miércoles, 22 de marzo de 2006

La Vida en el Medioevo


Conocer la historia es imprescindible para enfrentarnos a la realidad porque la perspectiva histórica nos da la posibilidad de comprender que las cosas no son irremediables, que no siempre han sido tal y como hoy las conocemos y, sobre todo, que pueden cambiar.

Conocer la historia ha permitido que muchos homosexuales comprendan que la homosexualidad, presentada en nuestra sociedad hasta hace poco, como un vicio antinatural, ha sido considerada en otras sociedades como algo natural e incluso bueno.

Que ha habido y hay sociedades que alientan los contactos homosexuales como parte del desarrollo de las personas; conocer la historia nos permite saber que incluso una de las organizaciones más homófobas que existen en la actualidad, como es la iglesia católica, no siempre fue así. Los gays cristianos se esfuerzan por demostrar que en la Biblia apenas hay referencias negativas a la homosexualidad y que las que hay o bien no han sido bien traducidas, o bien no han sido bien entendidas.

Uno de los gays cristianos, católico practicante, que más ha hecho por "desarmarizar" el pasado de la iglesia católico ha sido el historiador norteamericano, John Boswell. Boswell, que murió de SIDA y que fue catedrático de historia en una de las universidades más prestigiosas del mundo, la de Harvard, dedicó parte de su trabajo a demostrar que la iglesia católica no siempre ha sido tan intolerante en lo que se refiere a la homosexualidad y que incluso llegó a celebrar "bodas homosexuales".

Esta es la tesis de su libro "Las bodas de la semejanza", publicado en 1994, en donde sostiene que la iglesia cristiana bendijo, desde el siglo III al XIII, a parejas homosexuales en lo que entonces se llamaron "ritos de hermanamiento". Cierto es que más la iglesia ortodoxa que la de occidente, aunque él encuentra pruebas de que estas bodas las celebraban tanto popes ortodoxos como sacerdotes católicos. Boswell rebuscó en los textos antiguos guardados en los monasterios para encontrar contratos que firmaban dos hombres, que lo hacían únicamente por afecto, y no por relaciones comerciales, y que son idénticos a los que se firmaban en las bodas heterosexuales.

Cierto es que ninguno de estos contratos explicite que el "hermanamiento" implicara relaciones sexuales, pero este historiador las cartas encontradas a estos supuestos amantes dan cuenta de la pasión con que se vivían estas relaciones. Para Boswell, la iglesia tuvo que aceptar estas relaciones porque eran muy practicadas en Europa en aquel tiempo y socialmente eran, si no alentadas, si ampliamente toleradas, por lo que en los años de asentamiento del cristianismo, la iglesia se sumó a las bendiciones para no perder adeptos. El historiador sugiere que, en esos primeros años, estas relaciones no sólo eran toleradas, sino que además existen ejemplos de estas parejas en el mismo santoral cristiano.

Es el caso de los mártires San Baco y San Sergio, dos oficiales romanos martirizados a finales del siglo III y a los que en un icono del siglo VII se les puede ver representados tal y como se representaba a los matrimonios en esa época. Pero Boswell tiene sus críticos. Estos le acusan de que maneja fuentes que están en griego y en eslavo litúrgicos y que no existen traducciones latinas de estos textos matrimoniales. Estos textos, al no estar en latín, son difíciles de comprender. Boswell afirma que las traducciones latinas sí existieron pero que fueron destruidas cuando la iglesia claramente decidió castigar este tipo de uniones.

Entonces se quemaron todas las fuentes que pudieran sugerir que se habían permitido en algún momento. Boswell pone además todo tipo de ejemplos que demuestran que la iglesia y la sociedad de la época eran cuando menos tolerantes con la homosexualidad. De hecho, en contra de lo que se cree, durante la Alta Edad Media apenas hay leyes que prohiben la homosexualidad y no se producen juicios o castigos contra el pecado de sodomía, que es como se llamaba.

Por ejemplo Carlomagno en el siglo IX se lamentaba de que en su reino hubiera monjes sodomitas, pero se limitaba a pedir a los obispos que lo prohibieran y lo erradicaran, pero no proponía ningún tipo de jurisprudencia que lo castigara. O la Regla de San Benito que era el reglamento según el cual se organizaban la mayoría de las órdenes religiosas de la Edad Media que daba unas indicaciones para evitar que este tipo de actos se extendieran en los monasterios entre los monjes jóvenes, pero nada de hogueras.

Lo que la Regla ordenaba hacer era que los monjes durmieran todos en un dormitorio común con la cama del abad en el centro para evitar visitas a otras camas, que se dejara la luz encendida toda la noche y que los monjes durmieran los jóvenes al lado de los viejos para evitar las tentaciones. Así mismo, en esa época hasta el siglo XII floreció una literatura en forma de cartas de amor y poemas que los monjes se escribían unos a otros y que han llegado hasta nuestros días. El amor florecía en los monasterios, reductos masculinos, sin que los monjes fueran castigados por ello. Pero en el siglo XIII todo cambia bruscamente.

En Europa se comienzan a promulgar leyes que sancionan con la castración, el descuartizamiento o la hoguera para los actos de sodomía. Según Boswell son varios los factores que propician este cambio. Fundamentalmente que la sociedad de la época se encuentra con una serie de enemigos ante los que es conveniente alentar el odio: el Islam, los judíos, los herejes…

Como ocurriría muchos siglos después con el fascismo y los judíos por ejemplo, cuando se quiere movilizar al pueblo lo mejor es dirigir su odio contra alguien y ese alguien eran moros y judíos a los que se acusaba de cualquier cosa: de sodomía también.

Pero según muchos historiadores la puntilla a la tolerancia medieval la puso el proceso contra la orden de los Templarios a instancias de Felipe IV de Francia. Esta orden, que nació en 1119 para proteger a los peregrinos que iban a tierra santa, había acumulado una gran cantidad de riquezas con los años. Tantas que el rey de Francia las quería para sí.

La ley decía que cuando alguien era acusado de un crimen y ajusticiado, el rey se quedaba con su riqueza. Felipe IV acusó a los templarios de dedicarse a prácticas de sodomía. En Francia en una noche se detuvo a todos los templarios a los que la tortura les hizo confesar que así era. Entonces no fue difícil ordenar que todos ellos fueran quemados y sus riquezas expropiadas para la corona. Desde entonces, siempre que no se ha sabido de qué acusar a un enemigo con el que quiere acabarse se le ha acusado de dedicarse a la homosexualidad.

Pero en todo caso ahí están las cartas que unos monjes enamorados dirigían a otros y esos contratos que revelan que los hombres en la Edad Media no tenían miedo de demostrar el afecto que les unía y por el que estaban dispuestos a firmar un contrato y a compartir sus bienes y posesiones.

Transcribimos uno de estos documentos del año 1031: "Nosotros, Pedro Didaz y Munio Vandiles, pactamos y acordamos mutuamente acerca de la casa y la iglesia de Santa María de Ordines, que poseemos en conjunto y en la que compartimos labor; nos encargamos de las visitas, de proveer a su cuidado, de decorar y gobernar sus instalaciones, plantar y edificar. E igualmente compartimos el trabajo del jardín, y de alimentarnos, vestirnos y sostenernos a nosotros mismos. Y acordamos que ninguno de nosotros de nada a nadie sin el consentimiento del otro, en honor de nuestra amistad, y que dividiremos por partes iguales el trabajo de la casa y encomendaremos el trabajo por igual y sostendremos a nuestros trabajadores por igual y con dignidad. Y continuaremos siendo buenos amigos con fe y sinceridad, y con otras personas continuaremos siendo por igual amigos y enemigos todos los días y todas las noches, para siempre. Y si Pedro muere antes que Munio, dejará a Munio la propiedad y los documentos. Y si Munio muere antes que Pedro le dejará la casa y los documentos".

Tomado de IslaTernura.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

guao, estoy muy sorprendido!