sábado, 28 de junio de 2008

¡Abrí la boca!



A comentarios pesados, respuestas ligeras. (Pequeño manual queer no ilustrado)

1. Está todo bien con que seas gay, pero no me veo calentándome con vos...
Si alguien manifiesta la ególatra presunción de que porque le dijiste que sos gay/lesbiana tenés que estar caliente con esa persona, hora de divertirse. Si sos mujer, podés contestar: “Yo tampoco me caliento con vos, me gustan las mujeres más femeninas”. Si sos hombre: “No hay problema, me atraen los que tienen pinta de machos”. Ya los verás fumar Marlboro como locos, y a ellas, colgadas de tremendos tacos.

2. ¿Será una fase?
Sí, por supuesto, creo que me va a durar unos 35 años. Y a vos, ¿cuándo se te pasa la fase hétero?

3. ¿Vos de qué hacés? ¿De mujer o de hombre?
¿Y vos?

4. ¿Por qué convierten una orientación sexual en un tema político?
La Iglesia y los sectores de derecha invierten millones en impedir que salgan leyes para que gays y lesbianas se casen, adopten hijos, se besen por la calle libremente, consigan trabajo. ¿Quién convierte una orientación sexual en un tema político?

5. ¿Y qué hacen dos mujeres en la cama?
Nos pintamos las uñas y nos peinamos una a la otra... ¿Notaron que esta pregunta no se les hace a dos hombres? ¿Será porque con dos penes hay cosas que hacer de sobra?

6. ¿Será que no encontraste a la persona indicada?
¿Sabés que tenés razón...? Me acosté con muchas personas del sexo opuesto que después de estar conmigo se hicieron homosexuales. ¿No tenés a algún homosexual lindo y con plata para presentarme que tenga ganas de hacerse hétero conmigo?

7. Sos lesbiana porque nunca tuviste una relación satisfactoria con un hombre de verdad.
Si fuera por eso, un 90 por ciento de las mujeres serían lesbianas.

8. La verdad, todo bien... pero no me entra en la cabeza...
Por suerte, a mí sí me entra.

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jueves, 26 de junio de 2008

Lanzan la única cooperativa de travestis y transexuales del mundo


En los últimos cinco años, 540 travestis perdieron la vida por alguna de sus tres principales causas de muerte: VIH/Sida, asesinato a manos de la Policía y consecuencias de cirugías clandestinas. Las marginalidad a las que están sometidas lo explica: apenas un ínfimo porcentaje consigue trabajar de algo que no sea la prostitución. Dadas las circunstancias, la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti-Transexual (ALLIT) pone en marcha desde hoy la primera y única cooperativa de trabajo integrada por travestis y transexuales del mundo.

Treinta travestis y transexuales conformarán esta experiencia iniciática. El grupo se dedicará a la producción textil puntualmente, de ropa blanca. "Vamos a empezar con sábanas, pero la idea es continuar con manteles y cortinas. Incluso, luego, tenemos pensado seguir abriendo el abanico", explicó Lohana Berkins, presidenta de ALLIT y de la cooperativa, que lleva el nombre de Nadia Echazú, una travesti salteña fallecida en 2004, que durante muchos años luchó por los derechos de los transexuales, fundó OTTRA (Organización de Travestis y Transexuales de Argentina).

La cooperativa nació tras una idea surgida de una charla entre Berkins y la titular de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, quien inmediatamente contactó al grupo con el INAES (Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social). Este organismo -junto a otras patas del Estado- las ayudó a organizarse y les dio una casa en Avellaneda para llevar a cabo la actividad. La sociedad no nos ve como una fuerza productora de trabajo. Nadie de ALLIT -tiene más de 200 integrantes- pudo trabajar fuera de la prostitución. Además, es hora de reclamar también por nuestros derechos económicos y terminar con los prejuicios , plantea Berkins, histórica activista.

En la cooperativa sobra esperanza. Tanto, que hay 200 personas en lista de espera. Incluso, se enorgullecen porque el diseñador Martín Churba se comprometió a ayudarlas con la creación. Es la primera vez que ocupamos otros lugares. Ahora sentimos que podemos hablar de CUIT, aprender a facturar, hacer trámites. Todas tenemos una tarea y eso nos da orgullo, una tremenda alegría. Esperamos ser una gran empresa , reconoció, no sin emoción, la travesti Norma Gilardi.

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miércoles, 18 de junio de 2008

Un nuevo estudio dice que gay se nace y dispara la polémica


Científicos suecos salieron a decir que, según un estudio, los cerebros de los homosexuales se parecen a los de las mujeres. Y claro, para algunos sonó a provocación. Es que la discusión por el origen de la homosexualidad, aunque acaso no importe, es eterna y absolutamente polémica. Mientras los científicos discuten y analizan conductas y cerebros, desde otros sectores los acusan de "discriminadores" y de hacer "reduccionismo biológico".
Este estudio, liderado por Ivanka Savic, del instituto Karolinska de Estocolmo, analizó áreas del cerebro valiéndose de imágenes de resonancia magnética para medir el volumen del cerebro de 90 personas divididas en grupos, mitad hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales.

Según los resultados de la investigación --publicada en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias-- los gays tenían cerebros simétricos, como los de las mujeres heterosexuales, en tanto que las mujeres homosexuales tenían cerebros ligeramente asimétricos como los de los hombres heterosexuales. Las diferencias fueron pronunciadas.

Por otra parte, los investigadores midieron el flujo sanguíneo de la amígdala, una zona del cerebro comprometida con el procesamiento de las emociones. El circuito de la amígdala de los hombres gay se parecía más al de las mujeres heterosexuales que al de los hombres heterosexuales, según explicaron los investigadores. Y las amígdalas de las mujeres homosexuales se parecían más a las de los hombres heterosexuales.

Savic dijo que "las diferencias cerebrales se originan en el vientre o en la niñez, como resultado probablemente de factores genéticos u hormonales". Pero admitió no poder explicar por qué las diferencias eran más marcadas en los hombres homosexuales que en las mujeres lesbianas. La conclusión de los especialistas es que el estudio es importante porque analizó áreas del cerebro que no tienen nada que ver con el comportamiento sexual, "lo que sugiere que hay una conexión biológica elemental entre la orientación sexual y una serie de funciones cerebrales". Es decir, dejan de lado todo lo aprendido y los vínculos humanos.
"Buscar el origen de la sexualidad es discriminar. Con esa lógica ¿Por qué no se busca el origen de la heterosexualidad? Explicar la sexualidad desde lo biológico es reduccionista", dispara César Cigliutti, presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). "La sexualidad se va construyendo. Está relacionada con la familia, con lo social y cultural".
Desde el grupo de Padres, Familiares, Amigos de Lesbianas y Gays, su directora, Irmgard Fischer, tiene otra postura: "Yo no diría que la homosexualidad es cien por ciento genética, pero sí creo que hay una predisposición. Sino, cómo se explica que de cinco hermanos todos criados igual, uno solo sea homosexual", se pregunta esta mujer, madre de dos varones, uno gay. "Yo los crié igual...".

De todas maneras, la mujer cuenta que desde el grupo, cada vez que llega un padre con la famosa pregunta de "¿por qué mi hijo?, la sensata respuesta es: "No preguntemos más por qué y ayudémoslo, que la sociedad todavía es muy discriminadora".

Cigliutti acusa a estos científicos por su mirada ideológica: "Buscan el origen homosexual como quien busca la causa de una enfermedad. Es como en la época de los nazis, en la que los médicos armaban manuales explicando en qué se diferenciaban judíos de arios, dejando en claro, por supuesto, que la supremacía era de los arios".

Un largo camino
Historia. Se tiene constancia y documentación de las prácticas homosexuales desde los mismos albores de la humanidad, prácticamente en todas las épocas y las civilizaciones.

18
años atrás la Organización Mundial de la Salud retiró a la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales.

80
por ciento de la gente asegura que se discrimina a los gays , según una encuesta del INADI.?

Matrimonios gay
Ya son seis los países que reconocieron por ley el derecho al matrimonio para los homosexuales. Son Bélgica, Noruega, Canadá, España, Sudáfrica y Holanda.

El último
El último organismo en sumarse fue el Parlamento noruego, que también permite la adopción de niños por parte de parejas homosexuales.

Características
El matrimonio entre personas del mismo sexo se ha establecido legalmente mediante la extensión de la institución ya existente para los matrimonios tradicionales.


Mariana Iglesias
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sábado, 14 de junio de 2008

El futuro es hoy


Cargada de libros, bufanda obligada al cuello, tan alta que su mirada siempre parece un tanto velada por sus pestañas, Marlene Wayar es, mal que le pese a la autoridad, la directora de El Teje, el primer periódico travesti de América latina. Activista desde niña, esta mujer trans no sabe todavía si llamarse anarquista o de izquierda; es que ésa es su estrategia: estar siempre en movimiento.

¿Qué es la Cooperativa Textil Nadia Echazú?
—Es una articulación de diferentes organizaciones de trans y travestis para generar trabajo.

¿La idea es hacer ropa para travestis?
—Lo primero que vamos a hacer es blanquería para asegurarnos la posibilidad de venta en un arco que va desde hospitales hasta hoteles o geriátricos, una venta masiva. Una vez que se vea que el proyecto es sustentable podemos pensar en hacer ropa, ropa fina, corsetería, lo que sea. Y acaban de inaugurar la casa... ¡Ay, sí! Estamos chochas, la compramos a través de un crédito del Inaes (Instituto Nacional de Activismo y Economía Social). El viernes se firmó todo, nos fuimos corriendo a verla, el domingo ya la challamos... Challar es como un bautizo en honor a la Pachamama, una tradición muy norteña, Lohana Berkins estuvo ahí conduciendo, comida, bebida y agradecimiento a la tierra porque esto significa realmente otra etapa.

¿Podés trazar una cronología particular para este hecho tan importante?
—Es una cronología compleja que para mí empieza en séptimo grado, cuando me vi haciendo mi primer acto militante para defender los fondos que habíamos recolectado para el viaje de egresadas y siguió cada vez que me apelaba frente a un juez cuando me detenían.

¿Por qué te detenían?
—Porque yo estaba en la calle con mi grupito de pares que me había costado horrores conocer, conseguir, acercarme. Yo no necesitaba prostituirme, pero para pertenecer necesitaba hacer el acting. Entonces me acercaba a los autos y les decía que yo no hacía esto, no hacía aquello y que cobraba carísimo. Los tipos desistían y me decían: “llamá a tu amiga” y ellas iban. Todavía cursaba a la noche el profesorado de cerámica y de ahí me escapaba a buscar el mundo que me faltaba.

¿Cuándo fundaste el colectivo Futuro Transgenérico?
—Yo trabajaba con Nadia Echazú (militante travesti fallecida en 2004) contra los editos policiales, pero en cuanto cayeron los edictos entendí que entonces ya no era necesario ni estratégico seguir teniendo a la policía como interlocutora, sino plantarnos frente al resto de los actores sociales y del Estado e imponer el diálogo ahí.

¿Usás “futuro” como utopía?
—Como topía, como lugar posible para trabajar y pensar. Yo, por ejemplo, nunca había avizorado que los edictos policiales iban a caer. Pero sucedió, al menos acá en Capital Federal. Entonces se puede reconocer la potencialidad de la lucha y la impotencia también frente al sistema. Sobre eso quería trabajar.

¿Por qué elegís la identidad trans y no travesti?
—De las pocas lucideces que he tenido a lo largo de mi vida, la primera ha sido reconocer que soy una excepción a la regla porque a lo largo de mi historia puedo decir que no he sido violada de menor, elegí mi primera relación, elegí con quién, qué y cuándo; fui cuidada, contenida, en mi familia, en el colegio, en el barrio. Tengo un montón de herramientas que a las chicas en general les son arrebatas incluso antes de llegar a manifestar su discordancia en cuanto a identidad de género: hablo de pobreza, familias muy machistas... entonces sé que he sido privilegiada. No es una escala de valores; aun así reconozco mis privilegios por poder sentirme un ser social, político, civil y cultural. Entonces me parece que la categoría travesti nos excluye sin violencia y seguir usurpándola o no visibilizar esto me parecería poco ético.

También tuviste las herramientas necesarias para maternar un niño...
—Tuve un niño a mi cargo pero ahora está en situación judicial y sigo intentando una revinculación, un régimen de visitas aunque no tenga la tenencia.

¿Tenías el deseo de criar antes de esa situación?
—Era una fantasía que cada vez más se hacía una necesidad y que estaba muy presente. Y se dio en el momento justo, él necesitaba de alguien que cumpliera la función materna y yo estaba dispuesta. Estuvo tres años conmigo, desde bebé. O sea que vivimos un período muy intenso de su crecimiento, de la construcción de su propio yo. La primera palabra, el primer pasito... fue tan intenso como dolorosa la separación. El no tenía otra persona a quien le tirara los brazos. No había comida, helado, pelotero o calesita que disfrutara si yo no lo llevaba; yo era su mama.

Y ahora, siguiendo la cronología, sos directora de una revista.
—Sí, y es una experiencia de mucho aprendizaje y en tanto aprendizaje dolorosa. Porque la propuesta en sí es jerárquica, está inmersa en una institución jerárquica y no se puede plantear, al menos hoy, que sea de otra manera. Entonces se da una tensión en los vínculos con mis compañeras y yo tengo que luchar contra mi propia resistencia a convertirme en una directora concreta y que el poder no se distribuya de otra forma... es un aprendizaje intenso en muchos sentidos.

¿Podés definir a esa revista, El Teje?
—Lo defino como uno de los primeros momentos de organización de nuestra historia. Es empezar a pasar de la cultura oral para concretar en primera persona un relato propio. Tener historia, primero para vernos y después para separar trigo de paja: analizar lo que tenemos de positivo para nosotras y para el resto de la comunidad y sobre todo para vehiculizar nuestros gruesos errores que tienen que ver con reproducir lo mismo que criticamos. Así podríamos generar un relato para que las niñas nos lean, se lean y no cometan los mismos errores. Para pararse de otra manera.

Siempre el relato primero y más común entre todas es empezar a autopercibirte y saber que sos diferente y no saber cómo justificar esa diferencia y a la vez tener introyectado que hay que justificarse, que la libertad se paga justificando que no sos mala, que no sos perversa... Que no naciste en un cuerpo equivocado...
—(Risas.) –Claro. Por eso, es decir “somos muchas, parate con orgullo y empezá a caminar, buscate y no me tengas como paradigma porque con mi 90-60-90 y mis labios prominentes he cometido miles de errores sobre mí misma y sobre otras”. Por ejemplo, poder decir “fui a Europa” y en lugar de hablar de dinero poder contar que en ningún otro lado te vas a sentir tan sudaca, trabajando como esclava a cama caliente.

¿Cuánto de la identidad trans está anclado únicamente en el cuerpo?
—En el presente hay mucho, la identidad es una construcción especular. Una se mira en los espejos de los demás y hacia donde vos querés tender es a la feminidad y la feminidad tiene radicalmente un cuerpo diferente y una performatividad distinta.

Pero también es cierto que ese modelo de cuerpo está en cuestión.
—Sí y yo creo que podemos habitar cuerpos diversos. Hay chicas que no avasallan su cuerpo, que trabajan sobre lo andrógino y, sin embargo, conforman una identidad femenina que no pierde su atractivo, su erotismo, su sensualidad. Lamentablemente, no todas tenemos herramientas para conseguirlo en lugar de salir desesperadas a una edad temprana, donde realmente has visto poco del mundo, a buscar las tetas, el culo o las caderas. Nuestro propio relato de éxito está anclado en el cuerpo, ninguna de nosotras, al menos hasta no hace mucho, ha empezado a contar la agonía y el dolor del cuerpo exuberante.

¿Vos lo sufriste?
—Yo tengo sólo tetas y unos pomulitos y me he resistido a seguir por ver las consecuencias. Pero si en su momento hubiera podido hacer todo junto, lo hubiera hecho.

¿Y cómo entra Fernando Peña en la tapa de El Teje?
—Bueno, él nos avasalló un poquito, fue un vocero de El Teje, se copó mucho con el proyecto y nos parecía bueno abordar ese personaje, porque hay en él cosas que reconozco como nuestras: la homofobia dentro de las travas, la travestofobia en los gays, la misoginia en travas y gays. Son estas cosas las que tenemos que ver para erradicar y trabajar en nosotras mismas. Fernando Peña tiene cosas que llevamos todas y por eso no tenemos que tener miedo de sentarnos a reflexionar, porque no es el enemigo sino, en todo caso, es el enemigo interno que todas llevamos dentro.

Marta Dillon
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sábado, 7 de junio de 2008

Santa Copi


En diciembre se cumplirán veinte años de la muerte de Copi (Raúl Damonte), cuya figura no ha dejado de crecer con el tiempo. En Italia será presentado un volumen que analiza y celebra sus contribuciones a las artes gráficas, el teatro, la literatura. En Argentina, su obra apenas se consigue. ¿Censura o pánico?

Sería imposible siquiera considerar las líneas fundamentales de la literatura argentina contemporánea sin hacer referencia a la figura de Copi, pero apenas un puñado de fanáticos conocen su obra decisiva. Hace poco, Fogwill publicó una recopilación de textos periodísticos (Los libros de la guerra), uno de cuyos méritos es recordarnos cuán tempranamente él había presentado a Copi a la sociedad cultural argentina, cuyos miembros más prominentes, todavía obnubilados por un puñado de frases sombrías y heterosexistas (“Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”) consideraron poco serio al recién llegado. Salvo el caso de César Aira, que le dedicó un seminario y una lectura incompleta pero decisiva para las nuevas generaciones de lectores.

Una de las razones de la grandeza de Copi (y del desdén con el que, hasta ahora, su obra ha sido tratada entre nosotros) tiene que ver seguramente con la violencia con la que irrumpe en la escena mundial para proponer una ética y una estética trans: transexual, posnacional, poslingüística.

Eva Perón - Evita Michel Foucault habría planeado escribir un libro sobre la obra de Copi, cuyos borradores (si existen) no pueden ser examinados, de acuerdo con rigurosas disposiciones testamentarias. No importa: Copi ha presentado con extremada claridad su propia filosofía, su radical concepción del mundo (incluido su Dios) como un universo consistente aun cuando toda ley universal (o precisamente por eso) haya sido suspendida, en particular (pero no sólo) la de los géneros y las sexualidades. En una de sus obras teatrales más ambiciosas, La torre de la defensa (1981), la travesti Micheline pregunta: “¿Me prefieres como hombre o como mujer?”. Ahmed, el chongo árabe con quien está hablando, le contesta: “Con los anteojos, como hombre; con la peluca, como mujer”. Lo que Micheline y Ahmed saben es que preguntas tan “importantes” no deben contestarse apelando a categorías trascendentales sino desde una ética trans: hombre y mujer no son identidades, sino soportes de utilería para identidades imposibles (“seremos monstruos monstruosos”, proclama Cachafaz, el sainete de Copi). Es sólo una cuestión de accesorios. Masculino/ femenino es un sistema de oposiciones que ya ha pasado de moda, “y aquí yo me río de las modas”, se lee en El uruguayo.

Esa, una de las mejores nouvelles de todos los tiempos, culmina después de varias catástrofes antropológicas y políticas imposibles de resumir, en una escena matrimonial entre el narrador (llamado Copi, como casi siempre en las novelas de Copi) y el presidente de Uruguay, que ha conseguido escaparse de la lascivia del papa argentino, que lo ha secuestrado para entregarlo a la prostitución en burdeles de este lado del Plata, después de haberlo sodomizado a su antojo. Esa reflexión conjunta sobre la categorización de lo viviente (animal/ ser humano, hombre/ mujer, sodomita/ madre, andrógino/ extraterrestre) y la soberanía política (amo/ esclavo, sagrado/ profano) es el rasgo menos comprendido de la obra de Copi, cuya gracia infinita a veces nos impide ver la seriedad de sus postulados.

Cuando se levanta el telón de Eva Perón (la obra que todavía no puede montarse en Buenos Aires), lo primero que dice Evita es: “Mierda. ¿Dónde está mi vestido presidencial?”. Una pregunta semejante, llegado el caso, carece por principio de género asignado, y por eso Copi (sin señalar esa circunstancia en el texto, con lo cual queda como pura contingencia), hizo que el actor Facundo Bo representara a Evita en su estreno parisiense en 1970. La decisión (pero, ¿era una decisión?) no pasó inadvertida para algunos sectores de la internacional argentina, que mandaron a un comando a escribir en las paredes del teatro de l’Epée-de-Bois la graciosa leyenda “Vive le justicialisme”. En Buenos Aires, el diario Crónica tituló “Inaudito: un actor hará de Eva Perón”. Muchos años después, cuando Copi estrenó El mundial (1978), todavía recordaba: “Copi vuelve a ofender a Argentina”.

Naturalmente, el interés de Copi no era ofender a nadie, porque en su obra la ofensa no tiene lugar, como tampoco el tiempo y el recuerdo, es decir: el rencor: “Creo haber ahogado todos mis tangos en las arenas movedizas del olvido”, escribía poco antes de morir. Lo que a Copi le preocupaba de verdad era aprovechar esas arenas movedizas, el derrumbe de las categorías trascendentales y la aparición de nuevos sujetos sociales, dos circunstancias decisivas en la década del setenta (es decir: post ’68), para proponer una antropología y una soberanía nuevas.

Trans La propuesta de Copi es sencilla: se trata de oponer al Estado-Nación y sus ficciones guerreras la idea de comunidad (posnacional y, al mismo tiempo, imposible). Ese dispositivo era para Copi el teatro (y no la cultura: El homosexual o la dificultad de expresarse, se llama una de sus obras). Es, además, el tema de La internacional argentina, tal vez su novela más dogmática. Y es algo que recorre toda su obra bajo la forma de la apropiación lingüística: “He preferido colocarme en el no man’s land de mis ensoñaciones habituales, hechas de frases en lengua italiana, francesa y de sus homólogas brasileña y argentina, entrecortadas con interjecciones castellanas, según la sucesión de escenas que mi memoria presenta a mi imaginación”, escribió Copi en un manuscrito que se guarda en la abadía normanda de Ardenne donde funciona el instituto francés de manuscritos.

Copi, que es un argentino de París (y no un argentino en París, como nunca fue un parisiense o un uruguayo en Buenos Aires) rechaza la identificación con una lengua, con un Estado, al mismo tiempo que rechaza todos los demás trascendentales. Propone una estética trans: transnacional, translingüística y transexual, en el sentido en que lo trans debe entenderse, como el pasaje de lo imaginario a lo real. Por eso en el universo-Copi no hay homosexuales, ese invento desdichado del siglo XIX (y los pocos que hay mueren en La guerra de los putos), sino locas. Locas desclasificadas y de-generadas. Locas fuera de todo sistema clasificatorio. Incluso, como en La torre de la defensa, “una verdadera mujer, de esas que te cagan la vida”.

Ese pasaje de lo imaginario a lo real explica el increíble dominio de la peripecia tanto en el teatro como en la narrativa de Copi. Foucault le trasmite, cierta vez que se encuentran en los Baños Continental, su temor de que pudieran estallar las calderas. Copi lo toma al pie de la letra (sabe que los terrores imaginarios se trasmiten como la peste) y escribe una memorable secuencia en El baile de las locas donde hace estallar las calderas foucaultianas. Así funcionan una estética y una ética trans: Copi realiza el imaginario, desde el comienzo y hasta su última obra, Una visita inoportuna, donde el protagonista está muriendo de sida. En el final de El uruguayo, el narrador Copi encuentra la razón por la que ha llegado a Montevideo, que durante los años previos se le escapaba: alcanzar la santidad. Nos conviene recordar a Copi de ese modo.

Daniel Link

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martes, 3 de junio de 2008

Hay que cortar


Hace un par de semanas algunos medios de comunicación dieron a conocer una nueva “victoria” obtenida en el campo de los derechos humanos —y, en particular, en el campo del derecho humano a la identidad—. Es la historia de una niña correntina de cuatro años quien, tras una “larga lucha”, obtuvo su documento nacional de identidad. El sexo que consiga ese documento es, “finalmente”, femenino.

Según las informaciones, la niña habría sido asignada al sexo masculino al nacer, el tamaño de su clítoris habría sido tan grande que fue confundido con un pene, lo que llevó a considerarla un niño. Luego se descubrió que tenía ovarios, que tenía útero y que, por lo tanto, debía ser reasignada e intervenida quirúrgicamente con “urgencia”. Y, por supuesto, sin su consentimiento. ¿Por qué? ¿Cuál era la “urgencia”? ¿Se trataba, por ejemplo, de una urgencia médica? ¿Era necesario operarla para salvarle la vida, acaso? No. La única urgencia del caso era la violación encarnada de su derecho humano a la identidad. ¿A qué identidad? Obviamente, a la identidad obligatoria entre “sexo femenino” y “clítoris de tamaño promedio”.

Para decirlo claramente: sólo porque durante esos cuatro primeros años su existencia pareció tener lugar en ese intervalo entre la femineidad, al que llaman “intersexualidad”, es que una cirugía destinada a cortarle el clítoris puede justificarse en nombre de sus derechos humanos. Sólo porque su existencia pareció tener lugar en esa tierra de nadie de la diferencia sexual es que esa intervención no sólo no fue públicamente reputada como condenable sino que, además, fue valorada como deseable. Buscada. Defendida como un derecho. Finalmente, celebrada. Y es que desde la perspectiva cultural que persiste en identificar lo humano con cuerpos femeninos o masculinos promedio, se trata de intervenciones destinadas a humanizarnos. La historia de la niña intersex de Corrientes fue relatada, invariablemente, como una gesta heroica que, contra todos los contratiempos, logró asegurarle su derecho humano a la identidad. Una Defensoría de Pobres y Ausentes, un hospital público, un tribunal, el Estado, en suma, apareció una y otra vez comprometido en esa historia. Narrada, una vez más, en los términos de los derechos humanos; se trata, una vez más, de una historia de horror. Las variaciones corporales, la distancia entre los genitales de una niña o un niño particular y el ideal sexuado de nuestra cultura, los distintos modos en los que la diversidad se encarna, nada de eso, en sí mismo, deshumaniza; la violencia quirúrgica sí, e instala el trato inhumano en el centro mismo de la experiencia de devenir un ser humano sexuado.

¿Qué hacer para detener este horror? ¿Qué hacer para revertir el orden que lo justifica? Visibilizar y celebrar la diversidad corporal tal vez ayude, pero también es necesario hacer visible esa otra diferencia, la verdadera, la que no reside entre nuestras piernas. Esa que se produce y se instala cuando, en nombre de la diferencia sexual, invocando ciertos derechos de lo humano y de lo idéntico y movido por las mejores intenciones, alguien dice: hay que cortar. Y corta.

micabral@fibertel.com.ar

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lunes, 2 de junio de 2008

La Flor de mi Secreto


Florencia de la V, 28 años. De los carnavales de Llavallol y la noche gay a la comedia familiar más vista de la televisión.

¿Cuántas reinvenciones caben en tu cuerpo? ¿Cuántas veces te convertiste en otra cosa? La biografía de Florencia de la V, la diva nacional definitiva, es la historia de una reconstrucción. Y eso no implica únicamente la decisión de travestirse. En efecto, el episodio medular de esta historia ocurre en 1993, momento en que nuestra heroína, por entonces un gay de Llavallol con el acelerador a fondo, se desentiende de su condición biológica y sale a la noche de Monte Grande vestida para matar. Se aturde de alcohol y caricias fugaces y, al amanecer, mareada de felicidad frente al espejo, llega a una conclusión irreversible: "No me saco la pollera nunca más".

Desde esa noche inolvidable, su revisión del yo comienza a operar en todos los órdenes, no sólo en la identidad de género. La vida de Florencia se convierte en materia maleable, la épica mutante de un chico iluso que se cría en el barro y termina destellando, voluptuosa y mordaz, en las marquesinas del Centro y en la comedia familiar más exitosa de la televisión argentina. Una versión total de la mujer que se inventó a sí misma, con todos los ingredientes de las leyendas del espectáculo.

En ese camino, Florencia recurre a varios rasgos de la narrativa de aventuras. Es el mocoso que quiere escapar de casa con un circo; es el mariquita precoz que engaña a un terapeuta conductista; es el puto más divertido y sagaz del barrio; es una adolescente grácil e introvertida que, en los carnavales de Zona Sur, se resiste a montarse la indumentaria de la comparsa; es una expulsada que vaga por la noche sin proyectos ni futuro aparente; es la reina de la escena queer de Buenos Aires; le hace perder la cabeza a un Gladiador Americano en un boliche de Ocean Drive; se cuela en el jet set mediante operaciones de prensa falaces. Y finalmente se convierte en Laisa Roldán, la bestia de los 40 puntos de rating y el primer gran golpe de una comediante asombrosa. Y todo eso antes de cumplir los 30.

Es agosto. estoy en las bambalinas del teatro Lola Membrives. Rolo Puente fuma en una ratonera que hace las veces de camarín. Lleva puesta una bata de seda sintética estampada de arabescos; las piernas huesudas se extienden hasta el zócalo. En algún punto de ese sucucho, entre la mirada pálida del veterano y las hilachas de humo azul, parece flotar el fantasma del esplendor de la calle Corrientes.

Los tacazos de Florencia de la V, vedette y capocómico a los 28, me arrean hasta el final del pasillo, el camarín de la primera figura: Acá estuvieron Olinda Bozán, Tita Merello, Susana Giménez, me dice Flor mientras se maquilla, imperturbable. Un asistente se asoma y le pregunta si necesita algo. “Una Coca común y una Bayaspirina, por favor.

Se dice que los que hacemos teatro de revista no tenemos sangre en las venas... Tenemos champagne. Me sonríe a través del espejo, entorna los ojos y levanta ligeramente el mentón, apelando a un rictus de condesa gélida que, luego de un par de encuentros, aprenderé a decodificar: está siendo terminante. Graciosa, enigmática y terminante.

Florencia es una mujer a primera vista seria, refinada y, de a ratos, un poco melancólica. No le lleva mucho tiempo entrar en confianza, pero fuera de su círculo íntimo se mantiene como una persona distante. Casi no se mezcla con el resto del elenco. Ultimamente está demasiado ocupada. “El trabajo en el espectáculo es como la vida de los leones”, me explica agrandando los ojos. “Una vez que empezás a matar, le agarrás el gusto y querés cazar presas cada vez más grandes.”

La voracidad estelar de Florencia creció como la gula de su personaje televisivo: desde que, en una escena ya antológica del primer capítulo de Los Roldán , la Isabel se mete un tremendo pancho en la boca (el prematuro highlight erótico pop de la televisión familiar 2004), Florencia comenzó a absorber luces y afecto de un modo alucinado, de a ratos peligroso. La ansiedad fue cada vez mayor, me cuenta y se recarga de rímel. Quería hacer más cosas y explorar campos que ni me hubiera imaginado. Pero mirame ahora: no tengo ni un día libre. Se detiene y frunce el ceño, como si acabara de darse cuenta. Elegí esta vida pensando que no iba a ser tan difícil, pero no creo que sea aconsejable hacerlo durante muchos años, porque me van a internar. Ni siquiera puedo disfrutar lo que me pasa. Un artista espera esto toda su vida, pero a la larga te das cuenta que todo no se puede. El cuerpo aguanta, pero no sé hasta qué punto.”

En esta noche helada de sábado, luego de una semana intensa de grabación, tiene que protagonizar dos funciones de (Una revista) diferente. Para colmo, después del Membrives se disfrazará de Laisa e irrumpirá en un cumpleaños de 60 para cantar el hit “La gata” a cambio de algunos billetes. Aun en la cima de la popularidad, de la V no descuida aquello que la llevó al estrellato: las changas.

Los altoparlantes del teatro “dan los cinco” para salir a escena. Cientos de espectadores –matrimonios veteranos, jubiladas solitarias, pajeros de diversa índole– esperan la apertura del telón. Allí aparecerá Florencia enfundada en un vestido rojo, haciendo playback sobre una versión de Cabaret”, rodeada de un dispositivo de bailarines, vedettes y comediantes. Hacia el final, en los mejores quince minutos del show, de la V se destapará con un monólogo en el que condensa toda su experiencia de barrio bajo, vida nocturna y supervivencia en la farándula.

“Cuánto viejo que hay hoy. ¿Qué pasó? Soltaron al pami”, rompe el hielo. “Miren que si no aplauden me meto adentro, prendo una vela negra y les hago cagar sangre.” Carcajadas. Sobre Moria: “Cómo se puso... Mirá si llego a decir que es una conchuda.” Más risas. Sobre la audiencia: “¿Hay algún puto acá, además de los bailarines? Acá se hacen mucho los machos, pero si tirás una pija al aire no llega al piso seguro”. Ovación femenina. Sobre su estado de ánimo: “Acá ando, esquivando el éxito. Apunada de tanto estar en la cima”. Aplausos. Sobre su primer encuentro con Sofovich: “Me comí la bombacha de los nervios”. Sobre Rolo Puente: “Ahora se le dio por tomar Viagra, pero más que nada para no mear la tabla”.

“Uno va adoptando frases”, me explicará después. “Eso es muy de gay, y muy de barrio. ¿Viste que el gay es muy de sitcom, muy de tirar gags todo el tiempo? Yo odio el bache. Siempre hay que meter un bocadillo que te despegue. Cuando empecé me preguntaron si se me acercaban mucho los tipos. Y yo dije: «Bueno, al que le gusta el durazno, que se aguante la pelusa.» Y quedó.”

¿En que casillero del tablero queres ser/ travesti mediático cabe esta rompecorazones? A diferencia de Cris Miró, que tuvo a su cargo la ingrata tarea de “abrir camino” (o al menos una ranura), de la V está a punto de trascender el rótulo genérico para convertirse en una comediante de carácter. A diferencia de la española Bibi Andersen, que basó su fama en la mímesis casi perfecta del cuerpo femenino, Florencia construyó un tipo de belleza personal y ambigua, sin deshacerse del todo de los rastros de su pasado de testosterona. A diferencia de Cal Stephanides, el hermafrodita que protagoniza la gran novela Middlesex (del norteamericano Jeffrey Eugenides), su decisión no se ancla en una peculiaridad del quinto cromosoma: Florencia nunca sintió haber nacido en el cuerpo equivocado (y eso la ubica, casi accidentalmente, junto a la avanzada teórica que descarta el paradigma genérico bipolar: varón/mujer). Como Fernando Peña, resquebrajó varios presupuestos de su universo de pertenencia. Pero mientras Peña surgió de la alta burguesía para convertirse en ícono contracultural mediatizado, Florencia hizo el camino inverso: empezó en los márgenes de la noche y acabó seduciendo a la familia argentina en el horario central de Telefé. Lo dicho: de la V es un caso único.

Ahora bien, ¿cómo llegamos a este momento de fama, vestidos de strass y persecuciones periodísticas? La reconstrucción del pasado propio es una tarea compleja. ¿O acaso nunca se te dio por idealizar, simplificar o exagerar episodios de tu vida? En el caso de una travesti, toda esa reinterpretación se potencia significativamente. Si cambiar tu identidad de hombre a mujer es una revolución personal, ¿cómo no alterar y darle forma caprichosa al resto de tu existencia? En el decisivo ensayo Cuerpos desobedientes, travestismo e identidad de género, Josefina Fernández escribe : “El travestismo incluye cambios de roles e identidad, no sólo de lo masculino y femenino, sino también de la realidad y la fantasía. En muchos sentidos es, en sí mismo, una fantasía, un medio de proyección de un modo de ser diferente”.

Florencia parece ejercer una práctica cotidiana de borramiento, digestión y recuperación de muchos de los rastros de su pasado. Refiriéndose a etapas idénticas de su vida, puede recordarse invariablemente desenfadada e introvertida, charlatana y muda. Y en ese proceso de reinvención (que todos vivimos, pero no siempre de un modo tan completo), algunas cosas desaparecieron y otras reaparecen, mutadas, al cabo de un par de temporadas en el olvido. Vayamos por partes.

Capítulo 1 : Casa de muñecas

Todo empieza el 2 de marzo de 1976, quince minutos antes de las 11 de la mañana, en una sala del Hospital de la Madre y el Niño de Resistencia, Chaco, hoy convertido en una mole oscura en la que opera el Casino Gala. Sabina Báez, una costurera misionera, y Claudio Trinidad, un maestro mayor de obras paraguayo, tienen en poco más de un año a su segundo hijo varón, a quien bautizan Roberto Carlos.

La familia vive en una casita de Villa Los Lirios, un barrio de calles de tierra en el Sur de Resistencia. Florencia no puede recordar el período chaqueño de la fábula, porque al poco tiempo los Trinidad se mudan al Sur del conurbano bonaerense. Tampoco recuerda el capítulo que corresponde a su madre, porque antes de que la memoria ilumine los primeros tramos del relato, Sabina muere de cáncer.

Claudio trabaja como obrero metalúrgico y se instala con sus dos hijos en una casa pequeña situada en la calle 1° de Marzo y Doyhenard, en Llavallol. Roberto se cría allí junto a su hermano mayor, su padre, la nueva pareja de su padre y los dos hijos de la madrastra en tránsito.

A esta altura, Florencia es un chico fantasioso que asiste a la escuela primaria Nº74, a un par de cuadras de su casa. Cuando se retrotrae a ese tiempo, piensa en el pasto escarchado que pisaba en el trayecto al colegio. Lo odiaba, pero su padre no le permitió faltar a clase jamás. “Siempre fui bastante inteligente, pero era vaga. Estaba en la luna. Me la pasaba inventando historias. Entretenía a la clase.” Las telenovelas, las películas clásicas por atc y los Sábados de súper acción consumían buena parte de su atención. Una tarde, la figura de Liza Minnelli en Cabaret se le presentó como una especie de revelación: resuelta y distinguida, plástica y distante. Algunos atributos que, años después, contribuirían a moldear su identidad femenina.

Estamos en uno de esos momentos en que la fábula adquiere una forma tan concisa y profética que huele a biografía ficcional. A los 8 años, el chico devoraba las telenovelas de Verónica Castro y Andrea del Boca con el frenesí de una mucama soñadora. Pero la asistencia al turno tarde de la escuela atentaba contra su adicción a Rosa salvaje, Los ricos también lloran, El derecho de nacer... “Por las novelas me pasé a la mañana”, cuenta Florencia. “Hice todo un teje en el colegio y un día llegué a casa diciéndole a mi papá que me pasaba a la mañana porque la tarde estaba excedida de gente. Era tremenda. Siempre fui muy novelera. Laisa Roldán tiene mucho de eso: es trágica. Todo es el llanto, el sufrimiento.”

Las tardes en Llavallol habían mejorado. La casa estaba vacía, el televisor estallaba de amoríos desgarradores y nuestra heroína podía disfrazarse de lo que se le antojara, incluyendo intromisiones en el placard de la madrastra. Según asegura Florencia hoy, su identidad psicosexual estuvo definida desde siempre. Le atraían los varones, le gustaban las muñecas y detestaba al terapeuta que su padre le obligaba a visitar. “Yo pensaba que era mujer, que en algún momento iba a cambiar. No lo hablaba con nadie. En mi casa jugaba con muñecas. Pero cuando iba a lo del terapeuta, me ponían autos y muñecas y yo elegía los autos. Era loquita, no boluda.”

Desde muy pequeño, al igual que muchas travestis, manifestó un impulso por abandonar el hogar paterno. La primera vez que intentó llevarlo a la práctica fue a los 8 años, cuando vio la película El circo, en la que Andrea del Boca se fuga de su casa. “Yo quise hacer lo mismo. Armé la valija y me fui a un circo pulgoso a veinte cuadras de casa. Me sacaron cagando.”

Capítulo 2: Despertando a la vida

Florencia tiene una respuesta para casi todo conflicto o virtud personal: un recurso que se desprende de la combinación de su pragmatismo barrial y una módica elaboración psicoanalítica. Una tipa de barrio que empezó a hacer terapia en el momento en que la curva de la fama comenzó a pronunciarse. “Internamente, siempre quise cortar vínculo con mi casa, por las dudas de todo. Por si me iba, para no extrañar tanto. Eso me hizo bastante independiente.”

–¿Tenía algo que ver con que temías ser rechazada?

–Capaz que tenía que ver con un poco de todo. Yo siempre fui muy autista en mi casa, desde muy chica. A medida que fui creciendo, más todavía. Nunca fui muy familiera. Soy bastante solitaria.

–¿No te ves con tu familia?

–Sí. Los veo una vez por mes, por ahí. Ahora un poco más. Mañana voy a llevar a mi sobrina a ver a Barney. ¿Sabés dónde lo dan?

Como ignoro el dato, volvemos atrás. A los 12 años, mientras trabajaba de cadete en una tintorería, tuvo otro de esos momentos reveladores: vio a Locomía en Bunker. “Era Alcatraz”, recuerda con los ojos fuera de órbita. “Los hombres se besaban. Te juro que me dio miedo y placer al mismo tiempo. No podía creer que en la Argentina estuviera pasando eso.”

Apenas terminó la primaria, y luego de que un compañero de séptimo grado le robara un beso en la boca, resolvió mudarse a La Plata, a la casa de una tía. El primer año de la secundaria asistió a la enet Nº5. “Como te decía, siempre quise huir de mi casa. Nunca me pude quedar con lo pactado.”

El clima universitario de la ciudad le “abrió la cabeza”, pero después de un año comenzó a extrañar. Volvió a Llavallol con el pelo largo y se inscribió en el turno vespertino de la Media Nº2, de modo que pudiera trabajar durante el día. “Cuando empecé en La Plata, todo calladito, no se daban cuenta que era gay. Pero ese año terminé hecho una loca de atar. Estaba curtido, lejos de mi casa. Era un plumero. Entré al secundario de acá sin que me importara nada. Los compañeros no me podían decir nada, porque yo era más puto que las gallinas. Tenía una actitud tan asumida que la gente prefería no meterse conmigo. La pasé brutal. Era la reina del colegio.”

Después de la tintorería, atendió un videoclub. Aprovechó el empleo para ver películas. Si en la infancia Liza Minnelli había representado la hipérbole de lo femenino, a comienzos de los 90 el referente fue la refinada Julia Roberts en Mujer bonita .

A los 15 años, un compañero de clase lo invitaba a la casa para confiarle secretos sobre él y su novia (una ex amiga de Florencia). Después de algunos coqueteos y sesiones de televisión, se besaron y tuvieron sexo. “Era un amor flasheado, imaginate. Un día me invitó a ver una película a la casa, de noche. Mi papá no me dejó. Al otro día no volví a mi casa. Estuve como una semana afuera. Paraba en lo de la hermana del chico. Ahí quebré otra barrera con mi papá. Desde entonces no me dijo nunca más nada.”

Cuando todavía era un adolescente, tenía el pelo negro y lacio, “como una Azúcar Moreno”. En el barrio se lo conocía como “La Freddy”. Atraía a hombres y mujeres por igual, aunque las mujeres siempre le provocaron “alergia” (ninguna fantasía lésbica). Tenía aspecto femenino y cuando salía de noche con sus compañeros del secundario, asegura, solían confundirlo con una chica. “Hasta que un día mis amigas me dijeron: «¿por qué no nos vestimos todas?»”

Capítulo 3: Biología no es destino

Hasta los ultimos tiempos del colegio secundario, Florencia no se imaginaba que terminaría travistiéndose. Hasta esa noche en que se calzó la pollera, salió de rueda nocturna por Monte Grande y experimentó una asfixiante ráfaga de felicidad; una travesti, para ella, equivalía a una excentricidad de Carnaval. “En el barrio, cerca de casa, se armaba un corso bárbaro con Los Dementes de la Loma. Yo a veces me subía a los micros, me iba a Burzaco y de repente veía que bajaban cuarenta travestis que no lo podías creer. Algunos eran un desastre, pero otras eran increíbles. Yo pensaba: ¿cómo hacen para estar así? Los viejos putos comparseros me decían «nena, vos tené que tomar hormona». Pero me daba miedo. Y las lindas no te decían nada, las hijas de puta. Imaginate ese micro: era un cogedero de gatos. A mí me querían sacar a bailar, pero nunca acepté. Me quedó como asignatura pendiente.”

Marcela Ramallo, una travesti que baila en los carnavales de Zona Sur desde hace veinticinco años, recuerda el día en que Florencia se acercó por primera vez a un ensayo de Los Dandys de Llavallol. “Era brava, como toda persona que recién comienza. Mucha personalidad. Se vino a un ensayo de la comparsa y no fue tan bien recibida. Venía a querer imponerse a un territorio que desconocía. La comparsa ya estaba armada con brillo, con plumas, pero a ella ese tipo de ropas no le iban. Tenía el pelo largo, era flaquita. No tenía pechos, pero estaba vestida de mujer. Pretendía salir de pollera de jean y top, el pelo suelto y nada más.”

Lo que ocurrió, según explica la nunca escrita autobiografía de Florencia de la V, fue que su travestización conllevó un proceso de introspección. Cuando era un varón gay, Florencia era explosiva. Desde el momento en que empezó a travestirse, prefirió pasarse de pudorosa. “Siendo travesti no podía andar con una pandereta en el culo, porque ser travesti ya es naturalmente llamativo. Siempre pensé que con un travesti es suficiente. Dos son multitud, una comparsa. El travesti no es consciente de sus movimientos.” Sonríe y menea los hombros a la par de los pechos. “Y yo pensé: más vale que vaya yo solita. Dentro de todo, a la noche todos los gatos son pardos.”

Después de terminar la secundaria, Florencia –que había heredado la máquina de coser de su madre y tenía buena mano para confeccionarse vestidos– se inscribió en la carrera de Diseño de Indumentaria en la uba, pero la abandonó rápidamente. Para esa época, el vínculo con su padre estaba diluido. Vagaba de casa en casa, sin ningún rumbo cierto. Tuvo algunos trabajos pasajeros en el conurbano y frecuentaba el circuito gay de Capital, pero empezaba a ver que la vida de una travesti pobre no tenía nada que ver con la de Julia Roberts. Fue una de esas noches de 1995 que Roly Sanova, un diseñador chaqueño que por entonces compartía un departamento de Corrientes y Salguero con su hermano Eduardo, la encontró llorando en un banco de la Plaza Almagro, diciendo que para ella el mundo se había acabado.

“Estaba re-mal”, cuenta Roly. “Había tenido problemas en la casa y no sabía qué hacer. La invité a vivir con nosotros. Estuvimos juntos tres años, hasta el 98.” Era momento de elegir un nombre en serio. Despojarse del cabaretero y permisivo “Karen” que usaba hasta entonces y optar por un nombre más discreto. Roly fue quien terminó rebautizándola. “Le sugerí Florencia. Y le puse una parte del apellido de mi mamá, que es Meave de la Vega.”

“¿Sabés qué difícil es empezar, de un día para el otro, a vivir tu vida en femenino? Imaginate. Me llevó un tiempo asimilar todo eso”, dice Flor con un mohín de aflicción. Experimentó brevemente con algunas hormonas, pero el tratamiento químico la aterraba. Era hora de enfrentar a su familia por primera vez. Aprovechó el casamiento de una prima: se confeccionó un vestido “divino” y entró desfilando sobriamente a la iglesia San Franciso de Asís de Llavallol. Nadie de su familia se acercó a decirle nada. “Creo que los dejé sin palabras.”

Para entonces, su estética femenina estaba predeterminada: generacionalmente, Florencia se sitúa entre la travesti veterana que imita a la vedette despampanante y la del último tiempo, que tiene como espejo idílico a la lolita. “Yo siempre supe que la gente se confundía con el travestismo, que fue lo que me llevó a mí a ser travesti”, explica. “Si bien empezó todo como un juego, darme cuenta que quería ser travesti era una cosa seria. No era joda. Tenía que evaluar muchas cosas. Y entonces prioricé mi felicidad. Hasta que no lo hice, no sabía qué era lo que realmente me hacía feliz. A mí me mató. Pero eso no quería decir que me convirtiera en un carnaval carioca caminando. Ahí está la diferencia. Yo quiero ser mujer, no una caricatura. Y con el tiempo me di cuenta que, a medida que te relajás, podés ser mucho más femenina que cuando pretendés acentuar los rasgos de mujer.”

Capítulo 4: El camino a la fama

En los primeros tiempos de la transformación, los hermanos Sanova fueron algo así como los Malcolm McLaren y Vivienne Westwood de Florencia de la Vega. A comienzos de los 90, Eduardo y Roly organizaban desfiles en el Chaco con modelos andróginos y diseños de vanguardia, algo difícil de asimilar en una ciudad como Resistencia. “Yo le hinchaba mucho las pelotas para que se exhibiera de forma más femenina. Le cargamos las pilas con el tema maquillaje, peluquería, producción”, cuenta Roly. “Le ayudamos a construir la imagen. Mi hermano, además, tenía muchas conexiones en los medios. Ibamos a los lugares donde teníamos que estar: Morocco, El Cielo, Pacha...”

Florencia todavía no había entrado en el quirófano. Y si de algo estaba segura, es que no quería saber nada con la silicona líquida. “Muchas travestis, cuando están aburridas, empiezan a inyectarse silicona industrial por todos lados: las tetas, la cadera, el mentón, la frente, los pómulos... Y así quedás hecha un Muppet. He visto algunas bellezas que terminaron destruidas por la silicona líquida.”

En el 96, el cirujano Raúl López Bandera lo puso así: “Vos no podés andar sin tetas”. “Sí, parezco Valeria Mazza”, admitió Flor. Y así fue que tuvo sus primeras y moderadas prótesis mamarias, que por aquellos silicofílicos años menemistas se conseguían a unos 4 mil dólares el par. “Fue lo mejor que me pasó en la vida”, asegura. ¿Pero cómo llegó al voluminoso pecho plástico que, en estos días, remata su aplanador metro ochenta (o casi)? “Me volví a operar años más tarde, porque las que me habían puesto eran muy chiquitas. Fue con Gustavo Sampietro, el mismo que me hizo la depilación definitiva.”

Con su flamante adquisición pectoral, Florencia comenzó a trabajar de drag queen . Desfilaba en discotecas, promocionaba un solárium en Belgrano, se consagraba reina de Bunker por enésima vez... El círculo parecía cerrarse: sólo podría trabajar de travesti. En un punto, le resultaba descorazonador.

Viajó a Miami con un amigo, un poco de vacaciones, otro poco para probar suerte. Sirvió tragos en Mambo, un boliche en Ocean Drive. “Los americanos se enloquecían conmigo, porque era morocha, me daban buenas propinas. Para mí, que no tenía ninguna perspectiva, que no tenía ni idea qué iba a hacer con mi vida, estaba bien.” Thomas, un luchador que participaba en Los gladiadores americanos , se enamoró con desesperación y le propuso matrimonio. “Estaba enloquecido”, recuerda Florencia con el tipo de sonrisa que usa para definir turbulencias benignas. Es una sonrisa que combina estupor y un dejo de sarcasmo. “Yo le dije que sí, pero al final me vine para acá. Me siguió llamando a mi casa hasta cuatro años después.” Imaginen a esa pareja: una travesti de Lomas y un titán del catch televisivo yanqui. No pudo ser.

En el 96, de regreso a Buenos Aires, Florencia y los Sanova organizaron dos operaciones de marketing para insertarla en el jet set. Una fue en la entrega de los Martín Fierro. Le diseñaron un vestido de gala negro y verde, alquilaron una limosina blanca y llevaron a Florencia hasta el lugar de la ceremonia. Eduardo y Roly se mezclaron entre la gente y comenzaron a gritar el nombre de la misteriosa dama. De la Vega irrumpió, altiva y electrizante, y las cámaras se abalanzaron como si se tratase de una verdadera estrella. “Fue todo un montaje”, recuerda Roly. “Y funcionó.”

La segunda operación fue cuando el rrpp de Morocco, Hugo “Guga” Pereyra, le presentó a David Copperfield. Aunque el hecho no pasó a mayores, desde la tevé chimentera se alentó la hipótesis de que el mago había “cambiado a Claudia Schiffer por una travesti argentina”. La prensa compró la “noticia” y Florencia, estratégica desde el comienzo, negó el rumor con la sonrisa ambigua de los cazadores de fama.

Al poco tiempo, el productor Ernesto Medella, mano derecha de Carlos Rotemberg, citó a Florencia en una oficina de Canal 9. Cris Miró había contraído una neumonía y alguien tenía que ocupar el lugar de la travesti en el elenco de Más pinas que las gallutas , la obra de Hugo Sofovich que se representaba en el Tabarís. “Yo no ganaba un sope. Hacía algún que otro desfile, alguna que otra promoción, pero andaba siempre con lo justo. Con un poco de suerte, juntaba 300 al mes.” Medella puso sobre la mesa un contrato de 2 mil pesos. Florencia tragó saliva. “¿Qué tengo que hacer?”, preguntó. El papel era aparentemente sencillo: debía salir a escena en corpiño y bombacha y gritar “¡Me violaron!” La idea de enfrentar al público en ropa interior le dio pánico, pero era una oferta que no podía rechazar.

Llegó al ensayo el día previo a su debut, en mayo de 1997. Tenía 21 años. “Era una nena”, recuerda la actriz Cinthia Guerra. “Tenía el aspecto de una chiquita desvalida que se escapaba del destino de Godoy Cruz. Llevaba puesto un tallieur hermoso. Era súper femenina y, a la vez, tenía la gracia de un puto jodón.”

Ese día comenzó el proceso de extraversión de nuestra heroína. Y desde entonces todo fue en ascenso.

Capítulo 5: El vértigo de la cima

En los estudios de america que dan a la calle Gorriti, el camarín de Mirtha Legrand permanece cerrado detrás de una estrella dorada. Faltan quince minutos para que empiece el almuerzo y la única comensal todavía no aparece. Una productora de mirada torva merodea el hall con el tranco de un boxeador antes de saltar al ring. Veinte minutos después del mediodía, se abre el portón con un estrépito y un Peugeot gris mete la trompa en la playa de entrada al galpón, desembarazándose de una ristra de fotógrafos, curiosos y buscadores de autógrafos. Florencia de la V (reducido su apellido a una inicial debido a la demanda de una homónima que pretende el nombre en exclusividad) baja del auto forrada en satén y abrigada con un saquito de hilo (“como la Realeza británica”, dirá luego al aire), secundada por un vestuarista, un coiffeur y una jefa de prensa de Ideas del Sur.

Detrás de un par de lentes ahumados, Florencia me saluda con un gesto y entra en un camarín pequeño. Al rato manda llamarme y me dice que le disculpe el montaje del operativo, pero últimamente su vida se convirtió en un lugar extraño. Le digo que almorzar sola en lo de Mirtha Legrand debe ser un acontecimiento extraño. Sonríe sin dejar de hacer puchero frente al espejo. Tiene la elegancia y la frialdad de una diva nacional. Frente a las cámaras, Mirtha dirá que es “la reina de Buenos Aires”. Una manera básica, anticuada y bastante pertinente de definir el momento de una estrella que parece heredar el porte de viejas glorias del espectáculo porteño. “Yo siempre digo que vino bien el ingreso de Florencia en la farándula para que volviera el glamour que estaba perdido”, dice José Luis Ferrando, su vestuarista. “En este país tenemos mucha diva grasa. Y Florencia jode desde un lugar de Carlitos, pero se produce de tal manera que entra en un lugar y rompe todo... Si hoy se va de acá a las carreras de Ascot, la dejan entrar sin problemas.”

Después del postre y el brindis con champagne, se me ordena que suba al remís estacionado en la entrada. Del lado de afuera del estudio, una tropilla de paparazzi espera la salida de la invitada. Mauro Viale se parapeta contra el portón, listo para una nota-emboscada. Florencia sale, responde preguntas con estoica frivolidad, esquiva un par de cámaras y se cuela en el asiento trasero del auto. Camino a su departamento, me dice algo sobre la necesidad de no tener de enemigos a ciertos periodistas “siniestros”.

Desde sus primeros pasos en el espectáculo, Florencia creyó entender “las reglas del juego”, y no le gusta exagerar su papel de luminaria cercada por la prensa. Sabe que su primer territorio de comediante fueron los programas de chimentos. Antes que actriz, fue entrevistada.

Lo que no quita que, en los recientes tiempos de fama exorbitante, el tratamiento que le dispensaron ciertos medios la pusieran al borde de un ataque de nervios, en especial cuando el foco se detuvo en su identidad genérica. En un par de semanas, la factoría de noticias que gira a su alrededor produjo dos títulos ligados a su condición de travesti. Laisa se vistió de chico para una escena dramática de Los Roldán (periodistas como Jorge Rial criticaron el episodio con falso tono proteccionista) y la revista Paparazzi publicó una foto en la que a Florencia, por debajo de la minifalda, se le adivinaba un bulto que bien podía ser un testículo. Lo curioso es que el título de tapa era: “El secreto de Florencia”. “Como si yo hubiera dicho que tenía una concha grande como una cacerola”, me dice con una sonrisa.

Llegamos al departamento de Florencia en Las Cañitas, encajado en un edificio nuevo, de pórtico lustroso. Aquí vive junto a su pareja, Pablo Goycochea, un odontólogo entrerriano (divorciado, dos hijos) al que conoció en el boliche El Angel de Gualeguaychú, hace siete años. La prensa intenta contactarlo periódicamente, pero su intimidad es impenetrable. Cuando llegamos al pallier , se escuchan algunos ruidos del otro lado de la puerta. “¿Estás vestido?”, pregunta Florencia antes de girar la llave. “Sí”, responde él desde adentro.

Tiene la complexión de un patovica, movimientos rápidos y el pelo corto y paradito. En un recreo entre el gimnasio y el consultorio, se mueve vertiginosamente de la cocina al comedor, dos ambientes asépticos, de mobilario sintético, bastante impersonales. Pablo es un tipo simpático, aunque parece tener su carácter. Mientras Florencia se mete en el dormitorio para cambiarse, él comenta algo sobre el ahogo mediático. “Un día de estos se me va a escapar una derecha a mí...”. Cierra el puño y luego baja la voz: “Aparte, a ella le está haciendo mal. No va a terminar bien”. Señala la puerta de la habitación y luego se va del departamento agitando las llaves.

Florencia sale de la pieza sin el vestido de satén: jean, musculosa blanca y sandalias. Tiene el pelo recogido, la cara distendida y un vaso de agua saborizada en la mano. Me ofrece pedir comida por teléfono. Más allá de su bandeja de Dieta Delivery, la heladera está casi vacía. Desde que empezó a trabajar demasiado y debió suspender el gimnasio, comenzó a engordar un poco (está en la edad exacta en que, por la rutina, la preservación de las formas empieza a convertirse en una tarea un tanto ardua). Me lo resume con retórica maradoneana y su típico tono de chusma de barrio: “Trago como vikingo en celo, y no quería terminar como la Gorda Matosas”. Luego se vuelca, dócil, en el sofá y me cuenta su método de supervivencia.

“Desde el momento en que empecé a reírme de mí, el resto dejó de reírse. Yo tengo una conducta muy femenina, por eso no me molesta decir lo que digo, ni me molestó vestirme de varón para el programa. Si bien el medio me acepta, siempre me tiraron esa de «Eh, Florencia, que el paquete, que esquivemos el bulto...» Siempre se mofaron de mi condición. Y ahora, cuando en un programa, con un libreto, tengo que hacer de varón, salen a cuestionar un montón de pelotudeces: «Eh, nosotros la compramos de mujer...» Primero me joden con que me afeito antes de salir a los Martín Fierro y después dicen que siempre me vieron mujer. Es un discurso pelotudo y de gente chata. Por eso trato de no prenderme.”

Cuando salimos a la calle, lleva una campera de cuero negra, tacos altos y lentes oscuros. La gente la observa con una sonrisa incrédula: esa señora no tiene mucho que ver con Laisa Roldán. Nos subimos a su coche nuevo, un Ford Ka azul oscuro al que ella llama el “Laisa Móvil”. Apenas salimos del garaje, un auto clava los frenos a pocos centímetros de nuestro paragolpes trasero. Florencia no parece darse cuenta de lo cerca que estuvimos de chocar.

Cómo decirlo... Sentado en el asiento del acompañante, tengo la sensación de que el parabrisas está demasiado cerca de mis narices. En el tramo que va de su casa a Ideas del Sur, mientras suena el disco de Bebo & Cigala, ella conversa con su gracia habitual y pisa los frenos sin muchos escrúpulos. Si el imaginario vial misógino indica que las mujeres son malas al volante, puedo decir que Florencia es absolutamente femenina.

Antes, en la intimidad de su casa, me había dicho que, para ella, el público relegó a segundo plano el factor travesti, aunque sabe que “la inserción en la sociedad todavía cuesta”. Y trata de recordar qué cambió desde los viejos tiempos. “En mi barrio estaba el Tuerto Mario, que era un puto más feo que una deuda. Pero hacía cosas de costura, no era prostituta. Después estaba la Cacho, de Loma Verde, y todo el mundo la trataba de mujer. En los barrios bajos está mucho más asumido el travestismo. Son más respetadas.”

Cuando empezó a usar pollera, los infames Edictos Policiales ya estaban vigentes, de modo que el travestismo era motivo de detención. “Yo nunca tuve problemas con la policía, porque siempre fui muy discreta. Nunca quise ser una zarpada. Temía que, por ser divertida, piensen que estaba regalada. Y así, los hombres que se me acercaban nunca me trataron como a una más.”

Esa distancia que Florencia expresa respecto “del gremio” es la que hace que no goce de la simpatía de algunas travestis. “Ella sólo se representa a sí misma”, dice Lohana Berkins, maestra y militante al frente de alitt (Asociación de Lucha por la Identidad Travesti Transexual). “No creo que, por ser travesti, tenga que hacerse cargo de toda la comunidad. Pero sí creo que es un poco violenta la manera en que desconoce al mundo al que pertenece. En ella hay imágenes de una comunidad preexistente, que fue estableciéndose en la sociedad. Ninguna travesti se autoconstruye.”

Hace tiempo que Florencia se adueñó de su destino, subvirtiendo todo aquello que en su vida, a priori, parecía inevitable. Y así como supo desentenderse de su condición cromosomática, ahora desmiente lo que la teoría queer progresista presupone de una travesti. La postura (a)política de de la V (más cercana al pensamiento medio de la pequeña burguesía que al de las chicas de Godoy Cruz) es una prueba de que la travestización, o cualquier otra elección genérica o sexual, no contempla necesariamente la inclusión de un marco ideológico acorde.

Cuando le menciono el Código de Convivencia y los incidentes en la Legislatura, comenta: “Me parece vergonzoso que no se pueda terminar de votar una ley. Por otro lado, andá a París a tocar un edificio histórico: ¡te meten preso de por vida! No sé, es respetable desde los dos lugares. La gente no quiere que le cojan en la puerta y los travestis no se quieren mover. Es complicado”.

Para Lohana, el lugar de popularidad que ocupa Florencia no contribuye en nada a la causa. “Creo que los mismos que pagan los 40 pesos para verla en el teatro, o los que miran Los Roldán , son los mismos que piden a gritos la vuelta de los Edictos Policiales y todo tipo de castigo, segregación y zonas rojas para las travestis. Esta es la contradicción que produce el fenómeno Florencia de la V.”

Capítulo 6: Entre tus piernas

La sesión de fotos para esta entrevista se hace en una de las mañanas más frías del año. Una turbina de aire caliente, dispuesta en el centro del patio de un caserón derruido, evita que Florencia se escarche, desnuda, entre un par de macetones y una pared descascarada. Su entrega a la lente es total, por momentos sobrecogedora. No sólo por el frío, sino porque su cuerpo, en estos días, es el foco de un montaje mediático obsceno. A ella no parece importarle mucho.

Entre toma y toma, su equipo de producción (maquilladora, estilista, vestuarista) trabaja sobre su imagen en una habitación que da al frente del ph. Se improvisa una charla de peluquería en la que la mitad de la farándula termina dialécticamente triturada. “Cómo le gusta la garcha” (sobre una cachorra con fama de reventada.) “Mostrale 500 pesos y vas a ver cómo entiende, ese gato” (sobre una vedette en leve ascenso.)

Curiosamente, Florencia no tiene agente de prensa personal, ni manager, de manera que ella misma se encarga de responder los llamados y concertar entrevistas. “A medida que fui creciendo artísticamente, me gustó más estar sola. Como todo el tiempo estoy con tanta gente, prefiero tener momentos para descansar la cabeza. Me gusta tener el control sobre todo.” Su celular vibra a un promedio de tres veces en diez minutos. Ahí va de nuevo. Llaman del local La Mejor Flor, preguntando qué dedicatoria acompañará el ramo para Mirtha Legrand. “Ay, no sé, inventate uno”, le pide Florencia a su vestuarista.

“¿Ves, Pablito? No puedo estar en todo”, me dice a través del espejo (casi siempre Florencia me habla a través de un espejo). “Producirme para las fotos, hacer la nota con vos, pensar una dedicatoria... Es too much.” El peluquero le adosa un aplique rubio. Florencia ladea la cabeza y entorna los párpados. “En algún momento me voy a tener que platinar. A la gente le gusta el rubio, ¿no te parece?”, consulta. Levanto los hombros. “Sí, el platinado da diva. A la gente le decís diva y piensa en una rubia”, intenta convencerse. “¿Qué más me falta para ser diva? Un divorcio tormentoso...”. “Y ponerle un restaurante a tu ex”, tercia uno de los asistentes, y todos estallamos en un concierto de risas digno del área de secadores de una peluquería.

En mi segunda visita al camarín del Lola Membrives descubro que, en ese proceso de consagrarse una diva completa, le faltaba algo más que un divorcio tormentoso. Y el detalle está ahí, acurrucado en la falda de su bata de terciopelo rojo: una bolita de algodón de dos meses a la que Florencia bautizó Cayetano (lo compró esa misma tarde, 7 de agosto, día del santo patrono de los trabajadores). Es un maltés enano muy chic, el pichicho adecuado para una estrella de la calle Corrientes y de la franja familiar de Telefé. “Quería un perro grande, un Golden Retriever, pero esos te comen todos los muebles”, me explica y tuerce la boca.

Florencia había ido a Easy, en verdad, a comprar una soldadora para el marido de su madrina, un herrero con el que trabajó cuando era chico. Semanas atrás, le saquearon su taller de Llavallol, así que quiso darle una mano. No consiguió la soldadora, pero en la vidriera de la veterinaria de Jumbo se encontró con este cachorro esponjoso y decidió adoptarlo. Le dijo a la vendedora que era para su sobrina. Mentira.

Los vendedores se sorprenden cuando ven a Florencia en el mundo real. Tan sobria, tan poco Laisa. “El hecho de hacer de travesti en la televisión me llevó años de terapia, el poder separar mi vida de la ficción. Por eso me salió este personaje tan rico y gracioso. Laisa es un invento, una construcción mía, y eso me da la libertad de llevarla a un punto límite. Aunque puede que sea mi inconsciente. Capaz que en el fondo soy una travesti comparsera.”

Cuando observe por primera vez los contactos de las fotos, recordé las horas en que estuvo en el patio del caserón, desnuda y entregada a la cámara. Contra esa pared, la humanidad de Florencia parecía sintetizar todo lo que alguna vez fue y aquello que ha dejado de ser. Su anatomía es, de algún modo, la cartografía de una transformación. Las marcas quirúrgicas en los pezones, las crestas angulosas de la cadera, el tatuaje gótico que tiene a la altura de la ingle, las uñas recortadas como cuchillas, el “conchero” para “trucar” sus genitales, los muslos tonificados y espléndidos, el semblante rígido, la sonrisa profesional.

Estaba envuelta en su bata roja y tenía unas zapatillas Puma gastadas que suele usar para descansar de los tacos. Se había despertado a las seis de la mañana y mantenía su proverbial simpatía distante. En el momento de enfrentar a la cámara, anteponía una fachada de seducción y frialdad que me resultó admirable y, por alguna razón, remotamente triste.

Quizá porque, en esos días de estruendo mediático, su masculinidad subyacente despertaba todo tipo de sensaciones: curiosidad sexual, alcahuetería morbosa o fascinación estética. Florencia pondera todas las variantes. Ninguna la incomoda (al menos eso dice.) Evidentemente, la chica a la que le avergonzaba ponerse las plumas en Carnaval ha recorrido un largo camino. “Tengo una relación tranquila con todo mi cuerpo”, me dijo al día siguiente en el camarín de Laisa, metida en un vestidito de lycra corto y escotado.

–Y eso incluye tus genitales, supongo.

–Obvio. Si no, ya me hubiera operado. Hay muchas transexuales que dicen que nacieron en el cuerpo equivocado. Para mí, hacerte una vagina no te hace ni más ni menos mujer. Yo nunca me voy a olvidar de lo que fui cuando nací, en lo que me fui transformando y en lo que decidí ser. Si hoy elijo vivir como travesti y mañana elijo operarme, será otro momento. No creo en eso de la mujer completa. Algunas tienen mucha mística con eso, con que vinieron en el envase equivocado. Para mí es un chamuyo.

En lo que para ella será el insólito invierno de 2004, su posible operación de cambio de sexo se convirtió en una especie de asunto de Estado, tema de conversación de panadería y de patio escolar. “Son cosas que siempre dije, pero ahora se amplifican demasiado”, asume. “Por suerte, la gente que va al teatro no paga para ver al travesti: paga para ver lo que hago artísticamente. Y el día que me quiera hacer una concha, me la haré porque se me cantan las pelotas. Nunca me importó el qué dirán. Por eso soy lo que soy. Si algo prioricé siempre fue mi felicidad, no lo que pretendían los demás. Siempre intenté agradarme a mí, antes que a otro. Y para vivir así tuve que asumirme y estar tranquila con todo mi cuerpo, con lo que soy. Tengo que acostumbrarme a que de todo se hable en público, ya lo sé. Pero también sé que todo pasa, nada dura.

Pablo Plotkin
Octubre del 2005

Asesinos homosexuales


No todos podíamos ser buenos. De hecho algunos de los personajes más terribles de la historia fueron también homosexuales. Asesinos brutales que, exactamente igual que los heterosexuales, desviaron su personalidad hacia extremos aberrantes y aterradores. Tristes pruebas de la generación que pueda alcanzar la naturaleza humana y que reunimos aquí en una particular cámara de horrores compuesta exclusivamente por miembros de la Comunidad LGTB.

Pilles de Rais, el Barba Azul sanguinario

Aparece en todas las crónicas y listados como el primer asesino gay de la historia, aunque en realidad, en su caso, la supuesta homosexualidad no era más que una anécdota sin importancia dentro de una personalidad monstruosa, desviada, obsesionada con el diablo y, definitivamente, enferma. Nacido en 1404 en Francia, mantuvo una estrecha relación con Juana de Arco, desde su posición de primer teniente en los ejércitos de oposición inglesa la invasión inglesa. Una época de feudalismo medieval en la que un noble como era el mariscal Pilles de Rais podía someter y casi disponer a voluntad de su pueblo sin ser cuestionado ni mucho menos perseguido.

Así fue que, durante ocho largos años, De Rais pudo llevar a cabo sus macabras fantasías sobre más de doscientas victimas. Eran chicos adolescentes y niños que reclutaba de familias a las que prometía el bienestar de sus hijos trabajando para el en calidad de sirvientes, jóvenes a los que en realidad torturaba en la intimidad de su castillo: una de sus practicas habituales consistía en colgar a los muchachos y mirar placidamente como se asfixiaban para “rescatarlos” justo antes de que se produjera la muerte, abrazarlos entonces simulando que todo había sido una broma, y degollarlos finalmente cuando el niño comenzaba a tranquilizarse de nuevo. Eso si no optaba por sodomizar al crío y ordenar a sus cómplices que lo decapitaran en el momento mismo que el sádico alcanzaba el orgasmo. Las cabezas eran guardadas como objetos de deseo que después acariciaba y besaba hasta que se descomponían por completo y tenían que ser desechadas (… y reemplazadas).

La barbarie quedó impune hasta que la inquisición, en 1440, lo procesó, ahorcó y quemó por crímenes de brujería, herejía y, solo en tercer lugar, infanticidio.

Richard Loeb y Nathan Leopold, los asesinos enamorados

La historia de Richard y Nathan es la de dos jóvenes ejemplares, de dieciocho y diecinueve años respectivamente: ricos, de buena familia, estudiosos, y con un coeficiente intelectual muy por encima de la media. Dos personas del todo normales que decidieron cometer un asesinato por el sencillo deleite de demostrarse que podían hacerlo.

Una idea que al parecer surgió de nathan, el mayor de los dos y el mas dominante en la relación de pareja que mantenían. Gran seguidor de Nietzsche y su teoría del superhombre, estaba convencido de poder llevar adelante el crimen perfecto junto a su compañero. Corría 1924, y Bobby Franks, un chico del barrio de apenas catorce años, fue el elegido. A la salida de clase, la pareja asesina convenció al niño para subir a su coche, lo mataron, y malenterraron el cuerpo en una zanja, pidiendo posteriormente un rescate de 10.000 dólares al padre de la victima. No fueron necesarios. Antes de que la transacción económica pudiera llevarse a cabo, la policía halló el cadáver y junto a él unas características gafas poco corrientes que condujeron rápidamente al nombre de Nathan. Al ser interrogado, el muchacho utilizó como coartada a su compañero Richard, quien sin embargo no fue capaz de mantener la misma sangre fría que el primero y confesó toda la verdad. El supuesto crimen perfecto había sido un fracaso.

Sin embargo, fue con la detención cuando comenzó la parte más interesante de todo este caso: el juicio, uno de los más famosos e importantes del siglo por imputar a miembros de las más altas esferas sociales. Un juicio que tuvo como máxima estrella la homosexualidad de sus acusados. Clarence Darrow, celebre abogado contrario a la pena de muerte, que llevó la defensa de la pareja, centró gran parte de sus argumentos en la relación de amor que existía entre sus clientes. Alegó locura momentánea utilizando la homosexualidad como prueba inequívoca de que Nathan y Richard eran personas enfermas, desviadas y pervertidas sexualmente. Gracias a ello, a ser homosexuales y por tanto enfermos (sic), se libraron de la ejecución y fueron condenados a cadena perpetua.

Richard murió en prisión apuñalado por un compañero que lo acusó de intento de violación, y Nathan quedó libre tras 33 años de condena.

Andrew Cunanan, el hombre de las mil caras

Ya desde joven Andrew había demostrado un ambicioso deseo de convertirse en alguien y una curiosa facilidad para reinventarse a si mismo acorde a sus delirios de grandeza. Encaminó sus primeros pasos hacia la fama y el dinero fácil frecuentando clubes en los que ofrecía sus servicios sexuales a hombres mayores que lo agasajaban con valiosos regalos. Fue en el barrio de Castro, San Francisco, donde pudo codearse con la gente mas importante y donde, por ejemplo, conoció personalmente a Gianni Versace, Lisa Kudrow y Hugo Grant, convertidos mas tarde en blanco de sus iras por no ayudarle a conseguir el papel en el cine que según él merecía. Mientras, trabajo como actor porno en películas de todo tipo, incluyendo algunas con prácticas sadomasoquistas.

Su sangrienta carrera comenzó a mediados de los noventa con los asesinatos de Jeff Trail y Davis Madson (dos de sus amantes que se estaban liando a sus espaldas), continuó con Lee Miglin y William Reese y culminó con el par de disparos a Versace, momento en el que Cunanan ocupó por fin la primera plana de todos los periódicos. Convertido en el hombre mas perseguido del país, fue cercado por cuatrocientos agentes del FBI en una casa-barco en Miami Beach. Acorralado, Andrew se disparó a si mismo el 23 de julio de 1997.

Jeffrey Dahmer, el carnicero de Milkwaukee

En enero de 1992, Jeffrey Dahmer fue condenado a 957 años de prisión por el asesinato de quince personas, victimas en su mayoría homosexuales y de raza negra con los que ligaba en las zonas de ambiente de Milkwaukee o Chicago. Tras emborrachar al pobre muchacho que hubiera caído en sus garras, lo estrangulaba y desmembraba mientras tomaba polaroids, y al tiempo que usaba sus cabezas para practicarse tétricas felaciones. Algunos de los restos eran después cocinados e ingeridos, otros disueltos con ácido, y muchos de ellos guardados como un trofeo, especialmente las cabezas y los genitales.

Uno de los episodios más infames de este caso ocurrió cuando una de las victimas, un chico llamado Konerak, de apenas catorce años, logró escapar del apartamento de Dahmer justo antes de que éste pretendiera abrirle la cabeza con un taladro. Borracho, drogado y en estado de shock, el chico corrió por las calles hasta dar con dos agentes de policía a los que fue incapaz de explicarles con coherencia lo que ocurría. Un estado que Jeffrey supo aprovechar argumentando que aquel muchacho era su novio de diecinueve años y que acababan de tener una fuerte pelea conyugal. Sin duda movidos por la homofobia, los agentes prefirieron no entrometerse en asuntos de maricones y dejaron a Konerak de nuevo en manos del monstruo. El pobre muchacho vio impotente como regresaba al apartamento 213 de la mano de su asesino, abocado al más depravado de los crímenes.

Tras su posterior detención (curiosamente posible gracias a que otra de las victimas logró escapar de la casa de Dahmer, esta vez con mas suerte), el carnicero fue internado en prisión, donde murió a manos de Christopher Scarver, un interno de raza negra.

John Wayne Gacy Jr., el payaso asesino

Para el vecindario en el que vivía, en Chicago, John era un hombre modelo, prospero en los negocios y volcado en numerosas obras benéficas recorriendo hospitales infantiles con sus enormes zapatones y su nariz colorada bajo el nombre de Pogo el payaso. Difícil imaginar que aquel hombre fuera el mismo que años atrás había sido condenado por acoso sexual a un empleado, y el mismo que había sido abandonado por sus dos esposas tras descubrir estas sus inclinaciones homosexuales hacia hombres demasiado jóvenes. Una inteligentísima labor de lavado de imagen que le permitió esconder durante años el retorcido asesino que llevaba dentro: recorría las zonas homosexuales de Chicago en busca de algún joven, chaperos en su mayoría. Los llevaba a casa y allí los emborrachaba, sacando después unas esposas como juguete sexual. En el momento en el que la victima dejaba que Gacy cerrara el diminuto candado del artilugio, quedaba firmada su sentencia de muerte. Entre sus practicas habituales estaban las torturas de todo tipo, el estrangulamiento y, como no, la violación, antes o después del asesinato.

En 1978, gracias a las acusaciones de una de sus victimas y de los padre de otra, Gacy fue arrestado tras una inspección policial en su casa que culminó con el horrible hallazgo de numerosos cadáveres en el sótano y el jardín. En 1980, tras un juicio en el que el payaso justificó sus actos argumentando que sus victimas eran unos “despreciables mariquitas”, la sentencia dictaminó pena de muerte. Un 10 de mayo de 1994, Pogo el Payaso fue ejecutado.

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101 formas de llamar a un homosexual


“Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de La Habana,
Jotos de Méjico.
Sarasas de Cádiz,
Apios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!”

"Federico García Lorca"


Desde el bíblico sodomita, el mítico uranio y los históricos 41 y jota, pasando por la mariposa y el mayate, y los comunes maricón y puto, hasta los muerdealmohada y cachagranizo: los homosexuales han sido llamados de distintas maneras según el lugar y el tiempo.

Desde que en 1869 Karl Maria Kertbeny acuñó el termino “homosexual” han surgido infinidad de términos para nombrar a los hombres que tienes relaciones eróticas con otros hombres; dichos términos pueden ser relacionados con animales, eventos históricos, plantas, personajes y que a través del tiempo han ido evolucionado.

La palabra “gay”, jovial, alegre, es quizá el término universal más reconocido con el que se conoce a los homosexuales; dicha palabra se empieza a utilizar en la década de los treinta en las cárceles de los Estados Unidos para nombrarlos despectivamente. La jerga de las cárceles muchas veces acuña y dicta la manera de llamar a los homosexuales en países como México y España. “Gay” proviene a su vez del vocablo catalán-provenzal “gai” y que durante mucho tiempo fue empleado para nombrar a los prostitutos. En los últimos años otro término se ha popularizado para nombrar a los homosexuales y su estilo de vida “queer”, torcido o raro, que al principio, como la mayoría, era un término despectivo y que los propios homosexuales, dando una vuelta de tuerca, adoptaron como propio.

Antes de que Kertbeny acuñara el termino un homosexual era conocido como “sodomita” al referirse a la antigua ciudad de Sodoma y sus implicaciones y a los que tenían coito anal. Así como “uraniano” ocupado por Platón en El Banquete pues era la musa Urania la que provocaba el amor a lo masculino, entre hombres, el amor a los mancebos. Un término ya en desuso es “nefandario” que es aquel que comete un pecado repugnante hablando en un contexto moral y religioso.


En los Estados Unidos existen palabras como “homo”, “pervert”, “affeminate”, “faggot” y “fag” que son las formas más insultantes de señalar a un homosexual; “faggot” es la rama o palo con que se enciende una chimenea. Y siguiendo con la relación del fuego y los homosexuales están “flamer” que viene siendo como un hombre en llamas o llameante, “flaming fairy” que es un hada o un pequeño ser mágico en llamas, y puede haber una tautología con el término “mariposa” que más adelante aparecerá.

“Silly savage” tonto salvaje, “limp wrist” mano caída, “fruttie” afrutado, “butt fuckers” coge culos, y “sweeties” para nombrarlos cariñosamente.

En América latina las palabras son tan variadas que sería arduo catalogarlas por países, regiones y épocas. En Argentina “trolo”es la palabra más común, viene de trolebús y de tomarse del tubo para no caer. “Café con leche” es la manera decente de nombrar a los hombres que gustan de otros hombres, mitad café y mitad leche; o “se le cae la polvera”, “vuelta y vuelta” son otras frases más coloquiales. En Ecuador “papaya”, “camarón”, “sopa” son las más frecuentes, así como “picañoña”, entender ñoña como mierda. En Costa Rica “playo”, en Brasil “viado”, y “cayuco” en Cuba; en Guatemala palabras como “mamplor”, “morro” y “hueco” se utilizan para designarlos, y recientemente “barbarizada” y “gayshas”.

En México ocurre lo mismo, según la región y la época se puede llamar de muy distintas maneras a los homosexuales, por ejemplo “mampo” en el sureste del país, “cuxpé” en Yucatán, “señorito” en el norte, “muxhe” en Veracruz; “shoto”, “choto”, que en las danzas de algunas festividades rurales es la representación del diablo que porta una antorcha llameante, pero también se les conoce así a los cabritos lactantes, los que maman. A este término se le asocia también con “mayate” que se ha generalizado ya como hombre homosexual, pero que en algunos pueblos se le conoce así al hombre que tiene relaciones sexuales con los “chotos” pero también con mujeres y que generalmente no se reconocen a sí mismos como homosexuales. El término “mayate” tiene otra acepción que es la del insecto, escarabajo, que tiene contacto con el excremento.

Es tan común llamar burlonamente a un homosexual “María” que se han derivado algunos términos de dicha palabra, uno de los más comunes es su
diminutivo “marica”, “maricón”, “mariquita”. Palabras como “marimba”, “mana”, “marisco”, “mandril” se utilizan en el mismo sentido y derivan de la misma palabra; y muy recientemente “manigüis”.

Regresando a la jerga carcelaria “mariposa” y “mariposón” eran utilizados en España en el siglo XVI para nombrar a los “sodomitas” que cumplían sentencia en alguna prisión. Esta metáfora de las “mariposas” y los homosexuales se da en relación con el fuego, de nuevo, al referirse a la mariposa que vuela alrededor de la llama atraída por su luz hasta que termina quemada. En México “jota” y “joto” se derivan de la crujía donde eran metidos los homosexuales en la cárcel de Lecumberri. La jota era una crujía sin celdas y sin puertas en donde las “jotas” convivían. Pero también está el histórico “cuarenta y uno” que fue el número de homosexuales detenidos en aquella redada en la época Porfiriana y que terminaron en Yucatán encarcelados y condenados a trabajos forzados.

El término más común y despectivo, sin dudas, en nuestro país es “puto”, que no solo se utiliza para nombrar a los homosexuales sino también a los cobardes. No es raro escuchar entre heterosexuales la frase ¡no seas puto! refiriéndose a no ser cobarde. La palabra deriva de “puta” y su acepción con la prostitución, así “puto” en primera instancia se convierte en un hombre que se dedica a dicho oficio. De “puto” han provenido tales como “puñal, “pulga”, “putazo”, “Plutón”, “plutoniano”, “pulmón”, “putón”, “putiflais”.

Pero existen otras palabras como “culero”, “hueco”, “raro”, “loca”, “lilo”, “mujer sicológica”, “cornetero”, “sobrinero” porque no tendrá hijos; están los lugares comunes como “de ambiente”, “del otro lado, Laredo o bando”; o los que hacen referencia a lo chueco de la situación como “desviado”, “invertido”, “amanerado” y “torcido”; los que hacen alusión a las manos y sus inclinaciones como “mano quebrada”, “cacha granizo”, “quiebra la muñeca”, “mano caída”, “mesero sin charola”; y existen otros totalmente en desuso como “bardaje” homosexual pasivo, “cacorro” afeminado, “garzón” mancebo, “sarsa”, “ninfo” hombre que cuida demasiado de su apariencia, “güilo”, “pastilla”, “larailo”, “liandro”, “floripón” adorno de mal gusto, y el tan popular por mucho tiempo “pederasta”.

“Macha”, “muchacha”, “fakir”, por tragar fierro, “comadre”, “gasha”, “Clara”, “perra”, “pobrecita”, “ella”, “chicuela” son palabras que utilizan, actualmente, los propios homosexuales para llamarse entre ellos; sin dejar de lado los consabidos y demasiado gráficos como, “soplanucas”, “chupapitos”, “muerdealmohadas”, “te gusta el arroz con popote”, “te gusta la coca cola hervida”, “te gusta meter reversa”, “se te hace agua la canoa”, “para orinar te agachas”, “adorador de la yuca”, “de la cáscara amarga” y “salta pa´trás”. Y por último lo más rudos visualmente como “te almidonen las tripas”, “te correteen la solitaria”, “te midan el aceite”, “te revienten las ligas” y “te apachurren los frijoles”.

Lo interesante de este listado es que continua y que cada día se enriquece de nuevas formas para llamar a los homosexuales cariñosa, despectiva, alburera o crípticamente; quizá ningún otro término como hombre, mujer, lesbiana, bisexual, trasgénero, y demás, tiene tantas derivaciones, acepciones, significados y maneras como las hay para nombrar a los hombres que aman a otros hombres.

¿sabes qué es el pozol, el cochito y las garnachas?

soymariquita@groups.msn.com

Sodoma y Gomorra: la gran calumnia


La historia de Sodoma y Gomorra en Génesis 19 es a menudo considerada como el locus clasicus para la discusión de la homosexualidad. El relato mismo comienza en Génesis 18 con la inesperada visita a Abraham y a Sara de tres hombres, aparentemente Dios y dos ángeles. Después de comer, aprovisionados gracias a la hospitalidad de Abraham y Sara, los tres visitantes se preparan a cumplir el objetivo de su viaje: la destrucción de Sodoma y Gomorra. Sin embargo, antes de dejar enteramente la escena, el Señor decide compartir con Abraham el destino de las dos ciudades, en una de las cuales reside el sobrino de Abraham: Lot. La explicación dada por el Señor a Abraham es significativa para comprender el relato: "Por cuanto el clamor contra (en hebreo: "de") Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo, descender‚ ahora, y ver‚ si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mi, y si no, lo sabré"(Génesis 18:20-21).
Esta anunciada intención por parte de Dios lleva al lector a la conclusión de que el pecado por el cual Sodoma será juzgada es alguna forma de injusticia y/u opresión de algunas personas por parte de otras. La razón para tal conclusión se fundamenta en la palabra "clamor" (en hebreo tsaaqah), que generalmente indica un "grito de socorro" de una persona o un grupo oprimido. Uno puede esperar que el relato continúe con la descripción de incidentes de opresión e injusticia. Aquello que sigue, sin embargo, es el relato de los dos ángeles que, tras entrar en la ciudad de Sodoma, encuentran a Lot, el sobrino de Abraham. De acuerdo con las antiguas obligaciones de hospitalidad, Lot invita a ambos a pasar la noche en su casa: "Pero antes de que se acostasen, rodearon la casa los hombres de la ciudad, los varones de Sodoma, todo el pueblo junto, desde el más joven hasta el más viejo. Y llamaron a Lot, y le dijeron: Dónde están los varones que vinieron a ti esta noche? Sácalos, para que los conozcamos. Entonces Lot salió a ellos a la puerta, y cerró la puerta tras sí y dijo: Os ruego, hermanos míos, que no hagáis tal maldad. He aquí ahora yo tengo dos hijas que no han conocido varón; os las sacare fuera, y haced de ellas como bien os pareciera; solamente que a estos varones no hagáis nada, pues que vinieron a la sombra de mi tejado" (Génesis 19:4-8)
Aquello que sigue es el rechazo de la oferta de Lot. Los ángeles entonces revelan a Lot su misión, le explican que "el clamor contra ellos ha subido de punto delante del Señor; por tanto, el Señor nos ha enviado para destruirlos". La destrucción que siguió fue tal que Sodoma y Gomorra llegaron a ser el símbolo del juicio de Dios por excelencia. Antes de proseguir con "el pecado de Sodoma" es necesario examinar la historia similar en Jueces 19. Un levita y su concubina se niegan a detenerse en la ciudad de Jebes (Jerusalén) prefiriendo pasar la noche en Gibeah. En la plaza de la ciudad se encontraron con un anciano que les ofreció hospitalidad en su hogar. "Pero cuando estaban gozosos, he aquí que los hombres de aquella ciudad, hombres perversos, rodearon la casa, golpeando a la puerta; y hablaron al anciano, dueño de la casa diciendo: Saca al hombre que ha entrado en tu casa, para que lo conozcamos. Y salió a ellos el dueño de la casa y les dijo: No, hermanos míos, os ruego que no cometáis este mal: ya que este hombre ha entrado en mi casa, no hagáis esta maldad. He aquí mi hija virgen, y la concubina de él; yo os la sacaré‚ ahora; humilladlas y haced con ellas como os parezca, y no hagáis a este hombre cosa tan infame"(Jueces 19:22-24)
El relato continúa contando como el Levita arrojó a su concubina a los hombres, quienes abusaron de ella toda la noche. Al amanecer el Levita la encontró muerta en el umbral de la casa. Furioso dividió su cadáver en doce partes y las envió a través de todo el territorio de Israel. Este acto significó un llamado a tomar las armas: el pueblo de Israel contra la tribu de Benjamín, en cuyo territorio se encontraba Gibeah. Después de una lucha que duró tres días entre Benjamín y el pueblo de Israel, "derrotó el Señor a Benjamín delante de Israel" (Jueces 20:35).
Aquello que tienen en común ambos relatos es la trama siguiente: Un habitante de una ciudad ofrece gentilmente hospitalidad a visitantes que llegan durante el anochecer sin tener un lugar donde quedarse. Poco después que comienza esta hospitalidad, "los hombres de la ciudad" se aproximan a la casa con la intención de "sacar" al hombre/hombres "para que les conozcamos". El anfitrión llega hasta el extremo de la defensa de sus huéspedes que ofrece a sus hijas vírgenes a los hombres. En el relato del Génesis este ofrecimiento es rechazado, mientras que en el relato de Jueces la concubina parece satisfacer el deseo sexual violento. En ambos casos, el juicio de Dios cae sobre la ciudad y sus habitantes. Ahora bien, ¿Es un juicio por homosexualidad? Definitivamente no.
¿Cuál es la ofensa sexual de estos relatos paralelos? La palabra hebrea que significa "conocer" (yadha) puede tener connotaciones sexuales, así por ejemplo "conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín" (Génesis 4:l). Obviamente la misma palabra puede llegar a tener otros significados, tales como: "llegar a tener conocimiento de" como en Génesis 29:5; Exodo 1:8; Job 42:11. Basándonos en tales usos diferentes, nos debemos preguntar si la palabra "conocer" en Génesis 19 y en Jueces 19 significa simplemente que los hombres de la ciudad querían llegar a conocer a los visitantes, o se refieren al deseo de tener un conocimiento carnal de los mismos. Cualquiera de ambas interpretaciones es posible. Sin embargo, parece ser que es la última la que intentan estos relatos porque la inmediata respuesta de Lot, quien ofrece sus dos hijas "que no han conocido varón", esto es, que son vírgenes (comparar el término "virgen" (betulah) en Jueces 19:24). No es posible esperar que la palabra “conocer” sea empleada en dos formas diferentes en dos versículos consecutivos. Probablemente se trate de abuso sexual en masa, pero no de homosexualidad, y menos tal y como es considerada hoy en día, ya que implica una relación sexual-afectiva, inexistente por completo en estos pasajes.
Mientras que algunos intérpretes han tratado de remover totalmente el tema de la homosexualidad de estos relatos, no nos parece posible o responsable el hacer eso. Sin embargo, es necesario tener en mente que el acto homosexual no es el único tema en esta narración, además, se desvirtúa en realidad lo que es la homosexualidad. En verdad, las ofensas en este relato son variadas. Primero, es la obvia intrusión de los hombres de la ciudad en la hospitalidad que se había ofrecido a los huéspedes. Además, si se tratara sólo de actos sexuales “entre varones” que sentido tiene entonces ofrecer mujeres a cambio? Son entonces los actos sexuales compulsivos y los abusos sexuales sobre todo contra huéspedes lo que se castiga o es sólo la homosexualidad?
Otra pregunta que surge cuando dos relatos tienen similitudes tan sorprendentes: ¿Conocía el autor de uno de los relatos la otra historia o es que ambas narraciones derivan de una fuente común? En un sentido, tal decisión es imposible de efectuar sin un cierto grado de certeza. Sin embargo parece que la historia no pertenece a la redacción original de Sodoma.
La razón para este juicio está basada en la tradición sobre Sodoma en la predicación de los profetas que confirman nuestra sospecha previa de que el clamor contra Sodoma parece apuntar hacia el pecado de opresión y/o injusticia. Cuando los profetas emplean el ejemplo de Sodoma (en algunos casos Gomorra) para ilustrar la naturaleza del pecado posterior de Israel, el pecado enunciado nunca incluye la homosexualidad, y solo una vez un pecado sexual, es decir, el adulterio (Jeremías 23:14). En las otras citas la naturaleza del pecado atribuido a Sodoma (y Gomorra) son las vanas ofrendas, la iniquidad y la opresión, el haber fallado en el cuidado de la viuda y del huérfano (Isaías 1:10-17), y parcialidad en los juicios legales (Isaías 3:9). El profeta Ezequiel interpreta el pecado de Jerusalén como el de Sodoma tu hermana cuyo pecado se define precisamente de la siguiente forma: "He aquí que ésta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad...y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso"(Ezequiel 16:49).
En otras palabras, el relato sobre Sodoma en Génesis 18-19 parece haber sido conocido solo parcialmente por los profetas posteriores. Su destrucción fue el ejemplo por excelencia del juicio de Dios, pero el relato sobre Lot, los visitantes angélicos y la ofensa sexual aparentemente no formaba parte de la memoria relacionada con Sodoma. La falta de conocimiento sobre la historia de la violencia sexual en Sodoma conduce a la probabilidad de que la misma pertenecía originalmente a Gibea (Jueces 19) y tiempo después de Ezequiel (siglo VI a C.) fue transferida también a Sodoma. La amenaza del acto homosexual puede ser en verdad parte del relato actualmente común a Génesis 19 y Jueces 19, pero el deseo del rapto homosexual es considerado junto con el rapto heterosexual y la intrusión en la hospitalidad como la causa del juicio de Dios sobre las ciudades de Sodoma y Gibea. No se puede determinar con ninguna certeza que la homosexualidad en sí misma sea el tema de este relato.
Algunos predicadores proclaman descuidadamente que Dios destruyó a las antiguas ciudades de Sodoma y Gomorra a causa de su "homosexualidad". Aunque algunos teólogos hayan considerado la homosexualidad el pecado de Sodoma, una lectura cuidadosa de las Escrituras corrige tal ignorancia.
En el capítulo 18 del Génesis, para anunciar su juicio de esas ciudades, Dios envía dos ángeles a Sodoma, donde Lot, el sobrino de Abraham, les ruega y persuade de que permanezcan en su casa. En el capítulo 19 nos cuenta que "los hombres de la ciudad, todo el pueblo junto" rodearon la casa de Lot reclamando la entrega de sus visitantes, "para que los conozcamos". La palabra hebrea correspondiente a "conocer", es en este caso "yadha", que generalmente significa "tener cabal conocimiento de". Podría también expresar el intento de examinar las credenciales de los visitantes o, como en raras ocasiones, el término implicaría un contacto sexual. Si fuera este último el significado intencional del autor, hubiérase tratado de un claro intento de violación masiva. Horrorizado ante esta gravísima violación de las antiguas reglas de hospitalidad, Lot intenta proteger a sus visitantes ofreciendo sus propias hijas a la furibunda multitud, una acción moralmente atroz, para los cánones actuales. El pueblo de Sodoma se niega y entonces los ángeles los hacen quedar ciegos. Lot y su familia son rescatados por los ángeles y las ciudades son destruidas.
Cabe destacar varios puntos. Primero, que el juicio de esas ciudades por sus iniquidades había sido anunciado antes del supuesto incidente homosexual. Segundo, que todo el pueblo de Sodoma participó en el asalto a la casa de Lot; hombres, mujeres, todos, y en ninguna cultura la población homosexual ha ido más allá de ser una pequeña minoría. Tercero, que el hecho de que Lot ofreciera a sus hijas, demuestra que él sabía que sus vecinos tenían intereses heterosexuales. Cuarto, si la cuestión era sexual, ¿por qué no castigó Dios a Lot y a sus hijas quienes cometieron incesto inmediatamente después? El punto más importante: ¿por qué ninguno de los otros pasajes de las Escrituras que se refieren a este episodio, hace alusión alguna a la homosexualidad?
¿Cuál fue el pecado de Sodoma? En Ezequiel 16:48-50 se especifica claramente: los habitantes de Sodoma, como mucha gente hoy en día, tenían abundancia de bienes materiales pero no se solidarizaban con las necesidades de los pobres y adoraban ídolos. Los pecados de injusticia e idolatría infestan a todas las generaciones. La nuestra será juzgada de la misma forma si nos creamos falsos dioses o somos injustos con nuestros semejantes.

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