martes, 19 de diciembre de 2006

Beth Ditto: Sin reservas


"Gorda, lesbiana y feminista". Así se autodenomina, sin miedos ni complejos y a mucha honra, Beth Ditto, líder y vocalista del trío punk The Gossip, que el mes pasado se convirtió en la cantante "más cool" del momento, según la lista anual de la famosa revista New Musical Express. Ganándole a la gran candidata, Karen O, de Yeah Yeah Yeahs que recientemente visitó a la Argentina, es la primera vez que una mujer alcanza este puesto, algo impensado hasta el momento, si se tiene en cuenta que el año pasado hubo una sola entre los 10 primeros lugares.

"Prefiero que me llamen gorda. Me gusta esa palabra, aunque no es fácil para todo el mundo. No es fácil pero es divertido, porque nunca he encontrado a un cantante que haga de su gordura una causa. Para mí lo es, y me encanta ser portavoz de esta minoría, si es que a los gordos se nos puede considerar una minoría, que tiene que pasarse la vida luchando contra los prejuicios. A mí no me pesa ser gorda; forma parte de mi personalidad". Esta es quizás la declaración de Beth más difundida, aunque también habla abiertamente de su feminismo a ultranza y de su condición sexual. Sin embargo, hay quienes privilegian otra cosa: su voz, comparada a veces con la de Janis Joplin y otras con la de Aretha Franklin (si cantara punk), criterio definitivo para la elección de NME. Modesta, Ditto simplemente ha dicho: "Nunca he tenido una voz muy reservada. Intenté bajarle el tono pero no pude".

Una característica de Beth es su falta de complejos a la hora de elegir el vestuario. Si quiere, luce en escena un vestido de leopardo bien apretado, una minifalda de cuero o corpiños y portaligas que parecen que van a volar por los aires. "A veces la gente que se ocupa de mi imagen no se da cuenta de que yo no quiero lucir flaca ni chupada. No es lo que soy. Ellos dicen: 'Si usás esto vas a verte pequeña'. Y son pavadas. Yo quiero lucir bien, no pequeña, esa es la diferencia", explica ella. Y se sorprende cuando le cuentan que no pocos la ven como una sex symbol. "No me siento sexy. Soy una persona introvertida, de esas que dicen las cosas equivocadas en el momento equivocado".

¿Y quién dijo que no se muerde la mano del amo que da de comer? Enérgica y elegante, Beth es tímida en las entrevistas pero no se calla nada. "La industria musical teme a las chicas que hacen buena música pero no la venden a través del sexo", proclama. Y según ha contado, está trabajando en un nuevo video que dejó ver algunas diferencias con su compañía. "Quieren poner bailarinas. Yo me rehúso a que sean flacas: van a ser gordas. No quiero un manojo de chicas huesudas bailando a mi alrededor. Fin de la historia".

Beth nació en 1981 en la ultracatólica ciudad de Searcy (Arkansas, EE.UU.). Su infancia la pasó –con sus seis hermanos– en una de esas típicas casas rodantes, rodeada de familias negras. A los 13, y en compañía de un primo, mataba ardillas a los tiros para hacerlas a la sartén. Sus primeros contactos con el canto se dieron en los coros de gospel de las iglesias pentecostales o baptistas: "Tenía una tendencia natural a salirme del coro. Intentaba hacer lo posible para bajar el tono, pero no podía. Yo canto con todo mi cuerpo, y mi cuerpo siempre ha sido así de contundente", contó varias veces. Eran los tiempos en que le decían que los homosexuales y las lesbianas iban al infierno. "Yo rezaba: 'Por favor, Dios...' Me gustaban las chicas", recordó en otro reportaje.

Admiradora de Patti Smith, Mama Cass, Gladys Knight y Etta James, Beth fue una activista feminista entre las riot grrrls e integró el grupo The Need. The Gossip, según contó, llegó por casualidad. A Nathan Howdeshell y Kathy Mendonca, sus compañeros originales (ahora toca con Brace Paine y Hannah Blilie), los conoció en 1998. Al año siguiente se mudaron a Olympia. Ellos la animaron a empuñar el micrófono un día cualquiera mientras tocaban en el sótano. Tenían apenas tres canciones listas cuando consiguieron su primera presentación, que se prolongó por 15 fines de semana seguidos en el mismo localcito.

"Ese grupo con la cantante lesbiana y gorda que canta punk como si fuera blues", como se lo conocía, empezó a volverse popular. En 2001 llegó el primer álbum, "That's not what I heard". Después vinieron "Arkansas Heat" (2002) y "Movement" (2003). Y este año, "Standing in the way in control" (Green Ufos), donde denuncian la homofobia de los republicanos y exigen iguales derechos para las parejas gay. "El disco trata sobre nuestros amigos, sobre la importancia de ser uno mismo y seguir vivo haciendo lo que realmente te gusta", señala Beth, que también participa en el último disco de Peaches ("Golpeándome la cara con esa polla" se la escucha en lo que, según ella, es lo más heterosexual que ha cantado en su vida).

Con pocos años de existencia, a The Gossip (El Chisme) le atribuyen la virtud de haber redefinido el punk al devolverle el sello político que supo tener el género. Pero además, el trío refleja en su música bailable, influenciado por la new wave, el blues y el rockabilly, las experiencias de vida de sus integrantes y "los comentarios de gratitud de chicas obesas y gay que han nacido en el culo del mundo, contándome cómo hemos ayudado a que sus vidas cambien". Del galardón de NME, en tanto, Beth Ditto sólo ha dicho que se lo dedica a todos aquellos que, sin importarles los tabúes y prejuicios, se siguen buscando a sí mismos.

Cora Cáffaro
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domingo, 17 de diciembre de 2006

Muñecas rotas


Se sacó el pantalón y lo dio vuelta. Difícil será encontrar mejor metáfora para lo que, de ahí en más, sería su vida. Estaba solo. Y mientras enhebraba con poca destreza la aguja con la que pretendía chupar esos jeans a sus piernas delgadas, pensó que Lorena sonaba bien. Femenino y sin estridencias, como quería. Fue así que él, un chico esmirriado, mezcla de Burrito Ortega y Tortonese, dio su puntada inicial como travesti. Tenía la primaria apenas cumplida y la fantasía de, algún día, trepar a un micro y cambiar Salta por Buenos Aires, donde sería Lorena desde el vamos.

Estaba convencido, además, de que por estos lares, adosarse a la piel el relleno del corpiño que la naturaleza le mezquinó o endulzar el perfil de Peretti que portan todos los varones de la familia es tan sencillo como mentir, como decir que tiene 18 cuando en realidad tiene 16.

"Empecé a trabajar en la calle, en Salta, pero acá se hace más plata y yo necesito plata para cambiarme el cuerpo. Los clientes te lo piden", dice recién llegado/a a una pensión de la calle Humberto I donde cualquier clavo anida a una o más tangas, casi todas negras y rojas. Allí, en la única habitación con entrepiso de este edificio a ciegas con berretines de art decò, Cintia, un travesti que ya pasó los 40, recibe a los expatriados de sus provincias natales en este exilio iniciático con más gusto a infierno que a jardín de las delicias.

Según un informe sobre la situación de la comunidad travesti en la Argentina publicado este año bajo el título La gesta del hombre propio, el 16 por ciento de los travestis de la Capital Federal, algunas localidades del Gran Buenos Aires y Mar del Plata tiene entre 13 y 21 años. El mismo estudio señala que el 73 por ciento de los travestis que asumieron su identidad sexual antes de haber cumplido los 13 vive de la prostitución.

"Yo no miento. Si me preguntás qué hago, te contesto: 'Soy prostituta'. A mí lo que me interesa es la plata." Habla Paloma, garganta con arena, cintura arqueada y plataformas de corcho. Paloma, sólo por hoy. Fue Caricia,Salomé,Candela, Candelaria. Se viste de mujer desde los 12, cuando empezó a prostituírse en Orán, Salta. Tiene 17.

"El mayor problema es que primero son travestis y luego, si tienen suerte, son menores. Las travestis menores no transitan las etapas de la vida de sus pares no travestis. Escuchan música infantil en un hotel que comparten con otras travestis adultas mientras reciben la llamada del cliente y se pintan para salir a la calle en pocas horas –dice Josefina Fernández, antropóloga y coordinadora del trabajo junto a Lohana Berkins, presidenta de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (ALITT)–. De aquel hogar del que son expulsadas con apenas 12 ó 13 años llegan a un mundo de adultos para el que ellas mismas son adultas. Si son travestis, ¿qué importa que apenas estén saliendo de la niñez y sean tan vulnerables como
cualquier otro niño?"

En un libro anterior –Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género–, Fernández afirmaba que los travestis entrevistados dijeron haberse dado cuenta de su gusto por los varones entre los 8 y los 10 años. Para Fabio Rapisardi, investigador y activista del área Queer de la UBA, "no hay ni un dato psíquico, psicoanalítico, psiquiátrico o biológico que pueda decir que a determinada edad las travestis se manifiestan como travestis. La identidad travesti es una construcción y depende de múltiples factores. La misma cantidad de factores de los que depende la heterosexualidad."

Lohana, la principal referente de la comunidad travesti, pisó Buenos Aires a los 13. "Las cosas han cambiado pero las travestis menores de edad siguen pasándola mal. Además, en América latina y en la Argentina, en particular, las chicas asumen su identidad sexual siendo muy chicas, diría que antes de los 13 años. Por eso abandonan la escuela, son expulsadas de sus familias y tienen una corta expectativa de vida –dice–. En Estados Unidos y Europa, es una decisión que se toma más cerca de la adultez, con lo cual están mejor preparadas." "Es cierto que en el NOA (noroeste argentino) las travestis se asumen a una edad muy temprana. Puede tener que ver con que allá las personas de diversidades sexuales entran a circuitos donde la sociabilidad travesti ya preexiste como un modo de supervivencia y como un modo de sociabilidad concreta frente a la expulsión familiar –dice Rapisardi–. En zonas urbanas, la elección se da en edades más avanzadas. Si vas a Córdoba, a Rosario y a Neuquén, los otros tres lugares donde tenés fuertes poblaciones travestis, también tenés muchas menores de edad."

SEGUNDO DE GLORIA

"La prostitución es el segundo de gloria de las travestis", dice Lohana. Para la antropóloga Fernández, la prostitución es el único medio disponible para sobrevivir. "Es también el único espacio permitido para actuar el género que han elegido para el resto de sus vidas –dice en Cuerpos desobedientes–. En este sentido, el escenario prostibular tendrá una participación importante en la construcción de la identidad travesti."

Rapisardi cuestiona la asociación necesaria entre travestismo y prostitución. "Hay un discurso que dice que el erotismo travesti pasaría por la prostitución. Eso es falso. Las travestis construyeron alrededor de la prostitución un modo de subsistencia. Tienen un buen sueldo que quizá no tendrían yendo a limpiar una casa –dice–. Es que para ser una travesti, lamentablemente hay que ser prostituta. Eso de realización y plenitud es una condición para la subsistencia pero no una realización personal."

El itinerario de los travestis menores de edad que desembarcan en Buenos Aires es tan esquivo como sinuoso. Cintia suele recibir por unos días a los recién llegados que en cuestión de horas sueltan amarras con vuelo propio. "Las menores viven en sus provincias, se conectan con alguna referente o mai que las hace trabajar en esa zona las puede derivar a las capitales",
dice Rapisardi.

"El pasaje de la familia a la calle se hará siguiendo una modalidad organizativa que las travestis llaman pupilaje y que constituye una manera de regular las relaciones entre las travestis en el ámbito de trabajo. Es también el mecanismo a través del cual se socializa a las más jóvenes en cuestiones relativas a la prostitución. Las madres aconsejan a sus pupilas sobre los lugares donde pueden vivir, dónde pueden trabajar, cómo deben hacerlo, cómo son los clientes y cómo deben conducirse con ellos", explica Fernández.

TE ESCUCHO

"Del universo de chicos atendidos, las travestis menores de edad representan el uno por ciento –dice María Elena Naddeo, presidenta del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires–. El grupo de chicas travestis es quizás el grupo donde más obstáculos hemos encontrado para lograr una reinserción. En general, este grupo está atravesado por la explotación sexual como por procesos de desintegración familiar, desarraigos muy fuertes, migraciones. La mayoría proviene del norte argentino, y además son víctimas de discriminación."

Existe un programa que asiste y acompaña a los menores que son explotados sexualmente. Miércoles por medio, Gladys Lavieri, su coordinadora, espera a los chicos travestis en el sexto piso de Roque Sáenz Peña 547 con café y medialunas de manteca. La idea no es tomar el té sino lograr que aflore lo que los angustia. "Acá no hay necesidad de que se definan, trabajamos los matices que hay entre el blanco y el negro, sobre la idea del 'estar siendo'. La pregunta es: '¿Qué estás siendo hoy?'. Las ayudamos a tramitar el DNI y a que no descuiden su salud. Hay chicas que van al médico y no las atienden o cuando las llaman por su nombre de varón, se quedan paralizadas y se van –cuenta–. Muchas se escapan de sus provincias porque otras adultas les contaron que Buenos Aires es una panacea. A veces no se animan a volver. '¿Y si me ven así?', se preguntan, agobiadas."

Ana no es menor pero no se pierde las reuniones del Consejo. Tiene 25 y vino de Cafayate, "un pueblo de Salta donde a las 7 de la tarde te ponen música religiosa en la radio hasta las 9, imaginate". Para Ana, que hoy trajo el desconcierto que le provocó ver que algunas de sus compañeras del bachillerato para adultos no se dieron cuenta de que es travesti, la reunión de los miércoles "es como un grupo de autoayuda. Acá hablamos de lo que nos pasa con la policía, que a veces te para sólo por portación de cara. Yo soy promotora de salud de la Fundación Buenos Aires Sida y a veces no me dejan repartir los preservativos que les doy a las travestis que están por la calle. Acá saben que si no aparezco, estoy en la fiscalía".

"El artículo 81 del Código Contravencional sanciona la oferta y demanda de sexo en los espacios públicos. A las travestis menores no se las puede penalizar, pero igual se las llevan. Son la oferta. ¿Por qué no hay detenidos en la demanda?", se pregunta Lavieri. "Tenemos una fuerte discusión con los fiscales y la policía –reconoce Naddeo, la presidenta del Consejo–. Les hemos dicho que tienen que detener a los clientes. Es cierto que a veces ellos mismos terminan siendo clientes."

De madrugada y regándose el aliento con una petaca de anís, Paloma se vuelve más histérica y verborrágica que nunca. Dice que la cana sabe que es menor pero no le hace nada: "El día que llegué, salí a trabajar y caí presa. Al otro día, también y así, tres días seguidos. Pero ahora los saludo y todo. Algunos son clientes, otros son amigos. Yo soy de terror con los policías. Me pongo a charlar, les hago bromas, les digo: '¿Cuándo vamos al hotel?' Ya sé cómo desenvolverme. No tengo miedo."

En la habitación que comparte con otro travesti en el hotel de Humberto I –según ellos, por $650 al mes–, una cama de plaza y media lagañosa y mal estirada da cuenta de que allí no hay horario para el sueño. La ropa entra y sale de un bolso acodado en una silla y hay un espejo donde Paloma arrastra el labial por fuera del contorno de su boca. Sobre la repisa hay un balde de champán, un dvd desconectado y un Rexona Hombre en aerosol, bastión del cromosoma xy que le daría la razón a quienes sostienen que no se nace mujer, sino que se llega a serlo.

Marina Artusa
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El derecho a elegir el sexo

MIAMI.- ¿Es el sexo de una persona una cuestión de elección o de anatomía? Para los neoyorquinos, por lo menos, la polémica estuvo a punto de resolverse a favor de lo primero.

Hace unas semanas, y tras cuatro años de intenso cabildeo, Nueva York se disponía a permitir que cualquiera eligiera su sexo sin que mediara una operación genital a tal efecto.

La iniciativa surgió por el reclamo de grupos transexuales y fue recomendada por una comisión de expertos, que la remitió al Departamento de Salud e Higiene Mental de la ciudad para su consideración. Se basaba en el hecho de que algunos transexuales no tienen cómo pagar una operación de cambio de sexo, que cuesta entre 35.000 y 75.000 dólares (según de qué a qué vaya), no pueden hacerla por motivos de salud o no la consideran necesaria.

De aprobarse la norma, los nativos de la ciudad tendrían derecho a cambiar el sexo que figura en su certificado de nacimiento con sólo una declaración jurada firmada por un médico y un profesional del área de la salud que explique por qué sus pacientes deben ser considerados miembros del sexo opuesto y que deje en claro que el cambio será permanente. Para oficializar la metamorfosis, los solicitantes tendrían que haber cambiado de nombre y demostrar que han vivido un mínimo de dos años en su condición adoptiva.

El intendente Michael Bloomberg y la mayoría de los comisionados de la ciudad estaban a favor de aprobar la ordenanza, que pondría a Nueva York a la par de España en este tema, cuando, inesperadamente, el Departamento de Salud dio marcha atrás y vetó la iniciativa por "amplias ramificaciones sociales". Por lo visto, eliminar las barreras entre los sexos es más sencillo en la teoría que en la práctica. Sucede que en una sociedad organizada sobre la base de la separación anatómica de los sexos, la introducción de una definición basada meramente en el comportamiento o la preferencia creaba un atolladero burocrático. "¿Cómo meter a alguien con pene en una cárcel de mujeres?", se preguntó alarmado un funcionario del Departamento de Salud. Las dificultades no terminaban allí. Si era posible cambiar legalmente el sexo, nada podría impedir el matrimonio gay, puesto que bastaría con uno de los miembros de la pareja solicitara el cambio de sexo.

Con todo, Nueva York ha tomado en los últimos tiempos una serie de medidas destinadas a borrar gradualmente la frontera entre los sexos, según la definición clásica. Una disposición adoptada en enero establece que la asignación de camas en los refugios se haga teniendo en cuenta la apariencia de las personas y no su anatomía. Y tomando una decisión aún más provocativa, la Autoridad Metropolitana de Transporte acordó permitir que fueran los usuarios los que decidan qué baño quieren usar dentro de las estaciones.

A estas disposiciones se suma una tendencia, recientemente consignada en un artículo de The New York Times , donde muchos padres de niños pequeños que revelan una disposición hacia el sexo opuesto, asumen una actitud más permisiva que se traduce en dejar que los niños se vistan con ropa de mujer (y las niñas con ropa de hombre) si así lo desean. Las escuelas, por su parte, suelen aceptar la voluntad de los padres.

Esta decisión cuenta con el apoyo de muchos educadores y psicólogos que opinan que esta tolerancia ayudaría a controlar la depresión y las tendencias suicidas de los niños que manifiestan tendencias transexuales, aunque todos reconocen que no será fácil impedir las burlas de los compañeros si un niño aparece vestido de mujer o viceversa.

Lo cierto es que, a pesar de que aún se está lejos de aceptar la transexualidad como una condición corriente, los neoyorquinos responden con una mayor tolerancia a sus diferentes manifestaciones. Será porque, en esta Babel de razas, idiomas, acentos, creencias, atuendos y preferencias apretujados a orillas del Hudson, lo normal es precisamente la anomalía.

Mario Diament
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lunes, 4 de diciembre de 2006

Tengo algo que contarte


Desconcierto, angustia, decepción, deseo de protegerlos y de luchar contra la discriminación que los pueda lastimar. Cómo reaccionan y aceptan esa realidad los padres cuyos hijos se animan a decirles: "Soy gay".

Lo ricas que estaban esas rabas que habían pedido era el comentario principal hasta que Gastón S., 20 años, le dijo a su mamá que era gay. La confitería de Belgrano siguió con sus ruidos, pero a ellos les pareció que, de repente, todos se habían callado.

De alguna manera, Laura, su mamá, escuchó lo que hacía tiempo esperaba que el mayor de sus hijos, por fin, dijera en voz alta. Nunca presionó ni averiguó más de lo que él quisiera insinuar. "Lo único que me entristeció en ese momento fue escuchar: 'Sé que esto no es lo que esperabas de mí'. Porque supuse que Gastón no terminaba de asumir su homosexualidad y que estaría sufriendo", confiesa Laura, cuatro meses después de aquel almuerzo revelador. Su hijo siempre marcó sus propios tiempos sin dejar que nadie se metiera a husmear más de lo debido. Por eso, Laura se alegró que hubiera llegado el momento esperado. A lo mejor, ayudó que él se mudara a Buenos Aires para estudiar en la facultad. Porque la ciudad donde vive la familia, aunque grande, "no deja de funcionar como un infierno de miradas", comenta el chico. Tampoco le urge hablarlo con su papá: "Al decírselo a mi mamá, sentí que el tema ya fue".

A los 16, tuvo su primer enamoramiento no correspondido con un varón. "Pensé que tenía una enfermedad de la que me tenía que curar", se ríe. Y lo primero que hizo para sacarse de la cabeza al pibe que le hacía cosquillas en el estómago fue ponerse de novio con una compañera del colegio. No resultó. Ni fu ni fa. "Siempre estuve sereno, nunca me deprimí. Y tampoco buscaba tener sexo con cualquier pibe. No era eso lo que quería. De hecho, no tengo amigos gays. Mis amigos son todos heterosexuales. No me interesa encerrarme en un ambiente."

Gastón se sintió aliviado con la respuesta de su mamá porque durante mucho tiempo cargó con el temor de que sus padres "me dieran una patada y me dejaran en banda". Eso a su mamá, ni se le cruzó por la cabeza: "Es mi hijo, lo que más amo en la vida. ¿Cómo voy a lastimarlo de esa manera?". Pero no soporta la idea de que otros sí lo discriminen, algo que a él no lo inquieta tanto como toparse con ciertos límites: "A veces me duele no poder ir de la mano con mi pareja por la calle o no poder besarnos en un lugar público".

Salvo los padres que ejercen una cierta militancia acompañando a sus hijos, el resto de los consultados por Viva pidió reserva de identidad. No porque le den la espalda a la situación, sino para proteger a sus propios hijos de la homofobia que todavía sigue latente en nuestra sociedad. Irma Fischer es una de las que hace ya 10 años salió a dar la cara, cuando la confesión de la homosexualidad de su hijo varón provocó en ella un giro inesperado. Irma es una alemana de buen pasar que vive en la zona norte. Para ella, ser gay o lesbiana eran cosas que le pasaban a los otros, no a su familia. Pero un día, esa indiferencia sufrió un cimbronazo. Fue cuando Alfredo, su hijo, que anda por los 35 años, le dijo que era gay. "Fue un golpe tan duro que me enfermé. Mi mundo se había venido abajo."

Alfredo había emigrado a Alemania y en uno de los viajes de su mamá, decidió contarle la verdad. "Me habló como una hora seguida. Pero yo estaba muda, shockeada, caminaba de un lado a otro como una leona enjaulada", rebobina. No escuchó palabras. No había explicaciones posibles. Entonces, Alfredo le dejó sobre la mesita de luz una revista del Centro Nacional de Educación para la Salud de Colonia, Alemania, dirigida a padres de hijos gays.

Irma sentía que había perdido su hijo, y en medio de ese infierno, como un último manotazo, leyó durante la noche entera esa revista. "Me di cuenta de que entraba a un mundo desconocido. Supe que los gays no son personas anormales ni enfermas, sino que tienen una orientación sexual distinta y que por sobre todo, necesitan la comprensión y el amor de su familia." No se quedó quieta. Y dado que la situación no tenía retorno, "se generó en mí un fuerte deseo de ayudar a otros homosexuales y a
sus familias".

Ese fue el comienzo de la Agrupación de Padres, Familiares y Amigos de Lesbianas y Gays, que fundó junto a una mamá de una chica lesbiana, cuyos propósitos quedaron plasmados en la servilleta de una confitería. La agrupación –que a fines de setiembre cumplió 10 años– funciona como un grupo de autoayuda. En todo este tiempo pasaron decenas de familias buscando un espacio donde descargar angustias, dudas, temores: "Y hemos escuchado de todo –comenta Irma–. Hubo padres que dijeron hubiera preferido que mi hijo tuviera cáncer o que se hubiera muerto. Eran situaciones muy difíciles pero la mayoría salió adelante."

Eso sí, antes de darse a conocer públicamente, Irma reunió a sus íntimas amigas a tomar el té para decirles lo que iba a hacer. "Hubo reacciones muy curiosas, desde Ay, qué bueno, hasta Qué suerte que no me tocó a mí." Y este año, en su último viaje a Alemania, dio un paso más, que le costó horrores pero que pasó airosa: conoció a la pareja de Alfredo. "Creo que no tendré problemas de convivir con ellos cuando regrese a visitarlos", sonríe.

SALIR DEL CLOSET

La primera reacción de José G. cuando se enteró que su hija Noelia, de 25 años, era lesbiana fue abrazarla, decirle que la amaba y llenarle la cara de besos. "Uno siente que el mundo se cae. Se desploma eso que supuestamente es la 'normalidad'. Como padre uno no tiene incorporado el concepto de gay su vida; y si lo tiene, es en forma de prejuicio", admite.

Con su mujer, Ana, se incorporaron al grupo de padres y fueron haciendo su coming out, como ellos denominan; su propio salir del closet. "Los otros papás nos ayudaron mucho en momentos muy difíciles. Porque es innegable que algo se quiebra en la familia y lo que no queríamos era que el núcleo familiar se rompiera. Me aterraba la idea de perder a Noelia." Ana, su mujer, admite que le llevó tiempo reponerse. Aunque la noticia le cayó como un rayo, algo había empezado a sospechar pero a sus preguntas, Noelia respondía con silencios filosos. Hasta que estuvieron cara a cara. "Sentí que había fallado en su educación, que le había dado demasiada libertad. Me eché culpas. Estaba desesperada." Tanto que su vida se focalizó sólo en Noelia: "Todo lo demás, incluido mi otro hijo, pasó a un segundo plano".

Recién cuando pudo encontrarse con otros padres en su misma situación, sintió que la angustia se disipaba. Aunque el efecto fue encontrarse con los hijos que hacían junto a sus padres ese coming out. "Conocerlos, hablar con ellos, escuchar sus historias, me hizo dar cuenta de que todo lo que yo tenía adentro mío eran fantasmas. Pero, sobre todo, comprendí un poco más a mi hija." Su marido, José, considera que el tiempo fue el mejor aliado: "Cuando uno asume la realidad, empieza a caminar más firme".

Graciela N. es la mamá de Manuel, de 27 años. Nunca pensó que las cargadas que escuchaba en su trabajo hacia los gays la tocarían tan de cerca. Hasta que su planeta pareció explotar en mil pedazos una noche cuando Manuel le reveló que era gay. "Me derrumbé –simplifica Graciela–. Fue el comienzo de tiempos muy duros, de mucha confusión y tuve la difícil tarea de tener que comuncárselo a mi marido y a mis otros hijos." La primera reacción fue que Manuel hiciera terapia.

Hoy lo recuerda como una barbaridad. "No sólo porque era un chico re-sano, sino porque el psicólogo nos dijo que Manuel estaba como jugando un partido de fútbol cuyo resultado no estaba definido. Eso fue como alentarnos a rezar para que el partido termine a favor o en contra, cuando en realidad, estaba todo definido."

CONFESIONES EN EL BONDI

Si algo tuvo de original el anuncio de Nicolás R., 37 años, fue que lo dijo arriba de un colectivo. Y su mamá, Magdalena, por esos vericuetos defensivos de la psiquis, no escuchó. Pero sí acusó recibo al regresar a casa. Nicolás tenía 19 años.

"Con sólo pensar cuál iba a ser su reacción demoré en decírselo. Y no me equivoqué: tengo la imagen de ella tirada en el baño, abrazada a la bañadera, llorando. Para mí estuvo así como una semana." Madre e hijo se ríen con la anécdota. Pero nada era sencillo: hijo único, con un padre ausente, una educación católica férrea, muchos mandatos puestos en juego sobre él que de pronto estallaban. "Yo entendí a mi vieja. Su mayor temor era perderme y sintió que me perdía de la peor forma: con otro hombre." Magdalena acepta que se hirieron demasiado. "Estuvimos ocho años sin hablarnos aunque vivíamos en la misma casa. Toda mi angustia pasaba porque no había sido educada para esa situación. Yo tenía otra estructura: él tenía que casarse y tener sus hijos."

Aunque Nicolás no tenía dudas de que sus fantasías sexuales iban en esa dirección, aun así confiesa que "me llevó bastante tiempo entender si estaba contento con esto, si era lo que me gustaba, si podía seguir mi vida igual". La respuesta fue que podía. De hecho, con su actual pareja no pierden las esperanzas de adoptar y conformar una familia. Y Magdalena se regodea con la idea de ser abuela.

"En el único lugar donde no hablé mi homosexualidad fue en el trabajo. Simplemente, porque vivimos en una sociedad homofóbica donde ser heterosexual es lo que debe ser", aclara Nicolás. Sin que eso le quite el sueño.

Ismael e Irma Cigliutti son los papás de César, de 49, presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Ismael, 80 años, un teniente coronel retirado del Ejército que maneja una fina ironía. Irma, de 77, alma mater, tiene la risa fácil. Tuvieron cuatro hijos, varios nietos. Ismael e Irma coinciden en que se daban cuenta de que César era gay pero ninguno se lo decía al otro. Secretos difíciles de guardar para gente que se asume unida y muy familiera. "No hubo un instante determinado, todo se dio naturalmente", resume Ismael. Y sigue: "No hicimos escándalos, ni pusimos el grito en el cielo. Lo tomamos como tiene que ser".

César agrega algunas señales que dejaba por el camino. "Cuando empecé a andar por el ambiente gay, un domingo, en el almuerzo, donde nos contábamos todo yo dije: 'No hablo más de mi intimidad'. Otro día largué: 'No me voy a casar con una mujer'." Nadie preguntó nada. Pero se le quiebra la voz, cuando recuerda una charla con Ismael: Me dijo las mejores palabras que yo podía haber escuchado: 'Sos mi hijo y yo te amo'." El momento más doloroso vino cuando César se enfermó de sida y había decidido no tratarse. "Para todos fue un tiempo de mucho sufrimiento. Los hermanos le pidieron que si no lo hacía por él, al menos, que se tratara por nosotros", lagrimea Irma.

Pero el tiempo, también, trajo sonrisas. Las que surgen recordando el día de la unión civil de César con Marcelo, su pareja. La primera que se realizaba en el país y en toda Latinoamérica. "A Marcelo lo queremos como un hijo más", sostienen Ismael e Irma.

DE ESO NO SE HABLA

Hay familias que toleran pero no admiten la homosexualidad de un hijo. Es el caso de Analía G., de 32 años. Cuando se fue a vivir con su actual pareja, otra mujer, la casa paterna fue un revuelo solapado. Ni el padre ni la madre ni el hermano dijeron nada, pero la desaprobación se percibía en el aire.

Norma, su mamá, asegura que fue y es mejor así: no hablan del tema. No quiere enterarse, no quiere saber. Tampoco va a mostrale malos modos a la pareja de su hija. "Pueden venir a casa, estar con nosotros, con tal que no se besen ni se abracen delante nuestro o de mis nietos", limita. Y así, Analía evita reuniones familiares o va sola a los cumpleaños. "No sé qué proceso estaremos haciendo como familia. Creo que cada uno hace lo que puede. Simplemente, se lo tragaron."

La decisión, la aceptación, el deseo. El salir del closet. Un jardín de pasiones con senderos que se bifurcan.

AGRUPACION DE PADRES, FAMILIARES Y AMIGOS DE LESBIANAS Y GAYS:
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Alba Piotto
Revista Viva
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