre, no tengo ganas de nada y me taladro el marulo con el tiempo que se viene encima. Que si no es fácil ser puto o trava o torta o hetero o lo que sea que seas, menos fácil es ser lo que elijas + VIEJA. Puto viejo resuena en mi cabeza. Me pongo sobredimensionada de histérica, quiero correr pero los tacos se me enredan en las veredas y si bien la angustia ataca, tampoco andar por la vida, encima, con la cara moretoneada como recién salida de una rinoplastia de esas que dejan las narices como ricos quesitos Adler. Quiero volaaar, pero no tengo alas ni de lechuza.

Me voy a la casa de mis viejos en busca de contención, que con todas las diferencias siempre están. Me subo al tren Sarmiento. Y pienso y pienso y pienso: quisiera volver a nacer y ser el jinete sin cabeza. Recuerdo cuando era chico, las cachetadas, los retos por cagarme encima en vez de correr al baño y cagar como cualquier chico normal, cagarme en ella cagarme, era eso, aunque ella no entendiera nada y quisiera arreglarlo con algunos soplamocos y retos. El no apoyes los codos en la mesa de papá, el no hables fuerte que escuchan los vecinos de mamá, el no te metas, y el esconderme para ponerme los zapatos de taco y los vestidos cuando la casa quedaba sola, y el disfrutar encerrada en un galpón cortando revistitas Anteojito y haciendo cuentos de príncipes que no llegaban nunca y de princesas que nunca sería.

El tren Sarmiento llega a Moreno. Mamá atiende, si una está en el baile... bailemos. Mamá se preocupa, me mira, me dice que en unos días se van a la casa de la costa, que puedo ir con ellos. Huelo a mar, siento el sol, me gusta la idea, hace casi tres años que compraron la casita y nunca quise ir debido a la cláusula inamovible dictaminada por mi reina madre: nada de travestismo. Vestidito de maricón de civil y solo sol, arena y viento. Mmm... poner cosas en la balanza, ver ventajas y desventajas... pienso pienso y pienso. Y sí, me voy, unas vacaciones sin tacos, ni maquillaje ni bocinazos no me vendría nada mal después de todo.

Llegamos al mar después de casi 6 horas de aceptable convivencia: viejo vas a 140 en los carteles dice 100 Km... Empieza el régimen militar, se arma un cronograma de programa alimenticio para la breve estadía de diez días: sábado pollo; lunes pescado, martes calamares; domingo ñoquis. A la playa de 8 a 11 y de 15 en adelante dijo un médico en la tele que el sol está muy cancerígeno. Divido mi cerebro en dos: canales uno positivo y uno negativo, intento pasar todo por el primero, camino por la arena a la orilla y junto piedritas de todas las formas y colores, sedimentadas por quién sabe cuantos años por el mar, cada una era distinta, y pienso en la diversidad, en que todos somos distintos pero que no convivíamos como en el mar, sentí que quería ser piedrita bañada en agua y sal. Vuelvo a las reposeras donde estaban mi madre y mi tía, guardo las piedritas y veo un, me dispongo a dibujar algo en la arena como cuando éramos chicos y me encanta dibujar, mi madre gira la cabeza y sentencia:

—Ahhh... no madurás más, vos... lo único que faltaba, que te pongas a dibujar en la arena con un palito. Arremete al rato mi tía en el papel de villana secundaria

—y sí... no madura más...

Seguí dibujando porque me encanta, ayudada por mi canal cerebral positivo... hice un hermoso chanchito. Me senté como si nada a tomar sol en la reposera, pensando en esas piedritas que vienen y van dejándose llevar como si nada, tan diferentes una de la otra y conviviendo sin joderse para nada. Miré el mar inmenso, el que abrazó a Alfonsina, y me prometí a mí misma:

...Nunca dejaré de dibujar en la arena ni caminar por el borde del mar, no de juntar piedritas.

Sin autor
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