jueves, 5 de febrero de 2009

La nueva tercera vía: Los homosexuales que han marcado el camino de la política


Islandia es el primer país en elegir a una lesbiana como jefa de gobierno. Hoy, dos gays lideran las encuestas electorales en Francia y Alemania. Un nuevo capítulo en la política europea.

El domingo pasado los diarios islandeses salieron a la calle con una primicia. Jóhanna Sigurdardóttir, la hasta entonces ministra de Asuntos Sociales, era confirmada como primera ministra después de que los partidos de izquierda se pusieran de acuerdo en el nombramiento. Como es natural, la noticia se difundió por todo el mundo. Pero los medios internacionales añadieron un nuevo detalle a la información: era la primera persona declarada públicamente homosexual en asumir la jefatura de un gobierno.

Este dato no causó revuelo alguno en su país; de hecho, los medios de la isla se enteraron de la orientación sexual de su nueva jefa de gobierno por las noticias del exterior. “Con quien duerme la primera ministra en las noches no está dentro de la lista de prioridades de las personas”, le dijo el periodista Ingo Sigfusson a la cadena británica BBC.

La reacción de los islandeses no es de extrañar. Desde 1940 se anularon todas las leyes que discriminaban a los homosexuales, y en 1996 el matrimonio entre personas del mismo sexo dejó de considerarse como delito.

El ascenso de Sigurdardóttir al poder no obedece a una decisión desesperada ante la grave crisis económica que decapitó la economía islandesa. Mientras el gobierno saliente del conservador Geir Haarde capoteaba sin éxito la abultada inflación, el debilitamiento de la moneda y la gigante deuda bancaria, la entonces ministra era el único miembro del gabinete con un índice de popularidad positivo: 70%.

Desde su designación, Islandia parece haber encontrado una nueva esperanza para su futuro. La historia de la nueva gobernante es todo un ejemplo de persistencia y tenacidad (ver recuadro), pero también es una prueba contundente: la orientación sexual (al igual que la raza) de sus candidatos es un tema poco relevante para los electores del siglo XXI.

Del odio al liderazgo

Los años 60 marcaron la historia de los Estados Unidos. A la par que miles de jóvenes se enlistaban para derrotar al comunismo en Vietnam, la contracultura se tomaba el país. El sexo y las drogas dejaron de ser un tema tabú, así como la defensa de los derechos civiles.

Fue cuando Harvey Milk dejó un cómodo trabajo como analista de Wall Street y probó suerte junto a su amante Jack McKinley en la ciudad de San Francisco, reconocida por sus múltiples comunidades para homosexuales.

A los pocos meses de su llegada, Milk encontró su vocación política y fue convirtiéndose en un referente dentro de los suyos. Su estilo de hacer política, comparado con el teatro, le valió para postularse a varios cargos de elección popular, aspiración que concretó en 1977 al ser elegido concejal de San Francisco. Se convirtió así en el primer homosexual en alcanzar un cargo de elección popular en el país del norte.

Uno de sus primeros logros fue la aprobación de una ley que prohibía la discriminación por razones de orientación sexual. Pero su carrera política, y su vida, terminaron nueve meses después de su posesión, cuando uno de sus colegas le disparó cinco veces.

Milk se convirtió en un ícono de la comunidad homosexual y de la defensa de los derechos civiles en E.U. En su honor se filmó el año pasado la cinta Milk, del director Gus Van Sant, nominada a ocho Premios Oscar. Pero éste no es el único caso de agresión o persecución a un servidor público cuya orientación sexual sea conocida públicamente.

Ole von Beust, alcalde de Hamburgo, tuvo que revelar públicamente su orientación sexual después de ser chantajeado y presionado por Ronald Schill, vicealcalde de la ciudad. El escándalo hizo que su popularidad se elevara, siendo reelegido por el 47,2% de los votos en las elecciones de 2004.

Algo parecido le ocurrió a su colega Klaus Wowereit, quien en la campaña por la alcaldía de Berlín en 2001 le dijo a la prensa local: “Soy gay y estoy bien así”. Tras ganar en las urnas, se supo que la revelación fue realizada para evitar un escándalo mayor en las páginas amarillistas alemanas.

El actual alcalde de París, Bertrand Delanoë, corrió con peor suerte. Fue acuchillado en 2002 por un hombre que, una vez capturado, confesó: “No me gustan los políticos, y menos los gays”.

Tanto Wowereit como Delanoë lideran hoy las encuestas para llegar a la jefatura de gobierno de Alemania y Francia. Ellos, junto con Sigurdardóttir, serían los protagonistas de un nuevo capítulo en la política europea.

Una líder paciente

En 1994, una vez supo que había perdido el liderazgo de los socialdemócratas, Jóhanna Sigurdardóttir exclamó: “Mi momento llegará”. Sus palabras se convirtieron en un referente para los islandeses en los tiempos de crisis.

Esta mujer de 66 años obtuvo su diploma de Comercio en una universidad local. Su primer trabajo fue en el aire: se desempeñó como azafata de la aerolínea estatal por nueve años, convirtiéndose después en líder sindical.

Su carrera política inició en 1978 al ser elegida al Parlamento islandés. Desde entonces ha ocupado el Ministerio de Asuntos Sociales y Seguridad Social en dos ocasiones.

En 1994 abandonó a los socialdemócratas para fundar el Movimiento Nacional.

Tiene de dos hijos de su primer matrimonio. Actualmente está casada con la periodista y dramaturga Jónína Leósdóttir.

David Mayorga – (El Espectador)

La mejor para lo peor

Mientras los diarios del mundo la presentan como fenómeno o emblema de futuras igualdades —“la primera ministra lesbiana de la historia”—, Johanna Sigurdardottir se dispone a enfrentar la crisis mundial que ya explotó en Islandia, un país donde la sexualidad de la ministra querida por una amplia mayoría no es tema de discusión, ni de asombro. ¿Dónde queda Islandia? ¿Cómo hay que hacer para llegar?

El país del frío

Hasta hace apenas seis meses, según calificación de las Naciones Unidas y de otros organismos internacionales, Islandia era uno los mejores lugares para vivir. De hecho, ayer nomás, en 2007, la ONU lo calificó como el país más de-sarrollado del mundo, y el coeficiente GINI, que mide la desigualdad, determinó que Islandia estaba primero entre los países con menor diferencia entre pobres y ricos. Un país próspero y tolerante, sin ejército, que edita más libros per cápita que cualquier otro Estado del mundo. Un país privilegiado. Aunque quizás un territorio complicado para quienes detestan el frío: en la isla nórdica, muy cercana al Polo Norte, un verano excepcionalmente caluroso alcanza picos de 14 grados. Una vez, sin embargo, sufrieron 30 grados: fue en el estío de 1939. Un mal invierno, por su lado, puede llegar a 38 grados bajo cero. Islandia también puede ofrecer dificultades para las personalidades gregarias, dada la vida social escasa: todo el país tiene apenas 320 mil habitantes, y 120.000 viven en la capital, Reykjavyk. La mayoría de la población vive en la costa, porque el interior, pura arena y montañas, es inhabitable. ¿Y qué más se sabe de Islandia? Se sabe de la belleza de sus géiseres y del nerviosismo de sus volcanes, que sin embargo producen la energía geotérmica que permite la calefacción de cada hogar islandés por un costo bajísimo. Se sabe que Jorge Luis Borges amaba su literatura medieval, sus sagas, y al poeta, historiador y político Snorri Sturluson (tradujo la primera parte de su Edda Menor al español con el título de La alucinación de Gylfi); que dedicaba los fines de semana al estudio del islandés y que escribió para la isla poemas como “Islandia”, de Historia de la noche (1977): “Qué dicha para todos los hombres/ Islandia de los mares, que existas./ Islandia de la nieve silenciosa y del agua ferviente. Islandia de la noche que se aboveda/ sobre la vigilia y el sueño”. Es el país natal de Björk, y logró imponer sobre los oídos internacionales a grupos excéntricos como Sigur Ros. Hasta octubre del año pasado, todo lo islandés parecía único, remoto y flotando sobre la placidez del bienestar nórdico.

Pero mientras los países centrales veían caer bancos y la crisis crediticia amenazaba con alcanzar números negativos nunca vistos, desde Islandia llegó una señal de alarma que indicó la gravedad de la crisis financiera: el primer ministro Geir Haarde anunció casi tímidamente que su país estaba en bancarrota y que necesitaba ayuda. En Gran Bretaña, país que tiene fluido intercambio económico con Islandia, el premier Gordon Brown tomó una decisión muy criticada: usando una ley antiterrorista —aparentemente, el único instrumento legal al que podía echar mano para su objetivo—, congeló los fondos del banco islandés Landsbanki. Eso, según los islandeses, profundizó aún más la crisis, además de ofenderlos con la acusación absurda de terrorismo. Time resume así la caída, que incluye en su Top 10 de colapsos financieros de 2008: “Tres grandes bancos, 300.000 habitantes y liquidez cero. No es tan frecuente que la riqueza de un país desaparezca de un día para el otro. Pero sucedió en Islandia cuando su moneda, la corona, entró en caída mientras los inversores se esfumaban. Sus billones de dólares de deuda en euros se volvieron impagables. En el medio quedaron atrapados ahorristas británicos y alemanes, que habían sido atraídos por las altas tasas ofrecidas por los bancos islandeses. El FMI proveerá 2,1 billones en préstamo, y otros 2,5 vendrán de las arcas de Finlandia, Suecia, Noruega y Dinamarca. Islandia incluso está hablando con los rusos para pedir ayuda”.

A la crisis económica le siguió, como suele suceder, una crisis política, acompañada por 16 semanas ininterrumpidas de protestas callejeras de islandeses que pedían la renuncia del gobierno. El primer ministro finalmente renunció a su cargo el 26 de enero pasado. El Parlamento islandés, llamado Althingi, entró en sesiones y formó un gobierno minoritario de transición, integrado por el Partido Socialdemócrata y el Izquierdista Verde. La nueva primera ministra, en el cargo hasta abril —cuando se vuelva a llamar a elecciones–, es Johanna Sigurdardottir, de 66 años, la más veterana del Parlamento, la ministra de Desarrollo y Seguridad Social en funciones (había ocupado el cargo con anterioridad entre 1987 y 1994), abiertamente lesbiana, en unión civil (en Islandia, la ley formalmente brinda derechos idénticos a los del matrimonio, incluido el de adopción) con la dramaturga y periodista Jonina Leosdottir desde 2002. Así, desde el 1º de febrero, se convirtió en la primera jefa de gobierno abiertamente lesbiana del mundo (el primer ministro gay fue Per-Kristian Foss en Noruega, quien lideró por un período muy breve un gobierno interino en 2002). La población islandesa no está haciendo mucho escándalo acerca de la orientación sexual de la nueva líder, que cuenta con una aprobación del 73 por ciento y fue reelecta para el Parlamento en ocho ocasiones desde su primer ingreso en 1987. Dicen que confían en ella, que es coherente y que es una especialista en cuestiones sociales, justo lo que el país necesita con, por ejemplo, una caída del empleo impactante: de 0 a 7 por ciento de desempleo en apenas cuatro meses.

Su momento llegó

Johanna Sigurdardottir es una conocida de los islandeses, tanto que las palabras que usó cuando no consiguió presidir el Partido Social Demócrata en los ’90 —“mi momento llegará”— se convirtieron en una frase común entre la gente, usada para pedir paciencia. La historia de la primera ministra es de una de militancia intensa: durante los años ’60 tuvo una importante actividad sindical en el gremio de los trabajadores de transporte aéreo (fue azafata), mientras estaba casada con un banquero (con quien tuvo dos hijos). En 1978 ingresó al Parlamento por el Partido Social Demócrata: ese mismo año se formó la Organización Nacional de Lesbianas y Gays, que se llama Samtokin 1978 en conmemoración a la fecha de ingreso de Sigurdardottir. Por supuesto, la organización es aliada de Sigurdardottir, quien sin embargo siempre trabajó por los derechos de las minorías en un arco más amplio que el de la militancia Glttbi. Es predecible a esta altura: Islandia es uno de los países más tolerantes con las minorías sexuales en el mundo. El mes pasado se llevó a cabo una conferencia sobre temas Glttbi en la isla y su título era: “¿Existe todavía el closet?”.

Muchos de sus compañeros llaman a la primera ministra “el socialismo encarnado”; ellos decidieron que se hiciera cargo del gobierno no sólo por su aceptación popular (un verdadero milagro en la crispada sociedad islandesa) sino por su buena relación con la Izquierda Verde. Ha prometido recrear un estado de bienestar con urgencia. De su trabajo en estos escasos meses depende que, en la primavera europea, pueda ser elegida definitivamente para el cargo. Su tarea será ardua: tiene una población enojadísima que perdió ahorros, trabajo y pensiones, y que la apoya con una enorme expectativa, verdadera arma de doble filo por la posibilidad alta de decepción. Mientras los diarios del mundo anuncian a la “primera ministra lesbiana de la historia”, los islandeses no parecen impresionados. Sigurdardottir jamás ha dado una entrevista sobre su vida privada o su sexualidad. Y, según los profesionales de la prensa islandesa, esto es normal. O como escribió Iris Erlingsdottir en el popular blog de periodismo y opinión Huffington Post: “‘Nadie se refiere a Johanna como una persona gay’, me dijo un amigo islandés esta mañana. ‘Ella no habla del tema, pero no lo oculta en absoluto: su condición consta en las páginas web oficiales del Parlamento y del ministerio, sólo que a nadie le importa, como a nadie le importó cuando en 1980 fue elegida presidente de Islandia Vigdis Finnbogadottir, mujer y madre soltera. Johanna es inteligente y no les tiene miedo a las dificultades. La gente sana y razonable no se preocupa por el color o el género de la gente. Sólo quieren a los mejores para hacer un trabajo complicado. Y ella es la política más prestigiosa y experimentada del país”.

Mariana Enríquez
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