miércoles, 16 de noviembre de 2005

Homofobia en América Latina


América Latina, heredera de la tradición judeocristiana, no está exenta de la persecución de lesbianas, gays, transgéneros y bisexuales. Los pocos registros históricos que existen dan cuenta de una persecución institucionalizada, tanto por el Estado como por la sociedad civil.

Tres casos históricos en tres países latinoamericanos, en tres épocas diferentes, ilustran la virulencia de esta persecución.

Perfidia porfirista
A principios del siglo pasado se registra en el México del dictador Porfirio Díaz un célebre caso de humillación de homosexuales. El 20 de noviembre de 1901, la policía irrumpe en una casa particular para acabar con un “baile de invertidos”, arrestando a cuarenta y un “catrines lagartijos” [dandies, petrimetes] ataviados, algunos, con ropas de mujer.

Los grabados satíricos de José Guadalupe Posada los muestran en parejas, elegantes y bigotones, del brazo de grotescas “damas” que ostentan chongos [moños de pelo] y vestidos largos. En la calle se les insulta y apedrea. Sirven, por un rato, para reactivar el ingenio popular y la inagotable capacidad de escarnio que de inmediato instituye la cifra de 41 como una señal infamante, alusiva al número de “raritos”, muchos de los cuáles, después de aquella fiesta, terminan exiliados en la península de Yucatán, condenados a varios años de trabajos forzados.

Medio siglo más tarde, en Chile, ya no bastan el arresto y la humillación. En la década de 1950, bajo el régimen del ex dictador militar Carlos Ibáñez del Campo, se promulga una ley que persigue y encarcela a homosexuales y mendigos. En una de las razzias en contra de los primeros, un grupo de aproximadamente cincuenta travestis son subidos a un barco y lanzados al mar, según informó la activista lésbica chilena Marloré Morán en diciembre de 2002.

Odiados a diestra
En la Argentina, a mediados de 1975, el semanario fascista El Caudillo, ligado al gobierno peronista, llama a acabar con los homosexuales y propone que se les linche.

La publicación hace abierta referencia al Frente de Liberación Homosexual (FLH), que había apoyado la segunda subida al poder de Perón, en 1973, e intentado, sin éxito, sensibilizar a los sectores políticos sobre la relación entre liberación nacional y liberación sexual.

Poco después, el ala fascista del peronismo empapela a Buenos Aires con carteles contra el izquierdista Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP), los homosexuales y los drogadictos. Simultáneamente, se reanudan las razzias contra bares gays y militantes gays son detenidos y golpeados por la policía, llegándose a allanar el domicilio de uno de ellos.

En un reportaje público, la Juventud Peronista niega la participación gay en sus filas. En un acto, militantes de los Montoneros, grupo armado de la izquierda peronista, lanzan la consigna: “No somos putos, no somos faloperos [drogadictos]”.

Despreciados a siniestra
Desencantado del peronismo, el Frente de Liberación Homosexual intenta volcarse a la izquierda, pero las agrupaciones izquierdistas se corren de lugar en las manifestaciones callejeras para no quedar cerca de ellos. El FLH logra arengar desde los micrófonos de un club nocturno gay, pero es expulsado de él bajo la acusación de comunista. Poco después ese club, Monjil, es baleado por comandos derechistas, sus concurrentes son agredidos y, finalmente, el local es clausurado.

Producido el golpe militar de marzo de 1976 que derroca a Perón, los últimos miembros del FLH consideran que carecen de toda posibilidad de seguir funcionando y deciden disolver el grupo en julio de ese año. Algunos de los militantes huyen a España, donde organizan un FLH argentino en el exilio.

En la Argentina, mientras tanto, la dictadura militar de Videla desata una persecución sistemática contra los homosexuales. Además de imposibilitar toda forma de organización, la represión obliga a lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros argentinos a destinar todas sus energías a la supervivencia individual.

En 2001, cien años después de la humillación de los 41, la Comisión Internacional de los Derechos Humanos de la Comunidad Gay y Lésbica documentó en México 275 asesinatos relacionados con la orientación sexual de la víctima. A decir de la coordinadora para América Latina de la Comisión, si se quiere tener una verdadera aproximación al tema de la homofobia, esta cifra debe multiplicarse por cinco, “porque mucha gente vive y muere en el clóset”.

Técnicas del odio
21 abril 2003. Amenazas de muerte. Detenciones arbitrarias y asesinatos de activistas, principalmente travestis. Propaganda que incita al asesinato. Cartas-bomba enviadas a organizadores de una Marcha del Orgullo. Violenta interrupción policíaca de otra Marcha. Negación de personería jurídica a organizaciones comunitarias. Esto y mucho más figura en la lista de crímenes y violaciones de derechos humanos contra lesbianas, gays, transgéneros y bisexuales que compila cada año el programa para América Latina de la Comisión Internacional de los Derechos Humanos de la Comunidad Gay y Lésbica (IGLHRC).

En América Latina, algunos países, como Nicaragua y Puerto Rico, validan aún la penalización de la homosexualidad. Otros tienen disposiciones municipales que dan a la policía local amplio margen para detener a homosexuales bajo cargos en los que la moralidad es un valor discrecional que permite la impunidad.

México: 190 asesinatos
En México, aunque la homosexualidad no está penalizada, la Comisión Ciudadana contra Crímenes de Odio por Homofobia ha reportado 190 asesinatos por odio homofóbico de 1995 a 1999 (179 hombres y 11 mujeres).

En su investigación, la Comisión Ciudadana encontró que la gran mayoría de las víctimas fue asesinada con extrema violencia y saña, y que muchas fueron torturadas. A diferencia de otros homicidios, estos son verdaderas ejecuciones. Los victimarios necesitan no sólo inflingir un daño a las víctimas, sino castigarlas hasta el exterminio.

En la historia de México a los homosexuales se les ha quemado vivos, se les ha hecho objeto de linchamientos morales sistemáticos, se les ha expulsado de sus familias y, con frecuencia, de sus empleos, se les ha encarcelado, expulsado de sus lugares de origen, exhibido sin conmiseración alguna, excomulgado y asesinado con saña por el sólo delito de su orientación sexual.

Además del vandalismo judicial, el siglo XX les deparó razzias, extorsiones, golpizas, muertes a puñaladas, asesinatos, choteos rituales y trato inmisericorde nada más, como dice el escritor Carlos Mosiváis, “por ser lo que son y cómo son”.

En la investigación policíaca de los crímenes homofóbicos aún imperan en México, como en la mayoría de los países latinoamericanos, la indiferencia, el desprecio y la negligencia por parte de las autoridades procuradoras de justicia. La calificación de estos asesinatos como “pasionales” contribuye a la extorsión policíaca y a su desatención.

La promoción de odio homofóbico proviene en gran medida de las autoridades de gobierno. Se destacan las persecuciones policíacas de homosexuales por parte de autoridades municipales que justifican sus acciones con programas de “profilaxis social” o “cero tolerancia al delito”, identificando a la disidencia sexual con la delincuencia o la inmoralidad.

Brasil, campeón
Con 35 asesinatos de homosexuales por año, México ocupa el segundo lugar, en cifras absolutas, de este tipo de crimen en 25 países del mundo, seguido por Estados Unidos, con 25 muertos. Sin embargo, es Brasil el que ostenta el horrible récord de ser el campeón mundial en los asesinatos de homosexuales.

En 2001 fueron asesinados en Brasil 132 homosexuales (88 gays, 41 travestis y 3 lesbianas). Cada tres días es asesinado salvajemente un homosexual, la mayoría víctima de un delito de odio. En su libro “El crimen antihomosexual en Brasil”, Luiz Mott y Marcelo Cerqueira ofrecen, con estas cifras, una radiografía de la crueldad y la extrema violencia que año tras año lleva a la muerte a más de un centenar de brasileños homosexuales.

“Gran parte de los homicidios fueron cometidos con rasgos de crueldad, tortura, uso de armas y elevado número de golpes, siendo ésta una de las peculiaridades del crimen homofóbico”, dijo Cerqueira en la revista gay estadounidense The Advocate.

Según Cerqueira, los homicidios suelen ocurrir en las capitales de los estados brasileños, los días sábados o en las noches de domingo. El 72% de las víctimas son afro-descendientes (mulatos o negros) de edades comprendidas entre los 18 y los 30 años y entre éstos se incluyen casi todas las capas sociales y profesionales. Cerqueira dijo que aunque ocurran con móvil de robo o en zonas de prostitución, estos homicidios son, en realidad, delitos de odio.

Agregó Cerqueira que muy pocos asesinos de homosexuales son identificados o juzgados. El 20% de los sospechosos son menores de edad y el 50% tiene menos de 21 años. Entre ellos predominan policías, jóvenes estudiantes, motociclistas, comerciantes, practicantes de artes marciales y desempleados.

Otras técnicas del odio
El asesinato y la violencia física no son el arma única de la homofobia. Una de las técnicas más eficaces del odio contra los homosexuales consiste en cerrarles todo espacio de expresión pública, reducirlos por el silencio al anonimato absoluto.

Homofobia es también la voluntad de ocultamiento, el negar la realidad homosexual a través de la banalización del tema, o de su reducción al sarcasmo fácil. Esto se manifiesta en todo los niveles de la vida social, comenzando por el ámbito de la vida familiar, donde el homosexual crece odiándose por ser lo que es, por no dejar de sentir lo que siente y por ser tan diferente.

Su silencio, su invisibilidad, su confinamiento en el closet se le presenta como la condición no negociable de su sobrevivencia social. El homosexual es siempre responsable de todo lo que le sucede, incluso cuando es violado multitudinariamente, incluso cuando es asesinado.

El blanco de la violencia han sido principalmente las personas más visibles o evidentes: travestis, transgéneros o líderes activistas que sufren agresión directa, tortura o asesinato de parte de particulares o de instituciones militares del gobierno.

Ante situaciones de riesgo, muchas lesbianas, gays, transgéneros y bisexuales latinoamericanos se ven obligados a huir de sus lugares de origen, en busca de otros territorios que les permitan una existencia más libre. Los que se quedan a menudo se convierten en extranjeros en sus propias patrias. El asesinato, autoexilio o exilio de sus líderes ha provocado la desmovilización de organizaciones LGBT en algunos países de América Latina.

Hoy se puede ripostar
La diferencia fundamental con épocas pasadas es la posibilidad que hoy existe de documentar los delitos y la represión contra los homosexuales. Y de verificar, señalar y registrar los avances contra la intolerancia y de sentar precedentes a través de triunfos jurídicos o culturales. Esto último se da de manera evidente en Estados Unidos, por ejemplo, donde en la mayoría de los estados existen legislaciones contra crímenes de odio, que crecientemente incluyen a los crímenes por homofobia.

En marzo del 2000, la Relatora Especial de Ejecuciones Extrajudiciales, Sumarias y Arbitrarias de las Naciones Unidas, Sra. Asma Jahangir, incluyó en su informe, por primera vez en la historia de esa comisión internacional, el tema de “la vulneración del derecho a la vida y la orientación sexual”. En el informe se dice que “deben adoptarse políticas y programas encaminados a superar los prejuicios y el odio contra los homosexuales y a sensibilizar a las autoridades y al público en general ante los delitos y actos de violencia dirigidos a miembros de las minorías sexuales”.

Los asuntos de la sexualidad son cada vez más importantes dentro del funcionamiento del poder en la sociedad contemporánea. La historia de la sexualidad ha sido una historia de control, oposición y resistencia a los códigos morales. Se encuentran ejemplos de resistencia en el surgimiento de las subculturas y redes de minorías sexuales desde fines del siglo XVII, fundamentales para el surgimiento de identidades homosexuales modernas que en los últimos cien años se han expresado como movimientos de oposición explícita, organizados en torno a la sexualidad y asuntos sexuales.

La búsqueda de libertad para la disidencia sexual implica principalmente el rechazo a los binarios (gay/hetero, hombre/mujer), que no dan posibilidades a construir identidades diferentes a las establecidas. Las categorías fijas de identidad son la base sobre la que se ejerce la opresión a la vez que la base sobre la que se asienta el poder político de un grupo.

Nuestras sociedades latinoamericanas, en constante reformulación, tiene la obligación moral de reformular al mismo tiempo sus leyes, reglamentos y modus operandi para ofrecer una convivencia incluyente donde las identidades individuales sean respetadas y sus derechos humanos garantizados. Es decir, que la disidencia sexual no sólo sea posible y esté garantizada en las grandes metrópolis como Nueva York o San Francisco, sino también en cualquier ciudad latinoamericana.

Norma Mogrovejo, investigadora en la Universidad de la Ciudad de México y el Archivo Histórico Lésbico "Nancy Cárdenas", es la autora de "Un amor que se atrevió a decir su nombre", "La lucha de las lesbianas y su relación con los movimientos homosexual y feminista en América Latina".

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