lunes, 28 de julio de 2008

Heath Ledger: Siempre vivo


El villano que construye en la última versión de Batman que se estrenó la semana pasada no sólo rescata la película de cualquier otro traspié, sino que lo puso en la lista de los posibles ganadores del Oscar. Claro que Heath Ledger no estará ahí para recibirlo. La estatuilla sería sólo un escalón más hacia el cielo de las leyendas que el actor empezó a escalar en vida con su mítica actuación como Ennis Del Mar en la Brokeback Mountain, de Ang Lee.

Todo el mundo está hablando de un Oscar póstumo para Heath Ledger por su actuación como el Joker en The Dark Knight, la última de Batman revisitado por el director Christopher Nolan. Y lo cierto es que no sólo sería un excelente golpe publicitario para los estudios, y un galardón definitivo para catapultar a Heath Ledger al panteón de las leyendas de Hollywood; además, sería justicia. The Dark Knight tuvo por lo general críticas excelentes, aunque la película tiene sus problemas, como una trama demasiado enrevesada o cierta pereza en el desarrollo de los personajes. En realidad, hay que pensarla de esta manera: The Dark Knight no sería una película tan notable sin el Joker de Heath Ledger. Es una actuación a pura bravura: completamente diferente a la de Jack Nicholson en el Batman de Tim Burton; con un uso inquietante del cuerpo, como si el villano a veces se retorciera en una especie de orgasmo sutil ante el caos que causa; con un marcado resentimiento, una constante referencia a la deformidad física, un brillante manejo de la voz, un arrojo y un talento —para perturbar y hacer reír, porque la locura del Joker también es graciosa— que causan cierto respeto religioso a la salida del cine y en muchas críticas de la película: en qué profundidades se habrá sumergido Heath Ledger para conseguir arrancar de la oscuridad a esta criatura dañada y dañina, se preguntan espectadores y cinéfilos. ¿Habrá sido este denso Joker el que jugó tanto con la estabilidad emocional de Heath Ledger que terminó matándolo?

Heath Ledger murió el 22 de enero de este año, a los 28. La causa de la muerte fue una combinación de pastillas, se cree que accidental (aunque la hipótesis del suicidio es mucho más atractiva porque aquí se está construyendo un mito). Trescientos periodistas y reporteros gráficos filmaron su cuerpo envuelto en una bolsa negra, sobre una camilla, cuando lo sacaban de su departamento en Broome Street, Nueva York. La escena anterior fue aún más triste y morbosa: su masajista lo encontró y, antes de llamar al 911, llamó a la millonaria Mary Kate Olsen, una de las mellizas dueñas de un imperio infanto-juvenil de películas y merchandising, que habría tenido algún tipo de relación con Heath antes de su muerte. (En este momento, Mary Kate está internada por estrés y porque, dice, tiene miedo de volverse loca: asegura que se le aparece el fantasma de Heath.)

Ledger no vio The Dark Knight completa. Acababa de terminar I’m Not There, de Todd Haynes, donde era una de las muchas caras de Bob Dylan, y estaba filmando con Terry Gilliam The Imaginarium of Doctor Parnassus. Hacía poco que se había separado de su novia y madre de su única hija, la actriz Michelle Williams, y, según la mayoría de los testigos de sus últimos días, estaba muy estresado. ¿Cómo podía ser de otra manera? Ledger era australiano, nativo de la aislada y hermosa ciudad de Perth, al este del enorme país. Había hecho una carrera despareja durante sus primeros años en Hollywood, en general con buenas actuaciones que sin embargo no podían salvar películas mediocres (Monster’s Ball), olvidables (Casanova) o directamente penosas (Los Hermanos Grimm, The Patriot). Pero después de Brokeback Mountain, de Ang Lee, se empezó a convertir en una estrella. Era muy joven, tenía muchas presiones personales y laborales, era muy hermoso, muy mimado y muy rico, y todo había sucedido muy pronto: la verdad es que no le hacía falta un Joker, por más intensamente que haya trabajado en la composición del personaje, para desestabilizarlo. Su muerte dejó a muchos con una gran amargura y mucha angustia: como si fuera una crueldad insoportable del destino que siempre se vayan antes de tiempo los mejores, los que tienen un don y un fuego que arde diferente, mientras nos dejan a tipos como Jude Law o Hayden Christensen. Decía Todd Haynes sobre su papel en I’m Not There antes de la muerte de Heath (la comparación da un poco de escalofríos): “Cierta época de Dylan estuvo completamente inspirada por James Dean, y Heath tiene algo de James Dean en él, incluso físicamente, cierta seriedad precoz. Mientras los actores adultos se infantilizan cada vez más y se niegan a crecer, Heath era uno de esos jóvenes con una verdadera intuición, una madurez anterior a sus años”.

Pero la comparación con Dean no fue la que más se escuchó hace ya seis meses, cuando Heath murió. La que más se escuchó fue con River Phoenix. Los dos muy talentosos y de una belleza indiscutible (aunque la de Ledger era mucho más viril, más tosca), los dos con la carga de ser las grandes promesas sobre los hombros, los dos con películas gays icónicas que los convirtieron en estrellas. Para Phoenix, Mi mundo privado, de Gus van Sant, en 1992; para Heath Ledger, Brokeback Mountain, de Ang Lee, en 2005.

Dos hombres en la montaña

Heath Ledger siempre dijo que nunca había tenido miedo de interpretar a Ennis Del Mar, el cowboy insoportablemente contenido, de mandíbula cuadrada y ojos inquietos, que compone en Brokeback Mountain. “Por supuesto, no quería quedar encasillado, pero lo mismo vale para cualquier personaje: fui un fumón en Lords of Dogtown (2005) y un caballero medieval en A Knight’s Tale (2001), y tampoco me hubiera gustado seguir repitiendo cualquiera de esos dos estereotipos el resto de mi carrera. Aunque a algo sí le tenía miedo: sentía que, quizá, no era lo suficientemente maduro para dotar a Ennis de todo lo que el personaje necesitaba de mi parte.” A pesar de sus inseguridades, lo hizo muy bien. En palabras de nada menos que el escritor David Leavitt: “La asombrosa actuación de Ledger revela una inesperada vena de ternura en un personaje que parece más capaz de demostrar su emoción a través de la violencia que de las palabras. Su Ennis Del Mar es tan monolítico como el paisaje montañoso en el que —con la misma rapidez, brutalidad y precisión que exhibe al matar a un animal salvaje— se coge a Jack Twist por primera vez”.

Jack Twist es Jake Gyllenhaal, el otro cowboy que pasa una temporada en las montañas de Wyoming trabajando con el ganado. Y el que, en la pareja, se atreve a soñar con un futuro en común, lejos de sus esposas y sus vidas chatas. Pero Ennis tiene miedo: su propio padre capó y mató a una pareja de hombres que eran sus vecinos, y obligó a Ennis a ver los cuerpos mutilados. La homofobia y la violencia están marcadas en su piel, junto con el miedo y el desprecio de sí mismo.

La película está basada en un cuento de Annie Proulx del mismo título, y fue igualmente celebrada y condenada por la comunidad gay de EE.UU. Aunque en los cines —y cualquiera que la haya visto lo sabe— la emblemática escena en que Ennis/Heath saca la camisa de su amigo del closet y la abraza, arranca lágrimas de una congoja que hasta toma por sorpresa, muchos críticos gays señalaron objeciones. Que la película exalta una masculinidad entendida como opresora; que otra vez presenta el estereotipo de gay trágico; que no tiene escenas de sexo “realistas”, que no tiene trasfondo político, y que no menciona el sida (transcurre entre los primeros años ’60 y 1983). La mayoría de las objeciones se derrumban cuando se apunta que, sencillamente, está basada en un cuento que no incluye todo aquello que se le reclama, y agregárselo sería producir un Frankenstein sin sentido. De lo que sí se olvidan los críticos es de que Brokeback Mountain desnuda una cuestión que, aunque se quiera ignorar, aparece en cada vida cotidiana, en cada historia de hombres gays reales —no de los ideales que a veces la corrección política y la obligación de ser “positivo” parecen querer construir—: la cuestión del “tapado”, del que está más que dentro del closet, del que no puede o no quiere salir. Ese “tapado” que causa dolor, y que en muchos provoca deseo. También habla de la masculinidad, del “gay masculino”, que no sólo es un prototipo real sino que está más que vigente, para bien y para mal (basta ver cualquier lista de contactos online o en revistas, con su demanda de “masculino onda nada que ver” como condición para los encuentros). Explica Leavitt: “El respeto por un pesado ideal de masculinidad atraviesa y al mismo tiempo corta las posibilidades de amarse que tienen estos hombres: una idea que Ledger lleva adelante en particular dándole a su actuación una sequedad, una ternura reticente que recuerda a las estrellas de los westerns del Hollywood de los años ’50. Su estoicismo lleva adelante la película, y sobre todo cuando dice esa frase clásica: ‘Si no se puede arreglar, hay que soportarlo’... Brokeback Mountain es menos una historia sobre el amor que no osa decir su nombre que una historia sobre el amor que no sabe cómo decir su nombre, y de alguna manera es más elocuente por su falta de vocabulario. Ennis y Jack son héroes de una historia que no tienen idea de cómo contar. El mundo les pesa en la espalda, pero en esta valiente película son tan icónicos como la montaña”.

Y Ledger ya es icónico también. Lo será más aún si es que gana el tan anticipado Oscar póstumo. Mientras tanto, The Dark Knight acaba de romper el record de recaudación para una película el día de su estreno, con 158 millones de dólares en veinticuatro horas. Un éxito que, probablemente, no existiría sin el ya mítico Joker de Heath Ledger.

Mariana Enriquez
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miércoles, 23 de julio de 2008

Paco Jaumandreu: La aguja de oro


Vistió a Marlene Dietrich, a Carmen Miranda, a la Coca Sarli y a Zully Moreno; pero sobre todo a Eva Perón, con quien compartió la cama sólo para verle los pijamas y acusar al general de comer choripán en el lecho. Su biografía tiene todo para ponerlo en el altar de los ídolos populares: aristocracia perdida, éxito fulminante, poco amor y abrupto ocaso. Decía odiar a la “mariconería” pero enaltecía a los “homosexuales” y hasta le pidió a Evita que lo sacara de la cárcel, adonde había llegado directo desde lugares non sanctos. He aquí a Paco Jaumandreu, el primero de los modistos ardientes.

A principios de 1980 le hice un reportaje a Paco Jaumandreu. Escribí un texto breve cuyo fin era acompañar una lujosa producción de Renata Schussheim para la revista Siete Días. Pero él, que entonces estaba retirado –primero viene la perla, luego la ostra, suele decir Fernando Noy– me envió de regalo uno de sus modelos. Era un tapado de pelo de camello, enorme, con mangas japonesas que terminaban en flecos y bordeadas por una ronda de ninfas pintadas a manos por Pérez Celis. Las mangas japonesas, originariamente diseñadas para la liviandad de la seda, pesaban una tonelada. Las ninfas, de mitología griega, se hundían entre los pelos de camello, los flecos se enredaban en los dedos. Esos excesos, lejos de ser errores, eran testimonio de la imaginación desenfrenada de Paco Jaumandreu, un modisto que durante la Segunda Guerra Mundial –él mismo lo afirmaba–, cuando apenas llegaban noticias de la moda europea, aprovechó para casi inventar la moda argentina. Fue famosísimo sin limitarse a coser: escribía sobre moda en las revistas más vendidas no dejando títere con cabeza, hacía de sí mismo en cine, radio y televisión y dibujaba en público con un sentido casi posmoderno del show, ya que no reparaba en las gateras de los géneros. En 1975 publicó su libro de memorias La cabeza contra el suelo, más cercano a los autores de la revista Literal y de Manuel Puig que de los recuerdos de una figura de la farándula con taller de costura.

Nacido en el pueblo de Mamaguita, de origen catalán, no tardó mucho en salirse del lugar de genio payuca y pobretón que lo llevó a cantar vestido de marinero junto a una travesti en el parque Pai (“Fumo,/ trago el humo,/me perfumo con perfumes de Coty./ Si se me antoja pasear/ tomo un taxi y pago yo/ y aquí todo se acabó...) para convertirse en el mejor vestuarista de cine cuando la industria nacional producía al ritmo de Hollywood.

El recuerdo común sitúa a Paco Jaumandreu como el modisto que Evita eligió cuando él era más conocido que ella, un coautor del kitsch peronista y un resabio de la figura del coiffeur como diseñador de feminidades célebres. Pero hay más para decir aunque ese decir se apegue bastante a su propia versión. La cabeza contra el suelo es una de las mejores autobiografías populares de los últimos tiempos y con todos los elementos de rigor: aristocracia perdida (Paco decía que su abuelo era un héroe de Brucht, su abuela descendía de la Baronesa de Cuadras, su tío bisabuelo era san Antonio María Claret, confesor de Isabel ll de España), éxito fulminante (vistió a Marlene Dietrich, a Zully Moreno, a Carmen Miranda, a Coca Sarli...), ningún amor definitivo (“Soy siempre la irregular”, decía Chanel), ocaso casi por mano propia.

Evita empacada

En La cabeza contra el suelo Jaumandreu se tutea con Perón y Evita revelando una intimidad de alcoba que —contra las invenciones gorilas— no tiene que ver con el sexo sino con el sexo de Hollywood para todo público: la alcoba no es el lugar del desnudo sino en donde Evita muestra el guardarropas cargado de sacos de piel largos y cortos que el modisto juzga de mal gusto. La cama no despierta ninguna ilusión a los amantes sino que se nombra para describir a un Perón acostado comiendo un choripán. Evita aparece con el enorme pijama del entonces coronel anudado bajo el pecho. Eso es todo. Quizá se trate menos de pudor que de limitarse a los recursos que permitan a Jaumandreu construirse como un personaje de absoluta confianza y al que se le dejan pasar hasta las insolencias. Le ha dicho a Evita —escribe— que tiene panza, que la cotorra con anteojos de alambre y un pedazo de diario bajo el ala que adorna su piano de cola es cache, y cuando ella le ha preguntado cómo le quedaba un vestido hecho por un francés, él había contestado: “Es bonito, precioso. Está muy bien hecho. Parecés un alcaucil”. Y hasta cuenta cómo la hizo pasar vergüenza en uno de su primeros actos públicos: Perón recibiría una condecoración del gobierno español. Jaumandreu le había cosido a Evita un vestido de jersey verde, gris y marrón. Ella quería diferenciarse de las viejas señoronas de salón dorado que suelen ir enjoyadas como arbolitos de Navidad. Paco le compró un collar verde en la tienda La Sensación que le costó $ 5,95. Durante la ceremonia Evita se puso nerviosa y empezó a chupar las cuentas del collar. La boca y los dientes se le tiñeron de verde. El collar estaba hecho de fideos pintados.

Jaumandreu imagina y escribe un Perón de su lado, es decir, burlón, que compara a Eva vestida con una capa de plumas regalada por Dior con una gallina celeste y la hace hacer gimnasia con un alemán.

En sus memorias, antes de parecer cholulo, Jaumandreu, en lugar de encarecer su yo por la contigüidad de otros yoes notables, hace lo contrario: es él quien se dice el Pigmalion de Eva, la va corrigiendo hasta que ella lo deja de lado por Dior. Y de algún modo sugiere que el primer diseño para la Eva en el poder, un traje Príncipe de Gales con terciopelo en las solapas, le crea su gestal internacional aunque quizás se le haya escapado que las solapas abrochadas hacían propaganda subliminal dibujando la v de la victoria.

Fernando Noy, que se considera un hijo del estilo Jaumandreu, condimenta a su modo el relato de éste acerca del final de Eva:

—Perón lo mandó llamar y le pidió que para levantarle el ánimo le hiciera creer que tenía que hacerle el vestuario para un próximo viaje a Suiza. Pero Eva le dijo: “Vos ya sos como Dior pero no vale la pena. Arreglame los trajes que ya me hiciste. Eso sí, bajales cinco talles”. Al poco tiempo Eva murió y Perón le regaló a Paco un auto que era el segundo de esa marca que llegaba al país (él tenía el primero) y él, que andaba mal de fondos, lo cambió por un Simpca gris y azul y 50.000 pesos.

Un GLTTB solitario

Decía no soportar a los maricones y a los hombres vestidos de mujer aunque aceptaba a las travestis que se travestían en nombre del arte. “La gente en todo el mundo confunde la homosexualidad con la mariconería —afirma en La cabeza contra el suelo—. Son cosas muy diferentes. Pienso que de todo este libro lo único que va a quedar es que la gente sepa que hay una enorme diferencia entre ambos términos. El homosexualismo es una cosa respetable y muy normal. Si Dios la ha hecho, desde luego no es una deformación. En mi adolescencia yo le tuve mucho miedo a la mariconería. Generalmente no he tratado con maricones. Con homosexuales, mucho.” Y la homosexualidad para Jaumandreu estaba ligada a la cultura. Leía y citaba con profusión a Roger Peyrefitte, le rezaba a Marilyn Monroe, a Benvenuto Cellini y a Carlomagno, y se comunicaba con ellos a través de una lechuza que tenía escondida en el baño.

“La lechuza era como un micrófono con los muertos. Él era capaz de hablar horas sentado en un rincón tomando whisky pero de pronto se paraba e iba a consultarla”, dice Noy.

Algunos párrafos de su autobiografía son casi militantes: “Yo supe del miedo a pasar por una esquina en donde había dos o tres muchachos juntos, por conocidos que fueran. Supe del miedo al grito de burla desde los autos. Supe del miedo de la película que se cortó y de las luces que se encienden y los gritos de los muchachos desde el gallinero —ahora le dicen pullman—. Supe del asco de las propuestas apenas atendidas en las sombras de la noche, supe de la bronca de la voz atiplada al verme pasar, de los codazos, de las sonrisas sobradoras. Pero me sentía puro”. Y para responder a una frase mataputo de Zully Moreno la alecciona: “¿Sabe usted, mi amor, que todo lo que usted pregona, que todo lo que usted compra en París, está inventado por gente así? Perfumes y sedas, zapatos y abrigos, estampados y cremas. Ya ve como usted necesita de los homosexuales y no ellos de usted”.

Jaumandreu era violento pero no respetaba los códigos de las peleas viriles basados en la práctica del box. Una vez, durante un programa de radio, le aplastó un pucho en la cara a un locutor que había pronunciado mal su nombre. Otra, tiró a un saxofonista sobre un productor. La tercera, cuando vio desde la ventana de su departamento pasar a una rematadora y a un oficial de Justicia que atormentaban a su madre, bajó casi desnudo a la calle y les provocó lesiones graves. Fue a parar a Devoto a donde se hizo llevar whisky metido en un preservativo oculto en una botella de aceite Cocinero. A la salida, desafiante, hizo un desfile en donde bautizó modelos con nombre alusivos a su experiencia carcelaria: “Modelo Cabrera”. “Modelo Solar 2”. Llegó a pelearse con unos hampones por un chongo y ellos terminaron mangándole entradas para un show.

Detestaba los prostíbulos hasta que encontró uno en donde le compraron vestidos, pero prefería pagar con alojamiento, regalos y la protección de sus colaboradores personales que incluían a un cocinero que solía servir la mesa con una capelina llena de flores.

“Me acuerdo que por los años ochenta –dice Noy— lo acompañé al Hollywood In Cordillera de Santiago de Chile, adonde le habían pedido un desfile que se iba a hacer en el salón de Las Orquídeas. No bien llegamos se apareció Annie Imaz, la reina de la seda, que le prestó su Mercedes y puso a su disposición choferes que se turnarían cada ocho horas para llevarlo a donde fuera. Yo había arreglado todo pero Paco no estaba contento. ‘Che, la próxima vez poné en el contrato, al menos en la decimotercera cláusula, que me pongan un chongo para cada noche así no tengo que salir a yirar con el Mercedes’ me dijo. ‘¿No será más fácil usar los choferes?’ le contesté. ‘De ninguna manera. ’Lo tuve que llevar a un sauna.”

A Evita la hace parecer como una homofóbica inofensiva. En La cabeza contra el suelo cuenta que, detenido en una razzia en compañía de un diseñador de sombreros, la llamó por el privado para pedir ayuda. Evita habría contestado: “¿Y qué hacen ahí ustedes a estas horas? Eso debe ser un puterío. ¡Joderse por yiros!”

Autor del gaucho look

La ropa de Jaumandreu combina las blusas estampadas que Miguel de Molina sacudía en el escenario mientras declaraba “me llamo Hércules, para los amigos Her-culito”, con las chicas de la UES buscándole caramelos al general Perón en los bolsillos de la guayabera y con los forros usados esparcidos por los parques públicos luego de los bailongos en La Enramada o el palacio Las Flores, en donde la tiza que remozaba los zapatos blancos se espolvoreaba a cada pasito de baión sobre la pista repleta. Era de un cosmopolitismo traducido en clave bizarra que mezclaba los lunares del cantejondo, las plumas de Foliès Bergère y el encaje de Bruselas. El trabajo y el lujo debían ser evidentes: las joyas tenían que parecer caras aunque fueran falsas y no picoteras como las de la Evita de los primeros tiempos que él comparaba con las de una maestra ahorrativa. Las plumas tenían que estar pegadas a mano y de a una por alguna de sus costureras; según Fernando Noy “seis o siete petrogrifos, a una de las cuales se la llamaba Tijerita”. En todo debía verse el gasto, como se veía en el menor gesto de Jaumandreu que decía comprar por comprar, cualquier cosa, desde un perrito enano hasta un “garbanzo” (diamante) de Ricciardi mientras festejaba que su vieja le dijera: “Sos un buen químico: convertís la plata en mierda en cinco minutos”.

Jaumandreu era un dandy como el Lord Byron que usaba ruleros y nadaba en el Gran Canal de Venecia mientras su criado lo seguía en góndola sosteniéndole la bata de terciopelo, o la princesa Bibesco que invitó a su habitación de su casa de París al marqués de Santo Floro e hizo pasar bajo el balcón una fiesta veneciana flotante que se deslizó en un barco sobre el Sena. Hizo de los desfiles de moda performances televisivas con el artista trabajando en cuerpo presente: dibujaba en escena sobre un enorme papel tensado que luego la modelo rompía al irrumpir con el original. Así como Andy Warhol decía haberse teñido el cabello de blanco para evitar la irrupción de las canas, Jamandreu tenía pelo pero desde joven usó peluca para ocultar la irrupción de la calvicie, pero él decía que era porque no le gustaban sus rulos naturales.

Cuando salía de gira pedía pasajes para toda una corte que incluía modelos y perritos. En eso se parecía al marqués de Cuevas, que solía viajar en litera y vestido de marajá o de obispo y con mitra diseñada por Dior.

“Era un Puck que bordaba toda la noche con su aguja de oro —cuenta Noy—. La primera parte del show que hicimos en Chile se llamaba ‘Las divas que yo amé’. Ahí salía una chica con el casaquito de strass bordado con bastones que le había hecho a Marlene Dietrich cuando vino a Buenos Aires —ella había perdido el equipaje en el Aeropuerto y se había quedado sin vestuario—. La segunda era con la ropa de Evita que Paco había mantenido enterrada durante años en su quinta de Longcahmps. Las modelos habían llegado de noche, yo no entendía por qué. El me explicó que era para que cuando la prensa les tomara fotografías al bajar del avión no se les notara la edad. ¡Qué risa! Eran misses del ‘40 y del ‘50”.

Jaumandreu inventó el gaucho look con el que triunfó en Nueva York. Mezcló al Chúcaro con Chanel y salió Adriana Gardiazábal con un traje negro de crepe y puntillas asomando de la pollera estribada, poncho colorado y rastra (la petisa Liz Taylor se le acercó y le dijo un piropo).

“Era la aguja de oro de la noche pero a veces era Ingrid Betancourt en la selva de su olvido” dice Noy. Sólo que el olvido permite al fénix revivir desviado del propio destino, que la biografía desaparezca en el nombre para abrirlo a múltiples sentidos, incluso el de bautizar un comando absurdo, sin ninguna militancia, que osa mofarse de él.

María Moreno

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sábado, 12 de julio de 2008

¡Me expló!


Las furiosas sacudidas de cabeza, el acento italiano, las letras osadas de las canciones más pegadizas incluyendo alguna magia inexplicable hicieron de Raffaella un icono gay internacional que por una larga temporada llegó a posarse en nuestras tierras. El espectáculo homenaje a la dorada Raffaella vuelve a la calle Corrientes, con la música y los bailes que “llenan el pensamiento cuando el deseo se hace violento” e incita a recordarla otra vez, fantástica, fantástica como antes.

Dos tremendas morochas enmarcan la escena donde el centro está vacío. Falta la estrella del show. Cae una peluca rubia, símbolo de “ella”. Entonces, como se sabe, el show debe seguir. La petisa y la alta (Ivanna Rossi y Natalia Cociuffo) y un asistente (personaje cómico que interpreta Dan Breitman) se disputan en los sucesivos números el protagonismo de este tributo a Raffaella Carrá, que se repone por estos días en El Nacional. Ella también había sido morocha. Cuando era joven y actriz se lució, nada rubia, junto a Sinatra en una coproducción y con Mastroianni en Los compañeros, de Mario Monicelli, donde adhería a la lucha de trabajadores socialistas. Eran los tempranos ’60 y Mina reinaba como la máxima estrella del pop italiano antes de convertirse en una gran diva de la canción. Raffaella compartió la efervescencia con sus primeros éxitos en la segunda mitad de la década. Además de ir convirtiéndose en un icono gay en su país y en España, la italiana logró con los argentinos una historia fascinante que ha hecho perdurar hasta nuestros días sus éxitos de los ’70 y ’80 en fiestas, casamientos y boliches dicharacheros. Desde siempre adorada por los sectores populares y por una clase media que bailaba mirando de reojo, quienes fuimos niños y niñas o adolescentes durante la dictadura la imitamos como locas capturados por sus enérgicas danzas y pegadizos temas. Hubo una época posterior en que su mito se fue apagando. Crecimos con culpas relacionadas con la alta cultura que tildaba de “grasa” y “oscurantista” su música desenfrenada. Con furiosas sacudidas de cabeza, ajustadísimo vestuario y el delicado kitch de su acento se presentaba en shows televisivos de ATC, que emulaban los deslumbrantes musicales de la década anterior en la RAI. En 1980 filmó en estas pampas esa preciosa joya bizarra que todavía podemos disfrutar en alguna tarde por Volver, Bárbara, con Jorge Martínez, una fábula que batió records en la taquilla. Hay muchos hits, romance familiar y una trama policial que incluye, en sus primeras armas como actor cinematográfico, al laureado director teatral Rubén Szuchmacher como un peligroso y torpe villano que persigue a la estrella.

Para hacer bien el amor
El auge de Raffaella coincidió con los años de la dictadura que se inició en el país en 1976. Sus canciones, que incluían relaciones entre muchachos, pedidos de tratos sádicos, e invitaciones a buscar buenas relaciones sexuales en la zona sur del mapa, sufrieron evidentemente algunos retoques de la censura local. Todavía algunos desconocen que las versiones de muchos temas de la Carrá que se escuchaban en Argentina por esos días eran muy distintas de las del resto del mercado latino. En uno de sus grandes éxitos, mientras nosotros cantábamos “para enamorarse bien hay que venir al sur”, la propuesta original consistía en encontrar el mejor sitio “para hacer bien el amor”. Comparando se puede advertir que todas las letras estaban retocadas de manera escandalosa. En la misma canción amputaron cualquier referencia a una sexualidad vivida libremente: “lo importante es que lo hagas con quien quieras tú” fue reemplazado por “... es que tú vayas cuando quieras tú”. La mucho más lanzada “Santo Santo”, exigía de ese marido que salía temprano y volvía destruido todo “el sadismo y el masoquismo” que le había prometido, mientras que aquí conservaba sólo la métrica y las vocales para no romper la rima pero pedía “el cariño y el amor mismo”. (!) Bueno, lo cierto es que la pobre rubia se adaptó perfectamente a las épocas de represión y censura, y pasado este mal trago, con su encanto y vitalidad logró ganar nuestros corazones. Lo que ella pedía que le ayudáramos a entender en “Lucas” lo convertimos en un himno, donde con picardía poética nos contaba su frustrado romance con un chico gay, y en “Pedro” (“el mejor de toda Santa Fe”), el pequeño playboy enloquecía a la extranjera, nos hacía imaginar el encuentro en nuestra principal avenida de levante. El no tan difundido “¡¡Qué loca estoy!!”, necesita una urgente revisión en estos días porque es un verdadero manifiesto para sensibilidades diferentes.

Para hacer bien de Raffaella
El espectáculo sobre Raffaella que vuelve a la calle Corrientes está sustentado por coreografías de las canciones donde cada cuadro es un estallido de sensualidad y destreza de su protagonista, y sobre todo del cuerpo de baile, integrado por doce varoncitos. Sin emular directamente a los “chicos” de la diva, se lucen por sus físicos bien torneados y su notable presencia vocal en momentos corales destacados. En “Lola” unos masculinos mineros se convierten en el estribillo en descontroladas reinas de la pista. El vestuario de Walter Jara, excelente en todo el elenco, es impactante en estos efebos en los trajes rosas de “Rumore” (idénticos a los del video de la diva). ¡Y esperen los pantalones blancos sobre el final!

Hace casi cinco años, el mismo equipo creativo con Valeria Ambrosio a la cabeza presentaba, también en formato de musical, un homenaje a otro icono gay que nos legaron los tanos. Mina... che cosa sei? fue un riesgo dentro del panorama musical porteño del que todos salieron airosos. Elena Roger luego protagonizó Evita en Londres y la directora se hizo cargo de la actual versión de Rent, entre otros muchos proyectos dentro del género. Allí, grandes melodías con sutiles dramatizaciones hacían de cada canción un momento íntimo y emotivo en tributo a una de las voces femeninas más dotadas del siglo XX.

Esta vez el show tiene la estética apabullante que reclamaba la chica del eterno carré platinado. En la primera parte –aunque sin intervalos, hay dos partes bien distintas– se suceden sus éxitos en castellano, algunos en versiones musicalmente sorprendentes. En el “0303456”, con un arreglo de voces buenísimo, hasta las luces nos cuentan la espera del llamado, en clave de reggae. Gaby Goldman, el director musical, encontró temas menos conocidos para una segunda parte en italiano. Desde la fingida torpeza de los primeros cuadros, donde deben resolver la “ausencia” de la estrella convocada, a la destreza impecable de los cuadros finales, nada detiene la espectacularidad de la propuesta. Cuando cada una de las chicas se destaca con su voz y su presencia, llega el varoncito que con humor inteligente se calzará la peluca rubia y los tacos para interactuar con video y hasta con Photoshop, en el crescendo de divertidas escenas.

Elizabeth de Chapeaurouge, en la coreografía, y Sandro Pujía, en la iluminación, se superan en cada cuadro. Una escalera y pantallas de video delimitan el espacio que ellos llenan de brillo y potente seducción. Momento epifánico: un audaz contrapunto de ellas en rojo y negro. Cada una con su hit con nombre de varón y con su banda de chicos, la Rossi y la Cociuffo llevan el auténtico duelo de “Pedro” / “Lucas” a lo más deslumbrante que se ha visto en la escena musical de Buenos Aires desde el Chicago de 2001.

Y en todo momento hay detalles para sorprenderse. Un poco del estilo de Bob Fosse, algo de Madonna, de Marilyn, de tango, de disco, en batas o en soirée. Propuestas ingeniosas en esta fantástica, fantástica fiesta que pone mucho talento al servicio de la diversión.

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Homofobia.com


Internet, capaz de multiplicar información, imágenes e intimidades, también ha demostrado su gran capacidad para multiplicar los panes de la homofobia. Los grupos cristianos evangélicos son los más afectos a esparcir su odio por la red y, gracias a ella, sus alocadas propuestas y convicciones trascienden los pequeños templos y las improvisadas organizaciones. Curiosamente, los países que más han avanzado en acciones afirmativas hacia la comunidad, y cuentan en su legislación con el matrimonio civil para parejas del mismo sexo, son los más prolíficos en esto de armar redes virtuales contra el mal de la diferencia.

Internet funciona como un espejo del mundo real, y un espejo amplificado, que como en un juego se repite hasta el infinito. Es decir: claro que hay homofobia en el mundo real. Por lo tanto, hay homofobia en Internet. Pero lo que la red permite es una ampliación del discurso de odio y una difusión que, en la gran mayoría de los casos, estos grupos o individuos no tendrían. Y aunque cada país tiene su odio incubándose, y en muchos casos expresado, los sitios con más frecuencia aparecen originados en países que hace poco han tenido una acción afirmativa hacia la comunidad gay. En este momento, gracias a la ley que aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo en España y Estados Unidos, sitios de ambos países arden de prejuicio y rabia, y se propagan; no debería sorprenderle a nadie que, además, estos sitios pertenezcan por lo general a grupos religiosos, en su mayoría cristianos evangélicos en pico de fanatismo exaltado.

Dios es odio
El sitio homofóbico más famoso de la red es www.godhatesfags.com

Y si no fuera por la red, es dudoso que sus fundadores hubieran podido conseguir su extraña celebridad fuera de Estados Unidos. Se trata, entonces, del sitio de la Iglesia de Westboro en Topeka, Kansas, organización religiosa cuya historia es tan retorcida que merece un cuento de Flannery O’Connor, por lo menos. Fue fundada en 1995 por el reverendo calvinista Fred Phelps, y casi la totalidad de los fieles está compuesta por la familia del ya anciano predicador, quien no les permite a sus devotos matrimonios fuera de la iglesia (son en total 71 personas, aunque algunos estiman que con algunos parientes más la cifra sería de 150). El principal enemigo de Phelps, desde sus inicios, fue la homosexualidad: parece que lo que lo enloqueció en su momento fue la actividad sexual de hombres gays en un parque cercano a su casa. ¿Fred se habrá sentido atraído? Como sea, el lugar de encuentro, que el reverendo visitaba en paseos, fue el disparador de la locura (así consta en un documental escalofriante sobre la iglesia llamado Fall from Grace). Desde que existe Internet, los de Westboro han lanzado una campaña espeluznante desde su sitio: para Phelps, toda actividad sexual fuera de la cama matrimonial es una abominación, pero yacer con alguien del mismo sexo directamente envía a los participantes al infierno y, para él, es un crimen que merece la pena de muerte. Su misión como ministro de Dios en esta tierra, cree Phelps, es hacérselo saber a los pecadores.

¿Cómo? Bueno, tiene varias tácticas, pero la más cruel es hacer piquetes en los funerales de hombres y mujeres gays. En muchos casos, sobre todo en los años ‘80, se trataba de gente que había muerto como consecuencia del sida (que, para Phelps, es por supuesto una maldición divina). Allí se paraban y se siguen parando, con sus carteles que dicen cosas como: “Dos derechos gays: sida e infierno” o “Cuando los maricas mueren, Dios se ríe”. No sólo hacen “protestas” en funerales de personas gays: también lo hacen en los servicios para aquellos que “promueven ese estilo de vida”. Hace seis meses, cuando murió el actor Heath Ledger (de 29 años), que interpretó a un vaquero gay en la película de Ang Lee, Brokeback Mountain, la iglesia de Westboro amenazó con aparecerse por ahí (el video de Phelps anunciando su acción e insultando a Ledger puede verse en http://www.signmovies.net/videos/signmovies/hih.html). El cuerpo fue enterrado en Australia, país natal de actor, así que la familia se ahorró este espanto agregado. Pero lo sufren demasiado seguido muchísimas personas anónimas en todo el país: hasta hoy, la iglesia ha gastado 250 mil dólares en viajes para sus piquetes.

Pero quizá lo más escandaloso no sea toda esta locura. Lo más escandaloso es que la iglesia de Phelps se hizo aún más “famosa” —es decir, alcanzó a los canales de televisión y consiguió varios documentales (uno puede verse en YouTube y se llama The Most Hated Family in America)— cuando comenzó a hacer demostraciones en funerales de veteranos de Irak. ¿Por qué los odia también Phelps? Porque odia a todo el mundo, y porque dice que el estado federal le puso una bomba en el patio para detener su prédica. Y porque está convencido de que Dios es un Dios de odio, tal como según él lo demuestra el Antiguo Testamento, y que no tendrá piedad con sus detestadas criaturas. Es sintomático que, recién cuando se trató de los jóvenes héroes soldados, la intolerancia de este anciano demente y su familia llegó a la televisión. Antes proliferaban las denuncias, pero los de Westboro se consideraban poco más que un chiste de mal gusto. Aunque están monitoreados por la Liga Anti-Difamación de Estados Unidos, que los consideran un grupo de “odio”, no se ha encontrado (o buscado) la forma legal de detenerlos.

La voz de la reforma
Y la Iglesia de Westboro además se encarga, por supuesto, de brindar asilo para quienes son rechazados por lo que ellos consideran “censura” a su libertad de expresión, mientras que quienes detienen sus discursos de odio sencillamente hablan de delito. Es el caso de Donnie Davis, un pastor de Houston, Texas, que además es músico y “homosexual reformado”. Tiene una canción llamada “The Bible Song” que fue rechazada por servicios online como YouTube o MySpace. La Iglesia de Westboro le prestó lugar, por supuesto. El sitio de Donnie se llama www.lovegodsway.org (“amor a la manera de Dios”) y él es un hombre de unos cuarenta años, de rostro redondo y bonachón; está un poco excedido de peso, toca la guitarra y sonríe todo el tiempo. Pero la canción de marras, escondida detrás de ese título genérico, tiene una letra que seguro hace las delicias del reverendo Phelps, y que fue el motivo de rechazo para su difusión online en los sitios más populares: “Dios odia a los putos / Si vos los sos, te odia también / Leé la Biblia, asegurate de entrar al cielo, no hay puerta de atrás / Jesús, el salvador, es el único hombre para mí”. En su sitio tiene una guía para padres donde los orienta sobre las bandas y músicos “gays” que deben prohibirles a sus hijos: ahí, en tierno montón, están desde los Rolling Stones hasta ¡Kansas!, pasando por The Cure (Donnie acota “usan maquillaje”) y Rufus Wainwright. Además tiene un programa de rehabilitación llamado C.H.O.P.S. cuyo subtítulo es “Cambiando a los homosexuales en gente normal”. No explica mucho el método, sólo dice que se trabaja con el testimonio y la plegaria. Predecible. Donnie, además, está un poco confundido. Su héroe es Oscar Wilde, de quien dice: “Fue un homosexual reformado. Vio sus errores en prisión, se arrepintió y murió como cristiano”. El pobre Oscar, malentendido una vez más.

Donnie Davis es lo que podríamos llamar un loco suelto, y su sitio es tan ofensivo como patético, y hasta gracioso. Pero hay otras organizaciones que tienen fuerte presencia y difusión en Internet que no son ningún chiste. Forman parte de la Mayoría Moral de Estados Unidos, la misma que tiene en jaque el derecho al aborto en ese país, la misma que hará muy difícil que se consiga la unión entre personas del mismo sexo fuera de los estados menos conservadores, la misma que defiende el derecho a portar armas, niega la evolución darwiniana y el calentamiento global.

Los lobbistas bíblicos
El sitio de la American Family News Network es www.onenewsnow.com y de lo que se encarga es de “traducir” las noticias para los cristianos del mundo de habla inglesa y de dar su propia perspectiva con columnas de opinión, y demás. El director es un canadiense llamado Fred Jackson, lo que viene a demostrar que esta suerte de integrismo cristiano no es exclusiva de EE.UU. Todo parece muy respetuoso, empezando por el sobrio diseño de la página. Pero basta con cliquear sobre alguna de las columnas especializadas en género para ver de qué va esta gente. Escribe en la última edición un señor abogado llamado Matt Barber: “Probablemente han escuchado la frase relativista que dice ‘el casamiento gay no le hará daño a nadie. ¡Vivan y dejen vivir!’. Bueno, no compren esto por un minuto. Recientemente, la Suprema Corte de California, con cuatro doctores Frankenstein vestidos con trajes negros, han soltado la paradójica abominación llamada ‘matrimonio del mismo sexo’ en el país. ¿No es la palabra abominación un poco fuerte? No, señor. Dios la usó. Y les voy a dar un ejemplo de por qué lo hizo. La ciudadana de Virginia, Lisa Miller, madre de una niña de seis años llamada Isabella, estuvo ‘envuelta’ en la homosexualidad por un corto tiempo. Por suerte encontró la libertad del destructivo modo de vida gay —como lo han hecho otros muchos— a través de una relación personal con Jesucristo; y hoy, junto a Isabella, es cristiana. Desde hace cinco años, Lisa e Isabella han estado intentando vivir sus vidas en paz en su casa de Virginia. Pero desafortunadamente no han podido porque el oscuro pasado de Lisa vuelve para atormentarla. Están siendo el blanco de un vicioso ataque legal de parte de militantes homosexuales. Escandalosamente, y gracias a la presión de estos grupos, la Suprema Corte de Vermont sentenció en marzo que Lisa debe compartir la custodia de su propia hija con Janet Jenkins, una mujer que, por un corto período de tiempo, fue la ‘compañera civil’ de Lisa. Jenkins no es familiar de Isabella, y es una extraña para la niña. A pesar de esto, la Corte le concedió visitas parentales. La pequeña Isabella, que le tiene terror a esta extraña y está comprensiblemente confundida por su bizarro estilo de vida, ha sufrido un tremendo trauma emocional. Incluso hay preocupaciones sobre su bienestar físico”.

No hace falta enumerar, porque están clarísimas, las infamias que incluye esta infame columna. Pero sí hay que aclarar que grupos como éste no son excepciones: son organizaciones con intereses y poder político que encuentran militancia y votos en los ciudadanos más conservadores e intolerantes; y hay que decir que consiguen ese poder con pasmosa frecuencia.

Otro grupo particularmente desagradable —porque, al menos, se podría esperar de ellas cierta solidaridad por género, pero ¡todo lo contrario!— son las Concerned Women of America, que están en www.cwfa.org. Traducimos: son las “Mujeres Preocupadas de América” y se ocupan de una amplia agenda pasmosamente conservadora y anacrónica, con especial énfasis en el tema gay. ¿Cuál es su estrategia básica? Demostrar que el movimiento y el activismo gay son un lobby de poder maquiavélico, y así dar vuelta el argumento que se esgrime contra estas organizaciones conservadoras: “Ellos son los poderosos, no nosotros”. (El movimiento gay de EE.UU. es muy poderoso, ciertamente, ¡pero eso no es algo malo!) Dicen, por ejemplo: “Los americanos que se identifican como gays o lesbianas son apenas el 3 por ciento de la población. Aun así el movimiento homosexual, liderado por grupos de presión extremista como la Campaña por los Derechos Humanos (HRC), representa, per capita, uno de los más poderosos y ricos lobbies políticos, con un presupuesto anual de 50 millones”.

Las mujeres no son las únicas que sorprenden por su falta de solidaridad. Una de las voces homófobas más clamorosas es la del reverendo Ken Hutcherson, ex jugador de los Dallas Cowboys —la homofobia en el deporte es tema aparte y merece su propia nota—, hombre de raza negra que lidera la iglesia Antioch Bible Search (http://www.abchurch.org/); hace poco amenazó con que sus fieles “abandonarían” los servicios de Microsoft porque la empresa acepta empleados homosexuales. En una nota le preguntaron por qué un hombre negro, teniendo en cuenta la historia de su gente, era homofóbico. Y dijo: “¿Usted vio a algún homosexual que tuviera que sentarse en la parte de atrás de un ómnibus, como nos pasó a los negros? Bueno, yo nunca vi ninguno. No se los discrimina”.

La homofobia, se sabe, no conoce de límites, ni de razones.

En la Madre Patria
Muchos arden de furia y odio en España. Claro, recién salió el matrimonio, que fue la excusa perfecta para darle voz a tanto resentimiento semiadormecido: han encontrado una causa. Sus voces se pueden encontrar sobre todo en el sitio http://hazteoir.org o “la web del ciudadano activo”. De tendencia católica furibunda, también tiene una pátina de sentido común que se desmorona ante una breve navegación. Llaman a protestar ante iniciativas como ésta: “El Ayuntamiento de Toledo promueve este año la ‘Semana del Orgullo Gay’ bajo el lema ‘Toledo entiende’, con un programa de actividades en el que se incluyen iniciativas orientadas a los niños y adolescentes, y con propuestas de actuación en el ámbito escolar. Envía al alcalde de Toledo tu más firme rechazo a esta iniciativa que atenta contra la infancia”. O hace una crónica de la marcha del orgullo gay de esta manera: “Veréis que hay ofensas a los católicos (alusiones a los curas, a monseñor Rouco Varela, a Su Santidad el Papa), al rey, al PP, a la familia. Y eso sin contar lo que no se ve: aparte de ‘carrozas’ desde las que sonaba a todo trapo ‘La Internacional’, o los ataques a gritos contra la Iglesia y sus miembros, o a la familia, a mí personalmente me llamó la atención una familia formada por, al menos, el matrimonio y un hijo de unos cinco años, al que se acercó una persona que desfilaba a decirle algo, y el padre de la criatura dijo a voz en grito: ‘Es gay’ (refiriéndose al niño) ¡Hasta ese punto llega el adoctrinamiento que propugna esta gente y sus simpatizantes!”. HazteOir se define como una organización civil formada por “amigos”, que pretende involucrar a la gente en la política. Aceptan donaciones con tarjeta de crédito, cheque o transferencia bancaria, y el sitio se traduce automáticamente al catalán, euskera, gallego, valenciano, portugués, inglés, francés, italiano, alemán, rumano, polaco, ruso, y hasta tiene versión para ciegos. Entre otros servicios, ofrecen un modelo para escribir cartas de lectores a diarios: automáticamente, desde el sitio, se envían cadenas de mails a 120 medios entre los que se cuentan El País, El Mundo, La Razón, ABC, La Vanguardia, El Periódico de Catalunya, 20 Minutos, Metro Madrid, La Gaceta de los Negocios, La Voz de Galicia, El Diario Vasco, El Correo Español, Heraldo de Aragón, El Norte de Castilla, La Voz de Asturias, y muchos más. La parte más escalofriante de HazteOir es, como suele ocurrir en Internet, el foro. Basta un ejemplo: un comentario de Roberto Baldini, miembro del foro que no se oculta bajo ningún anonimato, y escribe: “Lo dijimos cien mil veces: los niños criados por homosexuales (los pocos adoptados y los que provienen de paternizaciones fraudulentas —inseminación de lesbianas por sementales y arrendamiento de vientres por gays—) no salen monstruos, ni les crece el rabo o aparecen con un tercer ojo, pero de seguro tienen y tendrán graves problemas de conducta, adaptación, bajo rendimiento escolar, rebeldía, sexualidad reprimida (en los varones), sinergia sexual excesiva (en las niñas), mayor exposición para imitar conductas homosexuales y un relajamiento del tabú del incesto. Sólo la inhumana militancia del lobby gay puede someter a los niños a tal experimento envidiable por los ‘científicos’ nazis”.

Y todo esto dedicándoles apenas un párrafo a los bloggers homófobos, que proliferan como hongos y que son imparables. Algunos mantienen una fachada, como www.elentir.info, que es católico y publica textos titulados “Orgullo intolerante”, donde sólo pone foto de una marcha gay en la que se ve una pancarta que incluye la foto de un obispo en llamas... y linkea a los ya ubicuos HazteOir. Otros son más kamikazes, no permiten comentarios y sólo dejan su odio ahí, fermentando en el ciberespacio: es el caso del blogger peruano Fucking Life: “Esos malnacidos, y al decir malnacidos lo digo en serio, ¿gustarles alguien de su mismo sexo? Y, a veces, más patético aun, ¿vestirse como el sexo opuesto? Pero más me voy a referir a los maricones, no a las lesbianas, porque aunque igual son denigrantes, más odio y asco me causan los hombres que creen e intentan (de una manera grotesca, ridícula y deficiente) imitar a una mujer (llegando a ser una copia barata y mal hecha de una mujer). Y luego estos desgraciados hijos de la grandísima perra exigen respeto y tolerancia con desfiles más denigrantes y nauseabundos que pueden haber, cargando sus cartelitos y vestidos con plumas, tops, ¡shorts! ¡Exigiendo respeto! ¡Exigiendo respeto los muy hijos de puta! Los primeros que faltan el respeto a toda la población son ellos, con su forma de vestir y de actuar. ¿Acaso no se dan cuenta de que no son personas normales, y que más bien son la causa de un trauma sufrido en algún momento de su vida? Son sólo bodrios repulsivos e inmundos ante la sociedad”. ¿Un consuelo? El demente de Fucking Life también odia a los pobres, los “cholos”, la Iglesia, Dios y a los tarotistas; apenas postea desde febrero de este año y no permite comments, así que no intenten ir a darle una patada simbólica en la cabeza, porque tiene inhabilitada la interacción.

Mariana Enriquez
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sábado, 5 de julio de 2008

Un grito de corazón


“Ser puto es una cuestión de clase”, aseguran Pablo Ayala y Pablo Lucero desde La Matanza. El año pasado, Ayala recorrió intensamente el conurbano porque fue candidato a intendente matancero para la lista que encabezaba Pino Solanas. No ganó, pero en noviembre, la Marcha del Orgullo Glttb sumó una bandera más: la agrupación Putos Peronistas de La Matanza. Detrás marcharon empleados de call center, peluqueros, costureros, porteros, docentes. Por azar, todos tenían entre 20 y 30 años. Por convicción, todos eran “peronistas de Eva y Perón”.

“Representamos al puto pobre, al homosexual de barrio que no puede acceder a condiciones de vida dignas, salud, educación y trabajo”, explica Ayala, de 30 años, portero de una escuela y músico. Lucero, de 27 años, mendocino, y estudiante en un profesorado de idiomas, cree que “las organizaciones en defensa de la diversidad no tienen en cuenta que el lugar de donde venís puede definirte como persona”. Y ejemplifica: “Acá, en el conurbano, la policía mete preso a cualquier chico y no queda claro si lo hace porque lo ve morocho, por maricón o porque el pibe no vive en el centro de Capital Federal, donde a los putos no los agarran de las pestañas”.

Frase fundadora de PP: “El puto es peronista y el gay es gorila”. La palabra “puto”, entonces, está atravesada por historias de vida, deseos, conflictos que se parecen en muchos casos. Sin embargo, hay una línea para esta organización que divide las aguas y se transforma en definición ideológica, que contiene a todos y a cada uno: “Somos peronistas —afirman los dos Pablos—, la identidad política de los desposeídos de nuestra tierra”. Y aclaran: “No somos un grupito gay porque la única minoría en este país es la oligarquía”.

Ignoran si Néstor o Cristina están enterados de la existencia de PP, pero creen que, de estarlo, apoyarían la causa. Tampoco están seguros sobre lo que pensaría el General, aunque se trata, en definitiva, de una apuesta a la expansión del movimiento. Reivindican a Paco Jamandreu, el modisto de Eva; a Néstor Perlongher, que transformó en poesía la mística peronista en los ’70, y “a todos los putos militantes que debieron esconderse por la homofobia de la época, que no era sólo patrimonio del peronismo”.

Durante este mes, sin fecha cierta, PP realizará el Primer Congreso de Homosexuales Peronistas. El objetivo de mínima: encontrarse con compañeros (y también compañeras lesbianas, travestis o trans). El de máxima: ser reconocidos como una nueva rama interna del justicialismo. o

Todos aquellos compañeros, invitan, que se sientan identificados con nuestras consignas a sumarse a esta utopía que echamos a rodar para que de una vez por todas reine en el pueblo el amor y la igualdad, pueden escribir a: prensadoblepe@yahoo.com.ar

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28 años a puro Caviar


Llegó hace 28 años a la Argentina y en la década del ’80 creó esta compañía con un nombre que hasta entonces sólo remitía a huevos de pescado y lujo extremo. A partir de la creación de Caviar, al menos en estas tierras esa palabra significa también espectáculo brillante, una marca, un estilo de vestuario, de cambio de vestuario, de maquillaje, de actuación, performance inconfundible. Por primera vez en tantos años, el francés Jean-François Casanovas
llevará su espectáculo a España, no sin antes probarlo con público local en el Maipo. Con cuadros de espectáculos anteriores, “Conga” y “Segundo piso”, más algunos agregados especialmente for export, el equipo integrado por Emilio Solá ofrece una versión corregida y aumentada de lo que hicieron hasta el momento. Entre acto y acto, Casanovas le da de probar a Soy algunos de los ingredientes y confía parte de la receta que hace que su plato de Caviar sea lo que es.


1 Ni hombres disfrazados, ni travestis, ni transformismo. Nada de eso. Construyo personajes con características femeninas. Pero en realidad son una recreación que va hacia la caricatura, personajes teatrales que se apoyan en lo gestual. Nuestros personajes son, como en Roger Rabbit, esa diferencia entre toons y humanos. Los toons se permiten licencias que los humanos no tienen o no pueden. El personaje femenino que creamos se mueve con la estrategia de un toon, está más allá de un humano, y hace cosas que no haría un humano, más allá del realismo y de la preocupación de un mensaje. Son personajes desbordados y desbocados, desopilantes, son surrealistas, están en la saturación y viven situaciones de soap opera o de telenovela latina de las tres de la tarde.

2 Me preguntan desde cuándo me visto de mujer. Y nunca me vestí de mujer. Me visto de un personaje. Es como si tuviera que decir cuándo empecé a vestirme de monja. Los personajes mujeres son varios. Es más: se trata de una circunstancia donde uno pone al personaje. Eso no quiere decir que tengan algún parentesco entre ellas sino que son como estereotipos sacados de un freezer, no tienen una relación pre y post al cuadro que se ve. Son unidades per se, empiezan y terminan y no continúan en la otra escena. En la vida íntima no tengo esos personajes para la vida personal, porque nunca fantaseé con verme inmerso en la vida real con un ajuar femenino, no me cuadra. Cero, en lo más mínimo, ni puertas adentro, ni puertas afuera. Yo soy geminiano, nací el 26 de mayo, y tengo asumida la dualidad geminiana de doble personalidad. Desde una perspectiva terapéutica, me desahogo con el ropaje, pero en el escenario, ése es el límite.

3 Me gusta el humor negro, y entonces todo gira en torno de la cosa ácida o áspera, que refleje los instintos más bajos de los humanos. Caviar no tiene un humor filosófico sino la risa franca de cuando uno se resbala en la cáscara de una banana. De este espectáculo me gusta mucho la escena de una paralítica en silla de ruedas, el hecho de manejarse en esa silla de ruedas como si fuera nada, otro objeto sin trasfondo, esa libertad de andar ahí como si no existiera la silla, aunque el público la ve. Una buena carcajada en el momento adecuado siempre te predispone mejor para lo que va a venir después.

4 Para que un personaje femenino merezca ser representado por Caviar tiene que tener problemas. Tiene que estar al borde del caos permanentemente, sea cual sea el nivel de estrés. Siempre es divertido ver a una mina que le agarra un ataque de nervios, es como la persona que pisa la banana, pero siempre buscándole una vuelta de tuerca a la problemática. El hecho de ser mujer las problematiza porque es un mundo que existe desde su propia lógica. Desde una lógica masculina, hay cosas de mujeres que son extrañas. Son esos puntos límites muy interesantes para la actuación.

5 Todo es de los ’50, porque el estilo de la ropa de los ’50, de los ’60 quizás al límite, se presta más para caracterizar personajes muy fácilmente y verlos con nitidez. En los ’70 y los ’80, la moda toma tanta preponderancia que es más importante ella que el hecho y entonces uno se fija más en el pantalón acampanado o en el look hippie. Y a mí no me sirve eso. Necesito personajes que parezcan de los años ’50, pero no son realmente de los ’50 porque estamos en 2008. Estos personajes están actuando una falsa realidad a lo toon, nuevamente. Lo que menos importa es que sean mujeres sino construir un personaje que pueda delirarse. Importa que se puedan construir personajes con licencias.

6 Los varones que creamos tampoco son varones, son el novio de Barbie, Ken. Entonces está el Ken tanguero, el Ken cafishio, el Ken Ken, el Ken bailarín, todos somos muñecos, títeres humanos, pero que no se note mucho que somos títeres, para no pasar a otro desempeño visual que no es de mi agrado. Yo quiero la película de John Ford, donde todo es posible, la Silver Screen, o quiero el Teatro Negro de Praga.

7 ¿Si me sigo sintiendo francés? Y bueno... yo no puedo evitar el hecho de haber nacido allá. Tengo todo un trasfondo cultural que es de ahí, al cual le sumé la experiencia personal y la parte hispana y mi vida en la Argentina, pero esto no borra lo otro. Todo se va sumando y quedan más llenos los placards.

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