sábado, 29 de noviembre de 2008

Cambiando el viejo cuento


¿Si Pulgarcito hubiera sido criado por dos mamás y Cenicienta por dos papás, la historia hubiera sido otra? Desde España, la escritora Lucía Moreno Velo y el escritor e ilustrador Javier Termenón están seguros de que sí, por eso se decidieron a enfrentar el desafío de escribir literatura infantil en clave queer, una apuesta fuerte a que es posible batallar contra los prejuicios y la discriminación desde la cuna.

Manu tiene ojos grandes, curiosos y empecinados. Desde la página tres lo veremos estirarse en puntas de pie para agarrar un tentador frasco de galletitas, a pesar de la infinidad de veces que su Mamá y su Mami le han dicho Manu ¡No!, tal el título de uno de los tres libros de la serie que se completa con Manu se va a la cama y Manu pone la mesa, escritos por Lucía Moreno Velo e ilustrados por Javier Termenón, para la editorial española Topka. Pequeños y coloridos, hechos a imagen y semejanza de sus destinatarios, dan cuenta de las fantasías y ocupaciones de los chicos de entre 0 a 4 años: los primeros pasos, la primera comida solos y el miedo a la oscuridad. Entonces ¿qué los diferencia de cualquiera de los títulos que podemos encontrar en la sección infantil de las librerías locales? Justamente el apostar a lo diferente, contando la primera infancia en clave queer.

“A mi mujer y a mí nos encanta leer, es nuestro único vicio. Cuando tuvimos nuestro primer hijo, nos lanzamos a las librerías buscando libros infantiles que reflejaran nuestra familia”, comenta Lucía. Pero se encontraron con un problema “Había muy pocos libros que mostraran niños con dos madres y los que había se centraban todos en ese hecho. Nos dimos cuenta de que intentaban explicar la homoparentalidad y dejar bien claro que tener dos madres es tan bueno como tener un padre y una madre. ¡Pero nuestro hijo ya lo sabía porque lo vivía y sabía que estaba bueno!, así que decidimos no leérselos”. Una vez más, un intento de inclusión determinaba la discriminación puesto que, si hacía falta legitimar a esas dos mamás para igualarlas con una mamá y un papá, ¿no se estaba partiendo de la base de que era una situación anormal?, ¿o hay acaso libros que digan que tener una familia heteroparental es tan bueno como cualquier otra? Así nació la serie sobre Manu a mediados del 2006 y, con ella, un nuevo desafío: encontrar editorial que la publicara. “Me sorprendió saber que a los editores les gustaba la historia pero no la querían publicar pues sostenían que no había mercado, ¡yo y mi familia pertenecíamos a ese mercado!”. Con una entrada de dinero inesperada y el asesoramiento de un sistema gubernamental para microemprendedores, Lucía dio a luz no sólo a Manu sino a la editorial Topka (www.topka.es), especializada en publicar libros infantiles bilingües en los que los protagonistas son miembros de minorías.

A Manu, su Mami y su Mamá, había que darles un rostro, una sonrisa, gestos, fundamentales en la literatura infantil a la hora de hacer atractiva la propuesta a los más chicos.

En busca de ilustradores entonces, Lucía dejó un aviso en la librería queer madrileña Berkana, al que respondió el pincel providencial de Javier Termenón. “Yo venía de ganar el primer concurso internacional de cuentos infantiles con temática g.l.t.b., que con el apoyo de ILGA (siglas en inglés de la Liga Internacional Gay y Lesbiana) y de la asociación Eraseunavez.com, me había permitido publicar Vengo, un cuento que recoge las aventuras de una niña con dos mamás que se pregunta de dónde vienen los niños. Mi idea era crear referencias culturales claras de la realidad homosexual cotidiana, en el mundo de la literatura infantil, libros que a mí me hubieran gustado encontrar en los estantes cuando niño. Y me encontré con el trabajo de Lucía, quedé fascinado y honrado de que me eligiera para ilustrarlos.”

La admiración fue mutua y desde allí conformaron una dupla creativa inseparable (“Es un amor platónico”, aclara Lucía y ríe) que llevó adelante la serie de Manu y puso en papel un antiguo sueño de Lucía, un texto que surgió mucho tiempo antes de que supiera que iba a terminar siendo mamá, una madrugada sofocante de verano madrileño, y que llamó El amor de todos los colores, donde Maite, una niña con dos mamás, espera la llegada de un hermanitx.

“Puedo decir que El amor nació mío pero terminó Javier aportando tanto o más que yo”, asegura Lucía. “Te pongo un ejemplo concreto: cuando escribí la historia, no tenía claro si el hermano de esta niña iba a ser el hijo biológico de una de las madres o si lo iban a adoptar. Cuando Javier me mandó las ilustraciones terminadas y vi que una de las madres estaba embarazada, me sentí sorprendida y entusiasmada, Javier la había sentido así y fue como si me acabara de contar un cuento nuevo.”

La maquinaria estaba en marcha, pero todavía faltaba el veredicto del público. “Yo no tenía dudas de que los libros fueran a tener una buena acogida y así fue, tanto entre las asociaciones g.l.t.b., como entre el público, bibliotecas, librerías, escuelas y la misma prensa. Sabemos que ciertas personas siempre se van a rasgar las vestiduras cuando sale un libro que normaliza la diferencia, pero a esas personas ya las hemos dado por perdidas”, contesta Lucía y Javier agrega: “Me crea un poco de conflicto cuando la gente se acerca y dice que conoce a una pareja de chicas, a un matrimonio de gays o a algún padre o madre abiertamente homosexual y que el libro le va a encantar... Estas parejas no son los destinatarios prioritarios de estos libros, pues ya viven la maternidad o paternidad gay al igual que sus niños. Es cierto que son necesarios referentes culturales claros y limpios de prejuicios sobre la homosexualidad, pero más que nada para los chicos de padres hetero, e incluso, para ellos mismos”.

Aunque la historia de Manu fue la primera, el catálogo de la editorial se fue poblando y hoy cuenta con una decena de títulos, todos ellos con un punto en común: la diferencia. Así se suman páginas pobladas de niños inmigrantes, con capacidades diferentes y provenientes de familias ensambladas, que gracias al comercio online, ocupan un lugar en las bibliotecas de familias a un lado y otro del océano, desde el DF mexicano a Helsinki. Pero el gusto también se lo dieron en casa: mientras Lucía y su compañera esperan la llegada de una nuevx niñx adoptada, y Julián se recuesta sobre el tablero para continuar dibujando, ya cinco mil chicos de escuelas públicas de Castilla León, gracias a un convenio con la Junta comunal, se divierten con las aventuras diversas, y aprenden que el amor no es sólo rojo, se puede pintar de todos los colores.

Carolina Ortega
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sábado, 22 de noviembre de 2008

Salgamos juntos


Aunque parezca más sencillo que nunca, el closet sigue siendo un espacio oscuro muy difícil de franquear, sobre todo para aquellas personas que no cuentan con el respaldo del marketing y de la última moda. Acaba de aparecer el cuadernillo Salí del closet. Guía de recursos para lesbianas, gays, trans y bisexuales. Si bien no hay fórmulas, una guía es necesaria y bienvenida.

“Las familias y las escuelas aun son los principales espacios donde se nos enseña a avergonzarnos de nuestros deseos, y a disciplinar, negar o castigar nuestros cuerpos. En la oscuridad del closet, nuestras familias no nos protegen o contienen ante las agresiones homo/lesbo/transfóbicas, sino que muchas veces también son lugares hostiles para nosotrxs. En las escuelas el bullying, la discriminación y la violencia entre compañerxs muchas veces es omitida e incluso legitimada por la comunidad educativa.” Con estas palabras se presentó el martes pasado en el Colegio Nacional de Buenos Aires, el cuadernillo titulado Salí del closet, trabajo claramente destinado a jóvenes no sólo gays, lesbianas, transexuales y bisexuales sino también a sus amigos, compañeros y familiares heterosexuales. La ignorancia acerca de muchas cuestiones básicas es lo que lleva al sufrimiento, a la autoexclusión y a justificar actitudes discriminatorias como parte de “lo normal”. En este sentido, la primera parte del cuadernillo procura familiarizar a lxs lectorxs con conceptos básicos sobre orientación sexual e identidad de género, tan ausente en la educación sexual en las escuelas.

Entenderse y aceptarse también se logra comprendiendo y utilizando un lenguaje común. En esta sección se destaca un apartado donde se desmantelan ciertos mitos y mentiras muy comunes como que “niños y niñas no deben ser expuestos a las expresiones de la diversidad porque puede confundirlos”, “que la homosexualidad está bien siempre y cuando se viva entre cuatro paredes”, “que la homosexualidad en la adolescencia es sólo una etapa pasajera”. Es decir, frases escuchadas una y mil veces pero ahora con argumentos que las demuelen.

La segunda sección apunta directamente a susurrar al oído de quien aún no se atreve, consejos, reparos, advertencias que tienden a dar coraje y también a comprender el propio temor. Para quien no cuenta con una voz amable que quite dramatismo a la situación, las palabras de este texto intentan paliar esa ausencia.

La emotiva carta que se reproduce a modo de introducción y que pertenece a Carlos Jáuregui – uno de los legendarios fundadores de la Cha y autor de La homosexualidad en la Argentina (1987) – tiene plena vigencia aun hoy, no es grato decirlo. Empieza así: "Nosotros no creemos que los gays y las lesbianas tengamos un derecho a callar que somos gays y lesbianas. Fuiste forzado a callar desde chico y seguís haciéndolo. Ya es tiempo de que planees otra cosa". El cuadernillo está disponible en www.cha.org.ar

Dante Almada
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El otro sin vos


¡Ya no hay más hombres!”, gritan las mujeres. “Las minas son todas unas histéricas”, se quejan los hombres. “¡Yo no me siento un puto común, como el resto de los putos que son todos huecos!”, decreta un puto. “No me gusta la torta masculina, marimacho… quiero una mujer como yo… femenina”, se le escucha decir a una tortillera.

¿Por qué no aparece lo que estamos buscando? ¿Estaremos buscando con ganas de encontrar? ¿O es simplemente un relojeo frívolo que nos sirve como excusa para seguir justificando nuestra soledad?

El complejo de inferioridad que produce la modernidad, la incertidumbre de tener que ubicarnos en algo que no somos, nos lleva a la deshumanización y a la despersonalización. Los tics y las costumbres que hemos adoptado últimamente para parecer mejores hacen que estemos ajenos a nuestro ser, a nosotros, a nuestro carozo. Me tiene aburrido el discurso de la mayoría de la gente que balbucea sin ganas que es mejor estar solo que mal acompañado. Refuto, contraataco y contradigo esa afirmación absurda. Voto por estar mal acompañado a estar solo. No hablo de estar en soledad, estar en soledad es en cierta forma estar en paz… es reconfortante. Hablo de estar solo, solito y tu alma… solísimo… vos y vos sin vos… un puntito perdido. Es espantoso. Angustiante. Desesperante.

Casi como viendo nuestra imagen en una pantalla gigante diciéndonos a nosotros mismos que para estar mal con alguien prefiero no estar, seguimos estando solos. Es increíble cómo el miedo a acercarse al otro es mayor al miedo de permanecer solitos. También es increíble que sigamos buscando a esta altura de la soirée al príncipe azul y a la Cenicienta. ¿Todavía no quedó claro que no hay ni príncipes azules ni cenicientas? ¿Qué es una relación ideal? Mientras tratamos de encontrar a una persona física, tangible y concreta flotando dentro de esa utopía abstracta, pasan los días y estamos solitos.

Escribo sobre esto porque ayer celebré el cumpleaños de una amiga en mi casa. Mi amiga cumplió 55 años y fuimos un grupo de amigas y maricones a comer afuera. Para después de comer tenía enfriándose en la heladera unas botellas de champagne y una torta con la triste vela que resume la gran cantidad de años que alguien está por cumplir (esa velita es patética, es como que ya damos por sentado que no lo queremos al otro lo suficiente como para plantar 55 velas en un bizcochuelo o que no le van a darlos pulmones porque ya está viejo). Llegamos a casa, descorchamos el champagne, el corcho voló, alguna se ilusionó con casarse, hubo gritos histéricos, risas de hiena, y no faltó el seudodiscjockey que se animó a animar la triste reunión de nosotros doce.

Se escuchaban quejas y reclamos. Se escuchaban conjugaciones gramaticales rarísimas como por ejemplo: “¡Mirá lo que sería tener a George Clooney acá con un ramo de rosas, que te lleve a comer y después a un hotel divino y pasar la noche con él!”, gritó una. “Dónde hay un hombre…”, gritaba la otra. Raffaella seguía a garganta viva. Las chicas y las maricas fumaban compulsivamente. Humo, Raffaella, huecos, vergas, cenicientas y príncipes azules… Sentí la pata de elefante en el pecho, pedí disculpas y subí a mi cuarto. A las dos o tres horas subió mi novio a preguntarme qué me había pasado. Le conté. Nos fuimos a dormir.

Al día siguiente escuché un gorrión, abrí los ojos y estaba el cielorraso. Me acordé de la noche anterior, del circo romano, de la cantinela de los solos, de la euforia, de Raffaella y sus gritos y de la eterna justificación de por qué no estoy con alguien. De pronto sentí frío, sentí el enojo de mis amigas, escuché el portazo de cuando se habían ido. De pronto empecé a recomponer el rompecabezas. De pronto me acordé de que otra vez , s e gún ellas y mis amigas maricas, yo había estado como el orto y fuera de lugar. Yo, el mismo agresivo de siempre. Yo, q u e e n un momento antes de sentir la pata de elefante me había parado en el medio del living y había dicho “¡Déjense de joder con ese discurso barato de porteño hiperpsicoanalizado. Hay machos, hay minas y hay putos. Enfrenten su pánico a que les vaya como el orto en una relación y su pánico a sufrir. Acepten que sólo conciben una relación si ‘dura’ lo suficiente como para que sus cabecitas reconozcan que fue una relación. Chicas, una relación puede ser encamarse hoy, amanecer mañana, almorzar y estar dos semanas juntos… y ya tuviste un novio… y fue tu novio… Tal vez no el que querías, tal vez no el príncipe azul. Pero te garchó, hubo ansiedad, adrenalina, esperanza, desilusión, llamaditos, no me… Y eso ya es una relación, es vivir. Me tienen las pelotas llenas, están muertas en vida. Me voy a dormir”.

Eso fue el jueves. Hoy viernes a las 6 de la tarde, escribiendo esta contratapa, sostengo que hay un miedo al cual no le estamos prestando demasiada atención. Es el miedo a que nos vaya bien en una relación. Es el miedo a coger. Es el miedo a las diferencias del otro, a su aliento, a su vida, a su historia, a sus manías. Una relación pasional, una unión sexual y afectiva no se logra luego de una construcción mental, no sucede después de las reglas aparentemente sensatas que propone nuestra vergonzosa omnipotencia. Creo que no. Creo que una relación, una pasión, aparece y sucede cuando no tenemos miedo y estamos abiertos… y aquí me preguntarán: ¿y cómo se hace para no tener miedo?

No sé cómo se hace pero te puedo explicar lo que yo siento. Siento miedo a estar solo. Siento ganas de coger, de tener mariposas en el estómago, de enfermar juntos de lo que sea… de pasión, de pestes… Tengo miedo de seguir sosteniendo mi vida solito y de no tener la valentía de que otro me la pueda llegar a robar, tengo ganas de que el otro me robe la vida, tengo ganas de dejar de ir a comer con un amigo como le había prometido, de cagarlo, de fallarle, de mentirle porque el amor que siento por él me tira de las tripas. Y si mi amigo no me entiende que se vaya a la mierda. Resumiendo: tengo pánico de tener miedo, el miedo que no tienen los solitos… a estar solitos.

La histeria, la obsesión por estar sanos, por no dejarnos invadir, hace que muchos estén solitos. Enfermate de una vez, apestate. Que te traguen la vida de un bocado y perdete en la inmensa oscuridad del otro. Ese miedo, ese vértigo, esa caída libre, se llama permitirte enamorarte.

Fernando Peña
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domingo, 16 de noviembre de 2008

Ninguna víctima


La historia de Herculine Barbin, una intersex que este año habría cumplido los 170, marca una fecha en el calendario queer: el día mundial de la solidaridad con los intersexuales. Aquí, en primera persona, unas cuantas razones para despreciar la solidaridad de los unos y no resignarse a ser por siempre los otros.

El 8 de noviembre pasado, Herculine Barbin cumplió 170 años. Cayó sábado: una bendición o una maldición, según se mire. A veces parece que es lo mejor que podría suceder, todo el mundo sale y... ¿a dónde va? A la fiesta de cumpleaños. Otras veces, en cambio, parece lo peor que podría ocurrir (cumplir años en uno de esos sábados en los que coinciden fiestas, estrenos, casamientos, marchas, vacaciones, aniversarios y una tormenta, uno de esos en los que todos llaman, todos saludan, todos quieren, pero, por desgracia, nadie puede). El sábado pasado, por ejemplo, el cumpleaños de Herculine cayó justo, justo, en el día mundial de la solidaridad con los intersexuales.

Uno podría pensar que en 170 años a Herculine le pasaron demasiadas cosas como para preocuparse –¡a esta altura de la vida!– por una que otra coincidencia más y uno que otro invitado menos. Lo del nombre, pongamos el caso. Al nacer, en 1838, le pusieron Adelaïde Herculine, pero, ¿cómo le decían? Alexina (tal vez porque en la Francia del siglo XIX la gente no sabía lo que sabemos ahora, y es que debe haber un solo nombre verdadero por persona). Más tarde, en la vida le cambiarían el nombre a Abel pero, en fin, ¿cómo le decimos? Herculine. Se pasó la vida entre monjas –primero como alumna y después como profesora– y, como se da por lo general en estos casos, enamoró a varias mujeres y se enamoró de una. El escándalo de su sexualidad desviada y del portento entre sus piernas expusieron a Herculine al azoramiento de un cura primero y a la exploración y el diagnóstico de un médico después; a una orden judicial más tarde y por último, al exilio: al exilio de su profesión, de las monjas y de su colegio, del pueblo y de la casa, de la cama que compartía con Sara, del sexo femenino y de todos sus nombres. En ese exilio masculino trabajó, escribió un diario y se suicidó a los veintinueve años.

***

Los regalos son la parte más complicada de los cumpleaños. Acertar es difícil, si es uno el que regala; pero lo más difícil de todo es ser el regalado (y lidiar, una y todas las veces, con la oportunidad para el disgusto inexpresable que entraña cada regalo). Las oportunidades aumentan cuando el cumpleaños coincide, lamentablemente, con la celebración de algún otro acontecimiento, y los invitados le caen a uno con mazamorra o escarapelas para el 25 de Mayo, con un reno de peluche para Navidad, con nada para el Día del Padre (porque el homenajeado principal es otro), con un solo regalo para el Día del Amigo, con un conejo de chocolate para Pascuas, con una salida al campo para toda la familia porque el cumpleaños cayó un fin de semana largo. O le caen ese día a la fiesta con poca o mucha solidaridad en bandeja exclamando, desde la puerta misma: “¡Feliz cumpleaños, feliz cumpleaños!”.

La idea es buena. Buenísima. Concentrar en un día particular la atención del mundo no intersexual en la suerte histórica de los intersexuales, poner a ese mundo a trabajar, solidariamente, ese día, en el análisis y la reversión de ese destino. La idea es buena, pero la solidaridad, en serio, es un problema. También el día. Ni qué hablar del mundo no intersexual, ni de los intersexuales. La bondad de la idea es el problema.

Empecemos por los intersexuales. ¿Quiénes son? Cualquiera que haya nacido con un cuerpo sexuado distinto al promedio femenino o masculino, y en particular quienes fueron sometidos a intervenciones médicas para corregirlo, y quienes han sido y son violentados por el maltrato familiar, social e institucional de esa distinción. ¿Dónde están? En todas partes. ¿Cómo se los reconoce? No se los reconoce, pasan inadvertidos entre la gente porque son esa gente: la vecina heterosexual, el cura dando misa, el gay de la mano con su unido civilmente, la lesbiana en la escalera de la facultad, el portero bisexual, la travesti que toma un taxi con dos amigas, el transexual que atiende el quiosco, la abuela, el tío, la ahijada, la prima, el conocido del bar, la cuñada de alguien. Cualquier persona pudo haber nacido con un clítoris “muy” largo o un pene “muy” corto, con testículos que no descendieron, o con ovotestes, sin vagina, con el agujerito para orinar al costado o en la base del pene, con cromosomas XXY o XO, con alguno de los múltiples cuerpos sexuados que la medicina nombró primero en la lengua de los “síndromes” y que ahora nombra en la de los “trastornos”. Aquellos a quienes se llama los intersexuales somos por lo general hombres o mujeres que encarnamos una diferencia entre tantas: en nosotros, el género masculino o femenino se inscribió literalmente y con violencia, a través de procedimientos que buscaban convertirnos carnalmente en hombres y mujeres iguales a los demás.

Entre el mundo no intersexual y la “comunidad de los intersexuales” no existe ni una distinción de sexo, ni una distinción de género: ninguno se predica necesariamente de configuración alguna del cuerpo. Menos aún existe entre ambos una distinción en el orden de las posibilidades existenciales (la posibilidad de elegir libremente un cuerpo y un destino sigue siendo una utopía trabajosa para todos, intersexuales o no). No existe entre ambos una distinción numérica: sólo la fantasía de que hay personas con un solo sexo puede sostener esa otra fantasía, la de personas con dos. Los así llamados intersexuales no somos otra especie humana sino la encarnación de la diferencia sexual como pesadilla humana. Imaginemos que vivimos en un mundo donde se asume que todos somos hombres o mujeres con cuerpos sexuados promedio. Ahora imaginemos que vivimos en uno donde todos debemos serlo. Imaginémonos.

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Dos peligros acechan por igual al activismo político intersex. Uno, la remedicalización intensiva de la intersexualidad, codificada desde el año 2006 como conjunto de “trastornos del desarrollo sexual”. Otro, la persistencia del recurso a la víctima como estrategia ética y política. Ambos peligros nos amenazan al mismo tiempo, forman parte de un mismo presente, a la vez antiguo y por venir. Frente a estos peligros no podemos ser buenos: en este teatro de operaciones no hay cuartel. No podemos, sobre todo, ni demandar solidaridad, ni recibirla. La solidaridad ajena nos coloca, una y otra vez, en el lugar de quien es otro, esencialmente distinto de ese que viene dulcemente a ofrecerla y que se lleva, a cambio de su ofrenda, la certeza tranquilizadora de su ajenidad solidaria. Supuestos merecedores de esa solidaridad, el merecimiento nos cristaliza en la posición de aquellos que, por una razón u otra, sufren la diferencia que encarnan, incapaces de convertirla en otra cosa que en ocasión para la solidaridad ajena. No hay espacio en esta solidaridad para un cuerpo intersex –cortado o no cortado– que desea y es deseado, que toca y es tocado, que lame y es lamido, que coge y que es cogido. En el día de la solidaridad para con nosotros, no hay modo de envidiarnos los cromosomas, de ansiarnos la entrepierna, de proponernos averiguar si el culo es o no es un agujero intersexuado. No hay porno, ni paja, ni un buen polvo, ni siquiera dos dedos cruzados pidiendo la suerte de cruzarse por ahí con un hermafrodita de cumpleaños.

Dado que el día internacional de solidaridad con los intersexuales coincide con la fecha del nacimiento de Herculine –intersexual de fama si es que existen–, yo propongo, en principio, dejar la solidaridad para otro día y festejar el cumpleaños como se debe: con una fiesta. Hay que celebrar que somos éstos y esto, y no otros y aquello, sin pena, sin vergüenza, con esa alegría festiva que el mundo todavía no nos conoce y para la que, según parece, está de todo, menos preparado. Es cuestión de animarse: tenemos un año entero para prepararla. En 2009, Herculine cumple 171 años, y nada mejor que un capicúa impar para un fiestón intersex con ganas.

Y a no preocuparse: para la solidaridad siempre habrá tiempo y lugar; cientos y cientos de globos para inflar y ni qué hablar de los platos, vasos, pisos y sábanas que lavar para cuando todos se vayan.

micabral@fibertel.com.ar
Mauro ï Cabral


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Perdices robadas en los jardines de California


Mientras el triunfo de Barack Obama se presenta como el fin de una era dominada por el racismo, en el estado de California, legendario paraíso de los derechos civiles, vence la Propuesta 8, que deja fuera de juego a los matrimonios entre personas del mismo sexo. Para los más pesimistas, es el comienzo de una guerra entre minorías; para otros, apenas un paso atrás en un camino sin retorno. ¿Cómo seguirá la historia? Críticas, autocríticas, chivos expiatorios y reclamos al flamante presidente que durante toda la campaña decidió mirar hacia otra parte.

Fue una cachetada que hizo despertar a la California soñadora, para colmo propinada al mismo tiempo que la mitad del país que votó a Barack Obama disfrutaba bailando en las calles al ritmo de la esperanza. A la comunidad gay de California –y también de estados como Florida, Arizona y Arkansas– le tocó aguar la fiesta. ¿Qué pasó? En la elección general, a los votantes del estado dorado se les presentó la Propuesta 8 (Proposition 8), una enmienda constitucional ofrecida en instancia plesbicitaria, que definía al matrimonio como “la unión de un hombre y una mujer” y de esta forma modificaba la Constitución del estado. El problema mayor, claro, es que el matrimonio entre personas del mismo sexo ya era legal en California a partir de una decisión de la Suprema Corte del Estado votada apenas seis meses atrás. De esta manera, es un derecho que fue quitado. Y de nada sirvió la gran visibilidad: Ellen DeGeneres en la tapa de la revista People con su esposa, la actriz australiana Portia De Rossi, el dinero donado por Brad Pitt y Steven Spielberg, mientras las colas de parejas en busca de un certificado legal para su unión se trasmitían en vivo por los canales de noticias. Algo salió muy mal, y la comunidad, todavía impactada, busca culpables: la iglesia mormona, la derecha religiosa en general, el voto de los afroamericanos y la propia militancia, que la incipiente autocrítica consideró elitista y escasa. O más bien confiada y cómoda. Convencida de que San Francisco y Los Angeles eran lo mismo que el resto de la California de Schwarzenegger.

Los números y los votos

La Propuesta 8 en California pasó por un margen bastante amplio: 52,2 por ciento del electorado eligió prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo. En números reales, la Propuesta ganó por 400.000 votos. Mucho peor fue el resultado de Florida, donde la ley requiere que las enmiendas constitucionales ganen por un 60 por ciento, y la que prohíbe el matrimonio lo hizo por un 62,1%. El texto es el mismo, “el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer” y fue esponsoreada por el grupo Florida4Marriage (Florida por el casamiento). Agrega: “Ninguna otra unión legal será tratada como un matrimonio, y un equivalente, de existir, no será válido o reconocido”. Lo que significa algo así como que si se consigue en el estado una unión civil cuyos alcances en términos de derechos sean idénticos a los del matrimonio será prohibida.

En California, los que se oponían a la Propuesta 8 (la comunidad gay y quienes los apoyaron) juntaron mucho más dinero que el bando opositor: 43, 6 millones de dólares vs. 29,8 millones de dólares. La mayor parte del dinero contra la Propuesta vino de compañías como Google o Apple Inc., y de celebridades: fue la campaña y la elección que recaudaron más plata en la historia de la democracia de los Estados Unidos, con la única excepción de lo recaudado por el presidente electo Barack Obama. Pero las donaciones de la derecha religiosa fueron más espectaculares en forma. El Times recoge un caso paradigmático: “La modesta pareja mormona formada por Rick y Pat Patterson, padres de cinco hijos, sacaron 50 mil dólares de sus ahorros y se los dieron a la campaña pro Propuesta 8. Le dijeron al diario Sacramento Bee: ‘No fue una decisión fácil, pero fue clara, y lo hicimos para beneficiar a nuestros hijos y a nuestros nietos’”.

En Arkansas, la victoria conservadora fue impresionante: votaron una propuesta –no una enmienda constitucional, digamos que una legislación, por usar un paralelo– que les prohíbe a las parejas cohabitantes, pero no casadas, la adopción. La medida afecta también a las parejas heterosexuales, pero fue impulsada por la organización conservadora Family Council como un intento de “frenar la agenda gay”.

El dinero religioso


De los 29 millones recaudados por quienes apoyaban la Propuesta de prohibir el matrimonio gay, 22 llegaron de fuera del estado de California, especialmente del estado de Utah, la patria chica de los mormones. En realidad, no se sabe exactamente el origen personal de los fondos, porque no se consigna la religión de los donantes. Pero los mormones no han callado su oposición al matrimonio gay: al contrario.

La Iglesia, que tiene apenas 178 años –una iglesia recién nacida si se la compara con el resto de las religiones masivas– tiene una importancia enorme en el Oeste de Estados Unidos. En una crónica publicada en octubre por el diario High Country News, se explicaba: “La iglesia ha crecido rápidamente. Tiene más de 13 millones de miembros en todo el mundo, incluidos los cuatro millones en el Oeste. Ahora es tan poderosa como para forzar algunas de sus doctrinas en quienes viven allí y no son fieles. En Utah, por ejemplo, los que quieren tomarse un vaso de alcohol fuerte deben asociarse a un club privado, darles toda la información personal requerida, y pagar una cuota”.

Los mormones son los grandes acusados. Hasta Andrew Sullivan, el super periodista y blogger que escribe para el prestigioso The Atlantic, está enojado con los mormones: “El liderazgo de la Iglesia de los Santos de los Ultimos Días tiene todo el derecho a usar su dinero para promover la Propuesta 8, pero ahora las personas gays y sus familias tienen todo el derecho a señalar a la iglesia mormona como enemigos de los derechos civiles y de los gays. Esto se calificará como prejuicio. Pero los gays no están trabajando para quitarles derechos civiles a los mormones, mientras que los mormones lograron con éxito una campaña que les sacó derechos civiles a los gays”.

La iglesia mormona hizo una campaña de hormiga. Los voluntarios, siempre activos, fueron de casa en casa por toda California para hablarle a la gente de la Propuesta 8. Usaron varios elementos falsos, como que el matrimonio sería enseñado en las escuelas (agitando, una vez más, el fantasma del infame y falso vínculo entre homosexualidad y pedofilia). Chad Reiser, el líder del Club Republicano de la Universidad mormona de Brigham, en Idaho, dijo: “Tratamos de que sea una cuestión casi obligatoria juntar dinero. La Propuesta 8 es una cuestión moral, importante para todos. La Iglesia tiene un standard sencillo de moralidad sexual: las relaciones íntimas son sólo apropiadas entre un hombre y una mujer en matrimonio. Toda modificación de esta definición tradicional erosionará la ya débil estabilidad de los matrimonios y la familia en general”. Kim Clark, el presidente de la Universidad, es todavía más extremo: “Esto no tiene nada que ver con la separación de Iglesia y Estado. Ellos hablan de derechos civiles, pero lo que quieren es destruir la religión en nuestra sociedad. Habrá más batallas y más frecuentes, porque hay un cambio en el clima político y en los grupos de presión. No están dirigidos a una religión en particular: sencillamente quieren destruir a la religión”. Si esta es la opinión de los mormones mejor educados, debe ser escalofriante lo que les pasa por la cabeza a los fieles del común.

Por supuesto, los mormones no fueron los únicos religiosos donantes. La iglesia católica, congregaciones de judíos ortodoxos y grupos evangélicos también donaron millones, pero no son señalados de la misma manera. Quizá porque fueron más discretos.

El voto afroamericano, los demócratas y el presidente electo

Escribió Aaron Hicklin en The Guardian: “Seis meses después de que la Suprema Corte de California echara abajo la prohibición del matrimonio para personas del mismo sexo, desatando una ola de bodas gay, esto es como despertar para darse cuenta que seguimos siendo el chico problemático que los otros niños dejan de lado en el patio de la escuela. Los demócratas tienen una deuda con los gays: su apoyo es tibio, y sólo se cristaliza cuando abandonan el gobierno. Por eso fue tan seguro para Bill Clinton darle su apoyo a la campaña contra la Propuesta en las últimas semanas, a pesar de que había aconsejado a John Kerry en 2004 que apoyara las prohibiciones al matrimonio gay y el Acta de Defensa del Matrimonio, que él mismo transformó en ley en 1996”. Y eso explica por qué Obama ejecutó una danza tan incómoda con eso de estar “a favor de la igualdad” pero en contra del matrimonio gay. La semana pasada dijo en MTV que la Propuesta 8 era “innecesaria”, pero reiteró que estaba en contra de la igualdad matrimonial, una declaración que les cayó de regalo a los promotores de la Propuesta 8, que usaron sus palabras en panfletos y spots publicitarios.

¿Es cierto, entonces, que Obama no acepta el matrimonio gay y que la comunidad afroamericana votó a favor de la Propuesta 8? Sí, es cierto. En California, según los números de CNN, la diferencia fue de 69 (a favor de la prohibición) a 31 (en contra). Y si bien Obama fue cuidadoso con el tema, no lo ocultó: en un artículo aparecido en The New York Times el 1º de noviembre de este año, apareció esta explicación: “Como cristiano –Obama es miembro de la United Church of Christ–, cree que el matrimonio es una unión sagrada, una bendición de Dios, y que debe estar destinada al hombre y la mujer. Sus asesores dicen que aunque no está de acuerdo con las leyes que lo prohíban, y que está abierto a la posibilidad de que sus puntos de vista estén ‘distorsionados’, no apoya estas uniones y no tiene la inclinación de luchar por ellas”. Uno de sus asesores en asuntos gays de campaña, el también gay Michael Bauer, agregó: “Barack es un intelectual, y sé que ha estado pensando acerca de su posición, acerca de lo que es justo para la gente. Pero no está de nuestro lado en esta cuestión”. Esto provocó que algunos comentaristas, como Hicklin, escribieran, enojados: “No hace falta decir que no veríamos ganar la elección a un norteamericano negro si las batallas por los derechos civiles en los años sesenta se hubieran planteado como plesbicito”.

La “acusación” a la comunidad afroamericana es, claro, peligrosa. Un hombre gay y afromericano que participó de las marchas en Los Angeles el día después de la Propuesta le contó a The Canadian Press que era “como estar en una marcha del Klan, sólo que los hombres del Klan usaban polos Abercrombie”. La profesora de ciencia política especializada en cuestiones de raza en la Universidad de Virginia Toni Michelle-Travis explicó: “El éxito de la Propuesta 8 es ciertamente más sobre religión que sobre otra cosa, pero no se puede negar que en la comunidad afroamericana la homosexualidad no tiene la misma aceptación que en otras comunidades. Si se piensa en su lucha durante la esclavitud, la única forma que tenían de sobrevivir, de tener futuro y preservar su cultura era tener hijos. Así que el valor de la familia y la heterosexualidad siempre ha sido muy importante, reforzado por las iglesias de la comunidad a través de las generaciones. El movimiento por los derechos civiles fue liderado por las iglesias de la comunidad –hay que recordar a los reverendos Martin Luther King y Jesse Jackson– así que la iglesia y la religión son una parte muy central de la comunidad. Además, los afroamericanos no ven la lucha por los derechos de los gays en los mismos términos que la suya. Piensan ‘los blancos no me dejaban votar ni trabajar: ustedes pueden hacer las dos cosas’”.

La autocrítica y el cuestionamiento

Hay gays y lesbianas más radicales, que apoyan a quienes desean el matrimonio dentro de su comunidad, pero desaprueban la idea en un sentido filosófico. ¿Por qué este deseo de normalizarse, de querer ser parte de una institución cuestionable y cuestionada, conservadora, en muchos casos productora de infelicidad e hipocresía? ¿Por qué no tener una unión propia, con otro nombre, sin tanta carga simbólica? Ese cuestionamiento existe en muchos países, pero en Estados Unidos es bastante marginal, como todo pensamiento de izquierda. Pero hay ejemplos más leves. El editor de arte y entretenimiento de The Advocate, Corey Scholibo, era uno de los que no tenían interés en el matrimonio, aunque, claro, no pertenece a un grupo radical (más bien pertenece a los apáticos). Lo explicó así en su última columna para la publicación: “Nunca quise casarme, y cuando la lucha por el matrimonio se volvió el foco del movimiento LGTB, no me convenció. Aunque creía que quien quisiera casarse debía tener el derecho a hacerlo, no creía que fuera allí donde debíamos poner nuestro esfuerzo. Rechazaba el argumento de que las personas gays eran iguales a las demás; de hecho, celebraba las cosas que nos hacían diferentes, que nos permitían cuestionar la monogamia, el matrimonio, el ideal de familia”. Sin embargo, Scholibo tuvo su epifanía en estos días, después de que pasó la Propuesta 8, después de que un derecho le fue arrancado a la comunidad: “En septiembre, empecé a juntar donaciones en contra de la Propuesta, y conseguí que todos mis amigos hicieran acciones de visibilidad. Pero lo hice de una manera antiséptica, distante. No estaba luchando. Quería que me dieran este derecho como me dieron tantas otras cosas, cosas que mi generación da por hechas. Pero anoche, frente a la iglesia mormona, me sentí una víctima por primera vez. Gritar que quería los mismos derechos y hacerlo sin sarcasmo, sinceramente, me despertó. Fui joven y gay y estaba enojado por primera vez en mi vida”.

Andrew Sullivan, mientras tanto, publicó la carta de uno de sus lectores que cuestionaba cómo se había manejado el movimiento gay. Decía el lector, un activista: “Trabajé tanto por la campaña de Obama como por la campaña contra la Propuesta 8 y no puedo dejar de marcar lo diferentes que eran, en estilo y en sustancia. La de la Propuesta era ‘desde arriba’, la de Obama, bien de base. En la Propuesta, era alucinante el grado de ‘guión’: no digan ‘derechos civiles’, ‘no digan gay’, eran las ‘órdenes’. Yo no podía creerlo. Lo brillante de la campaña de Obama era que pedía que contáramos nuestra historia, ensuciarse, ser personal. Con la Propuesta 8, los líderes de la comunidad no permitieron que los activistas nos sacáramos los guantes. Encima, nos pidieron que nos alejáramos de las escuelas y las iglesias. Esa mentalidad compra por completo la campaña de lavado de cerebro de la derecha religiosa, la idea de que el matrimonio entre personas del mismo sexo va a corromper la moral y a los chicos. ¿Qué mierda le pasó a nuestro liderazgo?”. En el mismo sentido se pronunciaba la activista Pam Spaulding, con respecto a la militancia dentro de la comunidad afroamericana: “No nos acercamos a ellos, y menos aún a los gays negros. Hace años que hablo de incluir el tema de raza en los asuntos LGBT. Espero que con esto se despierten de una buena vez nuestros ‘gays profesionales’, y que salgan de su comodidad satisfecha y nos ayuden a construir este puente. Mientras los negros LGBT sigan siendo invisibles en sus comunidades y exista una negación del color en el liderazgo público de la comunidad, la comunidad afroamericana socialmente conservadora puede seguir negando que yo existo como lesbiana negra”.

El día después

El martes pasado, más de mil activistas gays se juntaron frente al templo mormón de Westwood, al grito de “¡Queremos igualdad y la queremos ahora!”. La marcha continuó hacia Sunset Strip donde cortaron la calle: hay que recordar que en Argentina cortar la circulación del tránsito es una forma común de protesta, pero en Estados Unidos la “ruta” es sagrada. Ese único dato, el del corte, habla del grado de enojo, al menos, porque el riesgo de ser detenido es alto (de nuevo: en Estados Unidos las protestas son reprimidas de formas que aquí consideraríamos propias de una dictadura). Según The Advocate, un veterano dijo: “Esto es un nuevo Stonewall”. Los líderes de la comunidad en California van a acudir a la corte, reclamando que la Propuesta 8 es ilegal porque quita derechos constitucionales fundamentales, pero muchos creen que el éxito de esta demanda puede ser nulo. Y Sullivan, que apoya el matrimonio gay desde hace dos décadas y escribió libros sobre el tema, también trató de encontrar mística: “Hay que tranquilizarse. Hay que recordar que nunca antes tuvimos este nivel de apoyo a la igualdad matrimonial. 18.000 parejas están legalmente casadas en California. Pronto, muchas se podrán casar en Connecticut, y en Massachusetts lo hacen sin problema. Estamos ganando. Esta la perdimos, pero por muy poco margen. Ver cómo una mayoría religiosa le quita derechos a una minoría es un hecho educativo. Ya cambió nuestra forma de pensar”.

Mientras tanto, la ciudad de Silverton, Oregon, vivió otro día histórico: ganó las elecciones como intendente Stu Rasmussen, de 60 años, transexual. No fue el único: en todo el país, 77 candidatos abiertamente gays ganaron su banca en diferentes puestos públicos. Según Check Wolfe, presidente de la organización Gay Lésbica Victory Fund: “Nuestro gobierno se volvió más representativo, y nuestra democracia es más fuerte”.

Y, sin embargo, la herida de California sigue abierta. Porque era una batalla que se daba por ganada.

¡Sigan participando!

El gobernador Arnold Schwarzenegger, mientras tanto, tiene una posición cambiante. Esta semana dijo que el triunfo de la Propuesta 8 “es desafortunado, pero no es el final”, y en una entrevista con CNN agregó: “Creo que una vez más podremos desarmar la prohibición si la Corte quiere, y movernos desde ahí”. Además aseguró que no se les quitará el derecho a las personas que ya están casadas por la ley anulada.

Su posición no fue siempre auspiciosa. Personalmente se pronunció de acuerdo con el matrimonio como unión entre hombre y mujer. Vetó dos veces leyes –escritas por la Cámara Legislativa del Estado– que legalizaban los matrimonios gays, diciendo: “No podemos tener un sistema en el que la gente vote y después la Legislatura ignore ese voto”. Se refería a la Propuesta 22 del 2000. Pero el gobernador se opone a la modificación de la Constitución, y afirma que lo correcto es aceptar las determinaciones de la Suprema Corte. No se opuso, entonces, a la legalización, y el 21 de mayo, cuando la Corte se pronunció, dijo: “Les deseo suerte en sus matrimonios a todos, y espero que la economía de California tenga una explosión gracias a la gente que venga al estado para casarse”. Esta semana les dio un mensaje “de fisicoculturista” a los gays y lesbianas californianos: “Cuando levantaba pesas, aprendí que no hay que rendirse nunca. Tienen que insistir hasta conseguirlo”.

Sus palabras llegan después de cinco días de protestas, que ya llevan a enfrentamientos abiertos –no violentos– con las iglesias evangélicas, católicas y mormonas en todo el estado.

La geografía de la tolerancia

El matrimonio entre parejas del mismo sexo tiene reconocimiento legal total en apenas seis países: Bélgica, Canadá, Holanda, Noruega, Sudáfrica y España. Se reconoce en dos estados de EE.UU., Massachusetts y Connecticut. La unión civil tiene una cobertura mucho mayor, con legalización total en Andorra, Bélgica, República Checa, Dinamarca, Ecuador, Finlandia, Francia, Alemania, Hungría, Islandia, Luxemburgo, Holanda, Nueva Zelanda, Eslovenia, Suecia, Suiza, Reino Unido y Uruguay, y parcial (sólo en algunos estados o provincias) en Argentina, Australia, Brasil, Canadá, México y Estados Unidos.

Un poco de historia

Según la ley de California, el matrimonio es “entre un hombre y una mujer”. En 2000, sin embargo, se votó otra propuesta similar a la 8: era la Propuesta 22, que extendía la exclusión agregando a la ley civil: “sólo los casamientos entre un hombre y una mujer son válidos o reconocidos en el estado de California”. Así, una pareja del mismo sexo casada en Massachusetts o en Bélgica, por ejemplo, no tendría su matrimonio legalmente reconocido en California. Esa campaña, ampliamente ganada (61,4 por ciento a 38,6) también fue apoyada por la derecha religiosa y, en particular, por la iglesia mormona. Hubo ocho años de lucha, de llevar denuncias a tribunales por considerar esta ley discriminatoria. En mayo de 2008, la Suprema Corte, por un margen muy pequeño (4 a 3), dictó que la prohibición violaba los derechos de gays y lesbianas. La corte tomó como comparación la prohibición de los matrimonios interraciales que existía en muchos estados sólo cincuenta años atrás. La única manera de cambiar un fallo de la Suprema Corte en California es mediante una enmienda constitucional. Para lograrla, el estado requiere 694.354 firmas peticionantes, el 8 por ciento del total de votantes a gobernador en la elección general de noviembre de 2006. Los promotores de la Propuesta 8 consiguieron 1.120.801 firmas, entraron en la elección y ganaron. Por lo tanto, ahora y hasta nuevo aviso, la definición del matrimonio como la “unión entre un hombre y una mujer” estará en la Constitución del estado.


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jueves, 13 de noviembre de 2008

Ser o no ser


La pasajera, un documental chileno que nunca termina de filmarse por las sucesivas –y a veces encubiertas– prohibiciones y la falta de apoyo financiero, pone en escena la discusión sobre si Gabriela Mistral era lesbiana o no, en un país, Chile, donde su figura es la de una heroína impoluta y asexuada, digna de adornar los billetes de cinco pesos. El debate, que para los más conservadores es sólo una manera de enlodar a la Premio Nobel, sirve para preguntarse por qué para las mujeres la única sospecha que podría confirmarse es la de ser heterosexuales.

Cuando a mediados de 2003 salieron a la luz un puñado de cartas y manuscritos, de entre los muchos papeles que el chileno José Donoso había dejado tras su muerte como legado a la Universidad de Iowa, en los que hablaba del conflicto que para él significaba sentirse atraído sexualmente por hombres (¡si hasta hay cartas en las que le hacía referencia a su futura mujer de su temida bufarronería!), la campaña por sacar del armario a Gabriela Mistral ya estaba en funcionamiento. Algo que hasta ahora no ha sido nada fácil en un país reconocidamente pacato como Chile, toda vez que la Mistral es, además de una gloria de sus letras y la primera escritora latinoamericana en ganar un Premio Nobel, un verdadero prócer cuyo rostro adorna los billetes de 5 mil pesos y su nombre bautiza calles, plazas, universidades, escuelas. Por eso la pregunta sobre si Gabriela Mistral era o no lesbiana marca una de las controversias más escandalosas de la que se tenga memoria en la cultura chilena. Con el agravante no menor de que, a diferencia de Donoso, de quien no es difícil suponer que si incluyó esos papeles comprometedores era porque no le importaba que después de muerto se conocieran, en el caso de Mistral no hay pruebas concluyentes sobre su sexualidad, sino sólo chismes, suposiciones, ocultamientos, intrigas.

Un nuevo avatar de la escabrosa polémica tuvo lugar este año, cuando fue subido a Youtube el avance de una película que gira en torno de la relación amorosa que Mistral habría tenido con su secretaria estadounidense Doris Dana (quien la secundó varios años hasta su muerte, en 1957, y fue declarada por la poeta su heredera y albacea), y en el que se incluye una escena en la que ambas aparecen besándose. Protagonizada por la actriz Claudia Celedón (cuyo parecido físico con Gabriela Mistral es notable), y dirigido por el artista Francisco Casas, quien en los ’80 formó junto a Pedro Lemebel el colectivo "Las Yeguas del Apocalipsis", La pasajera es un film que todavía no se rodó en su totalidad, aunque el proyecto existe hace más de ocho años. "Este work in progress fue duramente censurado, años atrás, por el Estado chileno y también por la prensa chilena", reza en su comienzo el trailer de la película, que dura nueve minutos y puede verse en la Web. Una denuncia que no sólo desnuda los problemas que el proyecto tuvo desde sus inicios (no sólo no pudieron obtener financiamiento en Chile sino que el gobierno mexicano, que se había comprometido a financiar la película, luego decidió no hacerlo) sino también los enormes resquemores que existen a la hora de indagar en la sexualidad de la poeta.

Uno de los gestos más audaces, en este sentido, es sin duda el libro titulado A Queer Mother for the Nation: The State and Gabriela Mistral (título sin traducción al español), escrito por la norteamericana Licia Fiol-Matta, profesora de Cultura Española y Latinoamericana en la universidad de Barnard, y sobre cuyas ideas Casas se valió para escribir el guión de su película. Allí, Fiol-Matta considera que "Mistral era una lesbiana de clóset" y conjetura que su largo exilio (en 1922 ella emprende un viaje a México, convocada por el gobierno para colaborar en un proyecto de reforma educativa, y desde entonces no vuelve a residir en Chile) "es bastante posible que sea, en parte, un exilio sexual". "En mi libro no trato de probar que Mistral sea lesbiana, aunque su vida tiene muchas señales de lesbianismo", declaró Fiol-Matta, para quien, si bien no se han conocido hasta ahora evidencias concretas, es bastante probable que se hayan ocultado o destruido cartas que oficiaran de prueba de la homosexualidad de la poeta.

Muchas han sido las voces que se han levantado en este tiempo para defender a Gabriela Mistral de los intentos por "lesbianizarla". Sin contar la catarata de críticas que el libro de Fiol-Matta suscitó en el periodismo chileno (el diario El Mercurio consideró una "lástima enorme" que se pretendiera convertir a la poeta en "estandarte para los derechos de los homosexuales, mermándole su importancia de escritora con una causa que ella jamás amadrinara"), un crítico de la talla del recientemente fallecido Volodia Teitelboim, autor de una de sus biografías más importantes, expresó su rechazo a la idea de que una película ventile el supuesto romance que la poeta habría tenido con su última secretaria arguyendo que "enloda la memoria de una gran mujer chilena y latinoamericana". No en vano Teitelboim ni siquiera menciona en su biografía, titulada Gabriela Mistral, pública y secreta, las especulaciones que al respecto existían cuando publicó su libro en 1996, más allá de que sí se mete con otros aspectos de su leyenda negra, como el abuso sexual que Mistral habría padecido a los siete años y el horror al sexo que se dice que sufría.

La selección de su diario íntimo que Jaime Quezada publicó con el título de Bendita mi lengua sea ha sacado a la luz una llamativa anotación (que deja ver que los rumores ya corrían en vida de Gabriela) que a más de uno le ha servido para desacreditar sospechas. "Y hasta me han colgado ese tonto lesbianismo, que me hiere de un cautiverio que no sé decir. ¿Han visto tamaña falsedad?", escribía Mistral con tono de enojo. Frase que constituye, según Quezada, la única ocasión en que la poeta realiza una reflexión o una queja sobre el tema del lesbianismo en su diario, y en la que quienes adscriben a la teoría de la mascarada no ven otra cosa que el fastidio que seguramente le producía que se murmurara a sus espaldas algo que ella se cuidó de mantener en secreto.

Acaso a esa frase bien podría confrontársele esta otra, de una carta de Gabriela a Doris Dana fechada en diciembre de 1948: "Cuando tú vuelvas, si es que vuelves, no te vayas enseguida. Yo quiero acabarme contigo y quiero morirme en tus brazos". Palabras en las que Mistral formula un deseo que finalmente cumplirá en su lecho de muerte, y que destilan algo de la pasión que las actrices del film La pasajera imprimen, hasta donde se puede ver, a sus personajes. "Ya era hora de romper con la imagen de profesora rural de Gabriela. Ella era gozadora, le gustaba el trago y fumaba muy masculinamente. Su lesbianismo era demasiado evidente. Ella y Doris grababan en cintas sus conversaciones y toda su intimidad. Obviamente, ella quería que todo su país supiera que era lesbiana", dijo Claudia Celedón en una entrevista. Una manera un tanto extrema de interpretar el asunto, ya que es bastante cuestionable que Mistral, pudorosa como era, haya querido exponer por motu proprio su sexualidad, siquiera póstumamente.

Pero algo raro hay, de eso no hay duda. Por más que quienes pretenden mantener a la Mistral en el pedestal de maestra de todos los niños de América, de madre asexuada y mujer religiosa (una imagen que ella misma se encargó de forjar a lo largo de su vida), no quieran saber nada con la posibilidad de que se sepa cuán lesbiana fue o dejó de ser, o pudo haberlo sido. Más allá de lo necesario que es hacer honor a la verdad y dejar de lado cualquier planteo homofóbico que pueda infiltrarse en el asunto, también hay que decir que las lecturas en clave queer de su obra, sin contar lo inútiles que puedan llegar a ser, corren el riesgo de caer en el craso biografismo, buscando una corroboración literaria de una aspecto de su vida signado por la discreción y el decoro. "Toda obra es autobiográfica, pero no de la manera que ustedes creen", dijo alguna vez Gabriela Mistral. Y el resto, como sabemos, es literatura.

Patricio Lennard
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miércoles, 12 de noviembre de 2008

Sorpresas


“¿Y por tener qué comer delante de una perra no hay descuento…?”. Ésa fue la frase con la que una mujer sentada en la mesa de enfrente de mí atacó a la moza en La Baranda, un restorán en Martínez donde voy a comer a menudo. La perra en cuestión era Mono, mi caniche toy. El caniche toy irrita mucho a la gente, es común escuchar –sobre todo a los hombres– que odian esos perritos de mierda y que les gustan los perros grandes y que lo primero que tienen ganas de hacer cuando ven un caniche toy es pegarle una patada y que no aguantan a los perros chiquititos y que les gustan los perros grandes y que los chiquititos no sirven para nada y que son histéricos y que los grandes cuidan la casa y son más inteligentes y más tranquilos.

Un día tuve un problema eléctrico en mi casa, entonces llamé a un electricista. No me gusta meterme con la luz, le tengo pánico. Llegó Javier, el electricista. Un hombre de unos cuarenta y pico, claramente heterosexual, hosco, corto. Le expliqué el problema que había en casa. Durante la explicación se mantenía seco y asentía con la cabeza. Sabía lo que estaba pasando… yo, Peña, figura incómoda, lo ponía incómodo. Sé lo que despierto en la gente, hasta en vos que estás leyendo… sé que me odiás, que me tenés envidia, que me amás, que me admirás, y que pensás que soy un tarado. A Javier le estaba pasando lo mismo. Cuando esto sucede prefiero ser práctico. Ya estoy acostumbrado al lastre conveniente e inconveniente de la fama. Entonces me aclaro y me digo: “Él es un trabajador. Me sirve. Le sirvo. Le pago. Cobra…”. Terminé la explicación, fui claro, tun tun tun, y casi sacándomelo de encima empecé a subir las escaleras de mi casa… “¡Uuuuuuuuyyyyyy no lo puedo creer tenes un caniche toy!”, me dijo. No podía creer lo que estaba viendo. Ese hombre tan heterosexual, tan hosco, tan seco, tan asustado de Peña se había convertido en una señora melosa, tierna... en un nene.

Bastó con verla a Mono para que no parara de hablar. Habló casi una hora. Habló de cómo había odiado a los caniches toy. Habló de cómo se había enfermado. Habló de cómo habia tenido que estar durante casi un año postrado. Habló de cómo en ese año un caniche toy no se bajaba de su cama. El caniche toy de su mujer. No de él. Habló de cómo él no sabía qué hacer para sacarlo de su cama. Habló de cómo lograba sacarlo de su cama y también habló de cómo el caniche toy volvía por su cuenta. Habló hasta por las tapas. Habló tratando de explicarse, tratando de explicarse la parábola, la paradoja, la paradoja de cómo había podido ser que un hombre tan machazo, tan recio, tan hosco, tan electricista y tan en contra de los caniches toy había sucumbido; se había entregado. Seguía hablando; yo, mudo; él se explicaba y se explicaba la burla, la sorpresa, lo que nunca había visto venir: yo mudo, él feliz explicando. Y seguía, y no había quién lo parara. De repente sonó su celular, su celular que sonó y que lo paró, ring, lo atendió, volvió a la realidad. Habló, habló, cortó.

Acarició a Mono casi con vergüenza, casi disculpándose. “Bueno, ¿entonces qué es lo que había que hacer?”, me preguntó componiéndose sin ganas. Le expliqué lo que había que hacer y lo hizo… y volvió… y volvió... y volvió a hacer lo que había que hacer, haciéndose el electricista, muriendo por Mono… componiéndose… descomponiéndose… aceptándome… tragándome… por Mono… por él… por su enfermedad… por estar sano… por un caniche toy que lo desarmó, que lo volteó, que lo tumbó, que lo desmoronó, que lo salvó.

Nunca entendí a Picasso. Nunca me interesó Picasso. Me acerqué a Picasso, lo entendí y lo empecé a disfrutar después de leer su biografía. Después de saber de él. Después de entrar en su vida. Después de compartirlo y comprenderlo.

Sólo después de eso, porque antes Picasso era Picasso: un pintor, un cubo cubista, un objeto casi molesto, casi un sustantivo, casi una cosa, una cosa que nunca hubiera llegado a ser si no me hubiera acercado como Javier al perrito y como la vieja a su queja.

Fernando Peña
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martes, 11 de noviembre de 2008

El Opus tiene quien le escriba


Miembro del Opus Dei y columnista de un diario cercano al Partido Popular, Pilar Urbano acaba de sacudir a la abúlica realeza española. En su último libro, La reina muy de cerca, la periodista lleva agua para su molino fanáticamente católico haciendo hablar a doña Sofía en contra del aborto, la eutanasia y el matrimonio gay. La polémica recién empieza.

”Jubílate ya, Pilarica.” Así decía un blog dedicado a uno de los tantos best sellers de supermercado que anualmente publica la periodista española Pilar Urbano. Títulos sugestivos —Yo entré al Cesid, Jefe Atta—, de gran tiraje y lanzamientos a todo trapo, estos libros de liviana y sesgada investigación periodística suelen terminar en las mesas de saldo del Corte Inglés. Con gran sentido de la oportunidad, esta valenciana de cuidados 68 años y pelo corto y esponjoso recupera personajes y temas polémicos que siempre dan que hablar. A la biografía del paladín anticorrupción español, el juez Baltazar Garzón —El hombre que veía el amanecer, tituló esta señora con acertado ojo cinematográfico—, se suma el recientemente publicado La reina muy de cerca, que ha provocado malestar en La Zarzuela. Es que en esta compilación de las conversaciones que durante dos meses Urbano mantuvo con la reina Sofía, no deja bien parada a esta última (claro, según quién lo mire). En el libro, lanzado este mes para que coincidiera con el 70º cumpleaños de Doña Sofía, ésta rompe el principio de neutralidad que se espera de ella y se declara en contra del aborto —una importante y relativamente reciente conquista de las españolas—, la eutanasia y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Incluso, días antes de que Estados Unidos eligiera a su primer presidente negro, en sus páginas la reina se pregunta “¿qué importa el color de la piel?” de Barack Obama.

No bien se conoció el contenido del libro, varias agrupaciones de gays y lesbianas calificaron de “xenófobos” los comentarios de la reina, que oficialmente no puede tomar partido, votar, ni opinar sobre las leyes aprobadas en el Parlamento español. Precisamente, ése es el caso de la ley sancionada por el gobierno de Zapatero en 2005, que autoriza el matrimonio entre personas del mismo sexo. La Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (Felgtb) incluso exigió a La Zarzuela una rectificación formal, que llegó a las pocas horas y fue levantada por todos los medios españoles. En el comunicado, la Casa del Rey lamentó “la inexactitud de las palabras” atribuidas a Doña Sofía, quien, en los encuentros con Urbano manifestó su “respeto” por las uniones entre homosexuales, pero que no aceptaba que se las llamase “matrimonios”. “La reina es valiente y no se puede acobardar por un pollo que han montado ahora los gays”, espetó Pilar Urbano en un conocido programa de radio español, Hora 25. Para qué... Enseguida llegó otra andanada de críticas provenientes de varios colectivos de defensa de los derechos de minorías sexuales, que reprobaron las palabras poco felices de esta “fundamentalista del Opus Dei”, como calificaron a esta socia numeraria de la controvertida organización católica. No fue casual que Urbano haya sido también la biógrafa del cura José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus y canonizado en tiempo record en 2002 por Juan Pablo II.

En un primer momento, la suerte de Pilarica, que ya había publicado un libro sobre la reina, parecía echada. Sus conversaciones con Doña Sofía nunca fueron grabadas, con lo que le sería imposible probar sus dichos si el asunto llegara a mayores. “En una batalla contra la Casa del Rey, Urbano debería durar lo que un caramelo a la puerta de un colegio”, aseguraba hace unos días el periodista radial Javier Casal. Pero la polémica, acicateada por declaraciones que llegan de todos los bandos —la izquierda, la realeza, los colectivos gays, las feministas y el Partido Popular—, claramente favorece las ventas del libro, cuya primera edición ya se ha agotado.

Ante los medios españoles, Urbano aseguró que en su libro transcribió todo lo que vio y oyó en La Zarzuela, que por otro lado habría aprobado las “galeradas” —pruebas— que la periodista le envió antes de que el material fuese enviado a la imprenta. Según Urbano, la reina sólo pidió que se pulieran comentarios que hubieran podido interpretarse como “despectivos” hacia la Corona británica. Las otras correcciones, asegura la autora, se referían a la foto de la tapa y a la primera opción para el título del libro, La reina confidencial, que finalmente fue cambiado por el menos explosivo La reina muy de cerca. En medio de la polémica que desde fines de octubre sacude los cimientos del abúlico y tranquilo Palacio de La Zarzuela, Urbano se permitió cuestionar incluso la redacción del comunicado real, que atribuyó a “algún edecán” demasiado celoso de la imagen de la reina. También rechazó que los dichos de Doña Sofía fueran de carácter privado, como aseguró la Casa del Rey. “Si las declaraciones son supuestas, pero en todo caso pertenecen al ámbito privado, como dice el comunicado, ¿en qué quedamos? Lo ha dicho o no lo ha dicho?”, se impacientó. “La reina sabía que esas conversaciones iban a aparecer en mi libro”, dijo la columnista estrella del diario conservador El Mundo, próximo al Partido Popular. “Mi redactor jefe se llama Verdad”, concluyó Urbano, calificada por sus simpatizantes como “cronista de la democracia”. Es que el 23 de febrero de 1981, cuando se consumó el intento de golpe de Estado que mantuvo en vilo a todos los españoles, la periodista estaba apostada en la Cámara de Diputados. “Tuve una metralleta a un palmo de mi cintura. No me tiré al suelo. Aquella tarde y aquella noche supe de un modo definitivo que la libertad vale más que la vida. En pie, seguí escribiendo mi crónica: la más viva y palpitante que he escrito jamás”, dice con prosa marketinera en el libro que publicaría más de dos décadas después, Yo indagué el 23-F. Con estética similar y un contenido decididamente autorreferencial, antes había publicado Yo entré al Cesid, escrito en pocas semanas y donde se narra un novelesco cóctel de espionaje y contraespionaje con escenario en el Centro Superior de Información de la Defensa, el servicio secreto español, que en 2002 pasó a llamarse Centro Nacional de Información. No se la puede culpar: esta periodista se ha ganado el mote de “sacacorchos”, término no siempre positivo que ha prendido como pólvora entre la opinión pública local para referirse a los reporteros incisivos, pero que a veces privilegian el tono amarillista a la escurridiza y por momentos quimérica imparcialidad periodística.

M.B.
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miércoles, 5 de noviembre de 2008

Vida mía


María Elena Walsh rara vez da entrevistas. Ultimamente, ha vivido fuera de la escena pública. Pero ahora, con motivo de la publicación de Fantasmas en el parque (Alfaguara), un libro con alto componente autobiográfico, que funcionaría como continuación de aquel memorable Novios de antaño, aceptó charlar con Radar. En su casa de Palermo, cerca del parque Las Heras, donde transcurre el libro, habló de la vida bajo el peronismo, de su legendario dúo con Leda Valladares ante el público más selecto de Europa, del acecho de la dictadura, de por qué dejó de componer canciones para niños, de la enfermedad con la que luchó cuando era joven, de su inmenso amor con Sara Facio y del pudor con que se ha guardado de hablar de todos estos temas hasta ahora.

Ya que la cita es a las 5 de la tarde en la casa de María Elena Walsh, no está mal salir con tiempo para honrar así la puntualidad de la que la hora del té es sabido arquetipo. Pero la impaciencia y la celeridad del colectivo y el risueño desgano que provoca la idea de repetir esa escena de adolescencia en la que María Elena es invitada a tomar el té a casa de los Bioy Casares, y porque llega tempranísimo, decide dar varias vueltas a la manzana antes de tocar el timbre... para evitar justamente eso y no tener que andar calculando la cantidad de vueltas en función de los minutos que restan para que sean las 5, el descenso se produce dos paradas antes con la idea de dar un paseo por el escenario que la Walsh ha elegido para su último libro. Qué mejor manera de ir entrando en tema, después de todo. Qué más apropiado que hacer el intento de divisar detrás de los palos borrachos del parque Las Heras la estela de alguno de los fantasmas de los que ella habla en Fantasmas en el parque. Fantasmas que en un primer momento arrastran tras de sí un pasado del que ya no quedan rastros, y que la máquina del tiempo que MEW pone a funcionar descubre entre los desaparecidos murallones de la Penitenciaría Nacional que se erigía allí hasta que, en 1962, fue demolida, pero que también adquieren el rostro de sus seres queridos y la estampa de sus propios y entrañables difuntos, alrededor de los cuales se va hilando aquello que de autobiográfico posee este libro (que, por cierto, es bastante) así como su tono crepuscular, su afán introspectivo, sus aires de despedida.

Mito viviente, prócer cultural, blasón de casi todas las infancias (cuántos grandes han escuchado sus canciones siendo padres y la han adoptado retroactivamente), María Elena Walsh cumplió el 1º de febrero 78 años. Y si bien se acaban de editar por primera vez en formato de libro sus célebres obras de teatro Canciones para mirar y Doña Disparate y Bambuco, es Fantasmas en el parque su verdadero regreso a la literatura desde que en 1990 publicó Novios de antaño, su primera novela. A este libro, en el que cuenta en clave de ficción sus años de niñez y su primera adolescencia, parece venir a completar Fantasmas en el parque, aunque de un modo fragmentario y siguiendo los caprichosos vaivenes del recuerdo. Vaivenes que desde nuevos ángulos echan luz sobre momentos clave de su biografía, como sus tempranos inicios en la poesía y su acceso vertiginoso al círculo literario que orbitaba entre el diario La Nación y la revista Sur, el padrinazgo de Juan Ramón Jiménez y su estadía en los Estados Unidos bajo su tutela, su viaje a París junto a Leda Valladares en 1952 y el inicio de su carrera como cantante, la muerte de sus padres y la conflictiva relación con su única hermana, el cáncer óseo que le diagnosticaron en 1981 y del que se curó luego de muchos padecimientos, junto a un larguísimo etcétera. Recuerdos que en Fantasmas en el parque se entreveran con anécdotas jugosas, citas de libros, semblanzas de personalidades y pensamientos que parecen provenir de un desahogo a vuelapluma que remeda, de a ratos, el cuaderno de notas, y que cuadran en un relato más grande, que le da unidad al todo, en el que una viejita en la que es imposible no figurarnos a la propia Walsh va todos los días al parque Las Heras a leer o a conversar con algún que otro conocido. Una viejita que se rehúsa a ser como esos otros viejos que se sientan a ver pasar la vida en un banco a la sombra, dispuesta como está a observar atentamente qué sucede a su alrededor y a desempolvar el desván de la memoria cuando la ocasión se presta, y ante la cual se ciernen como cruentos monigotes, como espantajos que agitan las profundidades de su ser, los fantasmas de la vejez y de la muerte.

A las 5 en punto el dedo índice se precipita sobre el portero eléctrico del edificio de la calle Scalabrini Ortiz y quien baja a abrir es el escritor Leopoldo Brizuela, amigo de María Elena y artífice de que ella haya aceptado (renuente a dar notas por su estado de salud) hacer esta entrevista. Con su cabellera blanca y esa mirada de rayos X ante la que de golpe uno se siente como desnudo, y que es atribuible a su ojo fotográfico, Sara Facio abre la puerta de arriba. María Elena está cinco pasos más allá, con una blusa amarilla, visiblemente nerviosa, sentada en la silla de ruedas desde la que se ha acostumbrado a hacerles pito catalán a sus fatigadas piernas. Y al final del living, cuyas paredes albergan nutridas bibliotecas, está la mesa dispuesta para el té que permitirá romper el hielo, y en cuyo transcurso Facio cantará sin poder cazarle el tono ni una sola vez una canción de Antonio Tormo titulada “Amemonós” –así, con acento al final–, cuya letra les ha llevado vaya uno a saber por qué Leopoldo Brizuela.

Para el que no sepa qué hace allí la fotógrafa Sara Facio, quizá sea bueno aclarar que ella y María Elena viven juntas desde hace casi treinta años. Y que Sara, según se dice en la página 63 de Fantasmas en el parque, es su “gran amor, ese amor que no se desgasta sino que se transforma en perfecta compañía”. ¿Para qué seguir ocultándolo? ¿Para qué ocultar que Sara Facio no es tanto “el primero de los muchos ángeles que secundan a María Elena Walsh” (como dijo un periodista en la presentación del libro) sino su compañera de ruta, su pareja, al igual que lo fueron Leda Valladares y María Herminia Avellaneda en otros momentos de su vida? Y con esto no se peca de chismoso ni se cae en la indiscreción. Sólo es informar que María Elena Walsh ha decidido hacerlo público en Fantasmas en el parque. Un gesto sobre el que sería desubicado y superficial aplicar la consolatoria frase “más vale tarde que nunca”, ya que a ella jamás le interesó hablar de su vida privada, dueña como es de un pudor victoriano. Y eso es algo que hay que respetárselo, a ella y a cualquiera, en la medida en que el pudor, que es una forma del secreto, no es un don que cultiven los cobardes.

Después del té, en un cuarto contiguo donde será posible hablar en privado, María Elena se acomoda de un lado del escritorio, toma un sorbo de agua y dice estar lista. Antes, Sara Facio –que se nota que la cuida–- adelanta que ella puede cansarse si la charla se prolonga, y que en ese caso habrá que parar la entrevista. Pero de lo que se trata ahora es de empezar. De hacer la primera pregunta. Puntualmente, una que es casi de rigor y que la invita a contar cómo surgió la idea de escribir Fantasmas en el parque.

–De mis paseos por el parque Las Heras, que tiene algo fantasmal porque allí hubo una cárcel. En algún momento, era un montecito en los confines de la ciudad en donde estaba la Penitenciaría Nacional, y recuerdo una temporada que pasé en una pensión desde cuya terraza veía cómo los guardias cumplían en las torres sus rondas de vigilancia con las armas al hombro. Y así fue que, una vez desaparecida la cárcel, de la que por supuesto no quedó ni un ladrillo de recuerdo, como es nuestra costumbre, quizá porque allí hubo fusilamientos y quisieron borrar toda cuota de ignominia, persistió ese aire fantasmal que cuando yo iba al parque me tomaba por asalto. Hace mucho que vivo en los aledaños del parque. Desde que me vine a vivir a la Capital, con poco más de veinte años, siempre viví en Palermo o en las cercanías. Y en aquel entonces la Penitenciaría era ya un lugar mítico dentro del barrio. Mítico y temible. Pero no temible porque fuera a escaparse algún criminal, aunque es célebre la fuga que ocurrió en 1923, sobre la que Eduardo Mignogna hizo una película, en la que catorce presos huyeron por un túnel muy angosto que tenía más de veinte metros de largo, y en el que uno de ellos se quedó atascado por tener unos kilos de más, malogrando el escape de los que iban detrás suyo. El hecho es que a nadie le gusta vivir cerca de una cárcel, más allá de que esa extraña obsesión que me dio a mí con el parque haya tenido que ver con perseguir sus huellas. También con evocar mis propios fantasmas. Yo he andado mucho por sus veredas, y lo que quise contar en este libro es que me daba cuenta de que caminaba por un lugar lleno de fantasmas. Los viajes en tranvía por la calle Las Heras con mi padre, por ejemplo, se me aparecían teñidos de esa pátina. El es uno de los fantasmas que me salían al paso. Y hoy siento que yo misma lo soy también un poco.

María Elena dice haber escrito una historia sin nostalgia por el tiempo pasado. Y si bien la ficción es una parte importante, también allí se deja oír una voz de una sinceridad despiadada. “Ese es el problema de la gente reservada como yo: a la hora de hacer confidencias, se da cuenta de que escribiendo es más fácil. Y eso sucede porque en la escritura uno está como escondido, no muestra la cara, y les puede dar forma a las ideas y a los recuerdos como mejor le parezca. Sin duda hay una transformación cuando uno sale a escena, cuando se expone ante los otros. Recuerdo estar viendo a Tita Merello tras bambalinas, un ser chiquito y medio pordiosero, que apenas si tenía garbo para caminar, y que cuando pisaba el escenario parecía alta y despedía luz y era una maravilla. Y todo porque al salir al ruedo hay quienes se invisten de algo que no sabés bien qué es ni de dónde viene. Aunque en la escritura es diferente. En Fantasmas en el parque hay un esconderse detrás de la ficción, pero también hay otra zona que es todo lo contrario, en la que hago strip-tease y me digo: ‘Bueno, yo en este libro me juego, no tengo nada que esconder, no hay nada que me parezca ominoso ni terrible’. Y te aclaro, por si hiciera falta, que no partí de la premisa de que éste era un buen momento para escribir mis memorias. No, no... En Novios de antaño había hecho mis memorias de niñez y primera juventud, pero ese proyecto que alguna vez pensé continuar me terminó aburriendo y decidí dejarlo. Por eso Fantasmas en el parque no es un libro propiamente autobiográfico, sino apenas un relato en el que pongo a salvo algunas reliquias dispersas entre los recuerdos.

¿Y por qué creés que quienes han escrito sobre tu vida han sido tan pudorosos a la hora de hablar de tus amores?

–Porque es una actitud mía que se contagia. A mí no me gusta hablar no sólo de mis amores sino de cualquier otro tema personal o íntimo. Soy una persona pudorosa, muy inglesa, y por eso hay cosas de las que no se habla.

Pero en Fantasmas en el parque confesás que Sara Facio es tu gran amor y lo hacés en el marco de una conversación en la que alguien habla de ustedes como si fueran hermanas. ¿Por qué pensás que sigue siendo tan común confundir con otra cosa el amor entre mujeres?

–Porque es un gran tabú que todavía existe. El amor entre hombres está más liberado, porque ellos son piolas y liberan todo en su favor, pero a las mujeres nos cuesta más, y cuando nos sancionan nos dan con todo. Con la desaparición pública, por ejemplo. Aunque yo no veo mal mantener allí una cuota de secreto. No creo que haya que andar ventilando las cuestiones íntimas o hacer de la sexualidad una pancarta. Me gusta lo secreto, la cosa ambigua, porque también es una forma estética de mantener un estilo de vida y un estilo de escritura.

Si pensamos en escritoras como Silvina Ocampo o Alejandra Pizarnik, cuyos diarios fueron prácticamente expurgados de todo contenido homosexual cuando salieron a la luz, está claro que ese tabú aún impera...

–Sí, por supuesto. Y más si se trata de una obra de características tan particulares como son los diarios de una escritora, que en el caso de Pizarnik cayeron en manos de un pariente que no quiso saber nada con que su sexualidad quedara expuesta. Era obvio que los iban a censurar. ¡Si hasta tienen terror de mencionar el tema! Pero una cosa es el pánico homosexual y esa forma terrible de discriminación que es la censura, y otra muy distinta el silencio y la reserva asumidos voluntariamente. En este sentido, creo que las mujeres seguimos siendo poco perdonadas. Si no decime cuántos no verían con malos ojos que una mujer se niegue a la maternidad y diga: “Me revienta ser madre y tener hijos”. La verdad, muy pocos. Y ahí es donde se nota que en nuestro país no ha habido feminismo. O que si lo ha habido, ha sido una versión tímida, blandengue, autoencerrada por miedo, por pudor, por lo que sea. En países donde existió y existe el feminismo, se habla de estos temas con mucha más franqueza. Y en la Argentina, mal que nos pese, aún estamos lejos de arriar la bandera del machismo.

Cuando en el país le llegó el turno al general Perón, María Elena Walsh ya era una poeta de renombre y sus textos aparecían en las páginas del suplemento cultural de La Nación y en la revista El Hogar. A los 17 años había ganado el Segundo Premio Municipal de Poesía (le dijeron que era demasiado joven para darle el primero), y en 1947 había publicado su primer poemario, Otoño imperdonable, autofinanciado con lo que ella extrajo de “una alcancía en forma de libro donde mis padres me habían ahorrado monedas y billetitos”. Ese primer libro fue celebrado nada menos que por Pablo Neruda y Juan Ramón Jiménez, que de paso por Buenos Aires la invitó a quedarse en su casa de Maryland, en los Estados Unidos, donde le oficiaría de maestro. De vuelta de ese viaje, en donde alcanzó a visitar a Ezra Pound en el hospicio y tuvo que padecer el mal genio de Juan Ramón, a pesar de lo que éste la ayudó a mejorar su poesía, María Elena aterrizó en plena efervescencia peronista, con las caras de Evita y Perón hasta en la sopa. Y ese clima, que ella juzgó dictatorial, poco a poco se le hizo irrespirable.

Como una paloma blanca que traía en su pico una ramita de olivo, en 1951 una carta de otra poeta, Leda Valladares, por entonces desterrada en Costa Rica, le cayó con una invitación a seguirla en su aventura. Y MEW, cansada de lidiar con los celos de sus pares y de no hallar su lugar en el mundo, decidió volver a partir desoyendo los rezongos de su madre. Leda y María Elena se encontraron en Panamá y desde allí se embarcaron rumbo a Europa en el Reina del Pacífico, barco cuyos días y noches fueron testigos de los primeros pasos de MEW como cantante. A bordo, ella probó su voz en zambas de Yupanqui y los hermanos Abalos, en chacareras, bagualas y vidalitas anónimas, al son de los instrumentos que Leda llevaba consigo a todas partes.

Una vez instaladas en el Hôtel du Grand Balcon, una desvencijada pensión de artistas a la que una enorme crecida del Sena había infestado de roedores, el dúo de Léda et Marie fue pisando cada vez más fuerte en los escenarios parisienses con su exótico repertorio de canciones folklóricas. Con sólo decir que Pablo Picasso, Jacques Prévert y Joan Miró estuvieron alguna vez entre su fascinado público, y que en una ocasión hasta compartieron camarín con Charles Aznavour, por entonces un simple debutante...

“París era no sólo la universidad de los jóvenes, sino la ruta a la libertad individual, a los amores extraídos del almario (digo bien, almario, con palabra de Lope)”, leemos en Fantasmas en el parque. “París era la libertad; la libertad con todo lo que esa palabra significa”, amplía una María Elena a la que recordar aquellos tiempos le ilumina el rostro. “Además pensá que acá había dos presiones muy grandes para cualquier joven, y más para una chica: una era la familiar, y la otra la de la sociedad en que vivíamos. Estábamos en una dictadura donde la Iglesia tenía como siempre una pata metida, y era lógico que una se sintiera presionada por todos lados. Y en París, que ni idea de estas cosas, una podía hacer eclosión en lo artístico y en lo personal porque la mentalidad era otra. No en vano los artistas siempre fueron a buscar libertad a París. Algo en lo que hubo siempre una cuota no menor de indiferencia, porque si allí te dejan libre es porque no te ven ni les importás. Ese era un pequeño precio que había que pagar, y que a mí no me costó en lo más mínimo.”

Igualmente ese anonimato total en París no les duró mucho. Y cuando volvieron a la Argentina directamente se esfumó, porque enseguida se convirtieron en protagonistas de esa enorme renovación del folklore argentino que tuvo lugar a comienzos de los ’60. ¿Te produce nostalgia el idealismo de esos años?

–No. En general, no soy dada a la nostalgia. Lo único que me produce nostalgia es no poder vivir en un mundo un poquito menos poblado, donde no todo sea multitudes y empujones. Pero de eso en especial no tengo nostalgia, porque siempre contradije la ocurrencia de que con la poesía o con el arte o las letras de las canciones se podía modificar a las personas, inculcarles algo, ser docentes. Nunca me sentí atraída por ideas como ésa. Y eso se ve en mis trabajos para chicos, en donde alcanza con usar un lenguaje rico y que los versos estén bien medidos para cumplir con la “docencia”. Nunca pensé que hiciera falta agregar moraleja al final de una canción ni decirles a los nenes que se porten bien. Nunca me interesó ponerme en el papel de madre.

En Fantasmas en el parque hay muchos recuerdos de distintas situaciones de tu vida, pero llama la atención que no haya ninguna referencia a los años en que componías y cantabas para chicos. ¿Es una omisión deliberada?

–Es que no cabe en este libro. Yo siento que todo lo referente a los chicos va en cuaderno aparte. Es una separación que hago yo y que hace la gente.

¿Y en qué te hace diferencia?

–No sé... En los temas, quizá. Con los grandes, vos podés usar los temas que quieras, incluso hablar con el léxico que quieras. Con los chicos, en cambio, tenés que utilizar los temas que ellos quieren, o que suponés que quieren. Son cosas muy distintas. Y sí, tenés razón, ahora que lo pienso en el libro no me meto con eso.

¿Y por qué dejaste de componer canciones?

–Porque me pareció que era una etapa terminada y me di cuenta de que trabajaba por etapas. Y porque me dio miedo estirar lo de los chicos y terminar estropeándolo. Después me pasó lo mismo con las otras canciones, las canciones para adultos. Eran etapas, series de cosas para hacer y no para dilatar más de la cuenta. De hecho, yo tenía el ejemplo de artistas que iban estirando su obra, que la iban repitiendo con escasas variaciones, y eso me parecía empobrecedor y facilista. Además, se venía una censura tremenda. Fue en julio de 1978, si mal no recuerdo, que decidí no seguir componiendo ni cantar más en público. Y eso fue el fin de una serie de cosas que habían ido limitando mi libertad de expresión y la de tantos otros. Como el día en que iba a venir a verme el general Videla y alguien me hizo llegar una amenazadora sugerencia: “Mire que hoy viene el General, no cante tal canción, ¿estamos?”. Pero a decir verdad no recuerdo haberlo visto, creo que al final no fue, pero sí que habían preparado toda la mise en scène por si llegaba... Todo eso fue antes del golpe. El era comandante de las Fuerzas Armadas, y entonces capaz que ni se le cruzaba por la cabeza llegar a presidente. Aunque, si te digo algo, yo ya lo veía venir nada más que por la pinta.

Más de una vez has tenido opiniones sobre la vida política del país que levantaron polvareda. ¿Hay alguno de esos dichos de los que hoy te arrepientas?

–No. Para nada. Al contrario. Muchas veces los repito y me dicen: “Mirá, lo que vos dijiste hace diez o veinte años ahora pasa exactamente igual”. En general, no me arrepiento de nada de lo que publiqué, porque lo que publico pasa antes por un tamiz. Un tamiz mío, interior, que me permite meditar. Y porque escribiendo es más difícil irse de boca, para mí es más improbable arrepentirme después.

A fines de los ’70 hiciste varios viajes, ¿no es cierto? Preferirías no estar tanto acá, me imagino...

–No, no era eso. Yo en general he viajado todo lo que he podido, pero no por décadas. Buscándome pretextos o razones, hice varios viajes a Europa y a los Estados Unidos. El que sí recuerdo como una huida fue el primero, porque ese peronismo facho no me lo aguantaba, y además no podía trabajar en casi nada porque no tenía el carnet de afiliada al partido. Y fijate qué curioso: cuando vino Madonna a la Argentina a filmar Evita, me mostró muy orgullosa el carnet de la primera afiliada a la rama femenina del partido. ¡Se lo habían regalado! Ahí ves la frivolidad, la estupidez de la gente, la ignorancia. Cuando en realidad podrían habérselo dado a alguien que realmente se hubiera jugado por la causa, o ponerlo en un museo. Pero el show puede a todos, evidentemente.

Se la ve cansada. Hace un silencio. Pone cara de circunstancia. Tose un poco. Suspira.

–Bueno, esto iba a ser corto, corazón. ¿Qué entendés por corto?

Falta un poquito. Cinco o seis preguntas. Si estás cansada, paramos un rato.

–No. ¡Terminemos con esta farsa!

Sara Facio, que ha oído desde el living, entra a ver qué pasa.

–¿Estás cansada?

–Sí. He querido echarlo pero se resiste.

–¿Le pegamos?

–¡Después! Ahora dejemos que termine.

Además de su costado cascarrabias, en más de una oportunidad María Elena Walsh ha asumido su temperamento melancólico y cierta inclinación a pensar en la muerte. “Esa tendencia depresiva que tengo va y viene –decía en una entrevista–. A veces la gente no entiende eso. Que una escriba para chicos y sea así. Pero también se espera que los cómicos sean gente divertida. Y yo he conocido a varios de los grandes cómicos y eran amargos y malhumorados y deprimidos.”

Fantasmas en el parque es un libro sobre la vejez y la muerte. Un libro que ella acepta haber escrito al abrigo de esos pensamientos taciturnos que tantas veces tiene. “La muerte sobrevuela sus páginas como un gran pajarraco –dice con el tono que acaso le pondría a la primera frase de un cuento de misterio–. Y eso me hace recordar una película de Leonardo Favio, que no sé si viste o si se vio, porque él un día me la trajo a casa, en la que aparece un pajarraco enorme, feísimo, que da mucho miedo, y que si algo queda claro es que nos va a comer a todos. Bueno, eso es. Eso está en el libro.”

Algo que también está en Fantasmas en el parque es la referencia al cáncer óseo que le diagnosticaron en 1981 y del que se curó al cabo de dos años de tratamiento. Esto le permitió a María Elena trazar un paralelismo entre su enfermedad y la situación que entonces atravesaba el país, de un modo análogo a como Martínez Estrada le había atribuido al peronismo esa extraña enfermedad de la piel que lo tuvo postrado durante casi cinco años y de la que se curó una vez que Perón fue derrocado.

¿Qué pensaste cuando supiste que estabas gravemente enferma?

–Lo primero que pensé fue: “No. Yo no. Esto no puede ser cierto”. Y después, cuando lo acepté, sentí mucha bronca, mucho fastidio. No porque dijera: “¿Por qué a mí?”, sino por mi edad, por lo joven que era. Entonces tenía cincuenta años... La flor de la vida. Fue difícil de aceptar pero posible gracias a los amigos, a algún médico y al apoyo de los que estaban cerca.

¿Qué cosas de tu carácter cambiaron con la enfermedad?

–Creo que uno no vuelve a ser el mismo después de tener cáncer. Diría que la enfermedad me volvió más pensativa, más dolida por dentro, más retraída. Y otras varias cosas que ahora mismo no puedo resumirte.

¿Cuánto de dicha y cuánto de infortunio ha implicado envejecer, en tu caso?

–La dicha reside en que uno se va desprendiendo de ciertas responsabilidades, de ciertas presiones, de ciertas angustias. Y el infortunio es la semiinmovilidad, en mi caso, que es lo que me tiene más loca, y también el dolor. El dolor físico es terrible. Más allá de que ahora existen muchos paliativos. De hecho, a mí me están dando un calmante que no sé bien qué es pero que hace que no me esté quejando todo el tiempo.

¿Qué sentimientos te despierta la palabra póstumo?

–Es como una burla. Creo que lo póstumo, si uno lo piensa en función de su propia posteridad, es una especie de chiste. Pero en otro sentido pienso que es una palabra simpática, porque hay mucha obra póstuma por la que hemos conocido a grandes autores o artistas. No sé... Quizás es una palabra que a esta altura debería estudiar un poco.

¿Y cómo te gustaría que te recordaran?

–Como alguien que quería dar alegría a los demás, aunque no le saliera siempre.

Patricio Lennard
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sábado, 1 de noviembre de 2008

El Vaticano quiere frenar los escándalos de curas pedófilos prohibiendo el ingreso de homosexuales


El Vaticano quiere evitar el ingreso de homosexuales a los seminarios y prevenir así posibles casos de pederastia perpetrada por sacerdotes de la Iglesia Católica. Para ello, recurrirá a psicólogos para que evalúen a los aspirantes. La decisión, anunciada a través de un documento, fue fuertemente rechazada por comunidades de homosexuales, por considerarla racista y homofóbica.

El documento, publicado por la Congregación para la Educación católica, sostiene que el empleo de psicólogos puede ser útil para detectar "las dependencias afectivas fuertes", la "identidad sexual incierta" y "la tendencia arraigada a la homosexualidad".

La "rigidez de carácter" figura también entre las preocupaciones de la jerarquía de la Iglesia al momento de seleccionar los futuros sacerdotes. Los psicólogos, que no formarán parte del cuerpo docente, podrán dar un diagnóstico e indicar terapias en casos de que se manifiesten problemas psicológicos.

El documento, que lleva el título "Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y la formación de los candidatos al sacerdocio", fue preparado durante seis años y aprobado por el papa Benedicto XVI. Las medidas fueron ordenadas por el fallecido papa Juan Pablo II, luego de que estallaran varios escándalos de pederastia perpetrada por sacerdotes de la iglesia católica.

Los escándalos, en particular en Estados Unidos, América Latina y Europa, afectaron la imagen de la Iglesia Católica, que en algunos países tuvo que pagar millonarias indemnizaciones.

La doctrina católica considera a la homosexualidad como algo intrínsecamente equivocado y la nueva disposición considera que los homosexuales practicantes no podrán convertirse en sacerdotes. "Muchas incapacidades psicológicas más o menos patológicas se pronuncian sólo después de la ordenación como sacerdotes", admite el librito, de 17 páginas. "Los errores para discernir la vocación no son raros", subraya.

El Vaticano advierte, además, que los psicólogos deberán adherir a "la concepción cristiana de la personalidad humana", sobre todo en materias como celibato y sexualidad. Las terapias necesarias deberán ser efectuadas antes de entrar al seminario, precisa el documento.

"Eso es puro racismo, la típica obsesión homofóbica de la jerarquía eclesiástica", reaccionó Franco Grillini, presidente de la asociación homosexual italiana, Gaynet. "La orientación sexual de un sacerdote debería ser irrelevante ya que la Iglesia lo que exige es castidad. Una medida así contribuye sólo a alimentar la exclusión", agregó.

Para algunos el deseo de alejar la cultura gay de los seminarios, donde se ha manifestado ese fenómeno, termina por esconder el problema sin resolverlo. Por su parte, otra asociación italiana de homosexuales, Arcigay, se ofreció como asesor para detectar a los homosexuales latentes en un comunicado divulgado a la prensa. "Si el problema existe en los seminarios, también está entre los sacerdotes consagrados. Nos ofrecemos a ayudar a reconocer a todos los homosexuales que se refugian en el Vaticano. Los palacios sagrados van a temblar", anunciaron con tono provocador.

Desde que asumió Benedicto XVI, la Iglesia católica comenzó una singular batalla contra el sexo y el reconocimiento de los derechos de las minorías sexuales en todo el mundo.

Fuente: AFP
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Benedicto XVI: los gays y la batalla del sexo

La Iglesia católica está librando, desde la figura de Benedicto XVI, una singular batalla contra el sexo y el reconocimiento de los derechos de las minorías sexuales en todo el mundo. Su discurso llevó al extremo la condena de la homosexualidad y el lugar simbólico que juega la sexualidad en la partida entre materialismo y religiosidad que, según el Papa, decidirá la suerte de Occidente.

El pensamiento de Joseph Ratzinger es político “y resulta eficaz porque se centra en un interés concreto: ofrecer un fundamento autorizado y aparentemente inmutable al terror creciente de ver el declive de un modelo de vida que durante siglos ha garantizado bienestar y superioridad”, según se explica en “Contra Ratzinger”, el polémico libro de autor anónimo que desnuda todos los secretos del actual líder de la Iglesia católica.

El tema de las diferencias sexuales siempre fue un dilema para la Iglesia y, por supuesto, su tratamiento fue modificándose con el paso del tiempo y las jerarquías eclesiásticas. En 1979, Karol Wojtyla (Juan Pablo II) afirmó en su primer viaje pastoral a Estados Unidos que “la actividad homosexual debe distinguirse de la tendencia homosexual porque es moralmente perversa”. Pero con Benedicto desapareció esta distinción: no sólo se condenó la actividad, sino también la naturaleza de la persona. Es decir, lo perverso no es ya el acto homosexual, sino el homosexual en sí.

El 31 de agosto de 2005, el Santo Padre aprobó una Instrucción acerca de los criterios de distinción vocacional respecto a las personas con tendencias homosexuales con vistas a su admisión en el seminario y en las órdenes sagradas, que fue publicada por la Congregación para la Educación Católica. En ella se distinguió entre el homosexual profundo y el transitorio, poniendo especial énfasis en aclarar que la Iglesia no podía admitir a quienes “practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente enraizadas o apoyan la llamada cultura gay”.

Desde la carta pastoral Homosexualitatis problema, de 1986, Ratzinger no hizo sino repetir el mismo concepto: “Es imposible aceptar la condición homosexual como si no fuese desordenada”.

Para el actual Sumo Pontífice, un hombre que ama a un hombre, una mujer que ama a una mujer, son condenados como un excedente de la divina (o natural) economía del universo y como un peligro para la sociedad. “Su pensamiento en este caso roza el darwinismo social y el mecanicismo más burdo”, se afirma en “Contra Ratzinger” (Debate).

Sexo. El amor es el tema central de Deus caritas est, la primera encíclica de Benedicto XVI. A través de la distinción filosófica entre dos tipos de amor, agape y eros, amor y sexo, el Papa no solo definió la concepción cristiana de la conducta sexual correcta, sino que corroboró su propia crítica al pensamiento moderno y reafirmó, en implícita oposición a la teología de la liberación, la doctrina social de la Iglesia.

Al basar su discurso en la oposición entre eros (el amor egoísta que pretende apoderarse del objeto de su deseo) y ágape (el amor que “busca, en cambio, el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, incluso lo busca”), hizo que todo el análisis girara en torno a la disciplina.

“No podemos dejarnos vencer por el instinto”, “El eros ebrio e indisciplinado no es ascensión, “éxtasis” hacia lo divino, sino caída y degradación del hombre, sería su razonamiento.

En el pensamiento de Ratzinger, el único camino posible para decir no a las comodidades y frivolidades que nos ofrece la modernidad es el adiestramiento del eros. “Esa forma de exaltación del cuerpo que contemplamos hoy día es engañosa. El eros degradado a puro sexo se convierte en mercancía, una simple cosa que se puede comprar y vender; es más, el propio hombre se convierte en mercancía”.

En su concepción es fundamental que el sexo se discipline, porque sólo así los hombres aceptarán de nuevo considerarse engranajes obedientes en el diseño de Dios. El acto sexual es el lugar simbólico donde se juega la partida entre materialismo y religiosidad que, según Ratzinger, decidirá la suerte de Occidente.


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