sábado, 20 de diciembre de 2008

La duquesa roja


Si se fue de este mundo con una sonrisa en la boca, algo habrá tenido que ver su último gesto: casarse en legítima ley con su amada secretaria durante 20 años. Fue una salida espectacular de la escena del mundo para la duquesa de Medina Sidonia, una mujer de estirpe noble y moral revolucionaria que supo alimentar generosamente a las revistas del corazón.

Doña Luisa Isabel Alvarez de Toledo y Maura, vigesimoprimera duquesa de Medina Sidonia, una aristócrata atípica y polémica, murió a los 72 años de una neumonía la última primavera andaluza, en su palacio ducal de Sanlúcar de Barrameda, Cádiz. Allí estuvieron todas las revistas del corazón, de chimentos, y también la prensa seria, que siempre estuvo atenta a su febril lucha y vaivenes políticos y sociales mientras vivió, con envidiable coherencia pero también contradicciones. Los medios masivos europeos, pendientes de las noblezas europeas como la revista Point de Vue, le dieron la tapa, destacando: “Toda su vida la duquesa de Medina Sidonia, la duquesa roja, reivindicó su anticonformismo: antifranquista, luego republicana durante el gobierno de Juan Carlos, termina sus días después de haberse casado con su secretaria”. Otros medios afirmaban: “La boda de la duquesa de Medina Sidonia en su lecho de muerte con su secretaria puede provocar una disputa legal con sus tres hijos”. Mientras todos se encargaban de subrayar el alto voltaje de nobleza de la protagonista: “Además de duquesa, era princesa de Montalbán, marquesa de Villafranca del Bierzo, marquesa de Los Vélez, consagrada tres veces Grande de España” afirmaba la revista Hola.

Todo lo que se esperaba de la reacción de los hijos de su primer matrimonio, a quienes casi no veía nunca, sucedió. Gabriel, el menor, confesó a Point de Vue: “Desde que supe que ella se casaría con su secretaria, en su lecho de muerte, me pareció que era típico de mi madre. No me sorprende, es como una pesadilla, ha tratado de despojar a sus tres hijos de su herencia”.

Una vez más, esta fumadora impenitente, de silueta frágil y mirada incisiva, decidió dar un último puntapié a la vida convencional. La duquesa, gracias a la ley española de 2005 que autoriza el matrimonio homosexual, pudo casarse en artículo mortis, con su secretaria y compañera desde hace 20 años, la alemana Liliana Dahlmann, de 53 años, con lo cual los trámites judiciales que inicien sus hijos durarán décadas, se supone.

Si esto es un escándalo de su vida privada, las rebeliones de su vida pública son similares. Según ella, su afán justiciero lo había heredado de don Antonio Maura, su bisabuelo, que fuera ministro de Alfonso XIII, y que renunciara en 1923, en protesta contra la llegada al poder de Primo de Rivera. De ese brote, la duquesa abrazó el antifranquismo declarado luego de un episodio que sacudió a la prensa europea y saltó a la notoriedad. Fue en enero de 1966, cuando ella trabajaba en la agencia France Press, y descubrió un documento secreto que revelaba que dos aviones militares norteamericanos habían entrado en colisión sobre la localidad de Palomares, cerca de Almería. Eso no era lo peor, sino que uno de esos aviones transportaba cuatro o cinco bombas termonucleares de l,5 megatones. Y más grave aún, 20 kilos de plutonio se habían desparramado contaminando las tierras. Mientras el generalísimo Franco, bajo las órdenes de Washington, trataba de esconder el affaire, Doña Luisa reveló el escándalo y organizó una manifestación de apoyo a los damnificados. Desde entonces, los campesinos del lugar la bautizaron “duquesa roja” y bajo ese designio escribió su primer libro, La Huelga, donde fustigó al poder franquista, y le costó un año de cárcel por injuria a la Guardia Civil y al jefe de Estado. El universo carcelario, a esta aristócrata con linaje desde el siglo XII, le provocó un shock brutal y antes de sufrir un segundo proceso se exilió en Francia, hasta el advenimiento de Juan Carlos, en 1976. Durante esos años balbuceantes de democracia siguió participando contra los agentes de la autoridad y en alguna turbulencia que le costó seis meses de libertad condicional, opta por canalizar su energía en un tema que la apasiona y tiene materia suficiente: la heráldica. Decide desde esos días hasta su muerte que se dedicará a la clasificación de incunables y los seis millones de documentos de su familia en su palacio de Sanlúcar, reconstruyendo la historia desde la Edad Media. Es allí donde estudia y hace un hallazgo insólito y lo proclama, algo que provoca otro escándalo mayor. Según ella, Cristóbal Colón no habría descubierto América, y en cambio, sí lo habían hecho marinos desconocidos oficialmente. Serían algunos marinos de origen moro, españoles y franceses en secretas incursiones. Algo más tranquila, en 1990, creó la fundación Casa Medina Sidonia con el fin de preservar los bienes más preciosos del palacio del siglo XVI y especialmente la valiosa biblioteca. Al mismo tiempo, su inquietud social la empuja a donar algunas de sus tierras a necesitados de la región, postura que le provoca furias familiares. Y en esos mismos días, otras furias oficiales luego de que, entrevistada por la Radio Cero, reafirmara su cariz republicano, al decir que el rey Juan Carlos era para ella nada más que “el señor Borbón, una figura decorativa, jefe de una monarquía bananera”.

En una pausa de tantas luchas, doña Luisa Isabel asiste en 1983 al casamiento de su hijo mayor, y allí conoce a la joven alemana Liliana Dahlmann. Hay un coup de foudre y se vuelven inseparables. Liliana se instala en Sanlúcar desde entonces hasta hoy, ejerciendo la función de curadora vitalicia de la Fundación Medina Sidonia. En abril de 2005, la duquesa había modificado el estatuto para que su compañera pudiera ser presidenta de la misma. El matrimonio in extremis consolida esa posición. Los hijos de la duquesa roja deberán tener paciencia, hasta que su viuda, que hoy tiene 53 años, desaparezca y puedan usufructuar de sus bienes. Hasta entonces no tendrán la propiedad, ni podrán beneficiarse por venderla ni compartirla. Por su lado, ya doña Luisa había explicado una vez: “A mis hijos siempre quise hacerles comprender dos cosas. Primero, que hay que ser honestos y vivir de su trabajo. Segundo, que poseer un título es peligroso pues se corre el riesgo de creer en un cuento de hadas”. Riesgo del que no puso a salvo a su amada Liliana, que, si no creía en príncipes azules, ahora bien puede confiar en el poder de las duquesas rojas.

Felisa Pinto
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