jueves, 26 de noviembre de 2009

Embarazos paternos


Los desarrollos científicos en fertilización asistida incluyen las “monoparentalidades masculinas, como es el caso de hombres que acceden a una paternidad a través del alquiler de vientre o la donación de óvulos”, advierte la autora, que indaga cómo se plantea, en este escenario, la paternidad.

Propongo pensar algunas ideas sobre los nuevos escenarios masculinos con relación al campo de la fertilidad asistida. Estos escenarios se han generado a partir de las nuevas posibilidades que ofrece la ciencia hoy, en particular la donación de gametos –óvulos y espermatozoides– y el alquiler de vientre. Se trata de contextos muy novedosos: entre ellos están las monoparentalidades masculinas, como es el caso de hombres que acceden a una paternidad a través del alquiler de vientre o la donación de óvulos.

Estamos en un momento histórico en el que podemos preguntarnos en qué medida los avances en tecnologías reproductivas modificaron las parentalidades, y en el caso que abordaremos, las paternidades. ¿Qué fenómenos se hacen visibles a partir de estos cambios?

Hace pocos meses fue noticia el nacimiento de los mellizos Matteo y Valentín, los hijos de Ricky Martin. En una revista podíamos leer: “Ricky nos cuenta que el deseo de convertirse en padre se iba haciendo cada vez más fuerte. Después de investigar en profundidad sobre las técnicas de reproducción asistida, llegó al convencimiento de que la subrogación gestacional era la opción perfecta para él” (la subrogación gestacional es también llamada “alquiler de vientre” o “maternidad subrogada”, aunque en este caso debiéramos llamarla “paternidad subrogada”).

Se trata de una paternidad con características singulares: él es el padre de los niños, desplazando a la figura materna y constituyendo una familia monoparental. Para lograrlo consiguió que una mujer le done los óvulos y que otra le alquile su vientre.

En pleno siglo XXI, la paternidad de Ricky Martin y la de muchas parejas homosexuales masculinas que adoptan o alquilan vientres, dan lugar a pensar en este punto. Le llegó el turno al hombre: un vientre para él, diríamos. Hasta ahora siempre se habló del deseo de hijo como algo perteneciente al campo deseante femenino, pero hay rituales –como la llamada couvade–, mitos y manifestaciones de la clínica –como los delirios de embarazo masculino– que dan cuenta de la presencia del deseo de hijo en el hombre.

El término couvade proviene del francés couver, “empollar”, que a su vez procede del latín cubare: “estar acostado”. Los antropólogos lo describen como un ritual en el cual el hombre toma el lugar de la mujer en el parto: una vez que el niño ha nacido lo toma, se mete en la cama y recibe las felicitaciones de sus vecinos. Es el “lecho de parto” de los hombres e implica una relación cuerpo a cuerpo con el niño.

En los mitos la monoparentalidad está presente en los dioses “embarazados”. Entre ellos está Zeus, que dio a luz a Palas Atenea de su cabeza y a Dionisio de su muslo. También fue Zeus quien sacó a sus hermanos del vientre de Cronos.

Los matako del Chaco dicen que el demiurgo llamado Tawkxwax, que no tenía mujer, hundió su pene en su propio brazo y se dejó a sí mismo embarazado de un varón (Bernard This, El padre: acto de nacimiento, ed. Paidós, 1978). Vemos que estas figuras masculinas dan a luz muy curiosamente.

Freud sostuvo que todo delirio contiene un núcleo de verdad. Su estudio “Sobre un caso de paranoia descripto autobiográficamente” (“Caso Schreber”) lleva como epígrafe una cita de las Memorias del magistrado Daniel Paul Schreber: “Algo semejante a la concepción por una virgen inmaculada –es decir, por una virgen que jamás ha conocido varón– se ha producido en mi cuerpo. En dos ocasiones diferentes ha tenido un órgano genital femenino, aunque imperfectamente desarrollado, y he sentido en mi cuerpo sobresaltos como los que corresponden a las primeras manifestaciones vitales del embrión humano: nervios divinos que corresponden a la simiente masculina habían sido echados en mi cuerpo por un milagro divino; por lo tanto, una fecundación había tenido lugar”. El delirio de embarazo de Schreber está relacionado –entre otras cosas– con su frustrada paternidad.

Freud establece en el historial una relación entre el delirio de convertirse en mujer y la imposibilidad de tener hijos. Escribe: “Acaso el doctor Schreber forjó la fantasía de que si él fuera mujer sería más apto para tener hijos y así halló el camino para resituarse en la postura femenina frente al padre, de la primera infancia”. La esposa de Schreber había perdido seis embarazos, y él, a raíz de la muerte de su hermano, era el único hijo varón que quedaba en la familia, el único que podía perpetuar el apellido; Schreber no podía transmitir su nombre.

Entre el delirio de embarazo de Schreber y las paternidades con el auxilio de las técnicas reproductivas, al modo de Ricky Martin, podemos conjeturar el deseo de hijo en el hombre.

Al volver a los nuevos escenarios masculinos en fertilidad asistida, se impone la pregunta acerca de la distinción entre un padre y un genitor. Se trata de la diferencia entre una transmisión biológica y otra psíquica. El genitor es quien engendra, pero no hay un sujeto, ya que el gameto donado –el esperma– queda despojado de su subjetividad en el momento que pasa a ser donado. La donación de esperma existe desde hace dos siglos (R. Frydman, L’Irresistible Désir de Naissance, Presses Universitaires de France, Paris, 1986, p.12) y en la mayoría de los países es anónima. El padre, por su parte, tiene una función, que suele llamarse función paterna y que permite el ingreso del hijo en la cultura. Su modo de engendrarlo no es llevarlo en su vientre, sino darle su nombre.

En relación con esta función se definen las figuras del bastardo, el hijo no reconocido por su padre, y del “hijo natural”, sin padre conocido. “Natural”, quizá, porque proviene sólo de una mujer, y no hay un hombre que le permita ingresar en la cultura, de acuerdo con la fórmula “madre natura, padre cultura”.

Bernard This señala que “en la tradición indoeuropea, el hombre que posee la patria potestas –potencia ligada al padre, poder detentado por el jefe de familia– debe tomar al niño sobre sus rodillas para reconocerlo, si se trata de su ‘propio’ hijo, o para adoptarlo, si no no hay vínculo ‘natural’; es el rito de agregación a la familia. El padre podría rechazar al niño, tendría el derecho de exponerlo, de dejarlo morir, puesto que aún no ha sido nombrado”. Este autor observa que el poder del padre no depende ni de su fuerza física ni de su inteligencia; es una función que él ejerce. This observa que genou, “rodilla” en francés, procede de la raíz latina gen, que corresponde a concebir, engendrar, dar a luz. Es el símbolo y la sede de la fuerza muscular que permite al hombre estar plantado sobre sus piernas; es también la potencia, el vigor, la comunidad de bienes, de rentas, la coparticipación en una herencia.

De allí que nacer no es sólo salir del vientre materno: el nacimiento debe ser declarado por el padre. El padre puede o no estar investido en sus funciones y ser el portador de la ley. Prohibición del incesto y parricidio mediante, el padre es quien lleva al niño por fuera de la familia. Función paterna de protección de la cría, dador de un útero distinto, que permitirá ingresar al hijo en la cultura.

Esa partecita femenina

Podemos ahora adentrarnos en la pregunta acerca de la paternidad y el deseo de hijo en el hombre desde la teoría psicoanalítica. Si bien en la obra de Freud no hay referencias directas al tema, esta búsqueda nos lleva al complejo de Edipo en el varón. Allí la función del padre tiene un valor central en la declinación del Edipo.

Juan David Nasio aborda la problemática de la “femineidad del padre” (“La femineidad del padre”, en Voces de femineidad, compilado por Mariam Alizade, 1991): señala la necesidad que tiene todo aquel que debe ocupar el lugar de padre de reconocer su parte femenina. Nasio distingue entre la femineidad y la idea que sobre la femineidad tiene el hombre neurótico. Esta última emerge de su angustia de castración, que a su vez remite a pasividad y sumisión: “Ella sufre por estar castrada”. Pero, advierte Nasio, cuando el hombre puede aceptar su “parte femenina”, atravesando la angustia, y ha logrado comprender que de todas formas hay una pérdida, puede asumir la paternidad habiendo atravesado el fantasma de la feminización –la “roca viva” en el hombre–. Lo podemos también traducir como la aceptación de la castración impuesta por el padre.

Desde el psicoanálisis de niños, Arminda Aberastury planteó que, en el varón, el deseo de tener un hijo del padre en su vientre es normal en las primeras etapas del desarrollo: “El varón desea estar relacionado con el padre, tomar el lugar de la madre y tener hijos. Esta raíz del deseo de un hijo condiciona en parte su represión, ya que su fuente es la homosexualidad” (Aberastury, A. y Salas, E., La paternidad, 1984, ed. Kargieman). Los impulsos amorosos hacia el padre –ser fecundado por él– son reprimidos por dos vías: desde el exterior, se le pide al varón asumir roles que marquen diferencias de sexos con la mujer, y desde el interior, por la resolución edípica, se “va a pique”, sucumbe a la represión. Es así como Aberastury plantea un origen “materno” del rol “paterno”. Dicho de otro modo, el origen “femenino” del deseo de hijo en el varón y sus vicisitudes pueden dar lugar a perturbaciones de la función paterna en el hombre.

En el afán por sostener su masculinidad, asociando lo femenino a lo castrado, todo el campo de la paternidad y el deseo de hijo en el hombre puede sufrir perturbaciones. Estas se pueden expresar –de modo patológico– en los delirios de embarazo; también en el entramado cultural que integran los mitos y rituales y en el amor infantil del niño hacia su padre. Hoy por hoy, el hombre puede decidir procrear solo, adentrarse en un territorio que era hasta hace poco exclusivamente femenino. Y es factible una mirada sobre la paternidad que incluya no sólo los aspectos que hacen al género en su perfil más tradicional: fuerza física, potencia sexual y virilidad. Se trata de ser un hombre y poder hacer presente, sin feminizarse, su deseo de paternidad.

Patricia Alkolombre
Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Asesora del Comité de Mujeres y Psicoanálisis (Cowapapa). Texto extractado de un trabajo presentado en el XI Congreso SPP 8º Diálogo Cowap, Lima, Perú, 2009.

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sábado, 21 de noviembre de 2009

Diferencias ambiguas


La intersexualidad ha estado históricamente asociada a la ambigüedad sexual, pero ¿y si en lugar de nombrar cuerpos sexuados diferentes se tratara de una palabra capaz de articular políticamente esa ambigüedad y esa diferencia? El cine argentino, con XXY –Lucía Puenzo– y ahora con El último verano de la boyita –Julia Solomonoff, estrenada la semana pasada– ya hizo foco, sin despegarse totalmente del discurso médico, en los cuerpos intersex. Revisar estas películas y otras emergencias culturales de la intersexualidad tal vez proporcione algunas claves para pronunciar de otro modo la indefinición radical de todos los sexos.

El encargo es más o menos el siguiente: una nota que dé cuenta, con claridad y pocas vueltas, de las representaciones culturales de la intersexualidad. Yo acepto, por supuesto... por supuesto y a sabiendas de que la claridad y las pocas vueltas son incompatibles con el tema en cuestión. Empecemos por el principio: por la palabra.

El modo más breve de definir la intersexualidad es aquel que conjuga, en una sola frase, la llamada ambigüedad sexual con su destino en Occidente –un destino que hasta nuestros días ha estado signado por la expropiación biomédica de la diversidad corporal–. De acuerdo con esa definición, las personas intersex somos quienes, habiendo nacido con un cuerpo sexuado que varía tanto del promedio masculino como del promedio femenino hemos experimentado las distintas consecuencias que depara esa variación en esta cultura: el estigma de la ambigüedad, es decir, el de tener dos sexos, uno incompleto, de no tener ninguno o de tener un tercero, así como las distintas tecnologías de normalización que nos hacen encarnar, en la medida de lo posible, uno solo y solo uno.

Esta definición plantea un problema inicial –ese que es, de momento, el problema en el que consiste la intersexualidad–. No hay manera de definir la ambigüedad sexual si no es en relación con una supuesta precisión de lo sexual, y a su también supuesta encarnación en los cuerpos sexuados promedio de hombres y mujeres. Es así como quedamos, por definición, eternamente obligados respecto de esos dos promedios corporales elevados al rango de ley: encarnarás la diferencia sexual, o no serás nada. Este mandato, sin embargo, no sólo es excesivo para nosotros, sino también para el resto... ¿O acaso ha nacido ya quien pueda encarnar, de manera total y absoluta, un único sexo preciso?

iii

La diversidad sexuada ha tenido una larga y accidentada historia en Occidente –asociada de manera inextricable a las distintas economías de lo monstruoso–. Para Michel Foucault se trata de una forma particular de monstruosidad, aquella que combina, a la vez, los órdenes de lo imposible y lo prohibido. Es así como hemos terminado adorados en altares y quemados en hogueras, arrojados al mar o al desierto, atravesados por estacas, penes, espadas y bisturíes, recibidos en el mundo como presagios de su buena –pero generalmente de su mala– fortuna. Nuestros cuerpos, impropios por definición, violan la ley de la naturaleza al afirmar que, en materia de diferencia sexual, lo imposible es posible, una violación que la ley de los hombres no perdona.

Los tiempos que nos tocan vivir son los del progresivo declive del monstruo y de la progresiva aparición del paciente intersex (por lo general pediátrico e, incluso, neonatal). Se nos agarra temprano, antes de que la ambigüedad sexual nos tome el cuerpo, la mente y el alma y nos arroje a morar entre los hombres y las mujeres. La medicalización extrema de nuestros cuerpos ha tenido, sin embargo, efectos paradójicos. Ambiguos como somos, ¿acaso podía ser de otra manera?

Tanto la inmediatez como la obligatoriedad de la intervención médica han terminado por (re)producir el monstruo al que buscaban olvidar. Muy pocas personas saben cómo se ve un cuerpo intersex no intervenido –y esa falta de comercio con la diversidad corporal desata justamente aquellos temores, fantasías y deseos que sólo produce la conjura deseante de lo monstruoso–. Ha sido justamente la experiencia de esa medicalización la que ha producido la intersexualidad como identidad –puesto que, claro está, nadie nace intersex, solo se llega a serlo... en un hospital–. La humanidad, condenada a encarnar los mismos cuerpos sexuados una y todas las veces, se ha convertido en una versión débil y feroz de sí misma –y ha convertido nuestra existencia en un ejemplo paradigmático de encarnizamiento terapéutico–. Y es que no hay dudas: las buenas intenciones producen monstruos, esa clase de monstruos capaces de cortar y coser los genitales de un niño o de una niña solo para evitarles el dolor de su diferencia futura.

iii

Hasta nuestros días la representación dominante de la intersexualidad es aquella que produce la medicina –no sólo a través de su vocabulario, sino también de sus imágenes–. ¿Quién no ha visto, alguna vez, una de esas fotografías en las que alguien, por lo general un niño o un adolescente, está parado desnudo, con los ojos cubiertos por un cuadrado negro o un círculo blanco, expuesto a la mirada que procura saber? ¿O los genitales abiertos de alguien que no aparece en la fotografía, señalados por un dedo médico que oficia, al mismo tiempo, de referencia? Más importante: ¿quién ha visto, alguna vez, alguna otra cosa?

La medicalización de la intersexualidad coloniza sin parar otros modos de representación. Un ejemplo: la sustitución de los cuerpos intersex por flores en algunas versiones gráficas, una operación representacional que no solo nos reinstala en la naturaleza, sino que además nos representa como frágiles, pasivos y esencialmente arrancables y exhibibles en un florero (o en algún otro frasco). Otro ejemplo: el sometimiento de cualquier ficción que involucre la intersexualidad al escrutinio de la medicina, una suerte de llamada al orden que advierte jugarás con cualquier cosa, excepto con la verdad del sexo (una llamada que recibió, por ejemplo, Lucía Puenzo, cuando se atrevió a malrepresentar un cuerpo intersex). Y uno más: el torso hermafrodita fotografiado por Del LaGrace Volcano y reproducido por todas partes ha sido intensamente criticado por no ser, precisamente, un torso hermafrodita.

A lo largo de su historia moderna y contemporánea la intersexualidad se ha constituido en uno de los anudamientos más poderosos entre sexualidad y patología –en tanto no ha dejado, ni por un minuto, de causarle a la heterosexualidad normativa uno de sus peores dolores de cabeza–. No hay heterosexual que resista la interrogación que produce uno de nosotros en el deseo... ni tampoco hay homosexual que resista (y allí están los ejemplos de Middlesex y XXY para probarlo). La estabilidad misma en la que se funda el binario hétero/homo se viene abajo si la diferencia sexual tambalea. Y es justamente esa promesa de desestabilización la que ha convertido a la intersexualidad en la mitología pasada y la esperanza futura de la emancipación queer. Esta elevación de la intersexualidad al rango de promesa encarnada ha tenido efectos más bien nefastos –puesto que en lugar de colaborar en la transformación de nuestro status de objetos médicos ha propiciado nuestro devenir objetos apropiados del contrasaber–. Y nunca falta quien cree, a pie juntillas, que para ser intersex es preciso haber leído a Judith Butler.

iii

Los últimos años de esta década han sido los de una intensa representación de la intersexualidad en los términos de una gestión de la diferencia. Hace rato que la pregunta por el poder en los orígenes de la distinción entre lo Mismo y lo Otro han dejado paso a la administración pública de las identidades –y los destinos– discretos. Ya no importa bajo el imperio de qué ley ni en el contexto de qué régimen político de la corporalidad hemos llegado a ser diferentes. El punto es que lo somos, y no vale la pena (nos dicen) ocuparse de desmantelar la matriz que nos diferencia. La aprobación en el año 2006 de un nuevo vocabulario para nombrarnos –consagrado en el documento conocido como Consenso de Chicago– está produciendo en todo el mundo una fuerte re-medicalización de la intersexualidad, descompuesta en un conjunto, bien preciso, de trastornos del desarrollo sexual. Esa amenaza cruel en la que consiste su incertidumbre parece ahora domesticada para siempre.

En fin. Veremos cuánto aguanta ahí encerrada, y yo apuesto a que bien poco –porque la verdad es que mal que le pese a la gente no hay palabra en el mundo que pueda cumplir con ese encargo–.

El sex appeal de lo imposible

Soy un judío de Córdoba; como cada año, el espíritu navideño que invade progresivamente esta ciudad calurosa y polvorienta me mueve, sin embargo e indefectiblemente, al deseo. Y, como cada año, como no podría ser de otro modo, el regreso de las fiestas me mueve al deseo por lo imposible. Peor aún: al deseo por aquello que, siendo hoy claramente imposible, fue posible allá por algún pasado. Para estas navidades yo desearía, por ejemplo, recibir de regalo unas antiguas vacaciones de la escuela primaria, uno de esos veranos interminables que comenzaban apenas finalizado noviembre y terminaban recién en marzo.

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El último verano de la boyita acaba de estrenarse en el circuito comercial de Buenos Aires –justo ahora, cuando empiezan a desperezarse los calores, es decir: justo a tiempo–.

La película de Julia Solomonoff despliega con belleza y sencillez una trama que es, también, bella y sencilla. Ese despliegue cinematográfico está sostenido y tensado por una indudable semántica estival –¿acaso no es larga siesta de verano uno de los sinónimos perfectos de secreto?– y una economía singular del develamiento –si la sexualidad es el íntimo secreto de verano, la intersexualidad, está visto, es la madre portentosa de todas las tormentas–.

iii

El último verano de la boyita y XXY –dirigida por Lucía Puenzo– son películas ciertamente diferentes. A pesar de esas diferencias, en una y otra la intersexualidad es (re)producida a través de ciertas insistencias. O, podríamos decir, a través de ciertos parecidos de familia que hablan, a las claras, de las encarnaciones presentes de la intersexualidad. No se trata, como podría pensarse, de semejanzas entre ambas películas sino, justamente, de ese entre en el que parece consistir la intersexualidad y que hace posible aquello que narran.

Hay un animal en el comienzo de El último verano..., así como lo hay en el comienzo de XXY. En un caso se trata de un caballo, que se debate contra las sogas que lo sujetan y los hombres que tiran de las sogas; en el otro caso se trata de una tortuga, que ha llegado hasta una mesa de examinación. En ambas películas, está visto, los animales no son sólo los portadores materiales y simbólicos de la otredad, sino también del sometimiento bajo el cual se les brinda alguna hospitalidad entre los humanos, ellos y ellas.

XXY transcurre en un paraje situado en el retiro de una playa uruguaya. El último verano... transcurre, en su mayor parte, en las lejanías de la pampa entrerriana. Podría decirse, por supuesto, que ambos lugares son el aquí de quienes los habitan y, por tanto, no pueden ser definidos a priori como geografías de la distancia. En ambos casos, sin embargo, y de acuerdo con el movimiento interior a cada narración, a esos lugares se llega y de esos lugares también se parte. Más aún: es en esos lugares –y no en otros– donde mora lo extraño, tan distante de esas ciudades donde nacen, crecen y se reproducen los hombres y las mujeres. El agua es consustancial a ambos entramados narrativos, y los personajes se sumergen una y otra vez, escapando de ese mundo cruel y terrestre en el que imperan los bípedos.

Ambas películas son historias de iniciación sexual –comprendida, a la manera de Foucault, como historias de iniciación en el ejercicio sexual del sí misma o del sí mismo–. Ese ritual iniciático tiene su punto cúlmine en el encuentro con la encarnación misma de la otredad sexual (esa que, de tan otra, devuelve el reflejo invertido de lo mismo). El verbo devenir se conjuga en ambas del mismo modo diferencial: los iniciados son aquellos –el adolescente, la niña– que se enfrentan a la intersexualidad, de pronto y en medio de la nada, aquellos que son tomados y rehechos por el paso de la intersexualidad por su cuerpo. Los personajes intersex de ambas películas son iniciados en un ritual distinto, y su devenir es, como ellos mismos, otro: el suyo es devenir literal de aquello que siempre fueron.

El carácter relativamente estático de los personajes intersex –fijados a la trama por la costura del diagnóstico– reconoce, no obstante, un movimiento peculiar, a la vez subjetivo y objetivo. Podríamos llamar a ese movimiento la asunción de la verdad. O, mejor: de la verdad, que no es otra que el supuesto real del cuerpo. En una y otra película hay un momento crucial de autorreconocimiento, de encarnación verdadera –aunque se trate de una verdad impronunciable en la lengua–. La singularidad no deja de ser paradójica: si algo desmiente la intersexualidad es la posibilidad misma de una verdad una.

La persistencia de lo literal no es una casualidad, sino el resultado obvio de la imposibilidad de prescindir, siquiera en el terreno de la ficción cinematográfica, de la definición medicalizada de la intersexualidad. Y si existiera, acaso, la posibilidad de una poética rebelde a la reducción permanente al diagnóstico, ambas directoras se han encargado de precisar, en distintas entrevistas, cuál es el síndrome que aqueja a cada una de sus criaturas intersexuadas. Y no se trata de rehuirle al diagnóstico, materialización frecuente de nuestras biografías, sino de atreverse a afirmar, siquiera por una vez, la cualidad esencialmente narrativa de todo y cualquier diagnóstico. ¿De qué otro modo sería posible diagnosticar a personajes de ficción?

Ni El último verano... ni XXY permiten vislumbrar aquello que, en un cuerpo sexuado, sería evidencia indubitable de intersexualidad. Hay ciertos indicios, por supuesto: pastillas, sangre, alguien que mira entre las piernas y declara que hay dos, una venda que aprieta el pecho. Y hay otros indicios. A diferencia del resto de los personajes de ambas películas, los personajes intersex de una y otra hablan y se mueven de un modo singular. Nadie podría decir, a buenas y primeras, que eso que los distingue pertenece al orden de la así llamada ambigüedad sexual; pero, vamos, algo les pasa, algo de su rareza genital se cuela en su manera de pronunciar las palabras, mover las manos, balancear el cuerpo. Son de otra parte, se dirá. Justamente.

Las dos películas muestran formas librescas de la intersexualidad. Hay libros de medicina en una y otra, y los personajes buscan y se buscan entre sus páginas. El único saber disponible en esas lejanías es el más tradicional de todos –ese saber médico que llega a chicos y grandes a través de la autoridad de la palabra escrita–. Se trata, evidentemente, de una intersexualidad de libro. A lo largo de ambos recorridos argumentales se traza una relación fascinante entre la reproducción gráfica y escrita de aquel saber y los cuerpos intersex vividos: el carácter iniciático de esos cuerpos, fundado en su correspondencia con las imágenes y las palabras impresas, sólo puede mantenerse si se trata de cuerpos no intervenidos quirúrgicamente. Los manuales de medicina no dan cuenta de nuestras historias, y el sex appeal de la cicatriz aún necesita que se filme su propia película.

A la luz de esta extrañeza –allí donde lo extraño no es la intersexualidad, sino la integridad del cuerpo– el emplazamiento en una geografía distante comienza a perder su carácter de recurso narrativo para convertirse en una condición de posibilidad... de la supervivencia. La verosimilitud de las futuras ficciones urbanas de la intersexualidad, si alguna vez llegan a existir, requerirá de la modificación radical de esas condiciones. Tanto XXY como El último verano de la boyita dejan sentir el llamado insistente de ese imperativo.

iii

Mi abuelo José Siriczman era visitador médico. En su biblioteca había centenares de libros y, entre todos ellos, sobresalían unos gruesos volúmenes verdes y negros. Eran unas revistas tituladas MD. Medicina y Humanidades, que mi abuelo había coleccionado durante años, y encuadernado. Cada una de esas revistas incluía largas notas, ilustradas, de historia de la medicina, de filosofía, de literatura, y abundaban las reproducciones de obras de arte. Mi abuelo había recortado una de esas reproducciones, la había enmarcado y adornaba una de las paredes de la habitación donde jugaba solo al ajedrez, leía y dormía. Era un Quijote, montado, azul y solo, con la firma de Honoré Daumier.

Ese Quijote está ahora en mi estudio, frente a la silla en la que me siento para escribir. Debajo de su figura de yelmo y lanza enhiesta hay una cita tomada del libro, una frase que dice lo mismo que yo, judío hermafrodita de Córdoba, deseo y deseo: Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad.

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martes, 17 de noviembre de 2009

CULPAN A DIOS DE HACER CAER UNA CRUZ DE UN TEMPLO POR EL APOYO AL MATRIMONIO GAY Y LOS OBISPOS HOMOSEXUALES


Fue en agosto de 2009, durante la Convención nacional de la Iglesia Luterana, tras aprobar el matrimonio gay y la ordenación de obispos homosexuales activos con un 66,6 por ciento exacto de los votos. Ante la reciente decisión similar de la Iglesia luterana sueca, la noticia recorre internet -con vídeo incluido- sobre cómo aquel mismo día un tornado inesperado tiró abajo la cruz de la Iglesia luterana de la ciudad de Mineápolis. El tornado, que se formó sin que ninguna previsión metereológica lo anunciara y cuya aparición no pudo ser explicada por los expertos, destrozó las instalaciones de la convención luterana.

Era el 19 agosto de 2009. En la ciudad de Mineápolis (Minesota) se estaba celebrando la Convención nacional de la Iglesia Luterana de EEUU (ELCA, por sus siglas en inglés). Allí se levanta una gran Iglesia luterana, construída en 1928 y situada en pleno centro de la ciudad.
El templo se reconoce desde lejos por su alto campanario, coronado por una gran cruz que se encuentra allí desde su construcción. Sus campanas llevan grabado este texto: «Dedicado a la gloria De Dios».

Al otro lado de la calle en la que se encuentra situada la iglesia está el gran centro de convenciones de la ciudad, el Minneápolis Convention Center. Era precisamente allí donde se reunía durante una semana del pasado mes de agosto de 2009 la Convención Nacional de la Iglesia luterana de los EEUU, denominación próxima a muchas Iglesias Reformadas europeas, entre ellas la Iglesia luterana sueca.

Alrededor de 2000 representantes luteranos acudieron de todos los lugares de Estados Unidos para este encuentro que, además de tener sesiones en el Centro de Convenciones, celebraba algunos actos y ceremonias en el templo luterano, situado a unos pocos pasos.

El resultado de este Congreso y los acuerdos que se adoptaron provocaron una verdadera tormenta mediática... pero nadie podía imaginar otro tipo de tormenta que se iba a producir de manera mucho más inmediata.

Como ya adelantamos, el 19 de agosto votaron los líderes luteranos a favor de reconocer y aprobar las relaciones homosexuales, así como el permitir a homosexuales activos acceder al pastorado. Para aprobar estas dos propuestas se necesitaba alcanzar a su favor al menos dos tercios de los votos de los asistentes... Se logró en la primera votación realizada, con 66,6% de los votos escrutados a favor.

Dos horas antes de iniciar la votación el tiempo era perfecto en Mineápolis... y de forma brusca se formó un tremendo tornado cuando ninguna previsión meteorológica había siquiera imaginado tal fenómeno; de hecho, posteriormente los expertos mencionaron la rareza de una formación tan súbita e inesperada.

Este curioso tornado bajó del cielo para tocar tierra justo al sur del centro de la ciudad... Y siguió por la autopista en dirección al corazón de Mineápolis, exactamente hacia el centro de Convenciones y la Iglesia luterana.

Todo el recorrido del tornado dejó destrozos en la ciudad, pero el espectáculo en el Centro de Convenciones fue desolador... las carpas de la convención fueron totalmente destrozadas... aunque no hubo heridos. Pero algo imprevisto dejó una imagen imborrable: ...la cruz de 800 libras de peso del campanario, en pie durante 80 años sin problema alguno, fue derribada como si de un manotazo el tornado la hubiese tirado abajo, quedando colgada del pináculo del templo pendida por un hilo.
De Mineápolis a Estocolmo

El hecho recorre ahora el espacio virtual evangélico de internet trayéndolo a la memoria tras la votación que la Iglesia luterana sueca acaba de realizar sumándose a la misma decisión tomada por los luteranos de la ELCA. Aunque esta vez nada espectacular ha ocurrido que sepamos en Suecia. ¿Tiró Dios la cruz luterana de Mineápolis como muchos creen? ¿por qué entonces nada ha hecho ante el Sínodo luterano sueco?

Difícilmente se podrán responder estas preguntas con argumentos concluyentes, pero el interés virtual difunde estos hechos objetivos y contrastados que les hemos relatado, y así los recogemos en este medio sin que desde luego dejen de llamar la atención.

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Primer turno para un enlace inédito


Por primera vez desde su creación, ayer el Registro Civil porteño dio turno para un casamiento entre dos hombres, Alejandro Freyre y José María Di Bello, la pareja gay que obtuvo autorización de la jueza en lo contencioso administrativo de la ciudad Gabriela Seijas para contraer matrimonio, el primero entre homosexuales en América latina.

"Estamos ante un hecho histórico, ya que es la primera vez que una pareja homosexual consigue llegar al matrimonio. Es más: es la primera vez en la historia en la que se consigue un fallo favorable en primera instancia", narró Freyre, luego de inscribirse en la oficina del Registro Civil que funciona en el CGPC de Beruti al 3300, en Palermo.

Allí, celebrará el enlace con Di Bello el 1° del mes próximo, a las 14. Los contrayentes eligieron esa fecha por ser el Día Internacional de Lucha contra el Sida; ambos son portadores de VIH y militantes por los derechos de los homosexuales. "El 1° de diciembre será una fiesta de la madurez política. Hoy nosotros tenemos un privilegio que, aunque estamos contentos, es una vergüenza que todavía no sea para todos", afirmó al mediodía de ayer.

Casi a la misma hora, la sentencia de Seijas era objetada por la Corporación de Abogados Católicos, que interpuso un recurso de nulidad al considerar que, por un lado, la jueza es incompetente para decidir, ya que "las cuestiones relativas a los impedimentos matrimoniales y similares deben tramitar ante la justicia en lo civil".

En igual sentido accionó individualmente el abogado Pedro Andereggen, quien pidió a la justicia civil que declare nula la sentencia por estar "viciada de competencia".

Por otro lado, los abogados católicos -representados por Eduardo Sambrizzi, que firmó el recurso de nulidad- fundamentaron que "es inadmisible resolver la pretensión de los actores mediante una acción de amparo", como se hizo.

Además, sostuvieron que "la negativa a que dos personas del mismo sexo contraigan matrimonio no constituye un acto discriminatorio", como no lo constituye "la disposición que fija una edad mínima para contraer matrimonio o la que no permite contraer matrimonio a dos hermanos entre sí".

Y, finalmente, defendieron que "el matrimonio es una institución del orden natural entre el hombre y la mujer" que reviste "un interés público, por cuanto tiende a continuar la especie, sirve para la procreación y da base a la familia (...) La generación y educación de la prole, que hace a la mejor perpetuación de la especie, (...) es un elemento constitutivo del matrimonio, por lo que ningún legislador ni juez puede modificar el hecho de que el matrimonio debe ser celebrado entre personas de distinto sexo".

Ayer no apeló la medida ninguna de las partes: el gobierno porteño; el fiscal del caso, Federico Villaba Díaz, y los demandantes. Sin embargo, en diálogo con LA NACION, Sambrizzi entendió que, por la presentación de los abogados católicos en defensa de "derechos de incidencia colectiva, el fallo no está firme y el Registro Civil porteño no puede dar turno ni casar" a Freyre y Di Bello.

El recurso debe ser resuelto por la misma jueza. Sambrizzi adelantó que si lo rechaza apelarán. Incluso, en el escrito ya advirtió que la corporación acudirá hasta la Corte Suprema de Justicia.

Voceros de la Procuración General de la ciudad dijeron a LA NACION que "para el gobierno porteño, si no apela alguna de las partes, el fallo está firme" y, por ende, "será celebrado el matrimonio". Fuentes del juzgado informaron a LA NACION que el plazo para apelar vence hoy, a las 11.

Gustavo López, abogado de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt), que patrocina a Freyre y Di Bello, también le quitó valor al recurso de los abogados católicos. "No creo que sea viable: ésta es una cuestión entre partes, no pueden entrometerse en un caso en el que hay un demandado y un demandante", expresó.

Angeles Castro
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Ahora, a preparar la fiesta y la luna de miel

Alex Freyre y Jose María Di Bello llegaron ayer al Registro Civil tomados de la mano, nerviosos pero felices, a pedir turno para casarse. Serán, si nada ni nadie lo impide, la primera pareja del mismo sexo en contraer matrimonio en América latina. La fecha estipulada es el 1º de diciembre, el Día Mundial de la Lucha contra el Sida, como ellos propusieron. Ambos son portadores del VIH y en cada aparición pública llevan una gran cinta roja colgando del pecho, como símbolo de la lucha contra el virus. El gobierno porteño no apeló la decisión judicial que autorizó la boda y aseguró que no se opondrá a futuros casamientos. “Esperemos que esto despierte la conciencia democrática de los legisladores y aprueben la ley que amplía los matrimonios; somos los primeros, pero no queremos ser los únicos”, dijo Freyre a Página/12.

Franqueados por María Rachid, presidenta de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt), y María José Lubertino, titular del Instituto contra la Discriminación, la pareja se presentó a las 11.30 en el Registro Civil de Beruti 3325, en el barrio de Palermo. Otros activistas ya les habían sacado el número para pedir turno, mientras Freyre explicaba ante las cámaras que ser los primeros conlleva “una gran responsabilidad, porque es una conquista que abre puertas para que la ley argentina incluya a todos y todas”.

Dentro del lugar esperaban el director de los registos civiles, Alejandro Lanús, quien en persona les entregó los formularios. “Se portaron bárbaro, trajeron gaseosas y hasta nos armaron un espacio para dar la conferencia de prensa”, rescató Di Bello, subdirector de Salud y VIH de la Cruz Roja. Su futuro marido, integrante de la Fundación Buenos Aires Sida, estaba, según sus palabras, “apabullado, en estado de shock”.

Siete meses antes fueron a pedir turno al Registro Civil, con testigos, un escribano y los abogados de la Falgbt. Fue el comienzo de la batalla judicial con el gobierno macrista, que en un principio se había pronunciado en contra del amparo que ellos presentaron. Sin embargo, la semana pasada se conoció el fallo de la jueza en lo Contencioso Administrativo, Gabriela Seijas, quien declaró inconstitucionales los artículos 172 y 188 del Código Civil –que sólo permite casarse a parejas integradas por un hombre y una mujer– por considerarlos discriminatorios.

La decisión fue respetada por el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, porque “es la dirección en la que va el mundo en cuanto a salvaguardar el derecho de cada persona a elegir libremente con quién formar pareja y ser feliz”. Para Rachid, quien también espera la decisión judicial para casarse con su pareja, Claudia Castro, “fue una sorpresa, porque (el macrismo) es un sector conservador en éste y otros temas”.

Los motivos del gobierno porteño, aseguró la titular de la Falgbt a este diario, están relacionados con el costo político que tendrían que pagar si se negaban. “Hay un consenso social y político importante en este tema, sabemos que va a haber gente tratando de impedir que Alex y José María se casen. Si no es el 1º de diciembre será el 15 de diciembre o el 5 de enero. Ya no hay vuelta atrás, en poco tiempo vamos a poder casarnos todos y todas”, dijo la dirigente. Y luego aclaró: “Es necesario que se apruebe la ley que amplía los matrimonios, no queremos que esto sea sólo un privilegio de los que viven en la Capital Federal y pueden afrontar un proceso judicial”.

El martes pasado las comisiones de Legislación General y de Familia, Mujer y Minoridad de la Cámara de Diputados no consiguieron quórum para emitir dictamen sobre la modificación de la ley actual. El proyecto de las legisladoras Silvia Ausgburguer y Vilma Ibarra propone sustituir la frase “hombre y mujer” por el término “contrayentes”.

A diferencia de la unión civil que rige en la Capital Federal, en dos localidades cordobesas y en Río Negro, según detalló el abogado de Falgbt, Gustavo López, “el matrimonio permite heredar, adoptar hijos como matrimonio, da ventajas impositivas, permite las visitas carcelarias o decidir sobre la salud de la pareja y muchas cosas más”. Además, regiría en todo el país.

Para Freyre y Di Bello el fallo que permitió el casamiento fue algo inesperado y dio vuelta todos sus planes. Ambos pensaban viajar a Perú por trabajo y deberán adelantar el pasaje para poder hacerse los exámenes médicos de rigor y otros trámites. “Cualquier pareja que se casa se toma un año para preparar la boda, nosotros sólo tenemos quince días. Podríamos haber pedido fecha para cuatro o cinco meses más tarde, pero sabemos el valor simbólico que esto tiene, queremos hacer presión para que salga la ley”, aseguró Di Bello.

La pareja todavía no tiene en claro dónde ir de luna de miel ni cómo preparar la fiesta que merece este acontecimiento histórico. Confían en que todos sus compañeros y compañeras de militancia les den una mano para organizar la boda. “Todo esto es una responsabilidad enorme y la verdad es que no tenemos un mango, pero estamos felices. La primera vez que fuimos al Registro Civil, sabiendo que nos iban a rechazar, fue fuerte. Cuando en el ’95 hice que Mirta Legrand tomara de la misma copa, con todos los fantasmas que rodeaban al VIH, fue tremendo. Pero esto es mucho más poderoso”, aseguró anoche Freyre.

Mientras tanto, las diputadas Ausgburguer e Ibarra siguen esperando que aparezcan los legisladores kirchneristas y radicales que les aseguraron que iban a dar quórum y prometieron aprobar un dictamen para que el matrimonio gay se trate en el Congreso. Ayer, Di Bello les envió un mensaje: “Quiero que sepan que para el Estado todavía somos ciudadanos de segunda”.

Emilio Ruchansky
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sábado, 14 de noviembre de 2009

El futuro ya llegó


La brutal indiferencia con que se clausuró la discusión en ámbitos parlamentarios sobre la modificación del Código Civil para habilitar el matrimonio a parejas de cualquier sexo deja sin protección a niños y niñas que nacen y crecen en familias con dos mamás o dos papás. Una realidad cotidiana que pelea por su reconocimiento, pero que no espera. Estas familias que ignoró el Congreso no son futuro sino un presente real y concreto.

Van en el auto. Los dedos de Paula tiemblan contra el frasquito de plástico. Ahí viaja el semen de un amigo que acaba de donar sus gametas. El tipo tiene tres hijas, no espera de ese acto más que ayudar a sus amigas, Paula y Ana, desde la genética. Nada que se parezca a ejercer la paternidad. “Hay que mantener la temperatura adecuada”, advierte Ana al volante. Sabe de qué habla, es bioquímica. Suben las escaleras del PH en el barrio de Flores, directo al dormitorio. Paula agarra la jeringa y cuando va a depositarla ahí donde se debe para desatar un maratón al óvulo de Ana, el contenido sale disparado. Hace falta otro día, otra vez, el frasquito en el auto. Cuando llegan a casa, Ana dice: “Amor, vos pedí las empanadas, yo me ocupo. Hace años que manejo jeringas en el laburo”. Ocho años después, Paula y Ana cuentan a otras mujeres: así concibieron a su hijo P.

Es un sábado al mediodía. El PH con quincho y terraza, hogar de Paula, Ana y P, recibe a madres lesbianas y retoños deseados entre dos mujeres. Las anfitrionas dicen que el último Día de la Madre, P se quejó. Ese domingo bostezó, frunció su nariz de principito, dijo: “¡Uf!, me hicieron trabajar el doble”, y entregó dos tarjetas hechas en la escuela con dibujos de “Feliz Día”. Mamá Paula y Mamá Ana. Así las llama y las dibuja P, una de cada mano. De un lado Paula –flaca, alta, rulos– del otro Ana –flaca, alta, pelo lacio–.

Suena el timbre y el autor de esos dibujos –un niño de cabellos castaños y ojos ámbar, gorro con visera, remera de superhéroe– empuña una espada de plástico y corre a la puerta. Llega su amigo Tato, ojos dulces. Detrás de Tato, su familia. Mamá Roma con Tinchi –el hermanito menor– en brazos y Triana. Además de la edad, P y Tato comparten su amor por egipcios y piratas, entre asados. Los chicos se conocieron hace dos años, cuando empezaron estos encuentros. Tato iba al jardín. Una tarde de esa época, miró expectante a Roma y a Triana. Avisó:

–No voy a decir en el jardín que tengo dos mamás porque se van a burlar.

–¿Quién se va a burlar? Decí lo que quieras, hijo –espetaron ellas.

–No sé. Hay chicos que tienen sólo una mamá. Otros sólo papá.

–Tato, hay otras familias como las nuestras.

–¿De verdad, mami? ¿Las conocen?

–Sí, mi amor, hay una familia con mellis de un año, otra de una nena de un añito, otra de una nena de cinco. Bebés que nacieron hace poco.

–¿Todos hijos sólo con mamás?

–Sí, con dos mamás.

–¿El día que fuimos a una casa con terraza los chicos eran todos de dos mamás?

–Sí.

–¡Vamos! Quiero jugar con ellos.

Tato se hizo amigo de P. Tato y su familia son celebrities en la web. Roma –36 años, hace 10 con Triana– cuenta sus avatares en Mamis por dos, uno de los tantos blogs que crecen como sitios de encuentro y visibilización. Su historia se convirtió en el libro del mismo nombre (Dunken), escrito por una amiga y psicóloga –Romina Reinaudo– que tomó nota de sus testimonios.

“Nos reunimos una o dos veces por mes con otras madres lesbianas con hijos. Es importante que se conozcan, jueguen, vean que hay otras familias como la nuestra”, dice Roma. “Que sepan que no están solos en el mundo con esa particularidad”, agrega Ana, la mamá de P. Esa particularidad acumula anécdotas.

Salita de cinco. Un día, P informa a un amigo: “Hoy me busca mi mamá”. En la puerta del jardín aparece mamá Paula, ella no lo va a buscar casi nunca porque es docente. A la salida, el amigo ve a Paula recibiendo a P. “¿No me dijiste que venía tu mamá?” “Claro, lo que no te dije es cuál de mis dos mamás venía”, se ríe P.

Dos años después: van en el auto P y mamá Ana, un compañerito de grado y su padre. El compañero sugiere: “Te cambio a mi papá por una de tus mamás”. P no contesta. En su casa, serio, advierte: “Lo del cambio no va a poder ser. No podría elegir con cuál de las dos quedarme”.

¿Cuántos son los hijos e hijas que crecen en familias con madres y/o padres del mismo sexo? Nadie los ha contado, es un dato. “Creemos que en la provincia de Buenos Aires son entre 5 mil y 7 mil chicas y chicos”, dice Karina Duranti, abogada. Karina integra Familias Homoparentales Argentinas (FHoA). “Los hijos más grandes tienen entre 12 y 14 años. Los primeros fueron concebidos en los ’90, al difundirse los bancos de semen. En cambio, en la mayoría de las familias compuestas por varones, provienen de la adopción de uno de los progenitores –dice–. Pero de esto casi no se habla.”

La suerte de los gaybies

En los Estados Unidos, hace rato que rubricaron el fenómeno: Gayby Boom. Al gayby boom lo impulsan los gaybies, nacidos en uniones de lesbianas o gays. El Instituto Williams, que promueve pensamiento crítico sobre orientación sexual en la Escuela de Leyes de la Universidad de California, estima que de las 594.391 personas identificadas como parte de la comunidad Glttbi, el 20 por ciento cría hijos menores de 18 años. Diez millones de personas en el mundo tienen al menos una madre lesbiana, un padre gay o bisexual o transgénero, estima Children of Lesbians and Gays Everywhere (Colage) y deduce que hay millones de chicos en familias de Glttbi. Pero sólo un puñado de países reconoce los derechos de estos niños a tener padres y madres, los que aceptan el matrimonio para todos: Canadá (reconoce los derechos de niños con dos madres y un padre), Holanda, Bélgica, España, Suecia, Noruega, Sudáfrica y seis estados de EE.UU.

La suerte de las argentinas y los argentinitos que este sábado van a comerse un rico asado en una terraza del barrio de Flores se debatió por primera vez en el Congreso. La suerte jurídica de P, Tato, Tinchi y de tantos niños y familias depende, en gran medida, de cómo se posicionen los legisladores frente a los proyectos presentados por Vilma Ibarra y Silvia Augsburger para modificar el Código Civil y habilitar el matrimonio sin limitación de sexos.

“La mitad de los derechos civiles de niñas y niños que viven en familias con padres del mismo sexo están vulnerados. De cambiarse la ley de Matrimonio, no genera ni crea nuevas familias: las familias ya existen. Lo único que hace la ley es regularizar los derechos de esas hijas e hijos”, dice María Rachid, presidenta de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt), junto con la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), una de las impulsoras del proyecto. En estos días, abogados de la Falgbt presentarán un recurso de amparo por los derechos de una hija de siete años de madres lesbianas, a fin de que goce de todos los derechos: posibilidad de compartir con ambas madres obra social, pensión y herencia.

“No es decente que el Estado deba preguntar a una pareja a nombre de quién debe anotar a un hijo o hija adoptado, porque no se permite la coadopción. O destinarlo a la indignidad de ser el hijo clandestino de sus padres o madres. Señoras diputadas, señores diputados: al no haber Derecho, no hay decencia”, dijo César Cigliutti la semana pasada frente a los legisladores.

La historia de Ana y Marcela, y de Sofía –dos años–, es un catálogo de algunas indecencias. Tras cinco inseminaciones y un embarazo trunco, nació Sofi. “Sólo pude tomarme el día del parto. Mi familia es otro tema difícil, no lo termina de aceptar”, dice Marcela. Cuando decidieron que Sofía fuera a un jardín maternal, hablaron con la directora, describiendo a su familia. Cuando decidieron bautizar a Sofía, también se lo explicaron al cura. “En la casa de Dios no se discrimina”, respondió el sacerdote y dibujó la señal de la cruz en la frente de la beba.

La vulnerabilidad asomó en imprevistos. Un domingo, nueve de la noche. Sofi tiene seis meses y vuelven a casa en auto. Alguien cruza el semáforo en rojo, las choca. Ana tiene que contar qué pasó a la policía, ir a la comisaría. Un médico carga a Sofi en la ambulancia. Marcela quiere acompañarla, pero debe bajarse: no es la madre legal. “Estábamos en shock y nuestra hija no tenía derecho a ir con una de sus madres al hospital, es un estado de vulnerabilidad total”, dice Ana. Tiempo después ella debió operarse en la clínica Mater Dei. “Por las dudas, dejé un papel con mi última voluntad: que Sofi viviera con Marcela.” Ese testamento de Ana expresaba de puño y letra el peor fantasma. Si a la madre biológica le pasa algo, que la hija o el hijo crezca con su otra madre depende de la buena o mala onda de los abuelos “legales”. Al no haber padre, la tutela pasa a la familia materna. En algunos casos, la misma que se opuso a la pareja o no aceptó de buen talante que dos mujeres criaran a una niña. Ana salió bien de la operación. En la clínica, Marcela la pasó mal. “No me daban los informes de mi pareja, ni podía quedarme. El único interlocutor para el Mater Dei era el padre de Ana”, cuenta Marcela.

Ana y Marcela están separadas. “Veo a mi hija tres veces por semana, sábados y domingos. Seguir el vínculo depende de la voluntad de Ana. Si el día de mañana a ella se le ocurre irse, no puedo hacer nada”, explica Marcela. “Mientras las familias homoparentales no accedan a la ley de matrimonio, no hay legislación respecto de sus hijos. Son inscriptos como hijos de madres solteras. Quedan expuestos, entre otras cosas, a un juicio de filiación. La madre no gestante no tiene derechos”, dice Duranti. Y acto seguido enumera. En el parto, la presencia de la no gestante depende de su relación con el médico. En general, no puede darle su obra social, ni legar bienes al hijo. Si él se enferma, no puede faltar al trabajo. En la escuela necesita firmar una autorización para retirarlo. Tras una separación, una puede negarle a la otra el derecho a ver a su hija. Y la otra puede negarse a pasarle alimentos. No tienen acceso a la Justicia. “Ante la eventualidad de que le pase algo, debe recurrir a un escribano que haga una tutela testamentaria. Es un paliativo, pero nunca está la seguridad de que se respete a la otra madre. Menos si hay oposición.”

Lo dijo Barack Obama el Día de la Familia: “Si los niños son criados por ambos padres, abuelos, una pareja del mismo sexo o alguien que lo cuide con amor, le permitirá lograr grandes cosas”. En octubre hubo una marcha al Capitolio pidiendo al presidente que cumpliera su promesa de no discriminarlos. Al final, el censo 2010 estadounidense no incluirá el conteo de uniones del mismo sexo, como se había anunciado. El coming out demográfico de las familias estadounidenses Glttbi deberá esperar a 2020. El coming out cultural es más veloz. En el camino recorrido asoma una obra vasta cuyo eje son estas familias y su foco, los hijos. Entre los más resonantes está el documental catalán Homo Baby Boom, de la Associació de Famílies Lesbianes i Gais, y Queer Spawn. Ambos de Anna Boluda, registran lo cotidiano, recorren escuelas y festivales con el lema: “Que no lo dude nadie: es el amor el que crea una familia”.

El amor crea y cría

En este asado no hay mujeres confinadas a preparar ensaladas. Hay unas que aprontan la picada, un par enciende el fuego, otra no tiene la menor idea de cómo se prepara la rúcula, otra dotada de paciencia pasa filtro solar a los niñitos. Cuatro familias y ocho madres comparten en vivo muchos interrogantes de maternar. Están Ana y Paula, Roma y Triana, Marcela y Ana, Paloma y Alma. Participan de la Federación Argentina de Familias Homoparentales Integradas Argentinas (FHoIAr), a la que se sumaron familias de Uruguay y Chile. “No tenemos recetas.” Se hicieron amigas en estos encuentros.

–¿Recurrieron a un donante conocido? –se asombra con acento mexicano Paloma, ante el caso de Paula y Ana. Paloma vive en la Argentina porque Alma, con quien tiene una hijita que aprende a caminar –Emilia–, fue trasladada a Buenos Aires como ejecutiva de una multinacional.

–No me arrepiento –dice Paula. Somos claras con P. El sabe quién donó la semilla y no asocia donante con paternidad.

–Antes de conocer a Alma en México, yo pensaba en tener una hija con dos mamás y dos papás gays. Uno de mis amigos había aceptado. Al conocer a Alma, cambié. “Si le pones un papá, yo quedo afuera”, planteó.

Al día siguiente a su paso por la ley de Convivencia –equivalente a la Unión Civil–, Paloma y Alma tuvieron que decidir entre los dos únicos donantes disponibles ese día. “Era el semen de un abuelito diabético o el de un chaval de 18 años, delgado y de tez clara. Fuimos por el del chaval. Todos los días Alma me acariciaba la panza: ‘Por favor bebé, sal a tu mamá’, decía.” Emilia tiene los ojos enormes y celestes de Paloma, la misma cara.

–Emi nació prematura. Esa fue nuestra primera experiencia en el mundo como dos mamás –cuenta Alma, elegante y discreta, mientras los niñitos dan cuenta de los primeros choripanes.

–Fue un parto complicado. Casi me quitan el útero. Estaba muy mal y Emi en terapia intensiva. A Alma no la dejaban entrar a verla. Fue un escándalo. El jefe del servicio dio una orden para que le permitieran entrar. Si tú te discriminas, ellos te discriminan –asegura Paloma–. Venir acá fue pelear que en la empresa donde trabaja Alma nos reconozcan como familia. Y lo logramos. Aunque en la Argentina el Ministerio de Relaciones Exteriores no nos reconoce, porque la Unión Civil no es nacional.

–Nosotras tenemos la Unión Civil. Con los hijos es un engaña-pichanga –dice Ana.

–Vinimos por el trabajo de Alma. En una relación heterosexual, la esposa tiene la visa. Yo no, soy turista. La peleamos, hemos logrado mucho. Nos mudamos de país como familia. Y estamos acá, con ustedes. Nos sentimos en casa.

Maternidad lesbiana, experiencia abierta

Vericuetos legales, tácticas, métodos, consejos. Con la experiencia forjada, el grupo Lesmadres armó un cuadernillo con el ABC para mujeres que aman a mujeres y desean un hijo. “Maternidades lésbicas. Algunas preguntas básicas” está libre de copyright en la web. “Reunimos información, experiencias y puntos de vista propios, lo que hubiéramos deseado tener al emprender este camino. Nos surge la necesidad de tener información sobre las tecnologías reproductivas y aspectos legales, pero también la palabra de otras y el pensar juntas sobre ciertos temores que a veces se convierten en obstáculos”, dicen las autoras. Lo dedican a sus hijas e hijos: Ana, Juan, Juan, Ludmi, Luna, Simón y Túpac.

El cuadernillo plantea preguntas y respuestas, algo más extensas que éstas. ¿Qué pasa si no hay padre? “Ser madre o padre no es un hecho biológico sino un hecho social, un proyecto vital originado en el deseo y el compromiso.” ¿Puede afectar a nuestr@s hij@s tener dos madres lesbianas? “Sí, por supuesto, de la misma manera que afecta tener padres y madres heterosexuales, judíos, inmigrantes, analfabetos.” ¿Cómo es una inseminación con un donante anónimo? “Sólo se pueden solicitar características generales como color de ojos, de pelo, contextura física y no hay diversidad étnica.” ¿Qué se tiene en cuenta para una inseminación con donante conocido? “La madre no gestante no tiene reconocimiento legal y su situación podría ser aun más precaria.” ¿Qué tenemos que tener en cuenta para adoptar? “No es posible la adopción conjunta.” También incluye un listado de ventajas y desventajas –respetables, discutibles– de los diferentes métodos para embarazarse. ¿Qué queremos para el futuro? “El reconocimiento pleno de los derechos de nuestr@s niñ@s, así como el de tod@s l@s niñ@s en el marco de la Convención Internacional de los Derechos de l@s Niñ@s y de la Ley Nacional Nº 26.061, el reconocimiento de nuestros derechos como lesbianas, el respeto por las diversidades y una sociedad más justa para todos sin violencias y sin exclusiones.” En la CHA también funcionan grupos de contención y orientación, donde familias homoparentales intercambian experiencias sobre el abordaje en colegios, clubes y centros de salud.

¿Qué pasa si no hay padre?

Una de las preguntas del cuadernillo de Lesmadres es la liana a la que se aferran los trogloditas. Cientos de investigaciones observaron a niñas y niños en familias homoparentales. Todas: la misma conclusión. En palabras de la Academia Americana de Pediatría (AAP): “Los hijos de padres homosexuales tienen las mismas ventajas y expectativas de salud, adaptación y desarrollo que los de heterosexuales”. La AAP también dice que los niños que nacen o son adoptados por familias homoparentales merecen la seguridad de dos padres o madres legalmente reconocidos.

“Hoy los hijos de estas familias sufren la discriminación al no reconocerse sus derechos. El tema de la maternidad y la paternidad de diversidad sexual es el último mito del discurso reaccionario. Hace años que los estudios afirman que las identidades de género no son transmitibles vía familiar sino el fruto de algo mucho más complejo”, dice Flavio Rapisardi, coordinador del Foro de Diversidad Sexual de Inadi y del Area Queer de la UBA. Este foro del Inadi viene trabajando con Lesmadres y otras organizaciones en una publicación sobre maternidades lésbicas.

Cuando no hay papá, no hay recetas de cómo llamar a dos mamás. Sofi llama mamá a Ana y mamu a Marce. Otras niñas y niños dicen mame a la no gestante, o madrina. Romina Reinaudo es licenciada en Psicología. Algunos de sus pacientes integran familias homoparentales. “En un primer momento, la pareja busca el modo de hacerse nombrar: madre, mamu, madrina, con relación al hijo, para entregarle como don a su niño la forma de nombrarlas. Con los años, cada uno decide cómo hacerlo.”

Triana corta la carne, cuenta: “Un día, Tato iba al jardín y me preguntó si yo no me enojaba si me llamaba ‘madrina’; le dije que me llamara como quisiera. Siempre le transmitimos que lo más importante es poder elegir. Le explicamos que no tiene papá, fue muy deseado, nadie lo abandonó”. “El nos va llevando naturalmente. Este año pidió que fuéramos a la escuela, cursa primer grado, y le explicáramos a la directora que él no tiene papá, que tiene dos mamás y que es feliz”, dice Roma. Triana se moría de nervios. “La maestra y la directora me dijeron: ‘¿Así que vos sos la famosa Triana’.” Se ríe al recordar. “Nuestros padres, hermanos y amigos saben, apoyan, acompañan. Pero nunca me había tocado afrontar algo institucional. Dijimos: tenemos una familia diferente. La directora sonrió: ‘Acá hay muchas familias diferentes’. Fue un alivio. Al día siguiente de la reunión, Tato se largó a leer.”

¿Tiene algo de diferente crecer con dos mamás? “Un sujeto nace y hay Otro que lo espera, que lo deseó, que lo preexiste. El bebé se aloja en ese universo simbólico que le crearon y a lo largo de su vida irá buscando su lugar propio. Silvia Bleichmar nos decía: ‘La función materna, paterna, implican modos de relación con el niño’. No están definidas por el cuerpo real anatómico sino por los modos erógenos que toma este encuentro”, dice Reinaudo.

Todas las familias son

Homoparental, pluriparental, monoparental. “Occidente no puede pensar sólo en familias tradicionales. Ellas mismas, en sus diferentes modalidades, están descubriendo cuáles son sus particularidades y sus diferencias. Lo que se sostiene en todas es la diferencia generacional, la función de sostén emocional y la de terceridad, también conocidas como funciones materna y paterna. En parejas heterosexuales también cambiaron las funciones y roles. La familia es producto de la cultura, no de la biología”, dice Eva Rotenberg, psicoanalista, directora de la Escuela para Padres y compiladora del libro Homoparentalidades (Lugar Editorial). Según Rotenberg, “hay una fantasía a desmitificar: mujeres que atravesaron tantos prejuicios pueden idealizar haber deseado tanto a su hijo y creer que será más amado. Un hijo real tiene distintas problemáticas. Que sea muy amado no significa que no vaya a tener conflictos. Y cómo se resuelvan los conflictos no tiene que ver con ser o no del mismo sexo sino con los recursos internos de esos padres o madres. La parentalidad es algo muy complejo, siempre incluye ciertas dificultades”, dice la coordinadora de homoparentalidades.net.

En La familia en desorden, Elisabeth Roudinesco despejó la duda. Si alguien creía que la familia estaba en retirada por las transformaciones sociales y sexuales, se equivocó. Acá está: deconstruida y reconstruida, reinventada. Roudinesco ve a la familia contemporánea más horizontal, un espacio de nuevas configuraciones, nuevas formas de subjetivación y de estructuración. Su libro tiene un final feliz, aunque ese final dependa más de lo político y lo social que de una teoría: “La familia parece en condiciones de convertirse en un lugar de resistencia a la tribalización orgánica de la sociedad mundializada”.

El sol tiñe la terraza de esta tribu con una luz caramelo. Entre mates y postres, las madres discuten lo mismo cada año: el sentido de marchar o no con sus hijos el Día del Orgullo.

–No me siento del todo representada llevando a mis hijos.

–Los medios visualizan el carnaval, pero no la vida cotidiana gay. Mucho del planteo de Harvey Milk se perdió en la juerga, una pena.

–Nuestra Marcha del Orgullo es la cotidiana. Blanquear en la escuela, en el pediatra, pelear con la obra social que nos reconoció. Las nuevas generaciones lo vivirán más relajadas, ¿no?

Las familias lesbianas de las integrantes de Lesmadres sí decidieron ir a la Marcha del Orgullo. Lo hicieron adelante, con sus hijos e hijas y una bandera tan grande como orgullosa. Además de batir records, la fiesta este año contó con nuevos invitados. “Marchamos por el reconocimiento político, social, cultural y legal de los derechos de nuestrxs niñ@s, de nuestras familias y de nosotras como lesbianas. En un contexto en el que nuestras necesidades son ignoradas o imaginadas como futuro, la visibilidad es más importante que nunca. Nuestrxs hijxs ya están aquí.” No iban caracterizados, pero sí en sus propias carrozas, o en la panza. Entre la multitud colorida, alegre, danzante, sus mamás los empujaron por las calles desde la Plaza de Mayo hasta el Congreso. En sus cochecitos con las banderas del arco iris, esos bebés eran mucho más que un símbolo.

SIN FOTOS
Como un síntoma de lo que significa social y culturalmente la negativa del poder político y parlamentario de tratar la situación de estas familias, esta nota no está ilustrada con sus imágenes. Ninguna de las familias entrevistadas para esta nota aceptó ser fotografiada, ni que se escribieran sus apellidos. Todas son frontales con madres, padres, hermanos, abuelos. Les han contado su realidad a vecinos, panaderos y verduleros, a algunos compañeros de trabajo. Pero en todas las familias, el empleo de una de las integrantes corría peligro de hacerse pública la situación. Dos de ellas trabajan en multinacionales, una sufrió un problema de discriminación en un trabajo previo. Otra se desempeña en una fuerza de seguridad donde reconocer la situación implicaría ser expulsada. Otra es docente en un colegio religioso. Las integrantes de Lesmadres tampoco aceptaron contar sus historias: “No damos testimonio personal sino político como activistas e investigadoras”.


Maru Ludueña
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jueves, 12 de noviembre de 2009

El día en que la Justicia salió del closet


La Justicia en lo Contencioso Administrativo de la ciudad ordenó al Registro Civil porteño “celebrar el matrimonio” de dos hombres que así lo reclaman. El gobierno porteño puede apelar la decisión. Los argumentos del fallo.

La Justicia le dio el sí al matrimonio gay: en un fallo iné-dito, una jueza declaró inconstitucional el impedimento para que dos personas del mismo sexo puedan casarse y ordenó al Registro Civil porteño que celebre la unión de la pareja homosexual que inició la demanda. La sentencia es de primera instancia y previsiblemente será apelada por el gobierno de Mauricio Macri. No obstante, crea un precedente que excede el ámbito judicial y brinda un espaldarazo insoslayable a la campaña para instaurar esa figura en el país en un momento donde un proyecto en ese sentido se debate en la Cámara de Diputados.

La jueza Gabriela Seijas, del fuero Contencioso Administrativo de la ciudad de Buenos Aires, declaró en su fallo la inconstitucionalidad de los artículos 172 y 188 del Código Civil “en cuanto impiden que los señores Alejandro Freyre y José María Di Bello puedan contraer matrimonio”. El artículo 172 es el que establece que para el casamiento es necesario el consentimiento de “un hombre y una mujer”. El 182 fija la famosa fórmula de “los declaro marido y mujer”.

El amparo que originó el fallo de Seijas forma parte de la campaña por el matrimonio entre personas del mismo sexo que viene llevando adelante la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt), con el apoyo del Inadi (el Instituto Nacional contra la Discriminación) y otras entidades y personalidades. María Rachid, la presidenta de la Falgbt, celebró el fallo y señaló que se trata de “un respaldo importante para nuestro reclamos y sobre todo para que los diputados y diputadas cumplan con su trabajo, discutan el proyecto y voten a favor de nuestros derechos” (ver aparte).

La campaña empezó en febrero de 2007, cuando María Rachid y su novia, Claudia Castro, fueron al Registro Civil porteño a pedir turno para casarse. Tras el rechazo, la pareja presentó en la Justicia un recurso de amparo: fue el puntapié inicial para la movida más ambiciosa de la comunidad gay, lésbica, bisexual y trans del país. El amparo de las dirigentes de la Federación llegó a la Corte Suprema de Justicia, tiene dictamen favorable del procurador general de la Nación y ya se encuentra a la espera de los votos de los magistrados. En paralelo, se presentó en el Congreso un proyecto para instaurar el matrimonio gay por vía legislativa.

Tras ese primer amparo hubo otros tres. Uno de ellos es el que derivó en el fallo de ayer. Quienes también estaban exultantes anoche eran los abogados que participaron del andamiaje jurídico de las presentaciones. Gustavo López, secretario legal de la Falgbt, destacó la “solidez” de la sentencia: “Es un fallo que va al fondo, toma la cuestión de los derechos civiles y va más allá de la jurisprudencia, está planteado como doctrina judicial, porque brinda una enseñanza sobre el tema, es como si estuviera escribiendo un libro”. A su lado, festejaban Analía Mas, también asesora jurídica de la Federación; Lorena Gutiérrez Villar, patrocinante de Freyre y Di Bello, y Carolina Von Opiela, asesora legal del Inadi.

La sentencia desgrana en sus quince páginas argumentos jurídicos, sociales y culturales para sostener que negarles la posibilidad de casarse a dos personas de igual sexo es profundamente discriminatorio. “Visto y considerando que –arranca la sentencia– debido al amor y la admiración mutua que se profesan y luego de cuatro años de vivir en pareja, los actores (Freyre y Di Bello) decidieron contraer matrimonio.” Luego sintetiza los fundamentos jurídicos que plantearon en su reclamo.

En seguida da cuenta de la respuesta que brindó la parte demandada, es decir, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires: que la acción de amparo no es la vía adecuada, que no le corresponde a la Justicia dilucidar la cuestión y, en definitiva, que negar la posibilidad de casarse a los dos hombres que lo solicitan “no afecta el derecho a la igualdad ni es discriminatorio”.

Luego, la sentencia plantea el problema central: que la “medida estatal impugnada –dice– impide a los actores disfrutar de los derechos de que son titulares las parejas que acceden al matrimonio. Por ejemplo, ventajas tributarias a la pareja –y a sus miembros considerados individualmente–, derechos de herencia y pensiones, privilegios testimoniales, beneficios en políticas migratorias, capacidad de decidir por otro en situaciones de imposibilidad, entre muchas otras”. “Tales ventajas –sigue– no resultan intrascendentes para quienes asumen como pareja un compromiso sexual, emocional y financiero con miras de estabilidad.” Y agrega que “las ventajas mencionadas pueden parecer poco significativas comparadas con la trascendencia pública que conlleva el matrimonio, la celebración del compromiso asumido y el respeto moral por la decisión de cada uno, incluso si los otros emplean un esquema ético distinto en sus propias vidas”.

Más adelante introduce la gran pregunta: “Si la prohibición legal que impide a los actores contraer matrimonio –y por ende acceder a las ventajas mencionadas– resulta discriminatoria.”

A partir de allí, enumera diversas posturas jurídicas, relatos históricos y argumentos sociológicos. Recuerda que en 1929, para avalar la legislación nacional electoral que no preveía el voto de las mujeres “se hizo referencia a las diferencias ‘naturales’ entre hombres y mujeres que justificaban el trato diferencial”. La mención no es caprichosa: en el debate en las comisiones parlamentarias se escuchó días pasados varios argumentos que sostenían lo “antinatural” de la unión entre personas del mismo sexo. En su fallo, Seijas recuerda que en Argentina la institución matrimonial se fue modificado sensiblemente a lo largo de la historia. Y apunta que en 1867, cuando el gobernador Nicasio Oroño sancionó en Santa Fe el matrimonio civil, fue excomulgado por la Iglesia, debió abandonar el gobierno, fue disuelta la Legislatura y sus reemplazantes derogaron la ley.

Gustavo López destacó que el fallo toma la figura de las “categorías sospechosas” de la doctrina norteamericana: “Hay restricciones razonables, como no permitir manejar a un chico, o exigir que para entrar a la universidad se tenga el secundario completo. Pero los impedimentos sobre la base de la raza, la religión o el sexo son ‘sospechosos” de ser discriminatorios y anticonstitucionales. Así, se invierte la carga de la prueba: es el Estado el que debe demostrar que su anulación pondría en juego intereses superiores en el orden de la Nación. Y eso es muy difícil. Así sucedió cuando se eliminó la prohibición de que los negros integraran el jurado en los juicios”.

Carolina Von Opiela acotó que la sentencia “repasa diversos cambios en las legislaciones, sobre todo en el Código Civil, en los cuales los opositores a las modificaciones preveían cataclismos sociales como los que anuncian ahora quienes rechazan el matrimonio entre personas del mismo sexo”. “El fallo muestra que el Código no es la Biblia, que alguna vez tenía instaurada la figura de hijos naturales, o la dependencia de la mujer al marido y eso se fue eliminando y la sociedad no colapsó”, resaltó Analía Mas.

Seijas en su texto resalta que “el derecho a la igualdad supone previamente el derecho a ser quien se es, y la garantía de que el Estado solo intervendrá para proteger esa existencia y para contradecir cualquier fuerza que intente cercenarla o regularla severamente”. “La ley debe tratar a cada uno con igual respeto en función de sus singularidades, sin necesidad de entenderlas o regularlas”, señaló.

Los argumentos de la jueza destacan que la Constitución nacional resguarda el derecho a la intimidad y que la porteña “reconoce y garantiza el derechos a ser diferente” por lo cual no admite discriminaciones que tiendan a la segregación por orientación sexual: “Partiendo del régimen constitucional de la ciudad de Buenos Aires –expresa la sentencia–, es claro que no hay orientaciones sexuales o géneros buenos o malos: la opción sexual y el género son cuestiones extramorales”. También enumera los tratados internacionales que prohíben la discriminación por orientación sexual.

Por todo ello, advierte Seijas “que no es posible saber qué sucederá con el matrimonio frente a los cambios que se avecinan. Sin embargo, es posible prever que la inclusión de minorías sexuales en su seno le permitirá ser fuente de nuevas curas para las viejas enfermedades sociales como el miedo, el odio y la discriminación”.

Ahora, Alex Freyre y José María Di Bello ya planean volver al Registro Civil para pedir turno.

Andrés Osojnik
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sábado, 7 de noviembre de 2009

El matrimonio no es un sacramento


“Igualdad de derechos” es uno de los reclamos que convocan a marchar mañana. El matrimonio sin condicionamientos de sexo o identidad de género es uno de esos derechos todavía negados, aunque por primera vez en la historia la modificación del Código Civil en este sentido empieza a tener un camino cierto dentro del ámbito parlamentario, después de su tratamiento en comisiones. Sin embargo, otra vez empiezan a escucharse voces espantadas como la de la Iglesia Católica, acostumbradas a ejercer, con éxito, presión sobre el Estado. Evocan algún sentido último y sagrado del matrimonio heterosexual como si su doctrina fuera universal y debiera regir sobre las vidas de todxs. Olvidan, sin inocencia, que ni siquiera para su propia lógica el matrimonio ha tenido siempre ese carácter. Y que en Argentina, además, la figura del matrimonio es un contrato en el que ni Dios ni la Iglesia tienen por qué meter la cola.

La Iglesia Católica considera el matrimonio como un sacramento entre un varón y una mujer. Supuestamente, Dios quiso que el varón y la mujer se unan para poder reproducirse y dejar descendencia, y ése sería el objeto mismo del matrimonio. Por ese motivo, dos personas del mismo sexo, que no pueden tener hijos, que resulten de una relación sexual de la pareja, no deberían poder casarse. Dios no lo quiso así y por eso hizo al hombre y a la mujer diferentes y complementarios, para que de su relación sexual surjan los hijos que pueblan el mundo. A pesar de que cada vez es más la gente que cuestiona esta idea religiosa del matrimonio, todavía sigue siendo muy influyente. Por eso es necesario poner algunas cosas en claro.

El contrato matrimonial

En primer lugar es necesario decir que en las sociedades modernas el matrimonio no es un vínculo sagrado sino un contrato entre personas, mal que le pese a la Iglesia. De hecho es un contrato que se puede disolver mediante el divorcio. Si fuera un sacramento sería de carácter absoluto y sólo se podría disolver con la muerte, como ocurría antes de 1985 cuando no había divorcio. Pero incluso antes de que existiera el divorcio el matrimonio tampoco era un sacramento.

Era indisoluble, pero ni a las leyes ni al Estado les interesaba si las personas que se casaban consideraban su vínculo como algo que involucraba a Dios. Desde 1887, cuando el Congreso argentino aprobó la ley de matrimonio civil, el Estado dejó de reconocer el carácter religioso del matrimonio, y la unión a través del casamiento pasó a ser un contrato. El fin del reconocimiento estatal del matrimonio religioso en 1888 tuvo por objeto separar a la Iglesia y al Estado, y permitir que todas las parejas pudieran casarse sin tener por eso que seguir el rito católico.

Desde entonces, el Estado reconoce que dos personas están casadas porque han firmado un documento en el registro civil; si consideran o no que esa unión sea un sacramento es algo que al Estado no le concierne. El matrimonio civil da una serie de derechos y obligaciones, al igual que cualquier otro contrato.

En esos derechos y obligaciones hay decisiones humanas establecidas por leyes que no tienen relación con ninguna creencia religiosa, y que pueden ser modificadas por el Congreso. Que a la Iglesia esto no le guste es otra cosa. Si alguien pretende considerar a su matrimonio como sagrado es su decisión privada a la que tiene derecho, pero eso no significa que le puede imponer a otros lo mismo. Si el Estado considerara el matrimonio como un sacramento, la Iglesia Católica tendría entonces el derecho a imponer que todo el mundo se case ante el altar. Eso es lo que ocurría antes de 1887: quien no estuviera casado por iglesia, no era considerado

casado por el Estado. A partir de ese año, con la ley de matrimonio civil, el casamiento por iglesia no tiene ningún efecto legal; se trata de un asunto privado.

Cuestión de Estado

La Iglesia Católica quiere decidir quién puede casarse y quién no, de acuerdo con lo que esta institución considera “sagrado”. Al pretender tomar esta decisión, la Iglesia está exigiendo que el matrimonio sea un sacramento, es decir, que se tire por la borda la ley de matrimonio civil que está vigente desde 1888. Esa ley no permite casarse a personas del mismo sexo, pero tampoco dice que el matrimonio es una institución religiosa sino todo lo contrario. Dado que es un contrato entre personas, el Estado, a través de los mecanismos de la democracia, puede decidir ampliar o restringir el grupo de personas que pueden asumir este contrato. Por ejemplo, puede subir o bajar la edad mínima para el casamiento sin pedir autorización a la Iglesia. Del mismo modo, el Congreso puede autorizar que se casen las personas del mismo sexo. Si la Iglesia argumenta que esto viola el modo en que ella entiende el matrimonio como un vínculo de carácter religioso, lo que está diciendo es que su poder está por encima de las leyes y del Estado. También está diciendo que sus ideas morales y religiosas son las que debieran hacerse carne en la

ley, algo que va contra la separación entre Estado e Iglesia establecida por la Constitución. Por otro lado, la Iglesia —y todas las personas que se oponen al matrimonio gay/lésbico— también está planteando que, al contrario de lo que dice la Constitución, los varones y las mujeres no son iguales ante la ley. Si fueran iguales entonces no hay diferencia entre el casamiento entre personas del mismo o de diferente sexo.

Cambia, todo cambia

Sin embargo, lo más sorprendente no es que la Iglesia quiera estar por encima de la ley, se trata de una institución que siempre siguió este camino. El problema es que la Iglesia Católica nos quiere hacer creer que siempre pensó el matrimonio como un sacramento, cuando en realidad se trata de algo que sólo comenzó en el Concilio de Trento, allá por mediados del 1500.

Antes de ese momento, el catolicismo no consideraba el matrimonio como un sacramento. Es decir, durante quince siglos hubo personas católicas que no entendían el vínculo matrimonial como sagrado e indisoluble. El cielo no se cayó y Dios no parece haberlos castigado. Si la Iglesia declaró sacramento al matrimonio después fue para acumular poder, teniendo control de ese vínculo, ni más ni menos. De hecho es interesante examinar qué hizo la Iglesia cuando algunos Estados católicos establecieron el carácter del sacramento matrimonial en sus leyes.

En España y en su imperio colonial de América, el matrimonio era por ley un sacramento. Es así que nadie podía divorciarse y volverse a casar. Dado que el primer vínculo nunca quedaba disuelto, la Iglesia y el Estado colonial español consideraban que quien contrajera segundas nupcias incurría en “bigamia”.

Durante el período colonial mucha gente migraba de España a Indias. También circulaba gente de una región a otra del imperio colonial. Estxs migrantes solían quedar muy distanciados de sus tierras de origen porque el viaje de un punto a otro era largo y no había medios de comunicación. Es así que muchas personas armaban sus vidas nuevamente. No era raro que la pareja del primer casamiento quedara atrás y que la persona se volviera a casar. En muchos casos sólo se juntaban, pero había mucha presión social para casarse, porque lxs hijxs nacidxs fuera del matrimonio eran “ilegítimxs” y no tenían los mismos derechos. La Iglesia fomentaba el prejuicio contra las parejas no casadas por iglesia, y se aseguraba de que no tuvieran los mismos derechos. Pero cuando alguien volvía a casarse por iglesia por segunda vez, tratando de ocultar su primer casamiento, era condenadx por bigamia si su “crimen” se descubría. La Inquisición, institución de la Iglesia Católica de la cual proviene el actual Papa, podía condenar a muerte a quien incurriera en bigamia. O sea, cuando la Iglesia pudo imponer su idea del matrimonio como “sacramento”, la usó de la manera más represiva para destruir física y emocionalmente a quienes no hicieran lo que ella consideraba correcto.

La Iglesia todavía pretende seguir decidiendo sobre nuestras vidas hoy. Una de sus últimas campañas en este sentido es su oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo. Una sociedad democrática debiera dejarle en claro a esta institución profundamente autoritaria que las decisiones sobre quién puede y quién no puede casarse deben partir del respeto a la igualdad legal establecida por la Constitución. El matrimonio para gays y lesbianas implica una profundización de la igualdad legal entre varones y mujeres, implica llevar la idea de igualdad de nuestra Constitución hasta sus últimas consecuencias. Todos y todas debemos tener los mismos derechos, y es por eso que el matrimonio para todo el mundo sin importar el sexo constituye una tarea democrática que no sólo nos permitirá a gays y lesbianas acceder a la igualdad legal sino que, además, permitirá que se consolide la separación entre Iglesia y Estado, consolidando así una democracia que en la Argentina ha tendido a ser más que frágil.

Una democracia que, con mucha frecuencia, viola sus propias leyes y permite que las cosas se hagan no de acuerdo con la igualdad sino con los caprichos y prejuicios de quienes tienen más poder.

Pablo Ben
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