sábado, 25 de julio de 2009

Cosas de la naturaleza


Vanguardistas y rebeldes, los pingüinos siempre consiguen desmarcarse de quienes intentan etiquetarlos. Primero se quitaron de encima, con apenas un revoleo de plumas, todo el peso de ese remanido argumento que indica que “lo natural” es que las uniones sexuales son entre macho y hembra, y con fines únicamente reproductivos. Naturalmente, los pingüinos exhibieron sus relaciones sexuales entre machos en cuanto zoológico pudieron, desde Alemania hasta el Central Park, en el corazón de Nueva York. No contentos con el jolgorio, también adoptaron huevos y criaron pichones sin por eso desarticular la pareja “gay”. Incluso uno de esos pichones ha sido bautizado con un nombre netamente argentino: Tango, que dio lugar a cuentos infantiles destinados a celebrar la diversidad. Ahora, ya bien instalada esta raza de aves en el imaginario homosexual —hay que anotar que cuando en el zoológico de Bremerhaven, en el norte de Alemania, quisieron meter hembras entre los machos para evitar conductas “contranatura”, las organizaciones Glttbi pusieron el grito en el cielo para impedirlo—, los bípedos alados volvieron a hacerles un corte y una quebrada a quienes ya no esperaban más de su comportamiento animal y demostraron que no sólo pueden ser “gays” sino también bisexuales. Resulta que en el zoológico de San Francisco, la pareja de Harry y Pepper, dos machos con seis años de relación estable, se desarticuló cuando Linda, una pingüina viuda, enamoró a Harry. Dicen que al principio entre los machos hubo peleas de temer, pero que ahora los tres se llevan muy bien, y hasta hubo biólogos como el profesor de la Universidad de Oxford, Stuart West, que explicaron el comportamiento como “habitual” también entre los monos bonobos, aunque no tengan ninguna función evolutiva. Lo cierto es que los pingüinos, indiferentes a la explicación científica, siguen dando cuenta de que la diversidad es posible y que lo único “antinatural” es ese deseo humano de andar etiquetando comportamientos.

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Cazando al homo


“¿Qué puede llevar a un niño de 11 años a tal estado de desesperación como para quitarse la vida? Me lo pregunto todos los días y probablemente nunca conozca la respuesta. Lo que sí sabemos es que Carl fue acosado implacablemente en su escuela.” Con estas palabras, la madre de Carl Hoover-Walker, quien se suicidó en abril de este año, se dirigió al Congreso para pedir que se implementen las políticas antibullying en todas las escuelas de Estados Unidos. “Le decían gay, marica, se burlaban de su manera de vestirse y de moverse. Y la escuela no hizo nada, ni los maestros sabían qué responder. Sólo tenía once años, aún no se identificaba como gay o heterosexual o cualquier otra orientación. Era un niño. Todos esos chicos en su escuela que lo llamaron de tantas maneras lo hicieron porque creyeron que eran las más hirientes y dañinas palabras que podían usar para insultarlo. Y así fue.”

Por estos mismos días aparecen estudios que reconocen un vínculo entre el acoso escolar y la tendencia al suicidio. La sensación de desprotección y de callejón sin salida que sufren los niños y niñas burlados sistemáticamente se ve potenciada por la actitud de los adultos: “Son cosas de chicos”, “Esto en mi época también sucedía”, “Con esto se va a hacer hombre, así es la vida”. Estas frases aparentemente inocuas son, como mínimo, un acto de negligencia si parten de los profesionales de la educación. El encubrimiento, la vista gorda, refuerza la idea de que el que sufre algo habrá hecho. El que sufre no tiene a quien recurrir y en parte siente que ni siquiera se lo merece.

El círculo actualmente se cierra en el plano virtual con lo que ya ha sido bautizado como cyberbullying. Los menores son acosados vía mail y vía chat, reciben correos electrónicos que amenazan con divulgar un “secreto” vergonzante. Si bien existe ya una batería de software para evitar este tormento, menos costoso y eficaz sería hacer crecer a niños y niñas por fuera de la homofobia y sus prejuicios. Por el momento, mientras existan en la web juegos como “Cazar al homo”, que fue producido en Francia, prohibido luego y es furor en Georgia (el país) entre el público infantil, la no discriminación es una utopía. El juego transcurre en una selva donde se pasean los nudistas gays a quienes los cazadores, ataviados de verde y con caras de machos, deben disparar para evitar que éstos se los violen. Los creadores del juego se asombran de las reacciones adversas que ha provocado el juego: “Pretendíamos reírnos de los cazadores y no de los gays”. Y tal vez tengan su parte de razón. Es probable que al asunto le esté faltando un poco de sentido del humor. Pero mientras haya suicidios y cazaputos, poco espacio queda para la risa.

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Iconos para la dama y el caballero


La National Portrait Gallery de Londres acaba de inaugurar su largamente anunciada exposición Gay Icons: sesenta personalidades de culto escogidas por diez gays y lesbianas de culto también. Un modo oficial de capitalizar el creciente avance de los derechos de la comunidad Glttbi en el mundo, así como también un modo de ponerle marco a la diversidad.

¿Qué tienen en común Versace, Lady Diana, Navratilova, Francis Bacon, John Lennon y Tchaikovsky? No mucho, tal vez, excepto que todos fueron elegidos como grandes figuras en la muestra Iconos Gay que acaba de inaugurarse en la National Portrait Gallery de Londres. Para la exposición, que coincide con los festejos por los 40 años de Stonewall, el museo que conserva los retratos de las personalidades más importantes de la historia local, convocó como curadores a diez referentes de la comunidad gay-lésbica del mundo anglosajón y cada uno a su vez escogió sus seis iconos —los heterosexuales estaban admitidos— inspiradores a nivel personal o para la comunidad Glttbi en su conjunto.

El resultado: sesenta retratos históricos que se exhiben junto con sus correspondientes y breves biografías, más las razones a las que se debe tamaño honor. “Cómo me habría gustado que esta selección hubiera estado disponible cuando yo era una joven tratando de entender mis propias reacciones frente al mundo. Qué inspiradores habrían sido estos retratos, me habrían hecho entender que yo no era de ninguna manera la medida de mí misma.” Con esta reflexión, una de las organizadoras y curadoras, la comediante Sandi Toksvig, deja en evidencia un efecto colateral de la muestra que estará abierta hasta mediados de octubre: el de servir de apoyo a las juventudes rezagadas en el closet y víctimas del bullying que aún hoy sigue presente tanto aquí como en las escuelas británicas.

La lista de curadores se completa con Elton John, el actor Ian McKellen, los escritores Sarah Waters, Jackie Kay y Alan Hollinghurst, y Chris Smith, miembro del Parlamento; lord Waheed Alli, político y empresario de la comunicación; el barón Chris Smith, político; Billie Jean King, ex tenista; y Ben Summerskill, presidente de la organización británica de lesbianas, gays y bisexuales Stonewall. A su vez, como valor agregado, algunas de las fotos escogidas vienen firmadas por verdaderos iconos como Andy Warhol, Snowdon, Cecil Beaton y Mary McCartney.

Fotos cantadas

La más cantada es la elección de la banda Village People, elegida por Waheed Alli, probablemente el único político gay y musulmán del mundo. La princesa Diana, por supuesto, también está presente y elegida en calidad de “icono de la moda”, “icono feminista” (sic), y también por su sentido humanitario, recordando que allá por los años ’80 la princesa apareció dándole la mano a un enfermo de sida en un gesto que desafió públicamente aquella idea, todavía extendida, de que la enfermedad se transmitía por contacto físico. Otro icono infaltable es el taxi-boy devenido actor Joe Dallesandro, musa de la dupla Morrissey/Warhol en películas como Heat y Flesh. La autora Virginia Woolf también es de la partida porque, además de sostener una larga relación con la escritora Vita Sackville West, transformó para siempre el lugar de las mujeres en la literatura. Como no podía ser de otro modo, la muestra también incluye una foto de la tenista Martina Navratilova, hoy una suerte de campeona universal del lesbianismo, pero cuya salida del armario a comienzos de los ’80 fue una verdadera hazaña del deporte. Harvey Milk y Allan Turing, protagonistas de unas vidas tan apasionantes, novelescas, como destruidas brutalmente a manos de la homofobia, también ponen su rostro en este extenso cuadro de honor.

Los adelantados

Sandi Toksvig explica que, además de desafiar estereotipos, el objetivo de la muestra es “celebrar la vida de las personas que han servido de ejemplo, especialmente en momentos en los que ser abiertamente gay estaba prohibido”. En esta línea se ha elegido al rugbier australiano Ian Roberts, cuya salida del closet dio por tierra con toda una serie de estereotipos sobre masculinidad entre los siempre sospechosos forcejeos del scrum. En el caso de la coronela Margarethe Cammermeyer, el título ya lo dice todo. Expulsada del ejército norteamericano tras declararse lesbiana, Cammermeyer apeló la decisión y ganó un juicio que no sólo forzó su reincorporación a las filas sino que declaró inconstitucional la ley que prohibía que gays y lesbianas se unieran al ejército. En este grupo no podía faltar el retrato del obispo norteamericano Gene Robinson, quien desde que salió del armario circula con chaleco antibalas debajo de la sotana.

Los escritores han seleccionado un buen número de autores victorianos y artistas decimonónicos tal vez no muy conocidos más allá del mundo anglosajón. Tal es el caso de Gerard Manley Hopkins, cura jesuita y poeta de versos homoeróticos, o la pintora de animales Rosa Bonheur, famosa menos por sus pinturas que por convivir con otra mujer, fumar y vestir pantalones en el siglo XIX.

Como el museo decidió que la muestra fuese exclusivamente fotográfica, las elecciones quedaron restringidas a los últimos ciento cincuenta años, dando lugar a toda una serie de bromas en la prensa local sobre la ausencia forzada, por ejemplo, del David de Miguel Angel.

Una imagen vale mAs

Uno de los retratos más sugerentes es sin dudas el de k.d. lang, la cantante canadiense de música country: lang aparece con ese look tan característicamente butch de pelo corto con jopo y blazer ancho que luego se popularizó en los ’90. Otro retrato impactante es el de Peter Tatchell, el activista del grupo OutRage! Se trata de una falsa foto de fichaje policial, en la que Tatchell aparece sosteniendo un cartel donde se lee “terrorista queer”. Si la foto no deja de ser una puesta escénica en tono zumbón, la historia que la motiva no lo es: Tatchell fue procesado por actos terroristas cuando, durante la boda del príncipe Carlos y Camilla, colgó una bandera en la que se leía: “Charles se puede casar dos veces; los gays, ni una”. Otra imperdible es la del actor Ian McKellen, a quien uno siempre imagina declamando ya sea en versión Ricardo III o como Gandalf en El señor de los anillos. En la foto de la muestra, sin embargo, McKellen aparece relajado y sonriente, vistiendo una remera rojo fuego con el slogan: “Algunas personas son gay. Ya. Supéralo”.

Si toda antología es arbitraria, la posibilidad de que los curadores eligieran a sus personajes tomando como eje la influencia que tuvieron en su propia e íntima vida abrió el ingreso a personajes no del todo relevantes, o al menos elecciones que pecan de un excesivo personalismo. Esto se aplica a casi todas las figuras seleccionadas por la tenista Billie Jean King, quien eligió al líder sudafricano Nelson Mandela y a su propia familia posando en una aburrida foto de living. Lo mismo puede decirse de Elton John, quien optó por Bernie Taupin, su propio letrista y sin dudas importantísimo para su propia carrera. Otros de los “raros elegidos” son Lennon y M.L. Rostropovich, el célebre cellista ruso, figuras admirables sin duda, pero cuya relevancia para la comunidad gay aún está por determinarse. En realidad las elecciones hablan sobre todo de la persona que elige por sobre todas las cosas. La escritora de sagas lésbicas, Sarah Waters, rescata a dos autoras que la han marcado: Daphne du Maurier y Patricia Highsmith. El presidente de Stonewall abre un abanico en el que ingresaron el pintor Francis Bacon, la ex tenista Martina Navratilova y De Genneres.

Error y omision

Para algunos de los visitantes que escriben con vehemencia en el libro de la muestra, resultan imperdonables las ausencias de Kylie Minogue, Barbra Streisand y Liza Minnelli. La respuesta de los organizadores fue que la exposición busca desafiar estereotipos, no confirmarlos. También llamó la atención la falta de figuras más jóvenes de la cultura contemporánea. Invitados a elegir sus propios iconos gay, muchos visitantes se inclinaron por Beth Ditto, la pulposa cantante y militante “anti-fattismo” de la banda Gossip. Pero tal vez la pregunta que más contundencia y menos respuesta ha recibido entre las primeras críticas que mereció esta muestra es por qué tanto las personas bisexuales como travestis y transgéneros brillan por su ausencia. No figuran entre los curadores, ni entre las sesenta fotos seleccionadas. Muy extraño y también un tanto violento, si se tiene en cuenta que la muestra se inspira en la revuelta de Stonewall, donde travestis y drags tuvieron un lugar protagónico. La bisexualidad y el transgénero parecen ser dos categorías molestas y fáciles de olvidar a la hora de construir los bustos de próceres y héroes. Queda claro que Gay Icons no será la muestra más profunda, ni revolucionaria del mundo (tampoco se propone serlo). Pero da para pensar, y en tren de asociaciones, invita a jugar con la idea de una exposición similar en la Argentina. En esa muestra por ahora sólo imaginaria, ¿quiénes serían los iconos infaltables? Se abren las listas.

Paula Porroni
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Elogio del chongo


La conversación con Juan José Sebreli, uno de los intelectuales más provocadores del panorama argentino –fama que empezó a gestar desde su primer libro, en 1960–, sucede en el bar El Olmo, un lugar que es contraseña para los varones homosexuales que crecieron sin cuestionar el mandato del armario. Allí, junto a la ventana en la que suele sentarse, el autor de Historia secreta de los homosexuales en Buenos Aires cuenta cómo acuñó la categoría de chongo, por qué abandonó el Frente de Liberación Homosexual que había fundado y por qué nunca se enamoró, todo sin dejar de tomar nota de un paisaje urbano del que ya siente nostalgia.

Leyendo a los trece años a Oscar Wilde, y un poco después a Proust, se convenció de que la homosexualidad podía ser algo prestigioso. Pero, ¿de ahí a soñar con ser un escritor homosexual cuando fuera grande? No, por cierto. “Después de todo, ¿qué es ser un escritor homosexual? ¿Y qué es un escritor homosexual?”, se pregunta Juan José Sebreli, sin notar que la palabra ha concitado la mirada incómoda de una señora que ha sacado a su nieto a tomar el té esa tarde. Una escena que podría haberse derivado en la pregunta: “¿Qué es homosexual, abuela?”, y que ese señor de pelo blanco hubiera podido responder –parafraseando a Gore Vidal– diciendo que “homosexual” se trata de un adjetivo y no de un sustantivo.

Si algo no le falta a Sebreli es autoridad para hablar del tema. Para comprobarlo, basta leer su imprescindible Historia secreta de los homosexuales en Buenos Aires, un extenso ensayo incluido en su libro Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades, pionero en su género; o saber que en la década del ’70 fue uno de los fundadores del Frente de Liberación Homosexual (FLH), la primera agrupación política de ese tipo que hubo en la Argentina; o transitar las páginas de su autobiografía, El tiempo de una vida, en donde homosexualidad es palabra dicha en primera persona. En ese libro, el ensayista cuya fama de provocador comenzó a gestarse cuando en 1960 publicó su primer libro, Martínez Estrada, una rebelión inútil –en donde se cargaba al autor de Radiografía de la pampa–, enhebra momentos de su formación intelectual (su ingreso a la Facultad de Filosofía y Letras en 1949; su entrada al grupo de la revista Sur con apenas 21 años; su participación en la revista Contorno junto con David e Ismael Viñas; su amistad “existencialista” con Oscar Masotta y Carlos Correas) con aspectos de su intimidad sexual que principian en su infancia.

“La primera vez que oí hablar abiertamente sobre algo relacionado con la sexualidad, curiosamente, se refería al tema tabú por excelencia: la homosexualidad”, escribe Sebreli en El tiempo de una vida. “El desencadenante fue el escándalo de Miguel de Molina, cantor y bailarín español, detenido y expulsado del país por la dictadura de 1943. Tenía doce años y no escuchaba hablar de otra cosa, en la calle, en la escuela, en mi casa, en todas partes. Hasta mi madre, tan melindrosa, repitió delante de mí, como si nada, un chiste alusivo que circulaba en rueda de maestras.” Después vinieron, sí, las lecturas de Wilde y de Proust; los pantalones largos, la bohemia en la calle Viamonte y los amigos homosexuales, y el espíritu de flâneur que llevaría al joven Sebreli a recorrer los barrios apartados de la ciudad y a descubrir el frenesí de los “amores de paredón”. “La búsqueda no era solamente de chongos”, dice quien se jacta de haber acuñado en su libro Buenos Aires, vida cotidiana y alienación el estereotipo del muchacho joven, activo y viril, unas veces proletario, otras directamente lumpen, cuyo hábitat en su época clásica era el barrio de extramuros, los hoteluchos de Constitución o las pensiones del centro. “Era también el buceo de otras zonas, proletarias, por un lado, y de bajos fondos, por otro. El único medio que tenía para acceder a esas zonas eran los vínculos sexuales. Algo que también se da en los casos de Wilde y Proust, quienes pudieron salir del círculo cerrado en que vivían y conocer que existía el pueblo gracias al sexo. Había en mí una curiosidad sociológica. Un atractivo por zonas recónditas de la ciudad más que algo de índole sexual, diría. Porque los ligues eran en el centro. Uno iba a los barrios como en una excursión, pero el ligue, básicamente, estaba en el centro. En la calle Lavalle, en la calle Corrientes, en los cines lumpen, en los baños de las estaciones de tren. No había que irse muy lejos. A los chongos no se los iba a buscar a sus guaridas; ellos venían solos. Había un cine que quedaba en Parque Patricios, en las calles Caseros y Rioja, el Pablo Podestá, que era el summum del lumpenaje. Chongos en camiseta y chancletas que venían de las taperas de Villa Soldati y para quienes ‘las luces’ del centro estaban en Parque Patricios. Se encontraban cosas increíbles ahí, era todo muy selvático. Después estaba la desaparecida zona de cines de la calle Lavalle, los baños de los cines. Había tres o cuatro cines famosos, en donde había un desfile permanente y lo común era ‘hacer el ajedrez’, como se le decía en el argot de los habitués a cambiarse de butaca para buscar con quien desahogar el deseo. También había lugares gays donde se tomaban copas, e incluso alguno donde se bailaba, como el Anchor Inn, en San Juan y Paseo Colón, a comienzos de la década del ’70. Ahí se iba a levantar marineros. Era una época en que la llegada de un barco era un acontecimiento porque los marineros se desparramaban por la ciudad y los gays salían de cacería. Venían suecos, ingleses, alemanes, de todas partes. Aunque con el tiempo, lamentablemente, tanto los marineros como los barcos de carga fueron desapareciendo.”

¿Y qué era lo que más le atraía de esos chongos?

–Lo distinto. Yo me movía en un mundo de gays, el gay era lo cotidiano, y acostarse con un gay era como acostarse con alguien de la familia. No resultaba. No tenía el atractivo de lo exótico. De hecho, creo que lo que más me atraía de los chongos era lo exótico, no tanto lo viril. Eso está bastante bien representado en el famoso cuento de Carlos Correas, “La narración de la historia”, que es la relación de un muchacho de clase media, estudiante universitario, con un chongo de Constitución. Un vínculo que por el hecho de entrecruzar dos mundos tan diferentes está condenado a lo efímero, en la medida en que no se puede tener una relación duradera con un chongo, porque todo lo que hay de atractivo en el plano sexual desaparece en lo cotidiano.

Cual deus ex machina, un muchachito en ropa deportiva pasa por la vereda, inconsciente de su belleza, y a Sebreli se le van los ojos. En el bar El Olmo, en la esquina de Santa Fe y Pueyrredón, siempre se sienta en la misma mesa, pegada a la puerta. Un punto estratégico para el ejercicio de la mirada penetrante: el deporte favorito de los clientes gays de ese café al que Sebreli va habitualmente de tarde, con su anotador y sus lecturas de turno. “Ha desaparecido un hábito característico de la cultura urbana que es el paseo. La gente antes salía a pasear. Florida era un salón al aire libre, y ahí los gays encontraban su alimento. Florida de 6 a 9 era un lugar fabuloso. Hoy hay multitudes que caminan, pero nadie pasea. Santa Fe es la única que quedó como lugar nocturno. La esquina de Santa Fe y Pueyrredón es un punto de encuentro de taxi-boys, y también ves algunos turistas porque todavía figura en las guías de turismo gay, más allá de que el circuito se trasladó hace años”, reconoce con esa mirada melancólica que persiste en su rostro incluso cuando ríe.

“Yo nunca hablé de mi homosexualidad con mis padres. ¡No! De eso no se hablaba. Aunque seguramente lo sabían, porque nunca tuve novia. Mi familia se caracterizaba por evitar los dramas: si pasaba algo, miraban para otro lado. De hecho, yo también rehúyo las situaciones conflictivas. Sé que hay personas que me quieren y que son homofóbicas, y yo dejo que lo sean. Si alguna vez surge el tema, defenderé mi posición, pero no me gusta confrontar por motivos como ése. Además habría que ir peleándose con casi todo el mundo porque la homofobia sigue existiendo. La gente sigue siendo homofóbica, incluso los jóvenes, pero no lo dicen porque el paradigma actual sostiene que no es políticamente correcto. Después de todo, la aceptación pública de la homosexualidad no llega a medio siglo, y los prejuicios no se destierran de un momento a otro... Tenemos que conformarnos con que haya leyes que prohíban que esos prejuicios puedan ser activos, pero, ¿cambiar la mente humana? Eso va llevar mucho, mucho tiempo.”

No obstante, en algún lado dice que la discriminación es algo que está condenado a desaparecer. ¿Sigue pensando lo mismo?

–La discriminación social, sí. Aunque puede haber retrocesos. Uno nunca sabe. Fijate lo que era la República de Weimar: la libertad que existía allí era la que hoy podría existir en cualquier sociedad avanzada. Pero luego vino el nazismo, los campos de concentración, la persecución y asesinato de homosexuales. Es difícil que hoy se vuelva a dar una situación semejante, pero no se descarta. En realidad, a lo que me refiero es a la discriminación desde un punto de vista legal, porque la discriminación como una representación de la conciencia y como acto individual continúa existiendo.

Sartre pensaba que el antisemita es el que define al judío. ¿Se podría decir lo mismo con respecto a la homofobia?

–Sí. Creo que la homofobia es lo que define al homosexual. El homosexual como tipo humano, como estereotipo, es una invención del homofóbico. Ciertas características del homosexual no existirían en una sociedad sin discriminación. Y esto se ve en cómo las teorías gays han sido influenciadas por las teorías feministas, que fueron un poco anteriores. Existen dos teorías opuestas: la “teoría diferencialista” y la “igualitarista”. La igualitarista sostiene que las diferencias son producto de la discriminación: cuando no hay discriminación, el homosexual está totalmente integrado en una sociedad común, y la diferencia entre ser homosexual y ser heterosexual es casi lo mismo que tener ojos azules o negros. Si uno habla de las diferencias entre el varón y la mujer, hay variables de orden biológico, no cultural, ya que las diferencias culturales fueron creadas por una sociedad que es discriminadora y sexista. Lamentablemente, en los movimientos gays hoy predomina bastante la concepción diferencialista, que es la que piensa que hay una comunidad homosexual, que tiene sus valores propios, a los que hay que reivindicar, etcétera, etcétera. Pero, ¿cuáles son esos valores propios? Pensemos en lo que ocurría con el racismo en los Estados Unidos: mientras que los racistas fanáticos creían que había que matar a los negros, los racistas moderados decían que había que darles educación, salud y otros derechos, pero separados de los blancos. Hoy el presidente de los Estados Unidos es negro y está todo mezclado. Y así es como debería ser: tendría que haber un presidente homosexual y no importarle a nadie si es homosexual o no. Y ahí el modelo es Simone de Beauvoir y su libro El segundo sexo. De Beauvoir era igualitarista. Más aún: llegó a decir que la mujer liberada tenía que integrarse al mundo del varón porque los valores eran los del varón y no los de la mujer. ¿Cuáles eran los valores de la mujer? Los del hogar, el cuidado de los hijos. ¿Cuáles eran los del varón? Los de la acción, la política, el trabajo, la intelectualidad. Valores que aunque hayan sido apropiados en un principio por los hombres, son los verdaderos valores. Una idea que aún hoy horroriza a más de una feminista.

Tendencias inadmisibles

El triángulo rosa invertido con el que se distinguía a los homosexuales en los campos de concentración nazis fue el emblema que eligieron esos jóvenes que una tarde de agosto de 1971 se reunieron en un departamento de la calle Rioja, cerca de Plaza Once, con la idea de crear el Frente de Liberación Homosexual, el cual sería conocido por sus siglas FLH. “Yo estuve entre los creadores del FLH y eso es algo que reivindico –dice Sebreli–. Pero después el propio FLH empezó una desviación hacia el castrismo y, lo que es peor, hacia el peronismo de izquierda, con la que no estuve para nada de acuerdo. “Yo me bajé antes de que el FLH se autodisolviera. Primero tuve un problema con el periódico que sacábamos, que se llamaba Homosexuales, para el cual había escrito una nota sobre los UMAP (Unión Militar Ayuda a la Producción), que eran los campos de concentración en donde encerraban a homosexuales en Cuba, y que no me publicaron. Al poco tiempo, el grupo que encabezaba Néstor Perlongher se hizo peronista. Algo inadmisible porque el peronismo era homofóbico, ¡los montoneros eran homofóbicos! Fueron a Ezeiza a recibir a Perón con la banderita del FLH, con los carteles del Frente, y eso sirvió para que la derecha dijera de los montoneros que eran putos y drogadictos. Los propios montoneros llegaron a fusilar a dos compañeros homosexuales porque consideraban que los homosexuales eran ‘apretables‘, según la jerga que se usaba entonces. Esto me lo contó Silvina Walger, que era militante montonera. ¡No podés defender los derechos humanos de los homosexuales y ser castrista y montonero! La Cuba castrista ha sido de los máximos enemigos de los homosexuales. El Che Guevara y Fidel Castro eran dos homofóbicos totales.”

Más allá de sus discrepancias, ¿cómo recuerda el espíritu de esos jóvenes?

–Al principio éramos todos intelectuales. Se intentó hacer una cosa muy ambiciosa, que quedó en la nada porque el militantismo lo arruinó todo. Ese afán de estar con los guerrilleros y con la moda... En fin. La gente seria como Blas Matamoro y otros intentamos hacer una encuesta tipo Kinsey sobre los homosexuales argentinos. Era una tarea seria, pero que a los otros no les interesaba. En lugar de eso, querían ir a la Plaza de Mayo. Y esa encuesta, que se había empezado a realizar, finalmente quedó en la nada, como tantas otras cosas. Se discutían ideas, se pretendía hacer una tarea de elaboración teórica de esclarecimiento... Pero el militantismo de la época no lo permitía.

¿Y con Perlongher cómo se llevaba?

–El era un tipo muy inteligente, pero tenía una desviación: se dejó llevar –en parte, por lo joven que era– por la moda cultural de la época. Primero por el montonerismo y el peronismo de izquierda, y después por el post-estructuralismo. El libro que hizo sobre la prostitución masculina, que es excelente, tiene dos influencias que son contradictorias. Una es la de la escuela sociológica de Chicago, que es una escuela de la década del ’20 que estudiaba los grupos marginales. Pero eso lo mezcla con el pensamiento de Foucault y Deleuze, que no tiene nada que ver y es bastante confuso. Lamentablemente Néstor murió muy joven y en los últimos años se había deteriorado muchísimo, al punto de terminar en una secta religiosa afrobrasileña. Era un tipo de una gran inteligencia, pero no llegó a dar todo de sí por su muerte prematura; y su obra, pienso, no es tan extraordinaria como algunos pretenden. La parte mística, religiosa e irracionalista de Perlongher no la reivindico, aunque sí La prostitución masculina. Y todos esos cuentos, que se han hecho después tan populares, como “Evita vive”... Es algo bastante arbitrario. Evita aparece como una especie de personaje dionisíaco cuando en realidad era una mujer completamente fría, casi asexuada. El sexo había sido una herramienta de ascenso, pero no mucho más. La verdad, no sé dónde él le vio lo dionisíaco.

Decir nunca

La palabra “promiscuidad” sale de su boca de pronto, pero ya no está la señora pacata en la mesa de al lado. “Reinaldo Arenas reivindicaba la promiscuidad como un acto político de protesta contra la sociedad represiva”, comenta Sebreli, y no es difícil advertir que él está de acuerdo. “Si bien soy partidario del amor libre y no de los matrimonios, no me opongo al matrimonio gay como tampoco al heterosexual, siempre y cuando el matrimonio gay sea exactamente igual que el matrimonio hétero. Pero hay que tener cuidado de no confundir la asimilación con una posición conformista hacia la sociedad actual”, alerta quien en El tiempo de una vida confiesa que nunca estuvo enamorado y que disfrutó siempre de las relaciones casuales. “Yo nunca estuve enamorado. Nunca estuve enamorado de nadie. A lo sumo, las relaciones un poco más duraderas que tuve fueron con gente de clase media baja. Los lumpen me atemorizaban un poco. El chongo lumpen era para probar una vez y nunca más porque eran peligrosos. Pero sí gente de clase media baja, muchachos de barrio, que estaban un poco en el límite de una vida convencional de familia. Y siempre bisexuales. Los tipos que realmente me han gustado eran bisexuales. Homosexual, casi ninguno. Tampoco fueron exitosas mis relaciones con gente de clase media y mucho menos si eran intelectuales. El ejemplo más claro es el affaire que tuve con Carlos Correas. Ambos coincidíamos en que dos intelectuales en la cama son como dos focos luminosos enfrentándose. Existía, sí, el modelo de pareja que encarnaban Simone de Beauvoir y Sartre por aquellos años, pero después se supo que era todo un invento. Ellos nunca habían tenido una relación sexualmente exitosa. Incluso, mucho antes de que las cartas que lo comprobaron salieran a la luz, yo no podía imaginármelos acostándose. De Sartre se notaba que era básicamente un franelero, un froteur (por algo en El ser y la nada hay todo un capítulo dedicado a la caricia). Lo que menos le interesaba a Sartre era el coito. Y Simone recién conoció su primer orgasmo con Nelson Algren, su amante, que era una especie de chongo. Un norteamericano duro, alcohólico, nada intelectual aunque fuera escritor, con quien Simone alcanzó la plenitud sexual que no tuvo con Sartre. Un cuadro de situación que coincide bastante con mi teoría de que en el terreno sexual hay que buscar lo opuesto, lo diferente. Pero bueno, obviamente es una cuestión de gustos.”

La explicación que da de por qué nunca pudo enamorarse en su autobiografía es por ser tan racionalista. ¿Renunciar al amor puede ser una elección? ¿De qué modo uno puede defender el derecho a no amar, la posibilidad de no ser amado?

–Pensar que quien no ha tenido pareja es un frustrado es lo mismo que decir que un homosexual es un frustrado al lado de un heterosexual. El prejuicio contra el tipo solo, contra el “solterón”, y la idea que identifica la soltería con la neurosis es algo que hay que combatir, al igual que el mandato de la pareja monogámica, fiel e indisoluble, que es algo que responde más a dogmas religiosos que al deseo, o al amor incluso.

En ese prejuicio del que habla está la idea de la vejez homosexual en soledad. Una representación que es claramente homófoba, pero que a su vez constituye una situación relativamente habitual entre los gays mayores.

–Cuando uno es viejo, es más dificultoso tener relaciones, y más aún si a uno le gustan los jóvenes. Yo no me acostaría con alguien de mi edad y entiendo que a la gente joven le guste, por lo general, la gente joven. A mí también me gustaban los jóvenes cuando era joven. Y no me siento discriminado por eso, porque es un deseo legítimo en el fondo. Diferente es cuando se ridiculiza con esa excusa al “viejo libidinoso”. Antes te tildaban de “carroza”, que era el término despectivo que se usaba para referirse al viejo que buscaba levantarse jovencitos. Pero a decir verdad hay una minoría de muchachos a los que sí les gusta la gente grande. El otro día leía que el gran politólogo Giovanni Sartori ha iniciado, a los 85 años, una relación con una mujer mucho más joven que él. Un caso que no es para nada excepcional, si se tiene en cuenta que Goethe tenía a los 72 años amores con una joven de 17, y que Victor Hugo siguió teniendo múltiples relaciones sexuales con mujeres jóvenes hasta su muerte. A los 75, André Gide registraba en su Diario encuentros con jóvenes cuando ya creía que eso no volvería a ocurrir, y pedía “permanecer carnal y deseoso hasta la muerte”.

De hecho, hay estudios que demuestran que el deseo no desaparece nunca en la vida de un individuo, salvo por razones de enfermedad, y que sólo se extingue con la muerte.

–El deseo sexual no desaparece, aunque las funciones genitales disminuyan. Se puede llegar a un intenso orgasmo, aun sin eyaculación ni erección, y las limitaciones corporales se compensan con la imaginación y la fantasía. El sexo en la vejez muestra que en el deseo predomina la conciencia. Todo el cuerpo, y ya no sólo los órganos genitales, se erotiza y el acto sexual se vuelve más variado y polimorfo que el monótono coito. Se enriquece con juegos, imágenes y sensaciones; se afirman tendencias como el fetichismo y el voyeurismo, consideradas perversas por el prejuicio. En el capítulo I del libro de “Los reyes” del Antiguo Testamento hay una insólita página sobre el erotismo en la vejez. El rey David estaba viejo y aunque lo arropaban no podía sacarse el frío. Sus servidores le buscaron entonces a una hermosa doncella, que se acostó desnuda junto al rey, y fue el íntimo contacto de los cuerpos lo que hizo que el rey ya no tuviera frío. Entre sus muchas falsedades y maldades, algunos fragmentos de la Biblia pueden ser un espejo de la vida real, por cierto. Nadie duda, de hecho, de que siempre va a ser mejor un chongo que una bolsa de agua caliente...

Patricio Lennard
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sábado, 18 de julio de 2009

El rey mutante


Pasados los fastos de su entierro, queda de Michael Jackson la figura del cyborg, tan orgánico como producto de la tecnología, un ser más allá del sexo y de la raza porque a una y otra categoría supo desafiar en múltiples transformaciones hasta convertir su cuerpo en una materia lábil que sólo puede completarse con su obra.

En su libro Cool Memories, un diario formado por ensayos rotos y mínimos, Jean Baudrillard viaja por la cultura del primer lustro de los ’80 para seguir el pulso de su tiempo, para tratar de hacer el libro más contemporáneo posible. En su elíptica captura de ese presente, Baudrillard se cruza a mitad de su camino con el Michael Jackson de Thriller y lo define con una cita del sociólogo Alain Soral: “Jackson es un mutante solitario, precursor de un mestizaje perfecto porque es universal, la nueva raza a partir de las razas, por así decirlo. Los niños de hoy no tienen un bloqueo en relación con una sociedad mestiza: éste es su universo, y Michael Jackson prefigura lo que ellos imaginan para un futuro ideal”. A esa idea nítida sobre una nueva forma de mestizaje cultural, Baudrillard agrega: “Michael se ha hecho rehacer el rostro, desrizar su cabello, aclarar la piel, o sea que se ha construido minuciosamente: esto es lo que lo convierte en un niño inocente y puro; el andrógino artificial de la fábula que, mejor que Cristo, puede reinar sobre el mundo y reconciliarlo, dado que es más que un niño dios: un niño prótesis, un embrión de todas las formas soñadas de mutación que nos liberarían de la raza y del sexo”. Unos años después, Baudrillard vuelve a invocar a Jackson para soltar la frase más contundente de su versión de las nuevas sensibilidades de los ’80, donde la política de la diferencia de la revolución sexual se volvía “juego de la indiferencia” de los sexos: “Todos somos transexuales. Así como todos somos mutantes biológicos en potencia, también somos transexuales en potencia. Y ni siquiera es una cuestión de biología. Todos somos simbólicamente transexuales”. La biografía de Jackson lo autorizaba a semejante afirmación, y es verdad que el Rey del Pop fue la quintaesencia de una nueva clase de monstruo que modeló la tecnología. El monstruo en que nos trasformamos todxs.

EL EXTRAÑO MUNDO DE JACKSON
En el comienzo de todo fue el espanto: Thriller fue catalizador de mutaciones y el principal afectado por su radiación fue Michael Jackson. Es verdad que todo comenzó en Jackson 5, en esa infancia corrompida por el pop donde el niño perdió la inocencia que trató de recuperar convertido en un andrógino Peter Pan que sueña desesperadamente la tierra del Nunca Jamás. Si bien es cierto, ese dato biográfico del niño estrella volcado a reconstruirse como ficción de la industria de la música es recién en Thriller donde adquiere mayor importancia, cuando su vida se transforma en una tecnoficción. Ese disco-Frankenstein no sólo cambió la historia de la música pop, con su híbrido de estilos del hard rock a la balada, pasando por el pop bailable, sino que, sobre todo, la revolución de Jackson se hizo cuerpo en el videoclip como forma de arte total, como juguete tecnológico ideal para la metamorfosis. Abrevando en la estética homoerótica de la película de terror adolescente de la década del ’50, en el video Thriller Jackson se transformaba en Gato Monstruo y en zombie, convertido en el rey del terror pop gracias a los efectos de maquillaje de las manos mágicas de Rick Baker, un cirujano-artista-plástico del cine, también creador de FX de Videodrome de David Cronenberg, una película sobre el cuerpo con prótesis de video. Y desde ese momento Michael Jackson fue un cyborg cronenbergiano, y se puede hacer una biografía de él a partir de sus videoclips, que absorbieron su existencia trocada en imagen táctil de su cuerpo. Su sexo no era masculino ni femenino, porque no era biológico, era tecnológico, tenía el sexo del cyborg, antes que Donna Haraway lo definiera en su manifiesto sociofeminista sobre la construcción de los géneros de 1991: “Un cyborg es un organismo cibernético, un híbrido maquinal y orgánico, una criatura de la realidad social tanto como una criatura de la ficción”. Jackson hizo del cuerpo su discurso, más que otrxs ídolos del pop/rock, porque era un cantante-bailarín de gracia felina, donde su paso más famoso, el moon walk, ponía en escena su doble direccionalidad característica: el paso fingía la mímica de caminar hacia adelante pero se deslizaba hacia atrás. Pero sobre todo Jackson fue un cuerpo mediado por la tecnología, donde se transformaba, videoclip mediante, en un ser extremadamente proteico: no era ni blanco ni negro, ni masculino ni femenino, ni joven ni viejo, ni atlético ni enfermo, ni humano ni animal, ni lindo ni feo y, sobre todo, ni bueno ni malo: al papel del delincuente juvenil que le gustaba interpretar en los videos se le superponía el inofensivo ángel de la luz asexuado. En la secuencia de la canción “Speed Demon” de su película Moonwalker (1988), Will Vinton lo convierte en muñeco de plastilina, dibujo animado, y cuando baila como humano está literalmente fuera de la ley: es que Jackson movía la pelvis con una ambigüedad insólita, su mano en la bragueta a veces parecía agarrar el paquete y a veces su dedo se hundía como si tuviese las dos gónadas del hermafrodita perfectx. En su otro videoclip célebre, Black or White (1991), fue el primero en usar el software morphing virando el rostro de personas de distintas razas y pigmentaciones, y convirtiéndose él mismo en pantera negra: su cuerpo de cyborg ya devenido software lo liberó de la identidad sexual y racial. Identidad deriva de idéntico, y Jackson, como buen mutante, nunca quiso ser igual.

CADAVER EXQUISITO
Si me permiten la expresión, Jackson fue claro desde el principio: al aceptar hacer el rol del Espantapájaros en The Wiz (1978), la remake del clásico camp El mago de Oz, sabía que su destino era ser un monstruo de cuento infantil, el freak domesticado, hogareño, que acompaña los sueños de una generación como el ET de Spielberg para el que compuso una canción. En Thriller quedó establecido, pero se subrayó en Ghosts (1997), un mediometraje dirigido por Stan Winston, quien junto a Rick Baker sería el artista de efecto de maquillaje más virtuoso del Hollywood fantástico. Ahí, con la tecnología digital, el cuerpo de Jackson dejó de ser analógico para explorar nuevas transformaciones virtuales: el rey del pop es ahora rey del píxel, fantasma en la máquina, materia incorpórea que atraviesa todos los cuerpos, como su voz, como ese falsete que lo hizo famoso, el más célebre de la historia de la música, que viaja a la velocidad de la ambigüedad, porque es un quejido de animal en celo con timbre humanoide andrógino. Si existen las reinas del grito del cine de terror, las scream queens, Jackson fue más que el rey del pop, el rey del falsete: la voz artificial fue su modulación predilecta hasta el punto de ser la canción de todxs. Cantar y bailar es falsearlo todo: lo natural queda fuera del cuerpo. En Cool Memories, Baudrillard escribía que “la música del walkman penetra en nuestro cuerpo como en un sueño”, Jackson fue ese sueño tecnológico que nos atravesó para siempre, que nos cambió nuestro cabezal natural por uno de género artificial indefinido. Al igual que Valentino fue al cine la apolínea figura que perturbó en los ’20 las concepciones sobre lo masculino y lo femenino, enloqueciendo a una generación con su erotismo visual indeterminado, Jackson fue el cyborg que hizo de la tecnología del video una estética desafiante. Y al igual que con Valentino, su funeral fue un evento monumental porque nos interpela sin discriminación: todxs somos sus viudxs tecnotransexuales. Pero ahora la tecnología voraz no para: la medicina forense sigue con sus técnicas necrófilas de autopsias donde dicen y se desdicen, porque la ambigüedad de Jackson no para ni post mortem. Eterno en su provocación, su cuerpo aún sigue siendo un discurso de signos en contradicción, para la interpretación latente, un Frankenstein semiológico que revive todo el tiempo: un moderno Prometeo secular que no necesita el fuego de los dioses para generar verdadera vida, sino que se despierta con cada clic mundano sobre un píxel monstruoso que hace pop.

Sin autor
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miércoles, 15 de julio de 2009

El negocio de la diversidad


El crecimiento del turismo y los negocios vinculados a la comunidad gay-lésbica sigue incrementándose en Buenos Aires: hoy habrá un encuentro internacional de empresas del rubro. Y anunciarán la creación de una cámara específica.

Revistas, tiendas de ropa, compañías de turismo, tarjetas de crédito, boliches, hoteles, restaurantes y otros tantos rubros tradicionales de esta ciudad se han volcado al mercado gay, lésbico, bisexual y travesti (GLBT), un segmento de la sociedad discriminado y segregado durante siglos. El fenómeno se consolidó al punto de generar ayer una reunión en el Hotel Axel, en el porteñísimo barrio de San Telmo, donde se presentó el segundo Encuentro Internacional de Empresas y Emprendedores Orientados al Segmento GLBT. El objetivo, coincidieron los patrocinantes, es afianzar a Buenos Aires como destino gay friendly en América. El principal destino, dijeron los más osados, “por su seguridad y vida cultural”. El año pasado, de los 2.500.000 turistas que visitaron la ciudad, 500 mil fueron turistas GLBT. Hoy se anunciará, además, la creación de la Cámara de Comercio Gay.

La presentación duró poco menos de una hora, pero sirvió como primer contacto entre empresarios y empresarias del rubro. Hubo intercambio de tarjetas personales, los típicos “yo te llamo” y las invitaciones de rigor para ir a bailar más tarde. Habrá más de 400 participantes, en su mayoría extranjeros adinerados que participarán de las conferencias que se harán hoy y mañana en el Hotel Axel, en la calle Venezuela 649 (ver aparte). El evento fue declarado de interés turístico y económico en la Legislatura porteña y está auspiciado por el gobierno porteño, a través del Ente de Turismo y la Secretaría de Turismo de la Nación.

Steve Roth, de la agencia de comunicaciones OutThink Partner, mencionó la envidiable campaña que hizo para posicionar a la empresa aérea LAN Chile dentro del emergente mercado GLBT. “La diversidad está en todas las esquinas de Sudamérica”, fue el slogan que propuso a esta compañía líder dentro del segmento en Estados Unidos, cuando se trata de viajar por estos pagos. La gráfica del slogan destaca cuatro postales argentinas: la Floraris Genérica en Recoleta, una tanguería llamada Caminito en La Boca, una vista nocturna de Puerto Madero y las cataratas del Iguazú. Terminada la presentación, el joven Roth tradujo a alguien las bondades argentinas: “Hay naturaleza en Misiones, hay una bella ciudad, hay nieve en Bariloche si quieres ir a esquiar, es muy completo”. Mañana dará una conferencia sobre el “mercado gay internacional”, a las 16.45.

Uno de los organizadores de la velada, Gustavo Noguera, de la revista Gnetwork360, dijo estar sorprendido “con el interés del mercado en este tipo de propuestas” y agradeció a los esponsors que ayudan a difundir “que este es un nicho interesante y hay mucho por hacer”. Noguera, junto a Pablo de Luca, adelantaron la creación de la Cámara de Comercio Gay Lésbica Argentina (ver aparte). La edición 2009 de este encuentro, resaltó Noguera, estará focalizada en tres ejes: las Cámaras de Comercios Gay en el mundo, el marketing del sector y el turismo enfocado en ese segmento.

Sentados en la pomposa barra del Hotel Axel, el dueño de este lugar y dos similares en Barcelona y Berlín, el catalán Juan Juliá, repasó las virtudes de esta ciudad junto a su gerente porteño, Elvio Cornetti. “No sé cómo estarán los demás hoteles. A nosotros nos va bien, tenemos el 60 por ciento de la capacidad ocupada, aunque bajamos las tarifas. Pasamos de 200 a 120 dólares el cuarto, un poco por la crisis, otro poco por la gripe A.” Un rato antes, durante la conferencia, había dicho que en lo que va del año “se triplicó la demanda turística en el hotel, gracias a la diversidad turística y cultural que brinda esta cosmopolita ciudad”.

¿Qué diferencia a Buenos Aires de San Pablo o de Río de Janeiro?, preguntó Página/12. “Bueno, San Pablo tiene la marcha del Orgullo Gay más grande, pero turísticamente hablando no da una oferta tentadora. Lo que tiene Buenos Aires es un circuito extraordinario: tiene teatros, tiene tango, buenos restaurantes, shoppings, mucha historia. Acaba de ser elegida por la revista Out Traveller como el destino preferido de la comunidad gay”, respondió Juliá. “¿Y Río?”, insistió el cronista. “Bueno, Río de Janeiro siempre fue la meca gay en América latina. Pero Buenos Aires es una ciudad más segura y con más vida cultural.”

Consultados sobre la discriminación, tanto Juliá como el gerente Cornetti aseguraron que Buenos Aires es una ciudad abierta, tolerante y que este tipo de encuentros promueven más apertura aún. Sin ir más lejos, en ese mismo barrio, en San Telmo, los vecinos y comerciantes impulsaron una declaración de “barrio amigable con los gays”. Además, resaltaron la unión civil que permite a parejas de un mismo sexo tener una unión legal ante el Estado. “Ni hablar de las fiestas y el ocio, esos también son atractivos fundamentales”, dijo Juliá.

El gerente de este hotel cinco estrellas que se define como “hetero friendly” destacó el perfil del turista gay: hombres solteros, educados, sin hijos, adinerados y generosos. “Comen afuera, hacen compras, salen de noche y piden cultura. En promedio, tienen un gasto diario de 200 dólares”, dijo Cornetti. Al lado suyo, su jefe catalán insistió con los objetivos de este segundo Encuentro de Empresas y Emprendedores: “Fomentar las relaciones profesionales dentro de la comunidad GLBT y abrir un espacio para que las corporaciones que quieren dirigir sus productos a nuestra comunidad sepan un poco las reglas del juego”. El cierre del evento estará a cargo del ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi.

Para un mercado mas sólido
El lanzamiento de la Cámara de Comercio Gay Lésbica Argentina (Ccglar) fue anunciado ayer entre aplausos y aullidos. “El objetivo es diseñar estrategias conjuntas, potenciar y promover el turismo gay en nuestro país. Además de apoyar el desarrollo de negocios y productos dirigidos al segmento”, dijo Gustavo Noguera, fundador de la Ccglar junto a Pablo de Luca. La Cámara comenzará a funcionar en dos meses y ya tiene una dirección electrónica para los interesados (info@ccglar.org). Durante la presentación, De Luca agregó que la Cámara también busca establecer y fortalecer vínculos con empresas con valores de diversidad e inclusión. “Vamos a capacitar, a buscar apoyo oficial y hacer alianzas, en el plano internacional vamos a tratar de participar de ferias y eventos para difundir lo que se hace en Argentina”, adelantó Noguera.

El anuncio recibió el respaldo de Justin Nelson, fundador de la Cámara de Comercio Gay y Lésbica de Estados Unidos; de George Neary, vicepresidente de una cámara similar en Miami, y de Pascal Lepine, presidente de la Cámara de Comercio Mundial del Turismo Gay. Fueron estas tres presencias, admitió Noguera a Página/12, lo que motivó el adelanto del anuncio por el fuerte aval recibido. “La idea surge como parte de un comienzo para que el mercado sea más sólido y para que podamos vender a la ciudad y al país desde este lado”, explicó Noguera. “Por eso, la idea es unificar los esfuerzos y difundir toda la oferta también en el exterior, coordinados con las organizaciones que ya tienen una gran trayectoria.”

La Cámara será la segunda en Latinoamérica, ya que Brasil fundó la propia hace algunos días. “Creemos que cualquier tipo de rubro puede estar interesado en participar –comentó Noguera–. Lo importante es que se entiendan las particularidades del segmento y quieran difundir a la Argentina como un destino gay. Por ahora estamos diseñando la estructura del directorio de esta Cámara y están comprometidos el Hotel Axel, Chueca downtown, LAN Airlines.” ¿Cuáles son las particularidades? “En principio deben aceptar los códigos de lo gay. No basta con poner una banderita con el arco iris para declararse gay friendly”, concluyó Noguera.

De empresas y marketing gay
La primera conferencia del segundo Encuentro Internacional de Empresas y Emprendedores Orientado al Segmento GLBT comenzará hoy a las 14.40 y versará sobre la historia de la Cámara de Comercio de Gays y Lesbianas en Estados Unidos. El título es “Negocios por la Igualdad”, los conferenciantes serán Chance Mitchell y Justin Nelson, cofundadores de la Cámara. Ambos explicarán cómo insertarse en las grandes corporaciones a través de la diversidad comercial y el impacto político desde la asunción del presidente Barack Obama. Luego hablará el canadiense Pascal Lépine, cuya cámara internacional con sede en Montreal representa a organizaciones de negocios de catorce países.

Durante esta primera jornada, también se hablará de turismo (con el caso testigo de Miami de por medio) y de Brasil como otro escenario potable para el segmento. Este último tema será abordado por los brasileños Clovis Casemiro (de las aerolíneas TAM), Talmir Duarte (de Parada Gay en Florianópolis) y Marta Dalla Chiessa (de la asociación de turismo GLBT). La última actividad será a las 18, cuando Matt Skallerud dé una conferencia sobre marketing, redes sociales (MySpace, FaceBook, Twitter, entre otras) y web 2.0, con orientación a este segmento. Skallerud fundó varios sitios web pioneros en el tema en Estados Unidos, como gaywired.com o lesbiannation.com.

Mañana las conferencias apuntarán a las campañas publicitarias y disertará el fundador de la consultora Out Now, que funciona en Londres y París. También hablarán Tom Nibbio sobre “Una visión global sobre el turismo gay” y Steve Roth (LAN Airlines) y Juan Juliá (de Hotel Axel). El viernes habrá una fiesta de cierre en Crobar. Las actividades que se desarrollan en el Centro Cultural de España en Buenos Aires (Paraná 1159) empezaron el 3 de julio y seguirán hasta el 23 del mismo mes. Se trata de la exposición “De la disco a la manifestación”, en la que participan artistas como la realizadora cinematográfica Albertina Carri, Leandro Allochis, Maite Cajaraville y Mujeres Públicas, entre otras. El 21 de julio, a las 19, se hará una mesa redonda allí sobre producciones culturales argentinas que abordan “las estéticas, los imaginarios y las problemáticas queer”.


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sábado, 11 de julio de 2009

Vita y Virginia


Eran dos perritas. A una le habíamos puesto Vita y a la otra Virginia, aunque sabíamos que Vita era llamada Alicia por sus dueños, que eran los almaceneros del piso de abajo. Habían encontrado a Vita en la calle junto a Virginia y la habían adoptado sin preocuparse por la otra. Pronto supimos que Virginia no había tomado a bien la nueva situación y cada día iba a buscar a Vita para correr juntas por la cuadra o cruzarse a la plaza para jugar. Los almaceneros parecían no tener registro de nada, no había forma de que interpretaran las acciones de las perras como gestos de amor. En primer lugar porque se trataba de dos animales, y en segundo lugar (o tal vez el orden fuese inverso) porque eran dos perras. Una noche, mi sueño fue interrumpido por un llanto interminable. Con pantuflas y en pijama bajé las escaleras del edificio hasta el segundo piso (yo vivía en el tercero), y vi a Virginia aullando ante la puerta de los almaceneros. Al día siguiente, me contó el portero que había visto a Virginia dormida ante la puerta de su amiga, acurrucada y con la cabeza hundida entre sus patas. Tanta fue la pasión de Virginia por Vita que se las fue arreglando para infiltrarse en el edificio muchas otras veces. Tuvo que echar luz sobre esto una vecina de casi ochenta años de edad, un poco autoritaria y brutal que espetó en la cara de los almaceneros cuando fue a comprar fiambre: “Pero estas dos están enamoradas”. Ellos (que funcionaban como una única voz a pesar de ser tres, madre, padre e hijo, y a veces incluso cuatro, esposa del hijo) no supieron qué hacer con las palabras dichas por la anciana y exclamaron al unísono: “¡Pero si son dos perras!”. Ante esta respuesta, la anciana hizo una segunda observación, con tono sentencioso: “Pero estas dos son perras lesbianas”. Todos nos quedamos mudos. La nuera dijo por fin, con tono culpógeno: “Pero no podemos adoptar a las dos, ya bastante que adoptamos a Alicia”. A mí me pareció criminal; intervine: “Tal vez sería mejor que liberasen a Vita”. El hijo exclamó: “Pero nos gusta mucho Vita, ¿no mamá? –y dijo aún–. Ya se van a acostumbrar... además, son perros, no Hombres” (esto ya me pareció dramático). “¡No son perros –exclamé con tono angustiado–, son perras!” En ese momento, todos miramos por la ventana y vimos como Vita y Virginia jugaban con unas ramitas. La anciana volvió a intervenir. “Yo creo igual que la chica –dijo por mí–. Suéltenla a Vita para que sean felices juntas.” Yo levanté el rostro hacia la anciana. Los almaceneros también. Todos nos miramos en silencio. Sucedió finalmente que después de un rato a los almaceneros no les pareció sensato el consejo de la anciana ni las sospechas de lesbianismo de su perra, así que no soltaron nada a Vita y la siguieron guardando bajo llave. Virginia siguió ingresando cada noche por algún escondrijo del edificio y hasta donde yo supe continuó pasando cada noche, dormida o aullando, a la puerta de su amada.

Mariana Docampo
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Cabecita loca


En su primera novela, La Virgen Cabeza, Gabriela Cabezón Cámara relata la historia de amor entre Qüity, una cronista de policiales, y Cleopatra, una travesti que se comunica con la Virgen. Aquí relata cómo planeó la escritura de este viaje desorbitado por fuera de lo normal y lo esperable.

En tu novela presentás una familia muy funcional, llena de amor... y también bastante atípica...

—Bueno, muchas familias como la de mi novela, formadas por mujeres biológicas y travestis, no hay. En este caso la familia no se constituye por un mandato sino por puro amor. Una chica heterosexual del conurbano que como única meta atina a casarse no está bueno, pero que a estos personajes, a quienes ni siquiera se les ocurrió que les pudiera suceder, de golpe les pase, lo deseen... eso es lindo, ¿no? El hijito, Kevin, con quien arman esta familia, no tiene lazo de sangre con sus madres. El gancho afectivo no tiene por qué estar determinado por la sangre, ni por el matrimonio heterosexual, como lo demuestran todas las personas del colectivo Glttbi que han adoptado hijos.

¿Qué implica contar una historia de amor entre una travesti y una lesbiana?

—Implica una declaración sobre la elección: no hay ningún mandato de cómo deben ser las sexualidades. Así como las mujeres no estamos obligadas a coger con hombres, las travestis tampoco. Me parece que todos podemos hacer lo que se nos dé la gana y que el abanico de posibilidades es muy amplio, incluso más de lo que tradicionalmente se reclama en el movimiento Glttbi, porque no hay ningún reclamo de parte de una pareja formada entre travestis y travestis lesbianas (que si bien sabemos de pocos casos, seguramente debe haber muchos más). Implica, entonces, desarmar una vez más la heteronormatividad.

Hay una escena muy impresionante: irrumpe en la autopista una chica a la que han prendido fuego y Qüity, la protagonista, decide una espontánea “eutanasia”. Toda la novela parece construida alrededor de cómo dar alivio al sufrimiento de los otros. ¿Eso te preocupa mucho?

—Es que el sufrimiento de los otros también es propio, si no, estás muy alienada. El caso particular de las mujeres esclavizadas en función de la prostitución me preocupa. Y que el Estado y la mayor parte de los organismos de derechos humanos no hagan nada es tremendo. En la novela, el personaje se va a vivir a una villa, donde hay lazos comunitarios y eso es necesario para la vida.

¿Hay una visión idealizada de la villa?

—La protagonista se ve completamente seducida por esos lazos y esa alegría de vivir sin miedo y confiando en el otro más inmediato. Más o menos tranquila, dentro de ciertos parámetros, claro. Pero es un personaje que no pierde conciencia de que si esa masa de excluidos se sustrae a su lugar en el funcionamiento de la economía del conurbano bonaerense, algo les va a pasar. Porque si los pibes chorros no roban, ocurren dos cosas: una es que las agencias de seguridad tienen menos trabajo y otra es que cuando la policía libera zonas lo hace para que roben estos chicos y me permito inferir, entonces, que alguna ganancia obtiene y la perdería. Los dealers también se ven perjudicados si los chicos dejan de consumir drogas. Y todos hacen menos caja si los excluidos se corren del lugar que ocupan en ese engranaje. La protagonista no pierde de vista que algo puede pasar. Ningún personaje lo ignora, salvo Cleopatra, la travesti, que tiene fe religiosa y cree que Dios la va a ayudar. Porque ella no tiene en cuenta que un dios que deja que torturen a su propio hijo no es un personaje para confiar mucho.

¿Qué lugar ocupa la Virgen en esta especie de religión casera que vas construyendo?

—La Virgen es un personaje muy lateral en la historia evangélica y en la historia bíblica. La Iglesia le empezó a rendir culto oficialmente unos siglos después de constituirse como tal. No forma parte de la Santísima Trinidad, no es Dios, sino un objeto suyo: su incubadora. No tiene voz, no dice nada en todos los evangelios, excepto alguna huevada, como el momento en que le pide a Cristo que les dé bola a ella y a sus otros hijos y él le responde que todos son sus hermanos en Dios, y prácticamente la ignora. Es una mujer sin voz en la historia de los Evangelios, y me parece que una mujer sin voz es una oprimida, y sin duda tiene que estar del lado de los oprimidos. Claro que la Virgen legitimada por la Iglesia es otra, es esposa y madre, es lo que para ellos debiera ser una mujer y por supuesto salta para defender a sus maridos: Dios, el Papa, el Espíritu Santo.

Paradójicamente, parecería que hay correspondencia entre la liturgia y el travestismo...

—¡La escena religiosa es tan barroca! ¿Viste los obispos cómo se visten? Como un arbolito de Navidad. Son locas con tradición y prosapia. Y yo no vi ninguna loca que saliera a la calle vestida como un obispo, con esos sombreritos bordados y esos chales dorados y violetas. El ejército también es así. No digo que las travestis tengan que ver con la Iglesia o los milicos, para nada, sino que lo que en una travesti está mal visto en un coronel, disfrazadísimo con sus medallitas y sus botitas lustradas y caminando de una manera tan pautada como una modela en una pasarela, es aceptado. Todo depende de quién lo haga. Los Cristos esos de las iglesias mexicanas, por ejemplo, que tienen pelucas y usan unos taparrabos bordadísimos de colores, son travestis. Los mexicanos tienen una afición al travestismo. Esa escultura que llaman El ángel es doradísima y tiene un par de tetas bastante grandes para ser un ángel: es una Niké (una Victoria griega).

La mezcla de culturas en tu novela, ¿puede pensarse también como una apuesta queer?

—Sí. La diferencia entre la alta y la baja cultura está disuelta. Esto puede considerarse como una apuesta de lo que una quisiera que sucediera con las identidades en la sociedad. Que se mezcle la travesti con el presidente de la nación, no en una relación prostibularia sino en una igualitaria, en un ámbito público, por ejemplo. Que cada uno se mezcle con lo que le dé las ganas de mezclarse.

¿Ves muy lejos ese momento?

—Sí y no, porque de hecho cada uno se mezcla con lo que se le da la gana de mezclarse, pero sigue habiendo un sistema de jerarquía muy marcado. Si bien hubo ciertas conquistas, como el caso de Loana trabajando en dependencias oficiales o logrando que se le reconozcan los nombres a las travestis, yo nunca vi a Cristina Kirchner, ni a su marido, en una reunión con una de ellas y mucho menos vería a todo el arco opositor en ese contexto. Imaginátela a Gabriela Michetti, que es tan católica. Es impensable. Para esa gente sí existen jerarquías, que de hecho las hay, claro, pero para ellos eso es algo que está bien. Ellos piensan que es así el mundo, que están arriba y que nosotros estamos todos abajo en diferentes escalones.

¿En qué lo ves, por ejemplo?

—No veo que se incluya a las travestis en los discursos oficiales como sujetos sociales con derechos que les deben ser garantizados. Estamos hablando que sí o no al matrimonio homosexual, eso también da cuenta de que nosotros tampoco estamos reconocidos como sujetos sociales. En un momento de elecciones me resulta muy curioso, y abominable, que no se hable de los excluidos de este sistema, que no haya propuestas de cómo incluirlos. ¿Qué pasa, vamos a seguir así?

El mundo que se crea en la novela hace pensar en un sistema igualitario donde, a la par que se acentúan, se disuelven las identidades...

—Sí, a la hora de organizar la villa, los personajes de la novela eligen rasgos nacionales, profesionales o de identidad sexual para agruparse en comisiones. Se reconocen por esas pequeñas diferencias dentro de la pertenencia general. En el caso de Cleopatra, que es claramente una travesti que ejerció la prostitución, que es pobre, que fue muy castigada por su padre, cuando se erige en líder ya no le importa a nadie que sea o no travesti. No es su rasgo principal. ¿Qué tiene del travestismo? La gracia, el humor, algunos gustos por determinada clase de ropa, pero lo preponderante en ella es que es una líder villera. No necesita decir “soy travesti”. Y no sólo es travesti sino también madre de familia. No padece discriminación, así que no tiene por qué defender su identidad sexual.

¿Cómo ves la cuestión de la visibilidad lésbica?

—Para mí tiene dos vectores. Uno es qué espacios nos dan los medios y el otro, qué hacemos nosotras. En los medios, de golpe, se copan y te dan espacios, pero qué hacemos nosotras es una cuestión política más interesante. Yo siento como una responsabilidad hacer visible mi lesbianismo. Una responsabilidad hacia las más jóvenes y hacia las que pueden estar viviendo en contextos muy duros en los que ser lesbiana es algo dificilísimo y tremendo, o hacia las que ocupan puestos de trabajos de las que pueden ser echadas por ser lesbianas. Para toda esta gente es bueno que socialmente se vaya instalando el hecho de que fulana de tal que hace tal cosa es lesbiana y fulana también... Y me parece que es lo mínimo que podemos hacer, con el trabajo que nos ha costado a todas. Y yo insisto: es una responsabilidad hacerlo y está bueno.

Paula Jiménez
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