lunes, 29 de junio de 2009

El malestar en la cultura mediática


Su talento artístico radial es algo indiscutible: suerte de Niní Marshall de la era del zapping, Fernando Peña logró remixar el espíritu de una época a través de la gimnasia de sus cuerdas vocales privilegiadas que sintonizaban a una batería de personajes y, como un pelotón de marionetas sin ataduras, esas criaturas orales se trenzaban al unísono en el dial, encimando ideologías antagónicas, en discusiones que trepaban picos de delirio improbable, inimaginable, en una suerte de comedia costumbrista desfigurada hasta el grotesco, pero sin perder la carnadura de caricatura adorable. De esta manera, la radio encontró en Peña su revés, de esos que tiraban la pelotita fuera de la cancha de lo esperable. Así, su alto rango de personajes (el cheto canchero, la torta frontal y varonera, el puto frívolo y sensible, el mexicano iracundo, la travesti cándida, la doña represora, el cura hipócrita, el politicastro corrupto, el tachero tanguero nostálgico, la cubana soñadora, el villero de ternura infantil, etc.) eran ya no muchas caras de una misma moneda sino monedas únicas que no encontraban cambio ni cotización en ningún mercado: eran impagables. Esa garganta era una caterva de otros yo que, lejos de la corrección política, era un crisol argento que reflejaba en sus discursos cruzados las contradicciones culturales contemporáneas. En ese rubro, sin duda, Peña habrá sido único, irremplazable.

Ahora bien, a fines de los ’90, luego de tener el reconocimiento popular y de sus pares gracias a su talento radial, Peña se fue convirtiendo en la figura local más megalómana del nuevo milenio: su voracidad lo llevó a saltar de la radio al teatro, a la TV, a editar libros, CDs, videos, a convertirse en el hombre orquesta que su voz le dictó como camino. Fue actor, director y autor teatral, fue escritor y, sobre todo, fue puto mediático: genio y figurita repetida del álbum de todo talk show. Y como mediático protagonizó su propio reality show transversal, género dilecto que mostró su auge y su agonía en este nuevo siglo de ubicuo ojo digital. Y si ese género trajo nuevas formas de visibilidad, en el caso de Peña se podría celebrar una saludable subversión de la frontera que el buen gusto pacato marca entre lo privado y lo público a través de la exhibición de su libertad sexual, su situación clínica, sus adicciones. Es verdad que aún pocxs son lxs valientes que salen de los closets impuestos, pero, ¿la forma en que Peña lo hizo estaba marcada por una agenda propia o era un mero efecto de la lógica reaccionaria habitual con que los medios funcionan mayormente? ¿Fue un transgresor o una encarnación funcional de las instituciones de su época? Además, Peña obligó a otras personas a salir del closet, en un autoritario gesto de visibilización forzosa, como si todxs estuviesen obligadxs a vivir su realidad dentro del vigilante y claustrofóbico reality que los medios tenían en su agenda.

Sí, claro, se puede celebrar su valentía de enfrentar ciertos tópicos, pero tal vez sea cuestionable su tendencia a la espectacularización: Peña necesitaba exagerar sus vivencias para convertirlas en una imagen amplificada de su propia experiencia, en un psicodrama a la moda, vistiendo de hipérbole sus sentimientos como si sólo se pudiesen expresar como un titular de prensa amarilla (y ahí otro discurso de época se lo devoraba: cuando la noticia mediática se vuelve mero espectáculo es cuando el sensacionalismo se apropia de todo matiz para que la ficción como trampa emerja sin problema en el discurso). Y, en el colmo de esa fiebre amarilla, Peña convirtió en show hasta su propia muerte, “sacando a bailar” a la parca, en una repetida puesta en escena de danzas macabras que se parecían bastante al gesto suicida. ¿Dónde empieza la personal elección de vida y de muerte, y dónde la idea de sacrificar el cuerpo para ser una noticia, un artista reconocido, un personaje célebre? Así, de un programa basura a otro, Peña se definió como el “puto sufrido”, autoenmarcándose en el arquetipo de loca melodramática, de la loca resentida y mala, que aunque después devino “puto lindo” (frase con que la gente lo vitoreaba en el velorio), la idea siempre pareció ser la de construirse como personaje estilizado, de asimilarse en la ficción de los medios como un slogan, sin ninguna intención de abrirse a una discusión política y social de la identidad, más bien, por el contrario, trascender cerrado en su propia teatralidad. Y ahí estaba una de las contradicciones mayores de Peña: mientras su idea era desdramatizar los conflictos esenciales de la subsistencia, su performance se convertía en drama mediático y en el típico ritual del mártir sacrificado por acceder a la celebridad contemporánea. Contradicción que se siguió en otras, como la de denunciar sabiamente la discriminación de las personas viviendo con VIH por la política inmigratoria de EE.UU., pero, al mismo tiempo, pregonar como valentía la irresponsabilidad del sexo sin protección.

¿Es hora de evaluar estas cosas? Creo que la necrológica acrítica de adjetivos positivos calcados, de loas insípidas, sigue haciendo el juego de la hipérbole y tapa a una figura que tuvo su complejidad, sus contradicciones, que trató de enfrentar a la realidad actual, pero que también fue pisoteada por ella. No hay recuerdo de un Peña sincero sin que aparezcan estos malestares.

Diego Trerotola
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La cumbia de tu hermana


Llegué a Niceto ya un poco pasaditx de cerveza, así que para que no se notara lo primero que hice fue echarme en la barra y seguir empinando el codo hasta que se largaran las Kumbia Queers, total al ritmo incontenible de “Kumbia zombie” o “Chica de calendario” todos los gatos son curdas. Pero antes tuve que pasar una prueba de fuego porque lo que yo esperaba como un festival de tortas fritas comenzó siendo un remate de chongos. “Es por fantasmas”, me dijo una voz que no supe identificar. ¿Veo fantasmas? No. Había largado primero Fantasma y atrás, en una pantalla gigante, pasaban un video con una señorita en bolas, perfecto telón para el estribillo que dice: “Yo la cumbia la bailo con tu hermana”. Estaba por irme (tras un chongo) cuando veo pasar a la siempre linda de Pilar (She Devils), campera aleopardada que no me impidió llegar a sus costillas y hacerle cosquillitas. Se dio vuelta, me abrazó, y con su voz gruesa me dijo: “¡Cuánto hace que no te veo, Lux!”. “Es la primera vez que vengo a un show en vivo de ustedes”, le conté todx feliz y ella me respondió: “Te estás poniendo anticuadx, che. ¡Hace dos años que tocamos con las Kumbia!”. “Anticuadx jamás, añejadx sí”, le respondí evitando un hipo que me provocó no tanto el alcohol sino la juventud circundante donde la menos pendeja tenía una mini que le terminaba a la altura de la ingle y unas patitas flaquitas y movedizas que parecían de Popotitos. Claro que si yo le digo “¿Qué hacés Popotitos?”, la chica va a pensar que salió una droga nueva...

En eso se produjo un acto de magia. Fue terminar Fantasma y subir las Kumbia para que el público oficiara un acto de transformismo sin necesidad de quirófano ni teorías queer. Los chongos se hicieron amazonas de toda laya. De la alegría me pedí un vodka y me lo tragué de un sorba el griego. Se ve que me pegó al toque porque yo, que no soy de comprar boludeces, fui a un puestito que había ahí y adquirí una calcomanía que decía: “I love KQ”, que todavía no sé dónde pegar. Como zombie cumbiancherx, me mezclé con la muchedumbre lo más cerca del escenario que mis empujones me permitieron. Ahí la vi a mi amiga Jorgelina, con quien empezamos a movernos como si fuéramos parte de un ballet cumbianchero descoordinado y ahí la verdad es que la fiesta empezó a no parar nunca. Nos acercamos un poco más a la banda y me quedé impresionadx con la altura y la energía de Juana Chang, que es la diosa del charango y que es una topadora, te digo la verdad. Nos es que Pili, Patricia o la Guagua no lo sean, lo son, pero la Chang es un animal que seguro nació bajo un signo de fuego o como yo, con un cohete en el culo. Y además me hizo mucha risa acordarme de que una vez le dijo a uno que era mejor llamarse “Queers” que “Queens”. Y tenés mucha razón Juana, te lo digo desde acá, pero igual sos una reina, vos y tus compañeras. Porque se merece un título nobiliario cualquiera capaz de hacer bailar a la gente como lo hacen ustedes, son las reinas de la cumbia y las reinas de las queers y las reinas del caño y de la cerveza y de la diversión desatada que me entró en el cuerpo como un torbellino. No se imaginan cuando empezó a sonar “La isla con chikas”, una versión muy ellas de “La isla bonita”. Ahí sí que bailamos como locxs y lo único que me acuerdo es de que cerca había una chica que era un bombón y que empecé a mirar de vez en cuando hasta que, lamentablemente, la perdí de vista. Haría un identikit para volver a encontrarla, pagaría una recompensa. Pero así es la cosa y la perdí porque vida es movimiento. Movimiento con los brazos para arriba, como empujando el aire, como si al humo del caño lo soplara el corazón.

LUX VA
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Loca como tu madre


Una mágica e histórica combinación hizo de Esperando la carroza esta película memorable que casi todxs hemos visto al menos dos veces y seríamos capaces de volver a ver. Otra serie de combinaciones, sobre todo el catálogo de locas que presenta sin pausa, la han convertido en objeto de culto de la cultura gay. Que en estos días haya muerto Alejandro Doria es una buena ocasión para recordar su mejor película.

MAS ALLA DEL AUTOR
En un libro clásico de crítica cinematográfica, Pauline Kael razonaba que una película memorable, por la misma lógica del cine, lo es por el encuentro (en el lugar y en el momento adecuados) de un conjunto de singularidades que, por sí mismas, jamás hubieran conseguido el mismo efecto. El ejemplo que utilizaba para una semejante descalificación del “cine de autor” era un poco injusto, porque Orson Welles, además de Citizen Kane (1941), fue director de otras películas igualmente desmesuradas y gloriosas, y El proceso (1962) es una de ellas.

De todos modos, Kael tiene razón al señalar que el reconocimiento universal a El ciudadano (que repiten ritualmente las nuevas generaciones de espectadores) supone, al mismo tiempo, una reverencia al director, Welles, pero también al guionista, Herman Mankiewicz, a la troupe de actores que dieron vida a los complejos caracteres diseñados por ellos y al conjunto de técnicos que los acompañaron (la cámara, el montaje y el maquillaje siguen siendo insuperables).

Lo mismo podría decirse de Esperando la carroza (1985), la película argentina que, sin proponérselo, hoy ocupa el lugar indiscutido de una de las obras maestras del cine argentino. Sin la fuerza concurrente de Jacobo Langsner (el autor del libro original), Alejandro Doria (el director) y los excepcionales actores que encarnaron a los personajes, Esperando la carroza no seguiría mereciendo nuestra atención.

Que en estos días haya muerto Alejandro Doria es una buena ocasión para recordar su película más exitosa (la más perfecta) entre las muchas que hizo, algunas igualmente buenas (Las manos, 2006) y otras francamente deleznables.

POST-DICTADURA
Estrenada en 1985, Esperando la carroza es estrictamente contemporánea de La historia oficial, la película de Luis Puenzo que ya no puede verse sin deplorar todas y cada una de sus elecciones (formales y temáticas). Las dos, sin embargo, sirven como el encuentro entre una necesidad ética (la explicación de la dictadura como trauma social) y una necesidad estética (cómo contar la supervivencia). Esperando la carroza desdeñó todos los andariveles simbólicos y alegóricos y recuperó una de las herramientas más potentes que la cultura argentina tiene para decirse y para investigarse a sí misma: el grotesco.

La historia es por todos conocida: los Musicardi están en un momento de crisis y discuten la tenencia de Mamá Cora, la anciana madre de cuatro hijos que han tenido suerte económica diversa durante los años de la dictadura. Cuando descubren la ausencia de la anciana, que está cuidando al hijo de una vecina, la creen muerta, organizan el velatorio del cadáver de otra vieja y, finalmente, la ceremonia fúnebre se transforma en una amarga celebración cuando Mamá Cora reaparece sin comprender del todo lo que está pasando. Entre uno y otro pormenor, las recriminaciones, los rencores y las miserias de la “gente corriente” son expuestos con la crudeza que el género permite y reclama. Toda la película gira alrededor de un tema, el cuerpo ausente de la Madre, que parece invertir (y, por lo tanto, abismar en espejo) el gran tema de la política argentina desde el Martín Fierro: la voz de la Madre reclamando por el cuerpo ausente de los hijos.

TEXTO E HISTORIA
Sobre estos asuntos, el guión original de Jacobo Langsner no podía saber nada. La versión primera de Esperando la carroza se estrenó en el ciclo Alta Comedia de Canal 9 durante la década del ’70 (China Zorrilla, Pepe Soriano, Raúl Rossi, Dora Baret, Alberto Argibay, Alicia Berdaxagar, Lita Soriano y Marta Gam fueron sus intérpretes; Hedy Crilla era una fantasmática Mamá Cora).

A partir del mismo núcleo narrativo, Alejandro Doria reformuló algunos personajes y situaciones (multiplicando, sobre todo, las apariciones de Mamá Cora, que en un principio iba a ser desempeñado por Niní Marshall y que terminó haciendo Antonio Gasalla). Antonio y Nora Musicardi son los “nuevos ricos” que han triunfado sobre los demás gracias a los “contactos” de Antonio con los sectores más repugnantes de la dictadura. Beneficiarios de la “plata dulce”, son los personajes que pudiendo resolver las dificultades de los suyos, deciden darles la espalda: el pasado político divide a la familia (algunos de cuyos miembros han abrazado la psicosis más espeluznante) y funciona como una herida que supura.

El elenco convocado: China Zorrilla, Luis Brandoni, Betiana Blum, Julio de Grazia, Juan Manuel Tenuta, Enrique Pinti, Cecilia Rossetto, Darío Grandinetti, Mónica Villa y Lidia Catalano. La televisión y el teatro no podían dar un ramillete de nombres más adecuados a esos roles. A pesar de los trabajos previos y posteriores, es probable que ningún actor se haya destacado tanto en su papel como en esta película: Mónica Villa y Lidia Catalano, que venían del teatro off, donde habían hecho notables caracterizaciones, son tal vez el ejemplo de un brillo irrepetible y decisivo para la comprensión del efecto de Esperando la carroza. Lo mismo podría decirse de la verborragia indetenible de China Zorrilla o de la grasada despectiva de Betiana Blum.

MUJERES AL BORDE
Entre los más curiosos efectos de Esperando la carroza hay que mencionar su carácter de culto entre los sectores que defienden y patrocinan todas y cualquier forma de disidencia sexual. No se trata sólo del hecho de que el personaje clave de la película esté desempeñado por un notorio transformista (después de todo, Pepe Soriano había hecho lo mismo en La nona en 1979). No se trata tampoco de la intencionalidad del director o del guionista, sino seguramente de algo que, una vez más, supone el encuentro en un mismo punto del tiempo y del espacio de fuerzas que vienen de lugares diferentes: una coagulación, o un chisporroteo como consecuencia de algún choque.

Se trata, tal vez, del carácter desmesurado de las feminidades en pugna. Si Mujeres al borde de un ataque de nervios de Almodóvar no fuera posterior en el tiempo, podría suponerse que Esperando la carroza la homenajea o la copia. Afortunadamente no es así.

El catálogo de locas propuesto por Doria a partir de la pieza de Langsner parece hecho para desatar todos los procesos de identificación: ¿a vos, cuál clase de mujer te habita? Está la atorranta de enfrente (la Rossetto), el ama de casa desesperada (Villa), la borderline (Catalano), la ninfómana (Blum), la intrigante (Zorrilla), la díscola descerebrada (Tenuta) y, finalmente, la vieja ida (Gasalla) y la extranjera (la húngara muerta).

¿No hay, en esas posiciones a lo largo de una serie fluctuante, algo que va marcando cortes en lo que se refiere a la identidad (imposible) del género y que, al mismo tiempo, señala la desaforada irrupción de la sexualidad o de su necesaria suspensión (que no es censura)?

¿No se juega en los excesos de caracterización (el habla interminable de una, los implícitos envenenados de otra, los desesperanzados gritos de aquélla, el balbuceo pre o post-humano de esta otra) y en los comportamientos siempre al límite de lo posible algo del orden de la construcción de lo femenino y, por lo tanto, de su mera función como forma límite de un devenir-mujer, de un hacerse mujer (de clase tal o cual)? ¿No es esa relación intensa de la mujer con el cuerpo ausente, en lo que la película de Doria insiste una y otra vez, por donde empieza una (cualquiera, o a lo mejor la única posible) política de la loca?

Alejandro Doria nació el 1º de noviembre de 1936 en Buenos Aires, donde murió el 17 de junio pasado, víctima de una neumonía. Desde finales de la década del ’60 hizo televisión (El avaro de Molière, intervenciones en Alta comedia, Papá corazón, Pobre diabla, El Rafa). Algunas de sus películas: La isla (1979), Los pasajeros del jardín (1982), Darse cuenta (1984), Cien veces no debo (1990). A esta última le impuso el mismo brillante ritmo narrativo que a Esperando la carroza, pero sin los mismos resultados (ni el casting ni el libro lo ayudaron). En 2009 se estrenó Esperando la carroza 2: se acabó la fiesta, con guión de Jacobo Langsner, dirección de Gabriel Condrón y un elenco parcialmente idéntico al de la primera parte: una resurrección penosa que subraya la imposibilidad de ser si no es junto con los otros, y las horrendas consecuencias de los pleitos judiciales entablados sucesivamente entre las partes.

Sin autor
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sábado, 27 de junio de 2009

La lucha continúa


En estos 40 años transcurridos desde la revuelta de Stonewall, la efeméride que marca la explosión del orgullo y la disidencia, la militancia argentina ha forjado algunos nombres ilustres, ha marcado sus hitos y sus logros, dio cabida a agrupaciones diversas, luchas internas, discusiones que aún no cesan y a una agenda con vida propia. Los activistas que hoy lideran el rumbo de la militancia lgbtti en nuestro país analizan aquí cómo fue, cómo es y cómo sigue la lucha.

En 1967, en la casilla de un guardabarreras de la localidad bonaerense de Gerli, un grupo de homosexuales (la mayoría trabajadores postales, con experiencia sindical y política) se juntaba a debatir cómo crear un “estado de conciencia” sobre las condiciones de opresión en que vivían los gays de esa época. Nuestro Mundo, así se llamaba el grupo, fue el primer intento político de este tipo que hubo en la Argentina y, en homenaje a su fundación, la Marcha del Orgullo se celebra el primer sábado de noviembre. Pero lo de Nuestro Mundo fue un intento tímido, clandestino y de escasas consecuencias. Recién en 1971, con la vinculación de algunos de sus miembros con intelectuales como Juan José Hernández, se creó el Frente de Liberación Homosexual (FLH), agrupación pionera de la militancia que se propuso denunciar la homofobia social a través de publicaciones como Somos y Homosexuales, articulando de manera más o menos conflictiva el ímpetu intelectual de gente como Juan José Sebreli y Blas Matamoro con espíritus revolucionarios como el de Néstor Perlongher. Coqueteos con el peronismo de izquierda (con quien sólo tendrán un diálogo de sordos), pintadas callejeras y panfletos con consignas como “El machismo es el fascismo de entrecasa”, y hasta la postulación utópica de Perlongher de que la revolución sexual sería incompleta hasta tanto “los heterosexuales no socializaran su culo”, alejaban en aquel entonces al FLH de las políticas del movimiento gay-lésbico norteamericano y de sus aggiornados reclamos: el fin de toda forma de discriminación, el reconocimiento legal de las uniones y derecho a la adopción, entre otros.

La dictadura constituye el acta de defunción del FLH y sus años de plomo son un verdadero páramo para esta clase de activismo. Recién con la vuelta de la democracia emerge otro tipo de discurso, ya no preocupado en utopías de liberación sexual sino en llevar adelante un coming out social que los gays argentinos aún no habían realizado. Carlos Jáuregui y su militancia desde la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), fundada el 16 de abril de 1984, se propone, en un principio, luchar por la derogación de los edictos policiales, al tiempo que brega por visibilidad y derechos civiles dejando en claro que el nuevo modelo gay, tan preocupado por la virilidad, no dejaba lugar con mariconeos. Una prédica a la que luego se sumarán las lesbianas y, a mediados de la década del ’90, la comunidad travesti y transexual, quedando así sellado el arco lgttbi tal y como lo conocemos hoy en día.

* * *

En las notas que siguen se pretende dar un panorama lo más completo posible de la militancia lgttbi en la Argentina a través de algunos de sus referentes. Sacar cualquier conclusión ahora sería apresurado, pero basta leer en tándem las intervenciones de César Cigliutti (presidente de la CHA) y de María Rachid (presidenta de la Federación Argentina LGBT), las dos agrupaciones de mayor peso en el país, para notar no sólo la existencia de internas sino también la prevalencia que hoy tiene en sus agendas la lucha por derechos que den cabida legal a la existencia de nuevas familias y al respeto de la identidad de género. En este sentido, las opiniones de Lohana Berkins y Marlene Wayar, dos de las activistas trans más importantes, focalizan la problemática de travestis y transexuales en términos de una transfobia que parece no querer ceder, pero también deteniéndose en el delicado equilibrio que suele haber entre la lucha para que las travestis sean incluidas en el mercado laboral y la defensa ante los atropellos que sufren cotidianamente aquellas que se prostituyen. Por otro lado, la agrupación Putos Peronistas de La Matanza subraya la necesidad de devolverle al activismo lgttbi un punto de vista que considere a las clases sociales más desprotegidas, y las lesbianas feministas de Baruyera reclaman formas de organizar la sociedad que no reproduzcan un modelo patriarcal de familia y un contrato matrimonial heterosexual y capitalista.

Rafael Freda, de Sigla, es casi el único que en su intervención hace referencia a la problemática del VIH-sida. Y sobre esto María Rachid reconoce que cada vez hay menos financiamiento (algo en lo que coincide con César Cigliutti), al tiempo que declara que, en el caso de la Federación, “hoy el VIH es un punto más de la agenda y las prioridades están puestas en otros lugares”. Una apreciación que ella justifica diciendo que hay un montón de organizaciones que priorizan el tema, así como también existe un Programa Nacional de Sida y un programa similar en cada provincia, y que a su vez la lleva a preguntarse: “Pero, ¿qué espacio institucional hay y con qué presupuesto para trabajar en pos de que no maten a las travestis en las provincias? ¿Qué presupuesto hay para evitar que se suicide un adolescente en Jujuy porque es gay, o para evitar que persigan y maten a un pibe gay en Salta?”. Signos de que en el cada vez más vasto universo de la diversidad sexual los problemas y sus soluciones son, a su modo, diversos.

Patricio Lennard

A contramano y adelante
La Comunidad Homosexual Argentina que preside César Cigliutti se fundó en 1984.

Cuando hace más de veinte años César Cigliutti tocó las puertas de la CHA para comenzar a militar, no se imaginó que ese hombre histriónico de bigotes y raya al costado que lo recibió en su oficina terminaría siendo su “hermana”. Carlos Jáuregui, de él se trata, había fundado la Comunidad Homosexual Argentina junto a un reducido grupo de activistas en la discoteca Contramano. Y fue su ejemplo de coraje y militancia lo que le marcó a Cigliutti el camino que lo terminaría convirtiendo, años después, en presidente de la organización lgbtti con más historia de la Argentina. “Quizá la enseñanza más importante fue su afán de visibilidad, la necesidad de poner el cuerpo en todo. La visibilidad como condición para luchar por los derechos civiles. Poner la carita, el nombre y el apellido verdaderos, y el número de documento, si la ocasión lo ameritaba. Y estamos hablando de veinticinco años atrás, una época que nada tiene que ver con la de hoy. Cuando caminábamos con Carlos por la calle, había personas que se acercaban a felicitarlo, pero muchos lo puteaban.”

HITOS DE UN LARGO CAMINO
Puesto a revisar los hitos principales en la historia de la CHA, Cigliutti destaca la circunstancia de su formación. “La formación de la CHA es un hito porque se dio en un momento histórico importante, cuando el país salía de años de dictadura y se estaba iniciando una democracia que nosotros pensábamos –medio estúpidamente– que iba a garantizar nuestros derechos y libertades. Eso no sucedió, por supuesto, ya que en aquellos años se siguieron aplicando los edictos policiales, en algunos casos de manera más sistemática. Y fue con el objetivo de trabajar por la derogación de los edictos policiales que la CHA se formó en 1984.”

El segundo hito para él es el otorgamiento de la personería jurídica en mayo de 1992, bajo el gobierno de Carlos Menem, lo que convirtió a la CHA en la primera organización lgbtti en obtener ese reconocimiento luego de una larga batalla legal y política que incluyó, entre otras desavenencias, que la Corte Suprema rechazara el pedido. “Y el tercero, sin duda, es la aprobación de la Ley de Unión Civil en la ciudad de Buenos Aires, en diciembre de 2002. Algo que tuvo trascendencia internacional y que por más que haya quienes relativizan su importancia marca un antes y un después en el activismo lgbtti en la Argentina.”

LA UNION (CIVIL) ¿HACE LA FUERZA?
Confrontando con la Federación Argentina LGBT, que preside María Rachid, Cigliutti defiende la unión civil (“es el primer reconocimiento legal a nuestras parejas en América latina”) y pone algunos reparos al afán de la Federación de validar, por ejemplo, un derecho como la adopción en el marco de una ley de matrimonio. “Por empezar, habría que explicar que la ley de unión civil va mucho más allá de cada una de las palabras que tiene escritas. Si es insuficiente, si hace falta más, eso lo podemos debatir y seguramente vamos a estar de acuerdo en un montón de cosas. Nosotros queremos matrimonio, queremos unión civil, y entendemos los pros y los contras que tiene cada una de estas dos figuras. Ahora, sostener una figura por sobre la otra... Si se trata de sostener una figura jurídica, la CHA ya tiene la unión civil de acá a la China. Por otro lado, sé que el hecho de que se hable de matrimonio entre personas del mismo sexo significa otra cosa. No soy necio, entiendo la diferencia. Pero para mí el derecho fundamental no es el matrimonio, sino la herencia, la adopción, la pensión por fallecimiento... Además habría que modificar más de un artículo de la ley de matrimonio por la incidencia que el Estado tiene en la institución matrimonial. Por ejemplo: el tema de la infidelidad, que no es menor en nuestra comunidad, y que es causal de divorcio según la ley. Que el Estado sea el que reglamenta estas cuestiones no nos parece bien ideológicamente.”

LA DEUDA INTERNA
Cigliutti también es crítico con algunas consignas de la Falgbt. “Hay consignas rimbombantes, que se usaron en España, como la que tiene la Federación Argentina LGBT: ‘Los mismos derechos, con los mismos nombres’. Ante la cual diría: los derechos, todos. Con los mismos nombres, con diferentes nombres, con los nombres que la gente quiera. Lo único absoluto para nosotros es la no discriminación por orientación sexual e identidad de género. De hecho, hay personas que no quieren los mismos derechos; personas que necesitan incluso más derechos, como las travestis, una comunidad marginada, perseguida, criminalizada. ¿Con los mismos nombres? No sé si quiero los mismos nombres. No me parece tan importante. Si ése es el eje del debate del movimiento lgbt en la Argentina, la verdad que estamos en un mal momento en lo que se refiere a la elaboración de pensamiento.”

De algo que se ufana Cigliutti es de la independencia con que la CHA ha trabajado históricamente, y sabe guardar distancia en relación con el Estado. “Nosotros articulamos con el Estado como también articulamos con otros ámbitos. Nunca trabajamos ‘para’. Y cuando nos lo propusieron, dijimos que no. Me parece que sos un mejor referente si trabajás desde tu independencia que si lo hacés para el Estado. Aunque reconozco que este gobierno ha hecho cosas positivas, como el Plan Nacional contra la Discriminación y la pensión por viudez, otorgada el año pasado a través de la Anses y a instancias de Cristina Fernández de Kirchner.”

Independencia que Cigliutti contrasta con los veinticinco años de historia de la CHA, y que le sirve para tomar posición en una interna que no elude. “En el activismo lgbt lo más caníbal es la interna. Me parece que es un tema, para decirlo educadamente, de identidad. O de protagonismo. Si alguien se propone formar otro espacio, otra organización, lo primero que hace es decir: ‘Nosotros no somos la CHA porque tal o cual cosa’. Pero nosotros estamos muy seguros de lo que hacemos, de nuestro discurso, de nuestra trayectoria. La CHA es una organización que tiene veinticinco años y en eso hay una gran diferencia. Me parece que la Federación no está al mismo nivel en un montón de cosas: ni en cuanto a discurso, ni a historia, ni a metodología. Desacuerdos existen y muchos, pero también son lícitos y está bien que existan. No tanto en los enunciados, pero sí en las estrategias, en las políticas. A mí la comparación con la Federación me parece incorrecta. ¿Cuántos años tiene? ¿Tres años? ¿Qué hizo además de haber ido al registro civil a pedir un recurso de amparo para que se legalice el matrimonio? Lo fundamental para nosotros es mantener nuestra independencia.”

Mismos derechos
La Federación Argentina LGBT, que preside María Rachid, se fundó en 2006.

Cuando María Rachid se asumió como lesbiana, en 1996, dio por sentado que eso implicaría luchar por sus derechos. Venía militando en movimientos de mujeres y de derechos humanos, y ese impulso la llevó a vincularse con otras lesbianas activistas que, preocupadas por la situación de mujeres que vivían en la calle por motivos de discriminación, decidieron crear un espacio donde albergarlas: La Fulana. Como presidenta de esa organización, Rachid lideró la creación de la Federación Argentina LGBT, que hoy reúne a treinta y cinco organizaciones de todo el país y que desde junio de 2006 trabaja de manera conjunta con el Inadi. Inspirada en la Federación Española LGBT, la agrupación que preside Rachid —que incluye, entre otras, a la asociación civil Vox de Rosario, a Attta (Asociación Travestis, Transexuales, Transgéneros de la Argentina), a la Fundación Buenos Aires Sida y al grupo Nexo— comenzó a gestarse al calor de la aprobación de la ley de unión civil en la ciudad de Buenos Aires.

“Como La Fulana, nosotras veníamos de trabajar por la ley de unión civil y en el trabajo en la Legislatura sentimos que las organizaciones estábamos muy desarticuladas –explica Rachid–. Eso se sintió sobre todo el día en que se aprobó la ley, cuando éramos La Fulana y la CHA los que perseguíamos a los legisladores hasta el baño para que no se fueran del recinto y no se perdiera el quórum. De hecho, la unión civil se aprobó gracias a los diez legisladores que votaron en contra y permitieron que la sesión se realizara.”

¿EL MATRIMONIO LO ES TODO?
La Federación nació con la convicción de que luchar por el matrimonio entre personas del mismo sexo es un objetivo prioritario. No en vano la propia Rachid y su pareja, Claudia Castro, se presentaron en febrero de 2007 en un registro civil porteño a pedir un turno para casarse que les fue negado y que les dio pie para presentar un recurso de amparo que llegó a la Corte Suprema y este año obligaría al tribunal a pronunciarse al respecto. “El matrimonio es una herramienta, no tanto un objetivo, que nos permite instalar determinados temas en la agenda pública. El matrimonio llama la atención de la prensa y de la gente y nos permite hablar de otras cosas. Si mando una gacetilla de prensa y digo que quiero hablar de la educación de las personas trans, es difícil que venga un periodista a hacernos una nota. Sin embargo, hablar de matrimonio es hablar de igualdad, de diversidad, del respeto al diferente, y eso tiene consecuencias en la vida cotidiana de las personas trans, inclusive.”

Si bien Rachid reconoce que la lucha por el matrimonio en algún punto deja afuera a travestis y transexuales, señala también que “en nuestro concepto, las personas trans no entran dentro de la ley de matrimonio formalmente. Y digo ‘formalmente’ porque nosotros queremos que se respete su identidad de género y puedan cambiar sus datos registrales. Con esto cumplido, las personas trans no necesitarían una ley de matrimonio para parejas del mismo sexo porque ellas no formarían parejas del mismo sexo de ese modo”.

Para Rachid, luchar por una ley de unión civil a nivel nacional es insuficiente. “Nosotras empezamos a trabajar el tema del matrimonio cuando fuimos a un debate en televisión en donde nos hicieron debatir con un cura que nos decía: ‘Yo estoy de acuerdo con que ustedes hereden, con que puedan compartir una pensión, una obra social... La iglesia quiere eso. Pero el matrimonio... El matrimonio es otra cosa’. Entonces entendimos que el matrimonio es un punto neurálgico en la sociedad y que era ahí donde había que pegar porque lo único que hace la unión civil, en última instancia, es reconocer derechos. Desde la Federación acabamos de hacer una encuesta entre todos los candidatos para saber qué opinan sobre temas de diversidad sexual, y tanto Michetti como Prat Gay se mostraron a favor de la unión civil pero no del matrimonio (ver pág. 15). Y por algo la derecha quiere unión civil, ¿no te parece? Entonces, ¿le hacemos el juego a la derecha y le dejamos el matrimonio a la comunidad heterosexual? ¿O luchamos, sin necesidad de descartar la unión civil, que puede ser un instrumento interesante, por el derecho a casarnos y formar una familia?”

EL ESTADO DE LAS COSAS
En cuanto al trabajo que la Federación viene realizando con el Inadi, Rachid sostiene que las organizaciones sociales están para presionar al Estado para que haga lo que tiene que hacer y no para hacer lo que el Estado no hace. “Lo que está pasando ahora es que por primera vez se nos convoca desde el Estado a participar de las políticas públicas de nuestro sector. Algo que no había pasado ni con Menem, ni con De la Rúa ni con Duhalde. Y con esto no quiero decir que este gobierno sea perfecto, sino que es la primera vez que nos pasa, como movimiento social, que el Estado nos pregunta qué hay que hacer y cómo lo hacemos. Hay que aclarar que la Federación nació antes de que María José Lubertino fuera presidenta del Inadi y nuestras reivindicaciones son anteriores a que el Inadi las tomara. Fuimos, las propusimos, las peleamos, y el Inadi tiene prácticamente la agenda de la Federación no porque nos la haya impuesto, sino todo lo contrario.”

LA DEUDA INTERNA
Así, la Federación marca una de las tantas diferencias que tiene con la CHA, organización que según Rachid no prioriza el trabajo articulado. “La CHA tiene un presidente que está hace mucho y la comisión directiva prácticamente no ha cambiado en los últimos años. Además, consideran que no hay que confrontar con la Iglesia y piensan que hay que ir por la unión civil como instrumento jurídico. Si bien la CHA no está en contra del matrimonio y nosotros no estamos en contra de la unión civil, hoy la unión civil tiene consenso en todos los partidos porque nosotros instalamos el matrimonio. Nosotros corrimos el eje del debate hacia el matrimonio, y por este motivo hasta la derecha está pidiendo unión civil, y nosotros no podemos estar ahí obviamente. Yo puedo no querer casarme pero tengo que tener el derecho a hacerlo. Por eso hablamos de ‘los mismos derechos, con los mismos nombres’. Ir por la unión civil era una buena estrategia hace algunos años, pero hoy ya no lo es. No sólo porque se aprobó el matrimonio en España y se corrió el eje del debate, sino porque hay personas importantes del oficialismo, que todavía tiene mayoría en el Congreso, que están a favor de la adopción y el matrimonio.”

¿Y nosotras dónde estamos?
La Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual que preside Lohana Berkins se fundó en 1992.

Cuando tuvo la oportunidad de viajar a Nueva York, Lohana Berkins no pudo evitar ir a visitar el mítico bar Stonewall. Le pareció pintoresco e invocó en sus mesas el espíritu inspirador de Sylvia Rivera, la travesti que la leyenda sitúa a la vanguardia de la revuelta. Pero Lohana dice no haber podido salir de su asombro cuando visitó el Christopher Park, donde hay emplazado un monumento alusivo. “Es una anécdota triste, porque después de ir al Village y conocer el famoso bar donde se habían producido los hechos que en gran medida habían protagonizado travestis y lesbianas butch, fui a esa la placita y vi que había sólo dos monumentos: uno de dos mujeres y otro de dos hombres. ‘¿Y nosotras dónde estamos?’, pegué un grito que hizo que una anciana que pasaba a mi lado me mirara asustada. Ahí entendés por qué se le sigue llamando ‘la marcha gay’ en casi todo el mundo...”

Lohana Berkins es la presidenta de Alitt (Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual), y desde el año pasado dirige la Cooperativa Escuela de Trabajo Textil de Travestis y Transexuales Nadia Echazú, en la localidad de Avellaneda, donde las travestis aprenden a coser y a generar una posibilidad real de trabajo. Militante de la primera hora (fue una de las pioneras en organizar el activismo trans a mediados de la década del ’90), Lohana reniega de que las travestis hayan quedado en gran parte subsumidas en un discurso gay e insiste en delimitar las agendas. “Yo hablo de una agenda travesti. Hoy las travestis se siguen muriendo de sida y siguen siendo encuadradas en el HCH, que es la variable de hombres que tienen sexo con hombres. Los relatos de encarcelamiento siguen sucediendo. Esta mañana intervinimos en una situación de violencia en un hospital público, cuando en la Ciudad de Buenos Aires hay una ley que se sancionó en la Legislatura que dice que debemos ser tratadas con nuestros nombres identitarios en las dependencias del Estado. Yo hago mi recorte. ¿En qué fuimos incluidas? No tenemos que confundir las agendas. No hay que tamizar con una sola mirada toda una comunidad. Que de todas las travestis sólo cinco o seis tengamos un trabajo que no sea la prostitución, equivale al 0,0001 por ciento. Es decir, prácticamente nadie.”

Pero esto no la lleva a abrir un juicio de valor sobre otras organizaciones lgttbi. “El enemigo está afuera. Es la Iglesia, la derecha, los fundamentalismos, las religiones”, puntualiza Berkins. “¡Hay tanto por hacer! Y esto sí lo digo en nombre de toda la comunidad lgttbi: vivimos en un universo de tanta desigualdad que no nos podemos dar el lujo de criticarnos entre nosotros. Me parece una pérdida de tiempo.” En cuanto a la prevalencia del matrimonio en la agenda de algunas agrupaciones, Lohana dice: “Mientras no se despenalicen nuestras identidades, mientras no se deroguen los edictos policiales, mientras no tengamos acceso al empleo, a la salud, a la educación y a la vivienda, no va a ser para nosotras una prioridad. Si para otras organizaciones lo es, bienvenido sea. Pero el matrimonio no está en la agenda trans”.

Polémica y desenfadada, Berkins decidió hace un par de años desligarse de la Marcha del Orgullo (que para ella se había mercantilizado) y organizar, el mismo día, lo que se dio en llamar la “Contramarcha”. “Dejamos de adherir a la Marcha del Orgullo porque sentíamos que hacía falta tener otro espacio y lo tenemos. ¿Cuál es? Si nadie es dueño ni dueña de la marcha. Sentíamos que había cuestiones que debían ser reivindicadas y no coincidíamos con otras reivindicaciones, y así lo decidimos. Pero yo no le impongo nada a nadie y cada quien va y lleva el cartel que se le da la gana. De hecho, así como existió un Stonewall, yo sueño con que haya un día de furia travesti. Hay que mostrarle a esta sociedad toda nuestra irreverencia, toda la furia que tenemos dentro. Aunque más no sea para reivindicar a esas ancestras de Stonewall que nos dieron esa herramienta de lucha tan maravillosa.”

El baruyo feminista
La agrupación Baruyera, que presiden Verónica Marzano y Sonia Gonorazky, existe desde 2007.

Cuando en 1983 el país vivía su clima de elecciones, Verónica Marzano tenía 7 años y su casa era algo así como una unidad básica. Sus padres eran peronistas, y de ellos heredó su ética militante. Verónica estudió trabajo social en un intento por “profesionalizar” aquel sentido de lo colectivo. Pero fue su inmersión en el feminismo lo que dio una directriz y la llevó a fundar junto con Sonia Gonorazky, su pareja, la revista Baruyera, “una tromba lesbiana feminista”.

Marzano define Baruyera como una agrupación de lesbianas feministas, trabajadoras y de izquierda, que se reconocen en una corriente que habla de disidencia sexual en lugar de diversidad, porque la palabra diversidad “borronea los contornos de la opresión y la discriminación”, opina. “Baruyera surge como idea en el Encuentro de Lesbianas Feministas de Chile en febrero de 2007. En ese momento, Sonia y yo decidimos convocar a algunas amigas con las que veníamos trabajando en otros espacios, y hoy somos una mezcla colectiva de acción feminista con un proyecto editorial. Realizamos talleres, acciones callejeras, intervenciones, eventos culturales, y no priorizamos relacionamos solamente con grupos Glttbi.”

Con estos grupos, Marzano dice compartir el diagnóstico que en la mayoría de los casos es parecido: “Los colectivos disidentes sexuales somos oprimidos en un mundo heterosexista”. Aunque para ella hablar de discriminación no es suficiente, puesto que habría que hablar también de exclusión, segregación, disciplinamiento. “Sin duda, las estrategias que nos damos las agrupaciones Glttbi marcan diferencias, porque ahí entra a jugar el proyecto político de cada uno y su ideología. Nosotras vemos que hay dos grandes posiciones frente a cómo trabajar el tema de las sexualidades. Una que plantea la necesidad de que los Estados reconozcan, legitimen y den viabilidad a la diversidad sexual, y otra que sostiene que el Estado no tendría que regular cuestiones relacionadas con la sexualidad, o debería hacerlo lo menos posible. Nosotras estamos más cerca de la segunda posición. Cuando salimos a la calle y decimos que no queremos que se metan más en nuestras camas, no estamos pidiendo que legitimen nuestras camas sino que nos dejen vivir nuestra sexualidad sin tener que andar certificando lo que somos. No podríamos, según nuestra afiliación al feminismo, bregar por el matrimonio cuando en realidad cuestionamos el orden familiar y el contrato matrimonial, que es un contrato capitalista que ha oprimido históricamente a las mujeres. Pensamos que sería más interesante concebir otros ordenamientos sociales, otras formas de organizar la sociedad, otras formas de agruparnos.”

En este sentido, Marzano critica lo que llama la “frivolización de la protesta política” (“Piensan que oficiando el casamiento de Roberto Piazza van a lograr que nos sintamos identificadas o identificados”), al tiempo que señala como un error la política transversal y el afán de algunas organizaciones Glttbi por democratizar su agenda. “¿Me da igual que Macri aplique un programa o política Glttbi hablando de ciudadanía y derechos humanos? No, ¡me da miedo! Ni la ciudadanía, ni los derechos humanos de Macri o Kirchner me involucran. Hay que militar una alternativa radical de cambio social donde erradicar la heteronormatividad sea central, pero no lo único.” Y enseguida agrega: “Como feministas no podemos dejar de pensar en el aborto y en la abolición de la prostitución como parte de la recuperación de la autonomía sobre nuestros cuerpos. Como lesbianas, apuntamos a desmontar la heteronormatividad estructural dentro de instituciones como la escuela. A nosotras no nos sirve una ley de educación sexual que nos nombre. No nos sirven leyes antidiscriminación, ni siquiera adquirir el estatuto de ciudadanía plena cuando éste esté basado en conceptos como la tolerancia. Renunciamos a ser el objeto de estudio de cualquiera. En las películas, siempre la luz enfoca al enfermo o al delincuente y deja en un cono de sombras al que indaga. Pues bien: demos vuelta la luz y preguntémosle al que pregunta. Obliguémoslo a que nos dé respuestas”.

Contra la desesperación
La agrupación Futuro Transgenérico, coordinada por Marlene Wayar, fue fundada en el año 2000.

Ella dice ser una excepción al común de las chicas, porque se fue de su casa cuando quiso y porque entonces ya era “bastante grandulona”. Antes, en su Córdoba natal, Marlene Wayar había empezado a frecuentar a otras travestis y “mariquitas escandalosas” como ella, en aquellos años previos a convertirse en travesti. Y como no necesitaba prostituirse, ella cuenta que no tenía inconveniente en enfrentar a la policía mientras sus amigas, temerosas de ir presas, no dudaban un segundo en salir corriendo. Un día de 1993, a Marlene la llamó desde Buenos Aires Nadia Echazú para pedirle que fuera a secundarla en su propósito de empezar a militar, desalentada como estaba al ver cómo la mayoría de sus compañeras de ruta en la prostitución se mostraban reacias a exponerse. Marlene y Nadia se habían hecho amigas en Córdoba y por entonces Nadia estaba queriendo abrirse de Attta, la primera asociación de travestis de la Argentina, porque no estaban de acuerdo con blanquear la cuestión de la prostitución –algo que Nadia creía imprescindible–. “Ellas, las de Attta, se conformaban con reclamar el derecho a vestirse con ropas contrarias al sexo, pero no querían hablar públicamente de la prostitución. Pretendían hacerle creer a los demás que eran peluqueras, que hacían shows, pero no querían blanquear que se prostituían y mucho menos hacer valer su derecho a hacerlo”, explica Marlene, quien hoy preside la agrupación Futuro Transgenérico y es miembro y cofundadora de la Red Trans de Latinoamérica y el Caribe “Sylvia Rivera”. “Con Nadia empezamos a militar de manera explícita. Antes, la militancia de las travestis era apenas una serie de movimientos catárticos para ver cómo zafaban de la policía, y entonces nos propusimos conformar un colectivo y tener fuerza de impacto en la sociedad. Esto implicó un aprendizaje de las otras organizaciones gay-lésbicas —que contaban con herramientas que nosotras no teníamos— y del feminismo —que nos ayudó a pensarnos como sujetas—. Y así tratamos de hacer una síntesis con nuestras propias prácticas, nuestra propia identidad y nuestros propios pensamientos.”

De ahí que Marlene crea que es delicado el equilibro que existe en el discurso de las militantes trans entre la voluntad, el deseo o la búsqueda de que cada vez menos travestis estén en situación de calle y puedan gozar del derecho a una vivienda y un trabajo dignos, y la defensa de aquellas que deciden prostituirse y que son una mayoría. “Es difícil lograr un equilibrio y me parece una decisión ética como militantes no tomar decisiones desesperadas. En este sentido, el hecho de que las travestis seamos personas expuestas a una situación de prostitución por el abandono familiar y estatal es innegable. Si vos estás con hambre, tenés que rebuscártelas, y si esa opción es prostituirte, nadie puede condenarte. La posibilidad de considerar la prostitución como un trabajo vendrá recién cuando nuestra condición de prostitutas no sea una situación a la que nos veamos expuestas. Mientras tanto, en la medida en que todo un colectivo está expuesto a una única solución como sustento vital, es imposible considerar la prostitución como un trabajo.”

El puto es peronista, el gorila es gay
La agrupación Putos Peronistas de La Matanza fue fundada por Pablo Ayala en 2007.

Ellos se reivindican como putos. Como putos peronistas. Y hay una frase fundadora de su agrupación: “El puto es peronista y el gay es gorila”. El mito de origen dice que uno de los compañeros le escuchó a una travesti decir esa frase en una movilización y que enseguida se cristalizó como consigna. Como lema de quienes hoy militan en la agrupación Putos Peronistas de La Matanza, que junto con otras tres agrupaciones acaba de fundar el Frente Nacional y Popular de la Diversidad Sexual. “En mi caso personal, la palabra puto es la que siempre usé para referirme a lo que soy; las otras palabras o son importadas o suenan a hospital”, dice Mariano Rapetti, 23 años, fotógrafo, estudiante de teatro y militante de la primera hora. “Nosotros usamos las palabras puto, torta, trava, paki por varias razones. A veces pareciera que a medida que uno va metiéndose en cualquier ámbito de la militancia lgbtti va edulcorando su lenguaje y termina utilizando términos antisépticos. Queremos arrebatarle a la palabra puto su sentido negativo y volverla bandera. ‘Gay’ suena a marica profesional de capital y ‘queer’ es un poco academicoide.”

Los PP hicieron su estreno el 17 de noviembre de 2007, cuando participaron de la marcha por el Día del Orgullo, que ese año coincidió con la fecha en que la tradición peronista celebra el primer regreso de Juan Perón a la Argentina, en 1972. Fundada por Pablo Ayala, quien trabaja como portero en un colegio, es militante de la Juventud Peronista de La Matanza y se define como heterosexual (ironías al margen), la agrupación prioriza sus demandas y reivindicaciones en función de la clase. “No es lo mismo ser porteño de clase media, hijo o hija de profesionales, que tucumano hijo o hija de obreros azucareros. Las reivindicaciones de unos y otras son completamente diferentes”, afirma Juan José Gálvez, 22 años, estudiante de danzas y miembro de la agrupación. “Aunque no creemos que las luchas de las organizaciones tradicionales lgbtti sean injustas, sabemos que la General Paz es un muro sobre el que los vientos de la ciudad gay rebotan constantemente. Del otro lado, la situación requiere de una lucha militante diaria, que no agota su implicancia en la pelea legal por el matrimonio entre personas del mismo sexo, sino que requiere conquistar derechos básicos (al trabajo, a la vivienda digna) que todavía están pendientes.”

De ahí que se hayan decidido a conformar un Frente. “Era cuestión de tiempo juntarnos. Para nosotros, que somos una agrupación bastante nueva, estar en el mismo espacio con otras que tienen una experiencia impresionante (como Futuro Transgenérico, coordinada por Marlene Wayar) es de una riqueza enorme”, opina Rapetti. “Estamos en un momento clave; la derecha no tiene contradicciones y rápidamente se agrupa y avanza. En este contexto, dejar de fragmentarnos por pequeñeces teóricas y vincularnos a partir de las posibilidades de construcción política común es a lo que nos arrojamos con la creación del Frente. Para trabajar sobre cuestiones que en general son invisibilizadas por los espacios tradicionales, como el tema de la prostitución, única posibilidad naturalizada de trabajo para las travas, y en la necesidad de ampliar la ciudadanía a todos los sectores para que los avances en materia de redistribución de la riqueza que este gobierno ha logrado lleguen también a los sectores populares de la diversidad.”

A batallar
La Sociedad de Integración Gay Lésbica Argentina fue creada por Rafael Freda en 1992.

Fue miembro de la CHA, incluso llegó a ser su presidente, pero dice que lo terminaron echando, y es desde hace más de quince presidente de Sigla, una organización que desde un principio se abocó fundamentalmente a la lucha contra el sida y que Rafael Freda formó con otros veinticinco compañeros de la CHA. “De entrada, yo metí a Sigla directamente en la batalla contra el VIH. La CHA había formado unos años antes la campaña Stop-Sida, pero estaba en manos de un grupo autónomo dentro de la organización, por lo que cuando fundé Sigla consideré que sería bueno que nos metiéramos de lleno en esa lucha —explica Freda—. Hubo muchos que me apoyaron en mi cometido, y después supe que eso en parte se debía a que mucha de la gente que se había ido de la CHA junto conmigo tenía VIH. Aunque casi nadie lo decía porque en ese entonces había más miedo que otra cosa.”

Freda reconoce que la cantidad de infectados sigue siendo muy alta y señala que las tasas de infección de personas del arco lgbtti no han disminuido. “Incluso, sigue habiendo mucho miedo a mostrarse. No estamos aceptando la seropositividad como un desafío, es algo que se sigue escondiendo. El otro día, un chico que trabaja con nosotros hizo una investigación en Manhunt, uno de los portales de contactos gays más visitados en Internet, y comprobó que en siete mil y pico de perfiles sólo en sesenta casos el usuario evidenciaba ser VIH positivo. Y si bien entiendo que con tal de levantar muchas veces los gays no decimos la verdad, cuesta creer que eso sea cierto. Lo que ahí se deja ver es que sigue habiendo una gran discriminación hacia las personas que tienen VIH.


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lunes, 22 de junio de 2009

Coronas de plumas





Reyes que mueren por amor, reyes que son traicionados por sus favoritos, reyes que fingen amar a unas reinas con quienes en su vida han pernoctado, de ellos están repletas las alcobas de las cortes de la historia. Si las paredes de los reinos hablaran...

Eduardo II de Inglaterra
Hijo de Eduardo I y Leonor de Castilla, se casó con Isabel de Francia, con la que tuvo cuatro hijos. Pero el rey prefería el abrazo de Gaveston, su favorito. Abrazo largo que despertó el recelo de los nobles ingleses. Qué se puede esperar de un rey que hace a un lado a la reina para colmar de favores a su amado. Los nobles, celosos del poder de Gaveston, tramaron contra el rey. Gaveston fue desterrado a Irlanda y luego asesinado. Eduardo no lo soportó. Su llama se apagó poco a poco. Fue vencido y humillado por sus oponentes. Pero tal daño no resultó suficiente para la nobleza vengativa. Encarcelado en el castillo de Berkeley, Eduardo fue asesinado. La leyenda dice que los monarcas no podían tener huellas de violencia en su cuerpo. Por lo que el triste mito dice que Eduardo murió empalado con una espada al rojo vivo. Así no habría signos externos de su asesinato. Su cuerpo murió, pero su alma y su corazón habían muerto con Gaveston.

Luis II de Baviera
“El rey loco de Baviera” fue un apasionado de las artes. Después de escuchar la música de Wagner, desarrolló una pasión incontrolable por el músico que lo marcó de por vida. Joven y hermoso, a los dieciocho años se convirtió en rey de Baviera. Presionado por su soltería, se comprometió con la princesa Sofía en un casamiento que nunca se concretó. Además de su amor no correspondido por Wagner, su otra gran pasión fue el prusiano Richard Hornig, favorito y amante del rey por veinte años. Ante la muerte de Wagner, Luis se fue aislando en sus castillos románticos y la soledad. Lo que puso a todos los ministros en estado de alerta: lo obligaron a abdicar y lo recluyeron en el castillo de Berg. A los tres días de reclusión, él y su médico personal Gudden murieron ahogados en el lago Starnberg. ¿Suicidio? Nunca se supo. Sólo se supo que la nobleza bávara no estaba preparada para un rey como Luis II.


Tercer hijo de Enrique II y Catalina de Medicis. Rey de Polonia y rey de Francia a la muerte de su hermano. Su guardia personal era un grupo de jóvenes hermosos que fueron conocidos en la corte como los “mignons” del rey, que eran eso y mucho más (compañeros en las fiestas y orgías que el rey francés organizaba). El primero de sus favoritos, Joyeuse, lo traicionó, pero dio la vida por Enrique en la batalla de Coutras. Epernon, el segundo, lo acompañó hasta su muerte. Citando a Julio César y Alejandro Magno, Enrique legitimó su forma de vida y su corte. El rey terminó sus días solo y atrapado en disputas religiosas que fueron socavando su autoridad: odiaba a los católicos y a los protestantes. Fue asesinado por partidarios católicos de la Santa Liga (siempre la Iglesia, ¿no?). A nadie importó su desgracia: sus favoritos ya habían muerto hacía tiempo.

Federico II de Prusia
“Federico el Grande”, hijo del rey Federico Guillermo I, un padre cruel y severo. En el ejército, el joven Federico conoció a Hans von Katte, un varonil y apuesto teniente rubio, amante de la música y las artes. El amor no tardó en surgir. Federico no quiso casarse cuando llegó el momento y se opuso a las decisiones de su padre, pensando en huir a Inglaterra. Su plan fue descubierto y los cómplices (Hans y otro amigo teniente) fueron encarcelados. El padre, que conocía de los amores de su hijo, se encargó de mandar a decapitar al hermoso teniente. El príncipe fue testigo desesperado de la muerte de su amado. Federico cedió y contrajo matrimonio. Pero a su lado siempre tuvo a un soldado, bello y hermoso, Fredersdorf, que estuvo con él hasta el final.

Facundo Nazareno Saxe
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No entregaremos el hardcore


Hartos de que ser gay fuera sinónimo único de escuchar música disco y también del monopolio sobre la escena punk y hardcore del machismo, entre los ’80 y los ’90 nació y floreció el movimiento homocore y queerpunk que tuvo su ejemplar más preciado en Pansy Division, un grupo que rompió los estereotipos culturales, fueran gays o straights.

A fines de los años ‘80 y principios de los ‘90 el mundo de la música fue testigo del nacimiento de lo que muchos catalogarían como movimiento: el homocore o queerpunk. Gays y lesbianas de Estados Unidos encontraban en el punk su lugar de pertenencia. Los fanzines, los discos de ediciones casi subterráneas, los recitales clandestinos eran las “armas” que toda una cultura queer alternativa utilizaba para hacer su ruidosa aparición en la historia del rock. La idea era hacerse escuchar y atacar al conservadurismo y el imaginario heterosexual que, para muchos, aún hoy predomina en los circuitos gays tradicionales. Desde esta escandalosa y rebelde escena, los Pansy Division se consolidaron como el referente más importante. Con casi 20 años de carrera desafían las normas machistoides del músico de rock al proclamarse abiertamente gays desde el principio y con letras explícitas, críticas y cargadas de sentido del humor rompen los estereotipos culturales gay que dicen que el rock no les interesa a los homosexuales.

La escena homocore

“Una vida escuchando música disco es un precio demasiado alto a pagar por nuestra identidad sexual”, este slogan se leía en las remeras que se regalaban como souvenir en 1992 en el Homocore Chicago, un local que funcionaba como lugar de reunión para los punks gays y lesbianas. Era el primer espacio donde podían tocar y escuchar su música, donde podían expresar sus ideas. Era la contrapartida del hardcore californiano homófobo de fines de los ‘80, que proclamaba una vuelta a los valores tradicionales estética e ideológicamente: pelo corto, conducta sin excesos, saludable, disciplinaria. Pansy Division arranca su historia en 1991 en San Francisco y, al poco tiempo, se convirtió en la banda emblemática de la gente que se sentía punk y gay al mismo tiempo. Sus seguidores expresaban su incomodidad con la escena gay, a la que consideraban burguesa, consumista y conservadora y con la escena punk, dominada por el machismo.

El bajista Chris Freeman junto con el guitarrista Jon Ginoli forman este grupo que desde un primer momento provocaba al ambiente rockero diciendo “somos gays muy gays”. Y al mismo tiempo desafiaba a los estereotipos comunes de hombres homosexuales limitados únicamente a disfrutar y a obtener realización personal en una discoteca.

Su música es tremendamente pegadiza: mezcla el pop de los ‘60 con el punk principio de los ‘70. Y de este último rescatan toda la ambigüedad sexual: recordemos a la Patti Smith de los primeros discos con esa imagen andrógina, muy a lo Keith Richards, a Robert Mapplethorpe, a Jayne County & The Backstreet Boys, quien fuera una de las primeras transexuales en liderar una banda de rock.

La división del pensamiento

En 1993 Pansy Division, con formación de trío, lanzan su primer álbum Undressed, que con letras sexualmente explícitas e irónicas llama la atención de gran parte de la industria. Editado por Lookout Records este disco dejaba bien en claro la postura de la banda: “La escena gay mainstream lleva a la repetición de modelos héteros”. Green Day, quien por aquel entonces vivía la manía de su, quizá más exitoso disco, Dookie, les propone acompañarlos en la gira de 1994. “Cuando comenzamos nuestra banda pensamos que estaríamos tocando nuestra música para gente de 20, 30 años gay o gay-friendly. De pronto nos topamos con miles de chicos de secundaria cada noche, fue una oportunidad asombrosa que nunca esperábamos tener”, decía Ginoli. Como es de suponer las respuestas fueron divididas. Estos chicos que hablaban de sexo casi escatológicamente, pero de sexo gay y en público, que rompían con la corrección política de homosexuales y héteros, decididamente no le cayeron bien a todo el mundo.

A pesar de esto, durante los siguientes años la banda tocó y grabó sin parar: Deflowered (1994) es quizá su disco más exitoso, le siguen Wish I’d Taken Pictures (1996), Absurd Pop Song Romance (1998), el disco más “popero” del grupo; Total Entertainment! (2003) y Pile-up, en el cual incluyen Smell like Queer Spirit, una parodia del clásico de Nirvana. Pese a su notoriedad siguieron siendo los grandes desconocidos del sello Loockout. Y es que a lo largo de su carrera los Pansy Division han adquirido mucha experiencia con eso de ser condenados al ostracismo por otros músicos de rock por ser gays y por otros gays por ser músicos de rock. Sin embargo, de la alegría y cinismo de sus discos se desprende que han convertido a los prejuicios en algo positivo. “En vez de sentir la presión, intentamos hacer la música que nos haría felices a nosotros y a nuestra audiencia. Podemos reírnos de ese tipo de presión, así que pusimos esa alegría en la música”, aclaraba Chris Freeman.

¿Muy punk para ser maricón?

Con la aparición del homocore la palabra punk volvió a cargarse de ambigüedad sexual y marginalidad como en sus orígenes: en los años 50, un “punk” era, en la jerga carcelaria, el jovencito que los presos heterosexuales usaban como amante. Dice Chris Freeman, “había mucha cultura gay con la que no podíamos relacionarnos, así que intentamos inventar un lugar para nosotros mismos en el mundo gay, una alternativa para los otros queers”. Y es desde ese lugar donde los Pansy Division hacen todo su despliegue. Sus letras pornopunk hablan de sexo, fetichismo, dildos. La canción “Beercanboy” sirve de ejemplo: El tamaño no es importante/ por lo general eso es cierto/ más importante es lo que lo acompaña/ pero encontrar una gran herramienta/ a veces puede ser muy emocionante.../... es gorda y grande/ apenas puedo pasar mi mano alrededor/ gorda como una lata de cerveza/ esperando mis labios.../ quiero el chorro y la efervescencia/ pero no lo voy a tragar/ me temo que por eso me voy a pelear con él/ es tan difícil hacer nada más que orales.

Pero no sólo en el descaro con el que se muestran como homosexuales reside su gracia, en sus discos también hablan de amor, amistad, relaciones personales, y amigos y novios que se fueron a causa del sida. Y por supuesto militancia gay, pero una militancia punk: Me siento como si hubiera aterrizado en otro planeta / Con clones de gimnasio con tetas tan duras como el granito/ El fascismo del cuerpo gobierna esta tierra /¿Dónde puedo encontrar mi hombre de pecho plano?.../ en medio de spray y colonia/ con muñecos Ken que viven a esteroides (tema “Fluffy citty”, 1994).

Muy maricón para ser punk

Si bien en sus comienzos, el homocore daba la impresión de convertirse en un gran movimiento, no fue demasiado importante y su vida fue muy corta. Podría decirse que Tribe 8 y Pansy Division son las únicas bandas que siguen activas. “Quizás el problema fue que la mayoría de las bandas no quisieron verse envueltas en todo aquello, por eso murió. Ahora hay grupos que, sin serlo, han armado una imagen gay para impactar a la gente. Nosotros seguimos diciendo que somos una banda de auténtico gay rock”, aclara Jon Ginoli.

A lo largo de su carrera se unieron al grupo Joel Reader como segunda guitarra y tras doce intentos fallidos Luis Illades es el baterista que completa el actual cuarteto.

Pansy Division acaba de lanzar en marzo de este año su última producción That’s So Gay (Es tan gay), un título simple pero contundente. Este disco fue acompañado por un documental de la banda titulado Pansy Division: Life in a Gay Rock Band, dirigido por Michael Carmona.

Descaro, naturalidad y lucha son las palabras que definen la historia de la banda. Pansy Division carga con el orgullo de no haber salido del armario ya que nunca estuvo adentro: “Si alguien es gay y lo esconde para no perjudicar su carrera, eso es trágico y hiere a los demás gays porque mantiene ese elemento de vergüenza, sobre todo cuando esa gente llega tan lejos como para hacer comentarios homofóbicos. Eso es muy malo. Toda esa gente con talento podría ayudar a la causa gay, pero no lo hacen. Con esa actitud se pierde una gran oportunidad”, sentencia Chris Freeman.

Ariel Alvarez
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Israel gay pride parade Tel Aviv 2009 (with wedding gay chapels )

Tel aviv gay weddings 2009 part 1 חתונת הומואים ולסביות

lunes, 15 de junio de 2009

Montada para jurar


Con auténtica vocación política, Alejandro Freyre sueña con el día en que la historia lo corone como el primer legislador abiertamente gay de la Argentina. En solidaridad con sus compañeras travestis, se imagina “montada” como una reina para una ceremonia que la intención de votos convierte en esquiva. Sin embargo, con un solo paso comienza cualquier marcha y aquí se lanza nuestro Harvey Milk en busca de su (mejor, seguro) destino.

¿Cuántos votos serían necesarios para que fueras electo legislador porteño y te convirtieras en la primera persona abiertamente gay que accede a una banca parlamentaria en la Argentina?

—No lo sabría explicar matemáticamente, pero podríamos estar peleando el cuarto legislador con una cantidad de entre quince y veinte mil votos. Aunque hay casos en los que con menos también lo estás peleando. Además son cuatro las listas que van a estar disputando el tercer lugar en la Ciudad de Buenos Aires: la nuestra, la de Pino Solanas, la del partido de Aníbal Ibarra y la de Carlos Heller.

¿Y lo ven posible?

—Personalmente tengo las fichas puestas no sólo en la comunidad Glttbi sino también en todo nuestro entorno afectivo y en las personas heterosexuales que están de acuerdo con que las listas de los partidos incluyan la diversidad. No estoy buscando solamente el voto de lesbianas, gays o el de las personas trans, sino el de todas las personas que sin tener un hijo o un hermano gay quieren una ciudad más inclusiva. No digo que haya que votarme a mí por ser gay, pero sí hay que votar al Partido Socialista por tener un candidato gay, algo que otros no tienen. En otros partidos una persona gay puede militar, puede volantear, puede ser fiscal de mesa, parte de un equipo de asesores, pero no candidato.

¿Y a qué se debe esa limitación?

—A la homofobia tradicional de los partidos. A que ser “padre o madre de familia” constituye una parte fundamental de la idea de lo que un político con perfil de candidato debe tener, mientras que nuestros modelos de familia no son vistos como familias. Y eso lo demuestra que la ley de matrimonio esté cajoneada, que a nivel presupuestario la ciudad no tenga partidas para la diversidad, que las personas travestis sean perseguidas, que las personas gays no podamos donar sangre, que gays y lesbianas tengamos dificultades cuando nos hacemos visibles en nuestro trabajo o en la escuela. Cuando el Partido Socialista me ofreció integrar la lista, lo analicé con todo el equipo de la Fundación Buenos Aires Sida, de la que soy coordinador, y con la gente de la Federación Argentina Glttbi, cuyo trabajo parlamentario el Partido Socialista apoya desde hace tiempo. El Partido Socialista es el primer partido que creó un área de diversidad sexual donde sus militantes gays, lesbianas y trans son parte de su estructura, militan dentro del partido y pueden también proponer candidatos.

¿Y cuáles dirías que son las principales dificultades de hacer política, más allá de las organizaciones que defienden los derechos de las minorías sexuales?

—Lo primero es la cómoda distancia que tienen quienes no están interesados en incorporar la diversidad sexual a su agenda política. La cómoda distancia, digo, porque sus partidos no se lo exigen y porque tanto en la Legislatura como en el Congreso hay una pacatería que contribuye a que nuestros temas se posterguen porque no son vistos como urgentes. El hecho de que existan mujeres en la Legislatura es significativo a la hora de discutir leyes que incluyan la cuestión de género. Del mismo modo, la ausencia de gays, lesbianas y trans es altamente significativa a la hora de poder generar políticas que incluyan también a la diversidad. No es lo mismo que haya una persona gay o que no la haya, porque para llegar ahí hay un recorrido, y si no estamos ahí es porque en el recorrido están las barreras.

¿Y no hay nada que le recrimines a la militancia Glttbi en la Argentina?

—La militancia es parte del colectivo Glttbi, de eso no hay dudas. Entonces, recriminarles a personas que son víctimas de una discriminación sistemática, que no han podido traspasar muchas de las barreras que se nos imponen en la vida cotidiana, sería bastante injusto. Quizá podría tener observaciones, pero no recriminaciones. Creo que tenemos que avanzar más. Pero para eso hace falta militancia y activismo: personas que consagren parte de su tiempo, como lo hacemos nosotros, que le robamos tiempo a nuestra vida y hacemos de esto nuestra vida, en algunos casos. Hacen falta parejas homosexuales que hagan lo que hicimos con José María, mi novio, cuando en abril fuimos a un registro civil a pedir fecha para casarnos sabiendo que iban a negárnosla. Tener la valentía de ir a un registro civil a que los discriminen para luego presentar un recurso de amparo. Y, sin embargo, son pocas las personas que se atreven a dar ese paso de militancia.

Si por algo es reconocida la gestión kirchnerista es por su política en materia de derechos humanos. ¿Trasladarías ese reconocimiento a lo que atañe a las minorías sexuales?

—Yo soy parte de la función pública del gobierno nacional porque soy asesor de VIH-sida del Inadi, así que reconozco el avance que se ha hecho en materia de derechos humanos. Sin embargo, teniendo mayoría parlamentaria para votar las leyes que interesan, el proyecto de matrimonio sigue durmiendo en los cajones. No se puede decir que esa política de derechos humanos se haya derramado también en nuestro colectivo. La verdad que no, es una materia pendiente. Creo que el gobierno actual ha hecho avances muy significativos, pero en materia de diversidad sigue habiendo huecos.

Vos tenés VIH y tu militancia ha tenido mucho que ver con la problemática social que entraña la epidemia. ¿Notás que en los últimos años las personas con VIH han perdido protagonismo en las organizaciones Glttbi?

—Hay datos que son preocupantes: el porcentaje de personas Glttbi con VIH no ha descendido. No se ha movido esa prevalencia y ahí hay otro reflejo de la homofobia: la falta de campañas sobre VIH-sida para la población en general y la ausencia total de campañas para nuestra comunidad. Creo que las organizaciones Glttbi han tenido que ocuparse de la agenda del VIH por haber sido el primer grupo golpeado por la discriminación y también han tenido que tomar esa agenda como un tema urgente. No diría que hemos soltado la agenda del VIH, pero sí que estamos abarcando una agenda más amplia. De hecho, ya no son organizaciones gays –como históricamente lo fueron– sino organizaciones de lesbianas, gays, bisexuales y trans en las que la agenda trans es hoy prioritaria por la alta vulnerabilidad que esas personas tienen no sólo con respecto al VIH sino también en materia de educación, empleo y vivienda.

¿Y de qué modo el hecho de tener VIH incidió en que tomaras el camino de la militancia?

—Cuando recibí el diagnóstico era muy joven, tenía 20 años (hoy tengo 39), y ya tenía un compromiso social porque había participado activamente en el centro de estudiantes de mi escuela cuando era adolescente. Sin duda, el VIH cambió el eje de mi trabajo. Hizo de mi involucramiento social un compromiso de 24 horas al día porque yo no puedo dejar de tener VIH ni siquiera cuando duermo. Cuando me enteré de la noticia tuve que hacer muchas modificaciones en mi vida, incluyendo a mi familia y mis amigos, y mi decisión de ser honesto con respecto a mi identidad sexual, y la decisión de no morirme y sobreponerme a la noticia de que me iba a morir en un plazo de tres años (así me la dieron, hace 19 años), hizo que ambas cosas se potenciaran. Eso me permitió crecer como persona y como activista, y luego vinieron la creación de la Fundación Buenos Aires Sida (en la que trabajamos para que exista la ley nacional de sida que hoy tenemos, que hace que la medicación sea gratuita en cualquier hospital público, al igual que el testeo) y la mediatización de nuestro trabajo (cuando Mirtha Legrand me invitó a su programa y tomó de mi copa; cuando fui al programa de Mariano Grondona y le llené el escritorio de preservativos; cuando en 2005 le pusimos un preservativo al Obelisco).

¿Y qué fue lo más duro de hacerte tan visible como alguien que tiene VIH?

—Antes de hacerlo trabajé educando a mi familia y a mis amigos. No fue que un día me desperté y dije: “Hoy quiero salir en la tele”. Fue un proceso. Cuando le conté a mi familia que tenía VIH, si bien no hacía mucho que sabían que era gay, sí había pasado el tiempo suficiente y por eso mis padres me acompañaron a buscar el resultado. No tuve que darles la noticia después o contarles juntas las dos cosas, como les pasa a muchas personas. Yo soy una persona muy extrovertida, pero también soy tímido, y no deja de llamarme la atención que haya quienes piensan que cuando yo me expongo como una persona gay que tiene VIH estoy desnudando mi intimidad. Pero no creo que eso sea así. Hablar de mí es otra cosa. De hecho, el momento en que estuve más cerca de exponer mi intimidad fue cuando fuimos con José al registro civil a que nos discriminaran en público.

En campaña, los políticos suelen hacer promesas que después no cumplen, y que incluso hacen sabiendo de antemano que no van a cumplir. En tu caso, ¿cuál sería esa promesa si pensamos en los votantes Glttbi? Te estoy pidiendo que nos mientas un poco...

—Nunca estuvimos tan cerca de que un candidato gay pueda acceder a una banca parlamentaria en la Argentina. Por eso le hice un desafío al partido: si soy electo legislador, el día que asumo voy “montada”. No sé si es una promesa que vaya a cumplir, pero por lo menos está en mi deseo buscar maneras de ir más allá de que un gay ocupe un espacio en la política pública.

Patricio Lennard
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